Partida Rol por web

Dos guardias bajaron a custodiar a los prisioneros, de modo que la conversación que estos mantenían con Ópalo se interrumpió bruscamente. La marinera subió por las escaleras para ocuparse de alguna tarea a bordo.

Veinte minutos después regresó Kara escoltada por cuatro guardias, pero algo había cambiando. La mujer de cabellos rojos se veía limpia, y su túnica de arpillera no por sencilla dejaba de ser nueva. Más de un prisionero le dedicó una mirada de envidia al evidente trato de favor que había recibido la sacerdotisa de Kossuth. ¿Sería ahora una espía del capitán?

No obstante, nadie dijo nada. No delante de los guardias que ahora los custodiaban todo el tiempo. 

Llegó la hora de correr el manto, cuando Selûne cubría el cielo de Faerûn de una oscuridad llena de estrellas. Pero en aquella noche oscura, las lágrimas de Selûne estaban cubiertas por nubarrones negros que presagiaban tormenta.

La lluvia los golpeó primero, seguida por un viento que parecía empeñado en desasir a los marineros de los aparejos. Se escuchaban las órdenes de Biggings de reanudar las gavias y recoger todo lo demás. En aparente respuesta a los esfuerzos de la tripulación, la tormenta había arreciado. La tripulación correteaba por las jarcias como hormigas sobre una tabla a la deriva. Por toda la nave fueron elevándose otras voces en un galimatías de confusión. Los miembros de la tripulación se gritaban entre sí, exigiendo saber qué estaba pasando, mientras en las bodegas los esclavos chillaban inarticuladamente, aterrorizados por la tormenta, que podría abatirse sobre ellos mientras estaban encadenados en la oscuridad por debajo de la línea de flotación. El miedo y la miseria de La Arpía eran palpables de pronto, un denso miasma que hedía a excrementos humanos y a sudor y dejaba un sabor cobrizo en la boca de los esclavos y una untuosa pátina de desesperanza en su piel.

Una ola batió La Arpía, haciéndola zozobrar. Pero había algo más que espuma cabalgando en su seno. El mundo allá arriba explotó en un caos de gritos, maldiciones, entrechocar de aceros y recitaciones de conjuros. Los dos guardias que custodiaban a los prisioneros blandieron sus espadas curvas con nerviosismo y echaron a correr escaleras arriba.

Fueron recibidos por una andanada de virotes de ballesta. La fuerza del impacto hizo que rodaran aparatosamente por las escaleras. Las criaturas que habían disparado esos virotes emergieron relucientes a la luz de las lamparillas. Kailee reconoció a los sajuagines en cuanto sus ojos se posaron en ellos.

Las manos y los pies de dedos palmeados, la obvia flexibilidad de los miembros, los planos ojos de pez en sus cuencas cartilaginosas, aún la suave piel escamada que recubría aquellas criaturas eran tal y como la elfa había oído. Su cabeza calva y roma era deforme, ni de humano ni de pez. El gozne de sus mandíbulas quedaban debajo de los agujeros que tenía por orejas, anclando una boca lo bastante grande como para albergar la cabeza de una persona. Sus delgados labios no podían ocultar las hileras de diminutos dientes afilados. Sus hombros parecían encorvarse hacia delante, pero la postura sugería fuerza bruta más que descuido. 

Una de las criaturas se cubría con algo parecido a una capa, de color azul pálido, y un tejido era tan fino que no poseía más textura que el pétalo de una flor, ceñido de un modo que sugería la fluidez del agua.

La criatura hizo un gesto a una de sus compañeras, y ésta cogió un pequeño saco y lo arrojó hacia las celdas, al alcance de Lirtah. Al abrirla, el semidrow encontró un juego de ganzúas de buen calidad. La criatura de la capa etérea llenó las bolsas de aire detrás de su mandíbula y eructó unas palabras en común:

Un regalo de la humana llamada Ópalo.

Los sajuagines se aseguraron de que los prisioneros pudieran escapar antes de volver por donde habían venido, para reincorporarse a la batalla que seguía su curso en cubierta.

