Partida Rol por web

Precariedad

.Viernes 26 Abril 1996

Cargando editor
03/11/2010, 11:19
Director

Dacijaj. Casa Misimovic. Viernes 26 - Abril - 1996, 0:02. Habitación de Ywen Roth.

Otros dos golpes exactamente iguales a los anteriores fueron la respuesta recibida.

Tras unos brevísimos instantes de silencio el sonido volvió a reproducirse, aunque esta vez fueron cuatro los golpes, firmes pero no exentos de cierta musicalidad, los que resonaron sobre la puerta.

La tormenta se tomó un respiro, el viento cesó, y eso permitió que el goteo de algún grifo mal cerrado se escuchara desde el baño.

Un poderoso trueno enfureció de nuevo al clima y la noche tras la ventana volvió a teñirse del blanco de la nieve, fue entonces otro sonido el que se sintió, la doctora no lo reconoció, le había sonido a una especie de derrumbe, o tal vez alguna especie de mecanismo, grave y continuo durante unos segundos para después pararse por completo.

¡WOZCIAJ!

Esa palabra retumbó en todas las paredes de la casa, en el oído de Ywen, en su cabeza, fue un grito de rabia, escalofriante y sugerente.

Dos toques más apremiantes sobre la gruesa madera.

Cargando editor
07/11/2010, 19:20
Ywen Roth

Ni una sola sílaba en respuesta.

¡Venga ya, no puede ser cierto!… Casi no podía ni creérselo y precisamente eso fue lo que sus gestos reflejaron de inmediato, puesto que acababa de poner los ojos en blanco, mordiéndose el labio inferior con desgana, para justamente después separarlos ligeramente y expulsar de inmediato el aire de los pulmones con fuerza.

¿Realmente el que estaba al otro lado de la puerta era “el mudo”? ¿En serio era precisamente Dejan el que se había acercado a sacarla de la cama en medio de la noche? Porque sí, para aquella mujer era precisamente eso… hora de estar más que dormida. ¿Y cómo se suponía que aquel individuo iba a explicarle con la suficiente celeridad lo que ocurría en aquella situación que parecía, a tenor del golpeteo, revestida de semejante apremio? ¿Garabateando un croquis? ¡Más le valía ser buen dibujante o, mejor pensado, a ella extremar entendederas!

Aunque aquella musicalidad… aquel tonillo que se dejaba entrever a ratos en algunos de los toques de la llamada la tenía francamente confundida, era como si todo aquel asunto no dejara de estar en el fondo revestido de cierto grado de guasa que no le encajaba en absoluto con el carácter del mayordomo. ¡A ver si iba a resultar que el que encaraba la puerta del otro extremo pasaba directamente de responder y no era Dejan! En fin... estaba a un paso de comprobarlo.

El caso era que Ywen Roth jamás se había asemejado en comportamiento a un avestruz y de ahí se podía deducir que no tenía la más mínima intención de quedarse allí plantada simulando su mera inexistencia, de manera que asió con rapidez la bata que había dejado tendida a los pies de la cama, cruzándosela apropiadamente y anudándosela con bastante gracia a la cintura, y se calzó de inmediato las zapatillas de piel, quedando claro a su vez que tampoco se le había pasado ni por un instante por la cabeza el hecho de abrir la puerta en tan sólo un camisón, a pesar de que aún así las prendas que la envolvían en aquellos instantes la revestían de una dosis de feminidad con la que francamente no se hallaba cómoda más allá de su propia intimidad.

Por último, unido al renovado retumbar de la tormenta y al grito de ¡Wozciaj! , toda la sangre de la británica se aceleró de tal modo que varios acontecimientos se precipitaron en su línea temporal de manera súbita e imprecisa: extrajo la llave del cajón, se aproximó a la puerta y la abrió en un pestañeo, mientras todo su proceso mental se veía solapado por aguas estancadas sin remedio debido al desconocimiento, preguntándose a su vez si el ruido tendría que ver con la Edad Media o con la actual.

- ¿Y bien? – Ninguna animosidad en el tono y, por supuesto, tampoco exigencia. Todo en ella era confusión e incertidumbre.

…Y, sin embargo, mantenía un pie sujetando la puerta entreabierta y el cuerpo apoyado en ella para que, en el caso de tener que cerrarla de golpe o aguantar un envite, al menos albergase alguna posibilidad de éxito. De hecho, una de sus manos había pasado con denotada presteza de rozar la tela que revestía su cuerpo a asir con fuerza la manilla de la madera batiente. Ni raso, ni seda, ambos géneros demasiado fríos, suaves en exceso hasta el punto de casi producirle dentera. Ella prefería los tejidos que provocaban que las yemas de sus dedos se enredaran en ellos.

