Partida Rol por web

Pancho asiente ante las palabras de Lonegan

Deja que James Mc Ready se adelante, dejándole espacio, y continúa tras el, manteniendo una buena distancia prudencial de unas decenas de metros pero intentando no perderle de vista.

Llevada por la curiosidad, me adentro en la mina junto con los demás. Quiero saber qué demonios hay aquí que merece tomarse tantas molestias.

Avanzamos despacio, mirando el suelo para evitar tropezones y llevándonos algún golpe en la cabeza allí donde el techo es más bajo. Maldigo por lo bajo mientras nos adentramos en la mina. Pero no veo nada especial, nada que haga esta mina distinta de otras.

Al llegar al desvío me dirijo hacia abajo. Pero entonces Jack propone seguir por el otro camino
-Pero...- la réplica muere en mis labios. Jack tiene razón,  es más probable que el polvorín esté ahi, aunque a estas alturas empiezo a dudar que lo tengan en la mina. "Podría ser que trajese todos los días los explosivos que necesitan" Es bastante ilógico e incluso más peligroso, pero si están obsesionados con guardar el secreto, es la mejor opción.

En cualquier caso da igual, Jack es el jefe y vamos donde él diga.

-Está bien-contestó James condiendo a Jack la decisión final de por donde seguir.

Al fin y al cabo, el argumento era razonable. Y si no, siempre podrían dar vuelta.

Michael escuchó chillar a la niña antes de poder verla en manos de aquel tipo de fatal catadura. A su lado otros cuatro le apuntaban con diversas armas mientras otro se sujetaba el brazo y uno más yacía en el suelo, inmóvil, probablemente muerto.

La cosa pintaba fatal, tanto para él, como para aquellas dos pobres niñas. El estilo del jugador nunca había sido el de hacerse el héroe o luchar hasta el fin. A fin de cuentas siempre había otro modo de hacer las cosas ¿no? Quizás aquellos tipos se contentaran con caputarle en lugar de matarle sin más, cosa que probablemente ocurriría si el tiroteo se prolongaba.

Con cuidado desamartilló el revólver y lo arrojó deslizando por el suelo hacia los piel del que parecía el jefe. Después se desabrochó el cinturón, cargado con la munión e hizo lo mismo. Entonces levantó las manos por encima del reborde de la mesa en un claro gesto de rendición y un instante después, sacó lentamente la cabeza, con la esperanza de que no se la volaran así sin más.

- Me rindo. Podeís dejar ya a esas niñas - y se puso en pie por completo mientras continuaba con las manos en alto - tengo dinero si es lo que venis a buscar - y con mucha lentitud les arrojó la cartera que había sostenido con dos dedos y que se estrelló contra el suelo dejando unos pocos billetes y haciendo rodar monedas por el suelo de la cocina.

El pasillo serpenteaba decenas de metros más adelante, y aunque pequeñas y oscuras desviaciones del túnel se entrelazaban cada pocos metros, Lonegan continuó al frente por el camino principal sin dudar ni un instante.

Aproximadamente cada veintena de metros había una lámpara colgada de la pared, con una débil llama que apenas iluminaba un metro de su alrededor, lo justo para intuir la silueta del camino. Finalmente, Una luz más brillante en la lejanía de un tramo recto os dejó ver unas sólidas puertas de madera bloqueando el acceso a alguna otra sección. Avanzasteis hacia ellas con entusiasmo, pero de repente percibisteis un movimiento inesperado y os apartasteis a un extremo del túnel.

En un recodo cercano a las puertas, frente a una caja de madera a modo de mesa sobre el que descansaba una brillante lámpara de aceite, se encontraban dos hombres armados echando una partida de cartas. No parecían haberos visto de inmediato, pero lo harían en el momento en que os acercáseis a las puertas.

El hombre que sostenía a la niña sonrió de satisfacción entre jadeos. Todos con quienes te habías batido a tiros salieron de sus refugios tras muebles o los recodos de las puertas. Uno fue a ayudar a su compañero herido, pero el resto continuaron apuntándote con sus armas.

Se escucharon entonces los pasos de unas botas muy pesadas, con el entrechocar metálico de unas espuelas contra el suelo. A través de la habitación que daba a la puerta trasera apareció un hombre más; estaba mal afeitado, vestía de cuero negro, y aunque bajo, era tan ancho como un bisonte joven. Sobre el hombro llevaba un rifle que aún emitía humo por el cañón a causa de unos disparos recientes. Si tuvieras que adivinar, dirías que era el arma que se había disparado indiscriminadamente al asaltar por la parte trasera de la casa. El hombre sonreía de oreja a oreja, como un niño que hubiera encontrado su juguete favorito.

