Partida Rol por web

Entonces no te asustaré -dijo Morgan, devolviendo la pistola a su cinturón y dirigiéndose al timón-, sino que te enviaré sin asustar a las profundidades del océano para que te devoren los tiburones. Las mascotas de los sajuagines están hambrientas. Cumplo mis amenazas como cumplo mis promesas. Así que no abuses de mi generosidad. Eso va también por ti, semidrow. Dame los kukris de Maldrek.

La capitana pirata levantó una ceja y echó una mirada de arriba a abajo al samurai cuando éste apareció en cubierta. 

Yo estoy al mando. ¿Y tú de dónde coño sales? ¿No ves que aún estamos en medio del mar embravecido? Como el barco zozobre, te vas a ir al fondo del mar en ese montón de hojalata. 

Miró por encima de Takashi.

¡Vamos, gandules, moved el puto culo! ¡Hay trabajo que hacer! Cargad la mayor y la mesana; relingad el juanete y la gavia del palo mayor; arriad las velas de trinquete, amollad las escotas de los foques, de los estais y la mesana -rió Ópalo mientras los marineros supervivientes se afanaban en seguir sus órdenes-. ¡Vamos! ¡Pronto veréis andar a la Arpía como una putita delante de su cliente!

Ladeó la cabeza cuando volvió a subir y vio la forma en la que Ópalo se comportaba. Tal como había supuesto, no era mejor que Maldrek, y si no había perdido su orgullo en una celda, no iba a agachar la cabeza ahora que estaba fuera. Sus ojos destellaron de ira, sacó los dos kukris de su cinturón y levantó los brazos en cruz, con las armas extendidas. Una sonrisa maliciosa se extendió por su rostro mientras observaba con una mezcla de curiosidad y odio hacia Morgan.

Luego su mirada recorrió la cubierta, observando la situación en la que estaban, y vio como se ponía al timón y hablaba a los marineros. Su voz cortó sus propias palabras. Le hizo bajar los brazos, pero no devolvió aún los kukris. Las afiladas hojas quedaron mirando hacia el suelo, mientras él pensaba en lo que Maldrek había dicho y en cual sería su siguiente paso...

Pese a la presencia de las criaturas del mar, y pese a que la debían el favor de haberles rescatado, era necesario hacer que aquella mujer se diera cuenta de que no estaban bajo sus órdenes, y sobre todo que, ahora que estaban libres, no iban a someterse. La actitud de Ópalo había sentenciado la fidelidad que pudieran tener hacia ella los otros prisioneros, y eso significaba que ya no tenía que tener miedo de que ni Kailee, ni Kara, ni ninguno de los demás se opusiera a él si se enfrentaba a la capitana. 

Por supuesto, no iba a luchar en medio de aquella tormenta, pero una vez la pasaran, el conflicto sería inevitable si volvía a amenazarles, algo que, por supuesto, iba a asegurarse de que pasara. 

- Creo que me quedaré de momento los kukris, son útiles para que Maldrek hable - Sentenció, mientras los volvía a guardar en su cinturón para después mover las manos hacia la empuñadura de su estoque y su propio cuchillo. 

No apartó la mirada de Morgan, un desafío silencioso para ver como reaccionaba.

Morgan no repetía sus amenazas. Desenvainó su par de espadas cortas y se lanzó al ataque.

Matadlo.

No se esperaba aquella reacción tan repentina. En medio de la tormenta, con la posibilidad de ser devorados por el océano, suponía que Ópalo aguantara hasta que estuvieran a salvo. Después podría traicionarla, aseinarla, y una vez seguros en el calmado mar, hacer que Maldrek dijera lo que sabía. Para cuando llegaran al puerto el tiefling también habría muerto, y La Arpía sería un barco más varado sin capitán ni tripulación. 

Aún existía aquella posibilidad, pero todo se había complicado...

Kailee apoyó el cuerpo de su compañero sobre las escaleras. Sus conocimientos sobre medicina eran limitados y confiaba que la sacerdotisa supiera cómo ayudar a Weilyn. Perder a su único amigo a manos de una enfermedad después de todo lo que habían pasado juntos es algo que no podría perdonarse nunca. No después de todo aquello.

