Partida Rol por web

Lirath se encargaba de uno de los marinos, Kailee había exitosamente acabado con uno de ellos y Chaz se abalanzaba demostrando todo su potencial salvajismo.

El brillo azulado de mis manos se intensificó a medida que recitaba el conjuro en voz alta. El agua helada, las olas golpeando la cubierta del barco y los truenos que hacían crujir el cielo no me detuvieron.

De mis dedos brotaron tres proyectiles semitransparentes que impactaron a gran velocidad sobre el semiorco que pretendía proteger a su amo.

El semiorco lanzó un tajo torpe que Lirath bloqueó con maestría. Mientras, Málark enviaba tres dardos de refulgente energía que se clavaron con violencia en el cuerpo del otro mestizo. Por el contrario, Chaz debía haber airado a Tempus, dios de las batallas, porque no acertó ninguno de los dos golpes.

El semiorco que cubría a Biggings dio cumplida réplica. Viendo el hueco que Chaz había abierto en sus defensas, lanzó un poderoso golpe con la cimitarra, a dos manos, que hizo aullar al cambiante. Después avanzó para dificultar el disparo de Kailee.

Chaz soltó el asta de la bisarma y se colocó justo en medio de los tres adversarios, entre los dos mestizos y el enano cabrón, mientras sacaba de la vaina su cimitarra y, esgrimiéndola con las dos manos, primero lanzó un fuerte ataque al semiorco que quedaba entre él y el resto de exesclavos, un tajo fuerte que causó una profunda herida, para seguir su camino hacia el cuerpo del enano...

La básica táctica que habíamos delineado, de mantener a los combatientes en primera fila y los lanza-conjuros en retaguardia, estaba funcionando a la perfección. No obstante, Chaz había recibido un ataque muy preocupante y resistía con valentía las estocadas que le llovían.

Pronuncié las palabras y una fuerza invisible invadió la mente de uno de los marinos repugnantes.

El semiorco que poco antes había a su lado había caído atravesado por una precisa flecha, casi al mismo tiempo que él mismo había logrado bloquear el torpe ataque de su oponente. El único problema había sido escuchar el látigo del maldito enano restallar en el aire, seguido de un gruñido del salvaje guerrero que tenía como compañero. Sabía lo mortal que podía ser aquél arma, todos lo sabían en verdad, y si el capataz decidía utilizarlo para matar en vez de simplemente torturar... 

Sabía que debía acabar rápido, y así lo hizo, atacando a fondo con sus dos armas para ser recompensando una vez más con los cortes hechos con elegancia a su enemigo. Nada podría sobrevivir a tantos daños continuados, estaba convencido...

El enano hizo restallar su látigo contra la piel húmeda de su compañero, haciendo saltar chispas e inundando la cubierta con el olor característico del pelo quemado. El cambiante, pese a la dolorosa quemadura y presa de una furia animal, intenta abalanzarse contra el contramaestre sin mirar por su integridad física, abriéndose paso entre los guardias.

Pero la elfa tiene sus propios problemas. Tras derribar a uno de ellos con una única flecha, uno de los esbirros de Biggings centra su atención sobre ella, ignorando por un momento la amenaza inmediata del hombre-bestia y aproximándose sable en mano. Kaliee retrocede. Sabe que en las distancias cortas tiene las de perder. Sobre todo cuando se trata de un curtido semiorco como aquél. El sable hace un barrido y la cazadora intenta desviar el golpe con su arco. El golpe es torpe, pero su fuerza es brutal, obligándola a dar un paso atrás. Recuperándose tras el impacto Kailee aprovecha a distancia para dar un pequeño brinco hasta las escaleras al tiempo que saca una flecha de su carcaj. Tras un pestañeo la punta afilada del proyectil atraviesa el muslo del semiorco.

Lirath y Kailee despacharon a sendos semiorcos y Biggings comenzó a ponerse nervioso. Retrocedió, haciendo chasquear su látigo, pero esta vez no acertó a Chaz.

¡Maldrek! ¡Aquí! ¡Ayuda! -gritó el enano en mitad del aguacero, mirando en todas direcciones.

Kara viendo que el cambiante sangraba profusamente por las heridas sufridas por el latigo del odioso Biggins e imaginandose que esté no resisitiría otro golpe semejante, se acerco a él por detrás y posando su mano en su hombro invoco el poder de su Dios, para curar las heridas del extraño ser.

-Kossut glacka curar stis re! Surgiendo de la palma de su mano un torrente de energía azulada que sano al instante casi por completo al cambiante, cerrandose sus heridas y dejando algún moratón, como recuerdo de las graves heridas.