- Vaya, vaya. - Su voz estaba libre de miedo, dudas, o preocupación por el que debía de ser uno de sus hombres - Veníamos buscando unas molestas crías de rata doméstica, y nos encontramos de premio con un zorro del desierto. - dejó su conversación a medias por un instante y se agachó a recoger la cartera que habías arrojado, casi con dramatismo. - Qué adinerado zorro; y generoso también. Gracias, lo acepto con gusto. - A una señal suya, tuviste que salir plenamente al centro de la habitación, donde fuiste rodeado sin ninguna consideración por los hombres armados y apuntándote.

- Pero mira que es mala suerte, todo un dilema. Él me pide que le lleve también a las niñas; tú quieres que las suelte... - Agitó un momento la atiborrada cartera dejando que se escuchase el choque de los peniques y los dólares de plata en su interior. - ¡y no sabría decir quién me paga mejor! Pero el caso es que ya había dado mi palabra, y ¿sabes? me considero un caballero de honor... mmm... mmm... ¿sabes qué? Voy a dejar que hables por ti mismo con mi jefe, a ver si eres capaz de convencer al hijo de Yietso. - sin previo aviso, el hombres a tu espalda descargó un terrible golpe con la culata del revolver sobre tu nuca, pero aquello no fue suficiente para desmayarte por completo.

Entre una lluvia de golpes y patadas, y mientras el risueño jefe de aquellos bandidos se reía como enloquecido, te desmayaste.

La cabeza te daba vueltas, sentías todo el cuerpo entumecido y dolorido, no veías nada, y no sabías donde te encontrabas. Un saco de tela o algo parecido te cubría el rostro, estabas sentado, con los pies atados a las patas de la silla, las manos igual tras el respaldo, y una mordaza en la boca. La sorpresa inicial fue mayúscula, pero tras lo que te parecieron minutos durante los que tu corazón desbocado se pudo calmar un tanto, no escuchaste nada.

Aquello no significaba que hubieras perdido el sentido del oído. El suelo irregular raspaba las patas de la silla si te movías, acompañado por una punzada de dolor allí donde te apretaba el derringer dentro de la bota; y en la lejanía, ahogado como si hubiera decenas de metros de distancia entre vosotros, se escuchaba una leve voz de la cual no podías entender las palabras, pero nada más.

Todo el recorrido habías seguido al fantasma del anciano indio. Estabas convencido de que debía de estaros guiando hacia algún lugar, pero no contabas con los guardias, que casi te pillaron por sorpresa.

El indio los ignoró y continuó caminando, y ellos no podían verle, atravesando las puertas de madera al final con la carta de poker en llamas en alto. Al atravesarla, la carta dejó un dibujo de madera quemada en su superficie, con la forma del as de picas, pero al desaparecer segundos después confirmaste que, una vez más, no era nada más que un añadido de tus visiones.

McReady avanzaba algo agachado y pegado a la pared intentando hacer el menor ruido posible. Al pasar al lado de las lámparas estas proyectaban sombras gigantescas sobre la pared opuesta de la cueva.

Pancho desenfundó su revólver y con parsimonia siguió los pasos de Mc Ready en dirección a las puertas de madera.

Sin embargo, al avanzar golpeó con sus botas una de las muchas piedras que yacían en el suelo de la caverna.

Jack iba tan obcecado en seguir el camino, que a punto estuvo de no fijarse en los hombres que hacían guardia junto a la puerta. Pero tirando de reflejos, al intuir el movimiento de uno de los guardias, consiguió hacerse a un lado y ocultarse tras un pequeño saliente que hacía la pared del túnel sin hacer el menor ruido.

Cuando pensaba que todo estaba en orden, maldijo para sus adentros al escuchar un ruido de piedras detrás de él. Lonegan se giró brevemente para comprobar que había sido Pancho el autor del ruido. Ahora solo esperaba que los guardias no tuvieran el oido tan fino como él.

Hacia años que no pisaba una mina. Estar aquí dentro me trae recuerdos desagradables. Sigo a los chicos mientras voy enfrascada en mis propios pensamientos y con esa sensación de que existen personas condenadas a ver estas "paredes" todos los días de su vida a cambio de una monedas para subsistir.

Casi no hay luz pero no importa, todas las minas son iguales ¿no? Oscuras y con el aire viciado.

Voy tan dentro de mis pensamientos que ni siquiera me doy cuenta de cuando los otros se apartan. Pancho golpea una de las piedrasy se para de golpe. Y yo que voy detrás suyo, distraida, me choco contra él

-¿Qué...?- lo que iba a preguntar se queda en el aire. Me acabo de dar cuenta de la metedura de pata que he tenido.