Los acontecimientos habían evolucionado más rápido de lo esperado. Luego de días de eterna tortura, anclados a la nada, encarcelados en una isla de desesperanza, una oportunidad les llegaba, en forma de violencia y muerte. Si queríamos nuestra libertad, debíamos tomarla por la fuerza.

-¡Aquí! ¡Acuí! -musitaba a través de la mordaza, golpeando con las manos atadas la cerradura de mi celda, dirigiéndome al semidrow que tenía las ganzúas. 

Jamás habría imaginado algo como lo que estaba sucediendo a su alrededor. Las palabras de Ópalo habían sido una pequeña victoria, pero en el fondo él sabía como funcionaba aquél tipo de vida. Ningún pirata ni nave de guerra atacaría a La Arpía; aquél buque era el que abordaba, no al revés. Pero todo lo que él sabía del mar eran cuentos, historias de taberna contadas por marineros borrachos con más imaginación que memoria y más ganas de ensalzar su propio culo que de contar la verdad. 

Por eso cuando aquellos seres aparecieron no supo a lo que se enfrentaba, pero se dio cuenta de que la vida sobre un barco era mucho más temible de lo que se creía. Como criaturas así podían haber asaltado aquél navío no tenía ni idea, ni tampoco de porque seguían las instrucciones de la ex-capitana, pero no tenía tiempo que perder. 

Cuando sintió las ganzúas en sus manos supo que estaba ante un trabajo de calidad excepcional, algo con lo que trabajar sin miedo para quitarse aquellos grilletes. Tal como estaba preso era complicado, pero primero los tobillos, y después sus mismas muñecas, y aquellos hierros cayeron con pesadez al suelo de madera. Era libre, o casi. El siguiente paso fue la puerta, aquello era más sencillo, mucho más, y en unos minutos estaba ya fuera.

Desde las demás celdas le miraban con ansiedad; ellos eran su vía de escape, la fuerza que necesitaba. El primero al que se acercó fue al mago que había estado hablando sin parar. A través de los barrotes le retiró la mordaza y luego se puso manos a la obra. Primero la cerradura de la celda, luego el cepo que le mantenía cautivo.

Chaz, más animal que hombre, le pillaba al lado, fue el siguiente, y después Kailee y Heren. No era necesario liberar a más, pues ningún otro iba a luchar, y estarían más seguros allí abajo. Si a ellos les pasaba algo, era mejor que aquellos a los que protegían varios de ellos no sufrieran las consecuencias de su motín y sobrevivieran. Habían pasado apenas cinco minutos*, pero debían darse prisa o todo acabaría antes de que pudieran utilizar aquél tiempo para escapar. 

Lo primero sería armarse, y lo más probable, visto lo visto, es que fueran su salvadora o la propia sacerdotisa de fuego las que pudieran decirles donde estaba su equipo. Luego, acabarían con el capitán y todos sus secuaces, poniendo especial atención en el enano capataz, y cumplirían su palabra de dar a la antigua oficial el mando de aquél cascarón. 

El cambiante estaba, como el resto de los esclavos, nervioso y agitado ante las acometidas que sufría el navío y el sonido de entrechocar de espadas y gritos de guerra y moribundos. Entonces aparecieron los hombres pez... que para sorpresa de todos arrojaron unas extrañas herramientas al mestizo. Con las que se puso manos a la obra al momento para abrir cerraduras.

Como esperaba, pronto él también estuvo fuera de la jaula, pues parecía bien claro que habría que luchar, y de otra cosa tal vez no, pero de luchar sabía.

Siendo de los primeros en verse liberado, se puso manos a la obra de inmediato, primero tomando una cimitarra y luego buscó un gran madero, barra o palanca de metal con lo que intentar ayudar ayudar al mestizo a abrir las celdas mientras el otro habría grilletes. Instintivamente empezó por la jaula de Trino, su pareja.

Kara había regresada a su celda, pero cambiada. Recibiría un trato de favor a cambio de portarse bien, ese había sido el acuerdo.