Cargando editor
10/11/2010, 10:57
Dejan

El mudo mayordomo aguardaba al otro lado de la puerta, rostro serio, mirada apremiante adornada por un brillo de excitación, como si la adrenalina luchara por imponerse a la eterna profesionalidad de la que siempre hacia gala Dejan.

Alzó su mano derecha, dedo índice extendido para señalar a la doctora en primer lugar, luego a él, y por último el pasillo que llevaba a las escaleras que conducían a la planta baja de la fortaleza. Ahora no se oía nada más allá de la puerta, únicamente le llamó la atención un suave que no consiguió identificar, pero que le recordó a algún tipo de comida.

El hombre vestía exactamente igual que cuando lo vio por última vez, exceptuando sus zapatos, que ahora se habían transformado en unas botas que parecían más adecuadas para el frío y el exterior que los cuidados y elegantes que llevaba con anterioridad.

Repitió el gesto una vez más, para asegurarse de que la mujer tras la puerta lo había entendido.

Cargando editor
14/11/2010, 13:14
Ywen Roth

Y… sí, todo aquello poseía cierta guasa macabra, más allá del repiqueteo de nudillos de la puerta.
Y… sí, allí estaba Dejan, el experto en comunicaciones de la fortaleza.
Y…no, Ywen no tenía la más mínima intención de deambular íntimamente por la mansión en camisón, bata y zapatillas. No ya por un tema de educación, sino más bien de simple decoro sublimado en exceso por culpa de un pasado en ciertos aspectos deleznable. Tampoco se trataba de una cuestión de respeto, ni hacia sí misma ni hacia el resto, sino más bien tenía que ver con un pudor inducido a golpes y, a todas luces, claramente obsoleto. Había ciertas costumbres adquiridas por estricta obligación que lograban trascender, e incluso a veces sublimarse, muy a pesar del sufrido propietario.

La vista clavada en Dejan, tentada en exceso de mandarle a “tomar por allí donde la espalda pierde su casto nombre”. Cosa que obviamente se cuidó mucho de hacer, puesto que por encima de todo era consciente de que aquel hombre no albergaba la culpa de nada de lo que le estaba sucediendo y bastante tenía el pobre con aguantar a la ignorante de turno, que en aquella ocasión no era otra que la que allí se hallaba presente, encarándole directamente. Sí, ignorante… ajena, inconsciente, desinformada o como quisiera llamársele, el caso era que aquella casa encajaba por méritos propios en cualquier capítulo de la serie Expediente-X que, por cierto, iba ya por su tercera temporada en antena y la británica tenía el placer de detestar. ¿Qué por qué? ¿Acaso no había suficientes rarezas ya en las vidas de las personas como para tener que inventarse aquel tipo de tramas? ¡Pero, por dios, qué les pasaba últimamente a los guionistas!

Claro que… vivido lo vivido a lo largo de este día… Frunció el ceño y soltó el aire con fuerza, a punto de ser mal educada y echarle un vistazo agriamente a las manecillas de su reloj, porque no, no eran horas de andar trastornando a la gente. ¿O acaso se hallaban en plena evacuación? ¿Se les venía la casa encima? ¡Porque con todo el ruido del que acababa de ser testigo bien podía ser!

Admitámoslo… había consentido el hecho de convertirse en la última pasajera de un autobús camino del fin del mundo, se había subido al coche de un desconocido, que bien podía haber acabado descuartizándola, en aras de la consecución de sus objetivos artísticos y, por último, había aceptado hospedarse en una fortaleza anclada tecnológicamente en el siglo pasado y atestada de desconocidos, a cual más curioso, aún a sabiendas de que por culpa de la meteorología se podía quedar aislada allí dentro y… ¿ahora se iba a negar a acompañar a aquel hombre con ojos de “¡venga, vamos, que no estoy para perder tiempo!” y botas de “¡ni te imaginas lo que tiene uno que tragar por ser mudo y mayordomo!”? ¿De verdad? ¿En serio se hallaba más segura encerrada dentro de un dormitorio, sola y probablemente ya incapacitada para volver a pegar ojo?