Michael se revolvió confuso al empezar a despertarse haciendo que la superficie sobre la que estaba se tambaleara peligrosamente. Intentó mover los brazos y las piernas y sintió como las cuerdas le quemaban las muñecas y los tobillos. Sintió la presión bajo su trasero y entendió que estaba atado a algún tipo de silla. Abrió los ojos tanto como pudo y no empezó a respirar cada vez más rápido, hasta jadear con desesperación, antes de darse cuenta de que estaba cubierto con un saco.

Cuando pudo tranquilizarse empezó a plantearse sus opciones. Aquello pintaba bastante mal, pero siempre acababa encontrando una salida ¿no?

El fortuito tropezón de Pancho hizo que los guardas levantaran la mirada de su partida de cartas extrañados, sin embargo, no fue hasta que Juanita cometió su desliz que se giraron rápidamente con los ojos como platos al veros a punto de escabulliros delante de sus narices.

Aún tardaron un instante en reaccionar, pero lo hicieron con precisión, mientras uno tumbaba el arcón de madera para que les sirviera a ambos de cobertura, el otro desenfundaba su revolver y os apuntó con él. - ¡Intrusos, alarma! - gritó, a pesar de todo la única respuesta fue la de su compañero - ¿A quién? Joder, ¿donde están esos asquerosos mineros cuando se les necesita? -

A medida que te acostumbrabas a la oscuridad del saco y te tranquilizabas comenzabas a ser más consciente de tu alrededor; podías notar el penetrante olor de tierra húmeda y además hacía frío. Mientras forcejeabas con las cuerdas tanteando su robustez, en la lejanía la voz que podías escuchar se alzó hasta convertirse en un grito.

La voz aún era demasiado lejana y no parecía acercarse hacia donde te encontrabas; continuabas sin ser capaz de entender lo que decía, pero por el tono había algún tipo de discusión o altercado entre manos.

La suerte no les había acompañado. Apenas había sido nada, pero en medio del sepulcral silencio de la mina, cualquier pequeño ruido se percibía como aumentado y fue suficiente para que los guardias precibiesen su presencia. La de Pancho y Juanita, que no la suya, que iba algo adelantado. Por fortuna, aún podría usar ese inconveniente para obtener alguna ventaja. Los guardias tumbaron la mesa para darse cobertura en relación a donde venía el ruido, pero estando él más avanzado y sin que hubiera sido descubierto, la situación se volvía favorable para James, que alzando el rifle rápidamente, se quedó inmóvil, afianzado sobre una roca y abrió fuego contra uno de los tipos.

Michael se tambaleó en la silla al forcejear con las ataduras y casi hizo caer ésta, por lo que detuvo sus intentos de liberarse. Un momento después, se lo pensó mejor y volvió a moverse, balanceando con cuidado la silla hacia adelante y hacia atrás. Metió la barbilla contra el pecho y tiró la silla hacia adelante. Sin duda se golpearía la cabeza o la cara, pero eso era mejor que hacerse daño en las manos o un brazo, si caía de lado o hacia atrás. Además, previendo el golpe y haciéndolo despacio esperaba no hacerse demasiado daño.

Una vez en el suelo volvió a forcejear con las ataduras. No era difícil que aquellos que le habían atado hubieran pasado por alto la posiblidad de sacar las manos por encima del respaldo o por debajo de las patas y tan sólo hubieran previsto que sentado apenas podría moverse. En cualquier caso en el suelo tendría algo más de movilidad y tendría más posibilidades de liberarse o incluso partir un travesaño de la silla si hacía falta.

Supongo que los demás estaban pendientes porque veo que reaccionan con rapidez. Pero yo llevo todo el día... "¡Qué diablos, llevo desde ayer, con la cabeza en otro lado!"

Así que cuando, después de chocar contra Pancho, escucho el sonido de los muebles, tardo un momento en reaccionar. Para cuando quiero desenfundar, ya están parapetados y yo, aún estoy descentrada sin tener claro si esconderme o disparar.

Disparo intentando aprovechar el momento pero, no estoy apuntando bien y el disparo se pierde.

¿Sólo dos? Pancho pensó que ni merecía la pena malgastar balas.

-¡Panda de malnacidos! ¡Somos la banda de Lonegan! ¡No os pagan lo suficiente para perder vuestro pellejo!-

-¡Estáis en mala situación! ¡No hay nadie que pueda ayudaros, taponamos la salida y somos el doble que vosotros! ¡Si rendís vuestras armas ahora, prometemos no haceros daño! ¡Pero como opongáis resistencia vais a acabar fiambres los dos!-