Observó como la atrevesaban con la mirada algunos de los infelices, pero a ella eso lo daba igual, ella era la elegida de Kossut. No cejaría en su empeño de salir y escapar de allí.

Pero lo que sucedio a continuación la dejo atónita, puesto que una ola consiguio golpear con mucha fuerza el barco, escuchandose a continuación voces de alarma, los dos guardias que los custodiaban subieron confusos siendo recibidos por dos letales saetas que acabarón con ellos, cayendo sus cuerpos rodando por la escalera.

La visión de escamas brillantes bajando las escaleras la alertó, enfocando toda su atención en ellos, había escuchado historias de estos seres acúaticos, pero verlos le impresiono.

Lo primero que penso era que venían a matarlos, pero para su sorpresa arrojaron una bolsa con ganzúas al semidrow, mientras que uno de ellos hablaba en común, mencionando a Opalo.

Vaya, parece que en mi ausencia estos han conseguido influenciarla, parece que después de todo hay gente con recursos en está pócilga. Cambiando a mejor la opinión del semidrow y el resto.

Como llegaron, se marcharón las criaturas, comenzando Lirath a liberar al resto menos a ella.

El truhan parecía ignorarla, como se atrevía este.-pensó

Eh! Es que acaso no me ves! exclamó confundida.

Yo tambien quiero escapar! Sacadme de aquí!

No quiero pudrirme aquí!

Quiero vengarme!

El semidrow quitó la mordaza primero y luego abrió la celda. Me tomé las muñecas cuando las cadenas cayeron al suelo.

-Gracias -le dije, mirándolo a los ojos. Tenía miedo por Lurina, pero estuve de acuerdo con lo que había decidido mi libertador. Abrir la jaula de mi hermana podría resultar más peligroso que otra cosa.

Mis correligionarios comenzaban a armarse con lo que tenían a la mano. Todo eso me era indiferente. Pronuncié las palabras mágicas, disfrutando de la posibilidad de hacerlo, y realicé los movimientos que el conjuro requería. Mi cuerpo se vio rodeado por una fuerza poderosa, magnética y misteriosa.

"Esto me dará alguna oportunidad" pensé, sabiendo que probablemente fuese insuficiente para evitar todo lo que pudiera llegarme.

-Gracias también a usted. -le dije a la criatura que nos había entregado las ganzúas. Me volteé hacia los liberados- Creo que debemos movernos cuanto antes. Podemos unos quedarnos cubriendo la retaguardia, mientras otros pueden recorrer esta cubierta, buscando armas para todos. Yo no necesito.

Cuando acabó se giró hacia Kara con una media sonrisa, clavando sus ojos rojos en ella mientras su blanca dentadura brillaba. Un destello divertido iluminó su mirada mientras recapacitaba sobre que hacer, y al final se acercó y abrió también la celda, apartándose a un lado para que la mujer saliera y poder quitarle ahí los grilletes, aunque antes de hacerla ladeó la cabeza mientras la analizaba. 

- ¿Por qué debería hacerlo? - Parecía totalmente serio, aunque un segundo después volvió a reírse con aquél tono agudo y chirriante. Cuando la dejó libre, preguntó -. Dinos si has visto nuestras cosas mientras estabas fuera; si queremos tomar el barco, será mejor que nos armemos de verdad.

Eres inteligente al liberarme mestizo! Exclamó sonriendo mientras que enarcaba una ceja, sin intención de herirle.

Prosiguiendo a continuación:

En mi visita al camarote del Capitán, pude contar más de una docena de guardias y 6 ó 7 marineros.

Nuestras posesiones viajan a bordo, eso es lo puedo confirmar, ya que el mismo dijo que las vendería por un buen precio.

Por lástima no vi compartimentos especiales o custodiados que me hagan sospechar que estuvieran hay.

Mesandose la barbilla, prosiguio:

Si quieres revisa la bodega por si hubiera algo interesante aquí, mientras que nosotros nos sumamos a la refriega y luchamos por nuestra libertad!

Invocaré a un ser de poder para que nos ayude en el combate y haré fluir la magía que corre por mis venas, cuando esteís preparados.