No, dentro de aquel mundo al revés la estancia en la que se encontraba no suponía ningún tipo de refugio, ni siquiera aunque estuviera en posesión de la llave. ¡Cómo podía haberse llegado a sentir aliviada en algún momento allí dentro! ¡Qué estupidez! Y más aún ella que sabía a ciencia cierta que el único cobijo viable en cualquier situación era el conocimiento. La consciencia, unida a la competencia, eran los auténticos generadores del raciocinio, mientras que la ignorancia y la cobardía eran, bajo su criterio, dos de los peores enemigos del ser humano.

Por toda respuesta llegó un: - Espero que todo esto conlleve tarde o temprano algún tipo de explicación... – envuelto en un tono que restaba dureza a los términos y los dotaba de una elevada dosis de desaliento – deme un par de minutos, por favor… - si había tardado en llamarla hasta entonces, unos segundos más no podían suponer tanto. Cerró la puerta de nuevo, sólo que esta vez sin llave, acercándose de inmediato al armario y vistiéndose con suma celeridad.

...E increíblemente el pronóstico fue aproximado y en breves instantes una mujer ataviada con un pantalón cómodo y ajustado de color verde musgo, un suéter de cuello vuelto entallado de tono bastante más oscuro y unas elegantes, pero abrigadas, botas de piel hasta la rodilla apareció con rapidez en el umbral de la puerta, que atravesó mientras se echaba un grueso chal, que dotaba de calidez y gracilidad al conjunto, por encima de los hombros, revestida sobre todo con la firmeza de alguien que no había perdido el tiempo en mirarse al espejo, pero que aún así albergaba la seguridad de no necesitarlo. Se apartó sencillamente el cabello hacia un lado por detrás de la oreja derecha, sobre la muñeca por encima del reloj por si acaso la necesitaba portaba una goma de pelo oscura, ya que en ocasiones éste le molestaba, cerró con llave tras de sí y la guardó en el bolsillo del pantalón junto a la otra que acababa de recoger de la mesilla, para que ambas se hicieran grata compañía.

- Gracias… - y se dispuso a seguirle con la misma premura mostrada hasta el instante. ¿Hacia dónde? ¿Se podía fiar de aquel hombre? ¿O cabía la posibilidad de que sin saberlo caminara hacia el fin de su tiempo entendido como tal? Sonrió, sopesando internamente si ese tiempo suyo no se habría acabado hacía mucho ya y desde entonces no estaría viviendo de prestado.

Cargando editor
18/11/2010, 13:04
Director

Dejan asintió con gesto impaciente a la petición de tiempo,
pero, tampoco iba a forzarla, por lo de momento, así que no tuvo más remedio
que resignarse a la espera. Resultó ser sorprendentemente corta. Miró el
calzado que portaba la rubia mujer y luego su cuerpo, y a pesar de la situación
y el momento, no pudo menos que admirar la elegante belleza de la que aquella
inglesa hacía gala.

Le hubiera encantado visitar aquel país, durante la guerra,
conoció a un soldado inglés, le contó muchas cosas maravillosas de su patria,
hablaba de ella con un gran orgullo y una añoranza que resultaba desgarradora.
Era de Bellingham, un pequeño pueblo del condado de Hexham, nombres que nunca
habían significado nada hasta entonces para Dejan, adquirieron un romántico
significado. Y pesar de que le prometió que algún día los visitaría cuando
James, que así se llamaban el inglés, nunca lo hizo, desde el día en que pisó
la vieja casa Misimovic, supo que jamás la abandonaría.

Pero le habría gustado que le contara algunas cosas de aquel
lugar. Dejan daba por supuesto que todos los ingleses lo conocían.

Hizo un gesto con la mano indicando que la siguiera, se dio
media vuelta y comenzó a bajar por la escalera principal, al llegar abajo tiró
a la derecha, y abrió una puerta por la que aún no había pasado Ywen durante su
breve estancia en la fortaleza. Un amplio pasillo de la misma piedra que el
resto de la casa la recibió, dos candelabros sencillos iluminaba los casi tres
metros de sólida pared que daban paso a una bifurcación en forma de T. Cogieron
el camino de la derecha nuevamente, al mirar hacia el otro, Ywen vio a poca
distancia una recia puerta de madera de doble hoja.

El nuevo pasillo era similar al anterior, y de nuevo había dos
caminos con la misma disposición que el cruce anterior. Tomó el de la derecha
una vez más, un corredor considerablemente más estrecho y oscuro, cuyo final
era una puerta de madera, de la cual colgaba un candado abierto. La luz se hizo
más tenue, y una escalera en forma de espiral fue la siguiente estación en
aquel recorrido hacia las entrañas de la edificación. Los escalones eran altos,
y de una piedra diferente hasta la vista en aquel momento. Se veían bastante
desgastados por el uso y ligeramente resbaladizos.