Tras asegurarse que el semielfo se encontraba a salvo, Kailee se dispuso a bajar a las bodegas con la idea de ayudar a aquellos que aún se encontraban en sus celdas, pero se detuvo al ver salir a Lirath. La actitud altanera desafiante del semidrow no parecía haber menguado tras el combate y esta vez le llevaba a enfrentarse a la nueva capitana. La reacción de Ópalo disparó todas las alarmas.

- ¡Seldarine! - exclamó la elfa. En apenas una fracción de segundo sus pies le llevaron a interponerse entre ambos contendientes. Una hoja plateada descansa sobre su mano derecha. No hay amenaza en su gesto, sólo prudencia.

- ¡¿Habéis perdido la cabeza?! - una mirada cargada de cansancio y frustración se clavó primero en Ópalo y luego en Lirath - ¡¿Acaso no habéis tenido suficiente sangre por hoy?! ¡Mirad a vuestro alrededor! Docenas de cadáveres cubren la cubierta de este navío maldito. Nuestros aliados han caído para que pudiéramos gozar de esta oportunidad y vosotros queréis arrojarla al mar... ¿por un par de sucios cuchillos?

- Escúchame bien Serpiente del Atolón del Coral - dijo dirigiéndose a Morgan - Creía que la capitana del Tridente de Panzuriel demostraría algo más sentido de común. ¿De verdad quieres arriesgar las vidas de los pocos marineros que te quedan por una afrenta como ésta? Si quieres saldar cuentas con el dhaerow espera a hacerlo en tierra. Créeme cuando te digo que no dejaré que tomes la vida de este hombre. Le debo la vida tanto como a ti. Y ya has visto de lo que somos capaces.

- Y tu, Lirath - la elfa no hizo ademán de girarse hacia su compañero - Enfunda esa lengua afilada que tienes. No sé que te traes entre manos ni porqué provocas a Ópalo, pero ten por seguro que sin ella no podremos llegar a puerto. Ya encontrarás tarde o temprano la forma de hacer que el mestizo hable. Yo misma te ayudaré si hace falta, pero devuelve esos cuchillos.

Trino aún estaba mirando la superficie del agua donde se hundiera el cuerpo de Chaz, cuando las palabras de la muchacha elfa pidieron ayuda para un compañero. La druida miró hacia el desdichado, lo recordaba vagamente de entre los esclavos de las celdas. Se encontró acercándose a ese para ver si podía ayudarle, cuando de repente, apareció nuevamente el mestizo drow y la capitana lanzaba órdenes. Y de repente, se liberó el caos en la cubierta ante la acción entre estos dos y la elfa que pedía ayuda para el hombre enfermo.

Desubicada, Trino, permaneció en un segundo plano atenta a la situación pero sin intención de intervenir en ella, no teniendo motivos para ponerse del lado de uno u otro bando. En cualquier caso no pudo evitar sentir como compartía parte de las palabras de la elfa.

Bajé la mirada para observar mi avezada armadura cuando la capitana de aquel nido de ratas me habló sobre el peligro que ésta suponía en el mar.

No había pasado un minuto cuando otra batalla parecía iniciarse. Por un momento, pensé que el caos había terminado, pero me equivoqué estrepitosamente. Esclavos libertos, marinos y piratas se enfrentaban nuevamente a pesar de que hacía no mucho empuñaban sus armas contra un enemigo común. 

Apoyé mi mano izquierda sobre la empuñadura de mi katana y con paso lento me aproximé a la escalera que descendía hacia los niveles inferiores. Mi intención era bajar a un sitio menos arreciado por los elementos y con menos posibilidades de terminar en el agua, pero tampoco quería perderme el espectáculo. 

Aguardé allí lo que fuese necesario para disfrutar del desenvolvimiento de la situación. ¿Vería un gran duelo o una pequeña trifulca?