Matad a Biggins! Exclamó la mujer de pelo carmesí y armadura dorada, empujando suavemente a Chaz para animarlo a que cayerá sobre él. Y arengando al resto a que hicieran lo mismo.

Tiembla perro! Le dijo a este, mirandolo fijamente desde atrás, pasandose la lengua lascivamente por los labios, ante el placer de verle caer.

Siendo golpeado en ese momento por la cimitarra mágica que lo atosigaba una y otra vez, golpeandole en ese momento a la altura del hombro, arrancandole un grito de dolor haciendole sangrar para deleite de Kara, incrustandose hasta el hueso para desaparecer de la realidad tras haber cumplido su cometido.

Biggings estaba indefenso, sus huestes habían caído y ahora clamaba por asistencia. La lluvia y las olas continuaban azotando el barco y a todos los que estábamos en cubierta. El viento bramaba con violencia y helaba hasta los huesos. Lo único que nos mantenía calientes era la sangre que corría por nuestras venas e inyectaba nuestros ojos con ansias de venganza y merecida retribución.

Hubo un destello y de mis dedos las saetas mágicas brotaron para lanzarse impíamente hacia el esclavista desesperado.

Su aparición había cambiado las cosas sobre cubierta, y lo que apenas minutos antes era solo un contratiempo para los esclavistas ahora se estaba convirtiendo en su final; teniendo que enfrentarse a las criaturas marinas que habían iniciado todo eso, apenas habían podido resistir su ataque, lo que daba como resultado a un Biggins vulnerable que, aunque vendería cara su vida, no podría hacerles frente demasiado tiempo. Si no hubiera sido por el enorme simio que habían encontrado libre en la bodega, el enano ni siquiera estaría ya con vida. 

Su impulso en esos momentos era lanzarse con el estoque por delante contra el sádico y cruel capataz, atravesar su estómago poniendo fin a su vida y disfrutar con aquél recuerdo de venganza, pero sus palabras le hicieron replantearse su estrategia, pensando en como actuaría si fuera él. Si el desalmado capitán aparecía y no lograban derribar rápido al fustigador, tendrían un problema, ya que estaba seguro de que el tiefling era un enemigo mucho más peligroso que todos aquellos necios marineros juntos, podría serlo incluso más que el mono hiperdesarrollado que había despedazado con total facilidad a uno de sus muy fugaces compañeros. Lo cierto es que el líder de aquella tripulación pirata no aparecía por ningún lado, igual que su rescatadora, Ópalo, y eso le preocupaba. 

Así que en vez de cargar como un bruto como se esperaría, salió rápido hacia las escaleras, subiendo a la zona del timonel y dando un rodeo mientras esquivaba los pocos combates que aún se libraban ajenos a ellos, para colocarse a la espalda del torturador, y en una posición en la que si Maldrek salía de su camarote, no le vería hasta que fuera demasiado tarde.

Con la pronta reacción de sus acompañantes hacia la libertad, en un abrir y cerrar de ojos, la cubierta estaba sembrada con los cuerpos de los piratas que habían logrado agunatar a los hombres-pez hasta su llegada. Ya solo quedaba el maldito enano en pié. Y Chaz lo tenía claro, él no rehuiría el enfrentamiento. 

No obstante, incluso a pesar de su estado rabioso, el cambiante había visto la destreza del enano con el látigo, y si se lanzaba contra él a lo loco tenía muchos números de caer humillado en la cubierta, así que atacó con la larga bisarma, haciendo uso de su largo alcance para poner las cosas en su sitio... pero no, no sería esa la ocasión. Con la mirada puesta en el enano, el salvaje luchador pisó uno de los cuerpos caídos de los mestizos orcos y a punto estuvo de resbalar y precipitarse fuera del navío en mitad de la tormenta.

Los esbirros de Biggings habían caído y éste, tal y como cabía esperar, pedía auxilio a gritos presa de la desesperación. Kailee, sin perder de vista al contramaestre, desciende por las escaleras a paso lento. El enano estaba solo. Con una sonrisa la elfa recordó aquellas primeras lecciones de caza. Elige a tu presa. Sepárala de la manada. Dale caza.

- De nada te servirá pedir ayuda, naugrim. Estás sólo - grita a su vez Kaliee bajo el estruendo de la tormenta - Más te valdría hacer las paces con tus dioses, pues esta noche te reunirás con ellos.

