Partida Rol por web

Escucharon un grito inhumano procedente de las escaleras. Solo habían perdido de vista a Dieter unos segundos, Octavius revisando lo que parecía ser una puerta tapiada y el doctor intentando dar una explicación científica a la que parecía la muerte más brutal e inhumana que podía imaginar. Sólo habían sido unos segundos, pero cuando giraron la cabeza alertados por el grito, ya no lo vieron en las escaleras.

Ambos se precipitaron al inicio de las escaleras y entonces lo vieron clavado en una de las columnas que estaban sobre el pasamanos del rellano intermedio. La columna estaba rematada por un pequeño obelisco cuya punta ahora sobresalía por el abdomen del soldado con parte de sus entrañas enredadas en ella. Yacía cara arriba, con las extremidades cayendo flojas y la cabeza caída hacia atrás, los ojos llenos de terror y la boca abierta en un mudo grito. Por la columna corría la sangre del infortunado soldado para deslizarse por una acanaladura del pasamanos y formar una pequeña cascada al llegar al final de la escalera.

La fría piedra estuvo a punto de resbalarse de la mano de Alexeva, pero las rugosidades irregulares que veteaban el duro canto bastaron para afianzar su mano y darle la seguridad necesaria para golpear.Con un ruido sordo, la mano de Alexeva impactó contra el sargento alemán, haciendo que casi perdiera el sentido. Sin embargo, debía de tratarse del hombre más cabezota que la mujer había visto, pues lejos de desmayarse por el golpe, intentó alzar su pistola para acabar con ella. Por suerte,en esos momentos Grigori se abalanzaba sobre él,impidiendo que la muchacha acabase con un agujero humeante en su vientre.

Karl gritó para dar la alarma, y Alexeva intentó golpearle de nuevo con su improvisada maza, procurando en esa ocasión que el perseverante militar enemigo no les diera más problemas. Mientras Alexeva golpeaba de nuevo, un espantoso alarido resonó en toda la mansión...

¿Pero que demo...? Hans no pudo ni acabar la frase cuando la arcada le hizo vomitar los pocos alimentos que conservaba su cuerpo. Aquello era demasiado, había visto muchas muertes igual de repugnantes, incluso más. Pero eran muertes por mano de minas, bombas, metralla... todo factores humanos.

Fue el escenario y la forma dantesca de aquella escena, más que la sangre y las entrañas lo que le hizo vomitar, apenas un poco de líquido, poco más que un escupitajo fué lo que emanó de su cuerpo. Escupió varias veces más al momento para quitarse el regusto y luego, aún sin sacarse a Dieter de sus pensamientos se dió la vuelta y se abalanzó -casi por instinto- sobre la puerta, abriendola de una patada y apuntando a su interior con manos temblorosas. De alguna manera al ver aquella segunda muerte en ¿cinco minutos? y tan abominable y bizarra como la primera, el hecho de tener una puerta medio abierta a sus espaldas le pareció a Hans inconcebible. Casi como hacer malabarismos con granadas sin seguro.

No pensaba descuidarse para nada en aquel lugar, estaba claro que un mínimo error o despiste significaban la muerte.

No terminó de acercarse a la puerta siguiente cuando se sobresaltó. Alguien había dado tal alarido que se le habían encogido los testículos en el abdomen. No esperaba aquello. Quizás una puerta que se abriera o un "clic" que sonara bajo sus pies indicando que su vida llegaba a su fin, pero no esperaba aquel grito desgarrador que procedía de las escaleras.

Corrió en dirección a estas deshaciendo el camino andado para ver de qué garganta provenía aquel grito. Era Dieter. El muy desgraciado no había terminado ni de subir las escaleras cuando había quedado atravesado por una columna. La del jardín no era la única trampa que escondía aquella casa y se estaba poniendo la cosa cada vez más interesante. Se preguntó quién sería el siguiente en pisar donde no debía. -Ten cuidado por donde pisas doctor. No quisiera tener que quitarte las botas empapadas en sangre. Los calcetines no se secarían jamás. -Cada vez estaba más seguro. Esta casa acabaría con él. Quizás descansaría por fin y dejaría de tener esas visiones, esas pesadillas.

Dejó al pobre diablo desangrarse como el teniente hace unos minutos y se volvió al pasillo. Dudaba de si sería buena idea el probar suerte en aquellas puertas, pero la otra opción era salir a la calle y ya había pasado bastante frío. -Hey "doc" por aquí. -Se apostó en la puerta oeste del pasillo, cerca del papel que había examinado y trató de escuchar algo antes de irrumpir en la habitación con el rifle por delante.

El medico se encontraba revisando los restos del pobre desgraciado cuya piel había sido arrancada hasta los tobillos mas no pudo determinar la herramienta o el método utilizado para desollar al pobre infeliz, de nada le sirvieron los años de estudio por que nada explicaba aquel horror, algo confundido ya se disponía a aceptar su fracaso ante su compañero cuando se dio cuenta que no se encontraba a su lado, tanto se había concentrado en el cuerpo que paso por alto que Octavius revisaba una de las paredes. Que encontra... Su pregunta se vio interrumpida por el grito desgarrador de un alma condenada, el tono era tan agónico que ni siquiera lo reconoció, simplemente salio disparado escaleras abajo para ver quien era el desafortunado invitado de la muerte.