Kara estaba restableciendo la salud a un conocido de Kailee, cuando para su sopresa Lirath y Opalo entraban en disputa por los Kukris y algo más que le hacía sospechar un cambio de actitud en el mestizo. Mmmmm, ya la esta liando! Que buscas!-pensó.

Vio que la cosa se puso seria cuando La Capitana salto con sus espadas desenvainadas sobre el mestizo. Mierda! le dio tiempo a exclamar, mientras que asia su arco colocando una flecha a modo de defensa, no teniendo claras sus intenciones, mientras que meditaba a que bando unirse.

La rápida actuación de Kailee interponiendose entre ambos y sus sabias palabras llenas de fuerza moral, parecían poder evitar el enfrentamiento. Si bien en una cosa se equivocaba, siempre quedaba Maldrek para dirigir el navio a puerto, pensó socarrona. La verdad es que ninguno de los dos le gustaban.

Deteneos! haya paz! exclamó no muy convencida mientras que vigilaba las acciones de los saugajins, especialmente del sacerdote que podia lanzar conjuros. Ese sería el que se llevaría su primer flechazo o la zorra de Ópalo, quien sabe, los caminos de Kossut son inescrutables.

Sé reconocer un desafío a mi autoridad cuando lo veo -replicó la capitana pirata-. Y no estoy dispuesta a permitir que se me cuestione. El semidrow morirá ahora, junto a todos aquellos que traten de defenderlo.

Los sajuagines gorgotearon, hinchando y deshinchando las bolsas bajo las mandíbulas.

Los últimos presos liberados se habían apartado, observando desde una distancia prudencial el desenlace de aquella riña que, a todas luces, acabaría con al menos un nuevo cuerpo alimentando el mar. No les culpaba, ya que debían su libertad a Ópalo tanto o más como a él mismo, sólo esperaba que, si no luchaban de su lado, al menos no interfirieran. 

Kailee y Kara eran otra cosa. Habían sido las primeras, junto a los que ahora yacían muertos, en unirse al motín. Habían matado y derramado sangre a su lado, habían compartido la furia y el odio de la batalla mientras se habrían paso desde sus celdas hasta Maldrek, eliminando uno por uno a todos los esbirros del tiefling. Había un vínculo, y hacían honor a él. Ahora que Morgan había sido provocada y desenvainaba sus armas, ambas habían salido en su defensa. Buscaban templar los ánimos, parar aquél combate que podía llevarles a todos al fondo del mar si se alargaba mucho y no había una mano firme en el timón, pero bajo aquella fachada de paz, estaban de su lado. Volverían a matar junto a él, en su bando, si era necesario.

Con las armas en la mano y con ellas apoyando su nueva revuelta, se sentía fuerte. Lo suficiente como para acabar con aquella mujer. Podría hacerlo incluso él sólo. Sin embargo no dijo nada, esperó que haría la ahora capitana, y mantuvo aquella sonrisa maliciosa en el rostro mientras lo hacía.

Uno de los sajuagines siseó mientras sus bolsas de aire palpitaban, y se arrojó sobre Kailee blandiendo su tridente. La velocidad del Diablo del Mar pilló a la elfa desprevenida, y éste logro hundirle en las entrañas las tres afiladas púas de acero. Kailee vomitó sangre y sintió que le fallaban las piernas. Cuando el sajuagín sacó su arma de un tirón no pudo soportarlo más y gritó de dolor, llevándose las manos a las entrañas. Ese golpe casi la mata.

Me había perdido el combate anterior pero poco tenía que lamentar. En menos de lo que tarda una espada en derramar sangre ya se había montado otro enfrentamiento mortal.

Una de aquellas criaturas marítimas se arrojó violentamente sobre una elfa. Al parecer, los amotinados (que ahora dominaban el barco) se habían fracturado en dos o tres facciones, no estaba muy seguro cuántas, ni el motivo concreto.

Entendía que los cuchillos no eran el problema, el problema era la desobediencia. Para la capitana se trataba de un ataque directo al principio fundacional que sustentaba su mando. Amenazar su supremacía desobedeciendo una órden conduciría a la indisciplina, y ésta, al caos.