La cazadora sabía que nada hay más peligroso que una bestia acorralada, por lo que mantuvo las distancias a fin de evitar el látigo de aquel desgraciado. Había visto con sus propios ojos lo que ese azote era capaz de hacer. Levantando nuevamente su arco, Kailee susurra unas palabras en su lengua natal, desplazándose de izquierda a derecha con rapidez. Su imagen se difumina y se distorsiona cuando dos flechas salen disparadas, como si un par de arcos hubieran actuado al unísono. Biggings, que se encuentra en ese momento evitando los ataques del arma espectral convocada por su compañera, se gira por un instante. El grito de dolor del enano se escucha por toda la cubierta, por encima del entrechocar del acero y el bramido del viento. Una de las flechas se ha clavado profundamente en su pecho. Sujetando el asta, Biggings cae de rodillas, con los ojos abiertos y el rostro desencajado. El enano cae de bruces contra el suelo, muerto. El agua de la lluvia se entremezcla con la sangre que corre bajo su cadáver.

El agradable alarido de dolor del enano le sacó una sonrisa. Justo en el momento en que llegaba tras la espalda del capataz observó como este caía al suelo, atravesado por las flechas de la elfa. Estuvo a punto de reír, pero la tormenta se llevó la intención con el rugir de las olas, cuyo entrechocar contra el barco le hizo agarrarse a la borda mientras un nuevo pensamiento se arremolinaba en su mente. Con la caída de aquél ruin torturador, solo quedaba una venganza que llevar a cabo; Maldrek, el infame capitán con sangre demoníaca y negra alma aún estaba vivo, seguramente escondido en su camarote, esperando su final. 

Pero no sería rápido como el de su subordinado, no. El tiefling serviría de ejemplo para apagar cualquier duda que tuvieran los supervivientes de la tripulación sobre quien gobernaba ahora aquél barco. Y cuando fueran sumisos y no les quedara una sola gota de valor en la sangre, entonces responderían sus preguntas. Más les valía a los esclavistas tener aunque fuera una ligera idea de que hacían con sus víctimas en Amn, pues si él no encontraba una pista sobre su hermana, ellos acabarían nadando con los tiburones. 

Con un ágil movimiento, bajó de su posición y se acercó con calma al que suponía sería el camarote del líder de aquella tripulación de piratas sin escrúpulos. Un gesto pícaro y tal vez un poco sádico adornaba su rostro cuando se dirigió allí, uno que se incrementó cuando giró hacia Chaz. 

- ¿Quieres hacer los honores? - Preguntó hacia el salvaje, deseoso por entrar pero con el suficiente sentido común para no ser el primero cuando había presentes otros con más resistencia que él y cuya muerte si ocurría algo no le dolería tanto como, claramente, la suya propia. 

¡¡NNNOOOO!!

Un grave rugido escapó de las fauces abiertas del cambiante mezclándose con el estruendo de la tormenta, le habían arrebatado su presa, su venganza, su promesa de dolor. El enano muerto ya no podía sufrir el calvario sufrido por el cambiante. Las ansisas de sangre se apoderaron del salvaje guerrero y sin dudarlo se abalanzó contra... la puerta del camarote del capitán. Cimitarra en mano y la sangre mezclándose con el agua a chorro que le corría por el cuerpo. Chaz entró hecho una fiera en el lugar donde era de esperar encontrar al capitán del navío esclavista.

Chaz trató de abrir el camarote del capitán de un empellón, pero la puerta estaba cerrada, o tal vez atrancada desde dentro.

Estoy aquí -surgió la voz del tiefling desde el timón, a través de un aguacero mientras los guardias que habían sobrevivido al ataque se apresuraban a hacer frente a los esclavos fugados.

El capitán de La Arpía estaba bañado en sangre negra. Los cuerpos de los sajuagínes que había matado se amontonaban a sus pies, pero ni Ópalo ni la sacerdotisa de los diablos del mar habían hecho acto de presencia aún. Hizo una filigrana en el aire con sus kukris.

Eh, sacerdotisa roja. Es hora de que honres el acuerdo que tenemos tú y yo -dijo dirigiéndose a Kyra-. Ayúdame en esta batalla y te concederé lo que me tanto ansiabas: ser la sacerdotisa de a bordo de la Arpía.

Tras abalanzarse contra la puerta y ver que esta no cedía, el cambiante busó otra posible forma de netrar en el camarote como una ventana o puerta auxiliar. Cuando, de repente, apareció un pirata nuevo bajando por las escaleras mientras la voz del tieflin se escuchó por encima del estruendoso bramido de la tormenta.