Ante sus ojos se encontraba el cadáver del valiente soldado que había sobrevivido sin queja el terrible frío del exterior, pero que ahora no sobrevivía a lo que los prisioneros seguro catalogarían como un hecho sobrenatural. Lo que nos faltaba, mas accidentes que nos pongan nerviosos.

Su compañero tenia hielo en las venas, o al menos eso fue lo que pensó el medico cuando unos segundos después del lamentable acontecimiento, ya le requería para ayudarle con aquella aparente puerta falsa... Te sigo. Murmuró

Aquella mujer, había sacado toda la furia que llevaba dentro. Grigori, intentó arrojarle al vacío, sin embargo, las cualidades de combate del campesino, no eran dignas del campo de batalla. Vió, una y otra vez como la campesina intentaba abrirle la cabeza con un golpe tras otro.

Se le revolvieron las tripas, y se quedó paralizado durante unos segundos, tiempo en el que ese soldado, empezó a reclamar ayuda. -¡Dale fuerte!- Apoyó la furia de la mujer, y el hombre se fué directo hacia la puerta por la que habían entrado. A la carrera fue a cerrarla de golpe, y después fué sin perder ni un segundo a por la butaca. La arrastró contra la puerta, para que hiciese de palanca, y resultase mas costoso abrirla desde el otro lado.

-¡Vamos!, nos van oír- susurró mientras hacia el trabajo.

La piedra esta vez no dio en el blanco aunque faltó un milímetro para que le arrancara la nariz de cuajo.

Tan pronto como Karl se vio libre de la molestia del campesino alzó el arma y apuntó a su enemigo más peligroso: Alexeva. El disparo resonó por toda la casa. A pesar de la escasa distancia que había entre ambos, la mujer consiguió esquivar el tiro. Frustrado, el sargento tiró la pistola a un lado y echó mano del fusil que llevaba al hombro.

Apenas habían avanzado dos pasos por el pasillo cuando un disparo resonó por toda la casa. Provenía de la planta de abajo y a juzgar por el sonido debía haber sido realizado por una pistola.

Hans entró en la nueva sala preparado para responder a una posible emboscada, pero allí tampoco había nadie. La sala era más pequeña que las que habían visitado hasta el momento, con unos 4 metros en la dirección norte-sur y dos metros en la dirección este-oeste. En la pared norte había un amplio ventanal y delante de él un gran escritorio, repleto de papeles amarillentos e instrumentos de escritura. Detrás del escritorio, había un cómodo sillón que ahora estaba girado hacia el ventanal. Alguno de los cristales estaban rotos mientras que en otros, se podían ver disparos de armas de fuego. Los papeles estaban todos revueltos encima del escritorio cubiertos de polvo, y muchos otros, se encontraban tirados por el suelo debido al viento que entraba por la ventana. La temperatura en la estancia era significativamente menor al del resto de la casa. En las paredes oeste, por la que los soldados habían accedido a la estancia, y en la este no había otra cosa que sendas puertas, una enfrente de la otra. La pared sur estaba ocupada en su totalidad por una estantería de madera noble que, aparte de una gran cantidad de polvo, no tenía nada.

Justo cuando terminaron la inspección de lo que sin duda debió ser el despacho del señor de la casa, el sonido de un disparo resonó en toda la casa. Era un disparo de pistola a juzgar por el sonido y sin duda provenía del salón de baile.

Un sudor frío recorrió la columna vertebral de Alexeva cuando vio cómo Karl empuñaba la pistola y abría fuego. Había oído muchas veces disparos, pero siempre desde la lejanía, nunca había tenido el cañón humeante del arma recién disparada enfrente de su mismísima cara.

La mujer rusa sabía que debería estar muerta, mas no sentía dolor alguno. Los años de entrenamiento en el ejército, empero, bastaron para que su cuerpo reaccionara. Había logrado esquivar el balazo de algún modo, y no tenía tiempo para pensar cómo. El soldado ya agarraba su fusil, y probablemente esa vez no fallaría.

Alexeva se abalanzó de nuevo sobre Karl, intentando abrir esa escurridiza cabeza suya, mientras gritaba al ruso pidiendo su ayuda

[¡El fusil! ¡Quítale el fusil!] rugió mientras proyectaba de nuevo la piedra contra la sien del alemán.

Hans estaba tan concentrado inspeccionando el lugar, intentando olvidar las tripas de Dieter desparramadas sobre el obelisco, que aquel disparo le hizo saltar e incluso apretar el gatillo aunque -por suerte- no lo suficientemente fuerte como para malgastar una bala.
Curiosamente, lo que Hans se obligó a recordar de toda aquella habitación, de todos los papeles, estanterías y puertas, fué hacia donde estaba situado el sillón de detrás del escritorio.