Asintió, sin dar importancia a lo de mestizo, mientras señalaba al hechicero. 

- Haced caso entonces, revisad la bodega rápido, tenemos que unirnos a la refriega y acabar con esto antes de que se den cuenta de que hemos escapado - Sonrió -. Nuestro objetivo es ese enano zoquete y el capitán, si ellos caen, Ópalo podrá hacerse con el control y seremos libres... - Se puso en marcha -. Ahora vamos, sin hacer ruido y preparados para cualquier cosa. Que un par se queden aquí para encargarse de cualquiera que baje.

Dicho esto salió disparado hacia las zonas de la bodega que no había visto desde que estaba cautivo, buscando cualquier cosa que les pudiera ser de utilizad antes de lanzarse al ataque. 

Hay un montón de cajas distintas a las demás: de acero donde el resto son de madera, con candados frente al resto que pueden abrirse utilizando una simple palanca. Está claro que guardan mercancía valiosa que quieren tener alejado de las manos largas que pudiera tener un marinero demasiado listo para su bien.

Kara comenzo a poner en orden sus conjuros, mientras se fijaba que habilidades podian poseer sus nuevos aliados, se percato que Chaz había cojido una cimitarra.

Aún desconocía que podian hacer el resto.

Asentí ante las palabras de ambos.

-Permaneceré aquí -indiqué, frotándome las manos-, si alguien intenta bajar, se encontrará con una sorpresa... -hice una pausa y torcí el gesto- No soy bueno cuando se trata de espadas, digamos; prefiero mantener las distancias.

A continuación, tomé una posición ventajosa que me diese un ángulo amplio y distante a la escalera, con tiempo suficiente como para poder lanzar un conjuro sin tener que llegar al cuerpo a cuerpo, si a alguno se le ocurría bajar.

- ¡Cambiante! - Aprovechando el ruido de la batalla se atrevió a gritar a Chaz, esperando que se diera por aludido pero sin sentirse ofendido, ya que no conocía su nombre. El tiempo apremiaba y no podía hacerlo todo solo, así que en cuanto le vio llegar señalo con un gesto de cabeza las cajas de madera que había desperdigadas por la bodega, y las cuales sería fácil abrir haciendo palanca con, por ejemplo, la cimitarra.

Él, por su parte, ya estaba forzando la primera de las cerraduras que le llamaron la atención, ya que ocultaban algo que se habían tomado la molestia de apartar, proteger y reforzar. Con manos diestras aunque no tanto como le habría gustado, fue abriéndolas una tras otra para después dejar caer la pesada tapa de acero al suelo, que caían con un golpe sordo sobre el entablado, y miraba en su interior a ver cuál era el premio de aquellos valiosos minutos gastados.

Una vez abiertas las jaulas, mientras el mestizo élfico se fue a dar un vistazo, Chaz quitó la armadura de cuero a uno de los piratas y se la puso sin más ceremonias ni ascos.

Con eso estaba cuando escuchó al ladronzuelo como le llamaba la atención. Fue a dar un vistazo terminando de ajustar las correas y con la cimitarra pasada por el cinturón.

-Chasquido o Chaz, mejor. ¿Qué?-Al ver el montón de cajas, el cambiante también se puso a abrirlas.

Una afilada cuchilla brotó de un costado de la caja metálica y estuvo a punto de seccionar el brazo de Lirath cuando fue a abrirla.

Al ver como se disparó una trampa en una de las cajas el cambiante se detuvo. De inmediato, recelando, y viendo el estado de la herida del mestizo.

-Tal vez nuestras cosas estén aquí, pero no me sorprendería que estuviera en el camarote del capitán, no deben ser muchas las cosa y sí valiosas. Por mucho que sea el jefe, estos son piratas... solo un necio confiaría en sus subalternos.-Mirando hacia las escaleras añade.- Vayamos a inclinar la balanza y a ganarnos la libertad, ahora que podmeos influir.

Dicho eso se dirigió de nuevo hacia la parte cecana a las escaleras para dar un vistazo.