...la reacción fue instintiva, bisceral y letal. Esta vez el acerado filo de la cimitarra corto piel, carne y hueso, dañando severamente al mestizo orco, pero no satisfecho aún el salvaje guerrero lanzó un terrible bocado al orcoide, incando los dientes en la curva del cuello, clavando y desgarrando tejido entre los gritos y aullidos de dolor del pirata.

Kara sintio una descarga de placer recorrerle la entrepierna y la espina dorsal al ver como Biggins caía atravesado por la flecha de Kaille, quedando postrado de rodillas en el suelo.

Saboreando la victoria sobre el puerco, se paso la lengua por los labios extasiada de placer, mientras preparaba una flecha para su siguiente víctima.

De improviso aparecio Maldrek y el ingenuo la hacía una propuesta a Kara.

Con sarcasmo, respondio: Demasiado tarde cariño! Lanzandole un beso a esté. Recuerda, me ibas a vender por 10000 monedas! Lo siennnto.

Huye mientras puedas! Apuntando a la hermana oscura que estaba al lado de él y soltando una certera flecha que volo a través de la tormenta clavandosela en el pecho con mortal precisión.

Huy, perdona! He fallado! Exclamó burlona a está, relamiendose de placer, esperando romperle la concentración si quería invocar un conjuro..

Mirando a Kaille, exclamo: Dispará a la Hermana Negra, acabemos con ella y  su magía.

Nuestros aliados habían estado cayendo uno a uno. Ahora, con la cubierta del barco despejada, el navío se mecía como la cáscara de una nuez frente a la voluntad inconmensurable del mar.

Los semiorcos supervivientes al fiero combate se plantaban frente a nosotros como la última barrera antes de conquistar lo ansiado. Reaccioné frente a esta idea, sin pensar más que en la libertad que nos aguardaba y en la salvaguardia de mi hermana y su pequeño hijo. 

Salté hacia delante, corriendo escaleras arriba y rozando a Kailee. Mis manos desprendían destellos eléctricos que refulgían en la noche como hijos pródigos de la tormenta que amenazaba el mundo y que se desataba, en toda su magnificencia, sobre nuestras cabezas.

El impacto de mi palma y su esperado efecto sobre el mestizo, nunca llegó. Su pericia en la guerra y sus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo, superaban a las mías en demasía. Durante ese segundo, lo único que esperé es que el contraataque no fuese terrible.

La súbita aparición de Maldrek vino acompañada por el final de los combates que se desarrollaban a su alrededor, pero tanto él como sus compañeros estaban preparados para ello. Empuñando su estoque, sin perder tiempo, se dio la vuelta hacia uno de los semiorcos antes de que pudiera reaccionar, cargando contra él aprovechando que no se habría repuesto aún del combate contra los habitantes del mar. 

Estuvo a punto de flaquear cuando las palabras del tiefling hacia Kara amenazaban con una traición, pero rápidamente dejó de pensar en ello y se centró en su cometido; al fin y al cabo, sería una lástima, pero si la hechicera les engañaba, bueno, él mismo se encargaría de que fuera lo último que hiciera.

Por suerte pareció que no iba a ser necesario, y con una sonrisa pícara ante la respuesta de la mujer miró a su oponente con maldad mientras la hoja de su espada buscaba el lugar adecuado. 

Esperando convenientemente a la caída de su subalterno, el diabólico capitán de la Arpía hizo acto de presencia sobre el castillo de popa. Bañado por la negra sangre de los sajuagines y acompañado por una mujer vestida del mismo color, el mestizo hacía gala de arrogancia, quizá demasiado seguro de sus posibilidades.

Kailee alzó la mirada tras disparar la flecha que acabó con la vida del infame contramaestre. Si aquel despreciable capitán caía todos recuperarían su ansiada libertad. Pero los pocos esclavistas que habían sobrevivido al asalto se arremolinaban en torno a ellos. Cinco contra cinco. Tres de frente, uno por el flanco y el otro por la retaguardia. La elfa no tardó en elegir su objetivo. Si Maldrek era tan diestro como imaginaba más le valdría eliminar a cualquiera que pudiera interferir antes de enfrentarse a él.

Haciendo oídos sordos a los gritos de su compañera, Kailee subió las escaleras, clavando su mirada y su flecha sobre uno de los esbirros del mestizo. Su próximo objetivo: la sacerdotisa. Eliminado el semiorco nada se interpondría entonces en su línea de tiro hacia aquellos que se encontraban sobre el castillo de popa.