Hans salió corriendo de la habitación, llamando a su hermano para que le siguiera -parecía que la muerte de Dieter le había afectado bastante, pues estaba más ausente de lo habitual- y dirigiéndose al origen de los disparos.

No fue necesaria la intervención de Grigori. El golpe de la mujer fue certero y la piedra se estampó contra la sien del sargento. Alexeva notó a través de la piedra un suave crujido que indicaba que el cráneo del sargento se había fracturado. El hombre cayó hacia atrás inmediatamente, con los ojos abiertos y el rostro empapado en sangre. Era evidente que estaba muerto.

Justo en aquel momento la música de un piano inexistente comenzó a sonar en el salón de baile. Era una pieza clásica, una nana, pero tocada de forma que parecía más una marcha fúnebre que una canción destinada a dormir a un niño.

La canción se vio interrumpida bruscamente por una agitación en las manijas de las puertas dobles cuando alguien intentó entrar y se encontró con las puertas atrancadas.

Ambos soldados se precipitaron por la biblioteca y el recibidor hasta las puertas dobles del salón de baile. Cuando llegaron a las puertas creyeron oír que alguien estaba tocando el piano allí dentro, pero ignoraron el sonido preocupados por los disparos e intentaron abrir las puertas. Sin embargo, al accionar las manijas de las puertas y empujar las puertas no se abrieron. Repitieron varias veces la operación, cada vez con mayor premura, pero no consiguieron nada, las puertas estaban bloqueadas.

A punto estuvo de patear la puerta para entrar en la habitación cuando un disparo frenó su impulso. -¿Pero qué coño...? -La pierna se le había quedado congelada en el aire, como si le hubieran hecho una foto. Los músculos rígidos y la tensión del cuello por el acto instintivo de encoger los hombros. -Ha sido un puto disparo -dijo bajando la pierna de nuevo al suelo, poniendo el pie en tierra y bajando los hombros.

Agarró con firmeza el rifle y miró a su compañero. Dudó si entrar en la habitación o volver tras sus pasos para ver qué había ocurrido. Solo un disparo indicaba que posiblemente algún rehén estaría muerto, se había pasado de la raya. No creía que los demás se rindieran fácilmente solo porque algún enemigo disparara. No después de lo que habían padecido.

-¿Bajamos o seguimos con las órdenes? -le preguntó a Grüber. Se quedó mirando la puerta y las escaleras en repetidas miradas fugaces esperando que por inspiración divina le viniera sola la solución a su dilema. -¿TODO BIEN POR AHÍ ABAJO? -Era absurdo dudar de que si había alguien dentro no supiera ya de su llegada, así que por qué no probar.

La voz de Octavius les llegó desde el piso superior, lejana pero perfectamente clara:

- ¿TODO BIEN POR AHÍ ABAJO? - preguntaba.

Alexeva no perdió el tiempo. La puerta atrancada no restrasaría mucho al esto de alemanes...si es que se trataba de ellos. La mujer tomó el fusil que pendía de las ya inertes manos del Sargento Karl, sin concederse ni siquiera la posibilidad de lamentar su acción. Estaban en guerra con aquellos invasores. Y no estaban solos en la sala.

Alexeva comprobó que el fusil aún podía funcionar, y tomó del cadáver canto pudo hallar útil,para acto seguido escudriñar bien la sala en busca de otras salidas o algún otro mueble que usar como parapeto.

[¡No te quedes ahí parado!] susurró apremiante a Grigori [¡Coge la psitola y prepárate a vender cara tu vida! ¡Es nuestro deber!]

La mujer aparenteaa una calma fría como el viento invernal que azotaba las ventanas, si bien distaba mucho de sentirse así. No quería comentarlo con Grigori, pues ella parecía llevar la voz cantante, pero estaba asustada. Muy asustada. Estaba segura de haber oído a los niños en el exterior. Y un piano había sonado. No sabía si se estaba volviendo loca, pero sí estaba segura de que no permitiría que la volvieran a capturar.

Hans, tras dar las dos últimas patadas furibundas a la maldita puerta y tomar aire contestó, también voz en grito.

PIETER Y YO ESTAMOS BIEN, SOLO QUE ESTA MALDITA PUERTA SE HA ATASCADO Y CREO QUE EL DISPARO QUE HEMOS ESCUCHADO PROCEDE DE SU INTERIOR

Tomó aire tras gritar todas estas palabras y luego golpeó fuertemente la puerta, más que para abrirla para llamar la atención de quién pudiera haber dentro. Aunque al darse cuenta de lo inútil de su acto -con los golpeas que ya le había dado, de poder contestar ya lo hubieran hecho- dejo de hacerlo.

OCTAVIUS NO HAY MANERA DE QUE SE ABRA. ¿QUIÉN ESTÁ AHI ARRIBA CONTIGO?
Necesitaba abrir la puerta como fuera, así que mientras esperaba respuesta intentó forzarla con la bayoneta del fusil.