Pero no fue un descenso demasiado largo y enseguida, la
doctora se encontró rodeada de varios toneles de madera, algunas vitrinas de
cristal sucio en cuyo interior se distinguían algunas botellas. La luz venía de
una linterna tipo faro que se encontraba depositada sobre una de las barricas. Más
allá del resplandor, Ywen sólo veía oscuridad, así que le resultó imposible
saber el tamaño de la estancia donde se encontraba. Olía a humedad, a tierra
mojada y a moho.

Dejan agarró la linterna, y con la imperturbabilidad que le
caracterizaba echó a andar de nuevo, iluminando el mismo paisaje durante unos
cuantos metros más. Una vieja puerta abierta, de madera, reforzada con
traveseras de metal, en mucho mejor estado que el material original, dejaba
escapar un haz de luz. La piedra del suelo se convirtió en barro. El mayordomo
continuó, pero pasar tuvo que agachar la cabeza, y permanecer en esa posición
mientras avanzaba por el angosto corredor de piedra.

Dacijaj. Casa Misimovic. Viernes 26 - Abril - 1996, 0:26. Lugar desconocido.

La oscuridad era absoluta a espaldas de Ywen, y la sensación
de claustrofobia comenzó a ser inevitable, el camino era ligeramente
descendente, y tras una brusca curva, se abrió ante ambos lo que parecía una cueva
natural. Enfocando a una de las paredes, había una linterna exactamente igual
que la que portaba Dejan. El cual señaló el lugar y dejó paso a Ywen sin
avanzar ni un paso más al interior.

Desde aquella distancia, unos seis o siete metros, sólo pudo
distinguir una buena cantidad de piedras apiladas hasta casi la altura de
cintura, frente a la luz, que buscaba abrirse paso entre las sombras que
proyectaba aquella especie de derrumbamiento. 

Cargando editor
21/11/2010, 19:35
Ywen Roth

"...Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto.
Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir.
Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo..."
*

- No me gusta nada ese candado que hemos dejado atrás – no podía evitarlo, ya que, de atrancar aquel acceso, sería la segunda vez que la dejaban encerrada en el interior de aquel enclave. Se encogió de hombros, mientras observaba con detenimiento al mayordomo, pensando a su vez que al menos en esta ocasión tendría compañía, y le sonrió ligeramente, anunciándole de esta guisa que por su parte no tenía la menor intención de quedarse sola allí abajo y dejando claro por el tono de voz impreso en sus palabras que no era de él del que no se fiaba.

Justamente después se apartó de Dejan y se acercó al lugar que le señalaba, que no era otro que aquel donde se encontraba enfocando una linterna. No albergaba la menor idea del motivo de aquella excursión nocturna, aunque tenía la certeza de que se hallaba a un paso de adivinarlo. Estaba claro que allí había un porqué sobre algo y lo que en verdad le preocupaba a la británica era precisamente el tipo exacto de porqué. Bien podía ser algo negativo o simplemente sorprendente, una finalidad o un principio, el verdadero motivo por el que Zvjezdan había solicitado su presencia o quizás lo último en lo que éste hubiera deseado implicarla, pero el caso era que aquel paseo a deshoras tenía que albergar algún sentido, aunque se tratara tan sólo de atizarle un palazo en la cabeza y dejarla allá olvidada desangrándose. Respecto a este último punto, había que matizar que aquel hombre no le encajaba en el molde de asesino, ni tampoco de cómplice del mismo, aunque, pensándolo mejor, ella misma no lo hacía y en cierta forma debía reconocer que lo era. Se sentía cómoda con él y ese hecho le había brindado la suficiente confianza como para seguirle hasta las entrañas de aquella fortaleza, un acto que incluso ella misma reconocía como clásico error de manual básico de película de terror.

Sonrió de nuevo, esta vez bastante irónicamente, e intentó asir la linterna con el propósito de hacerse con ella y enfocar hacia la oscuridad en ciernes, todo ello sin saber si había llegado al final del camino o debía continuar avanzando sin noción alguna al respecto de aquello que estaba buscando.

De una forma u otra, el barro bajo sus pies y las piedras medio apiladas que tenía delante le hacían plantearse un par de disyuntivas; o bien estaba a punto de contemplar un hallazgo que tenía que ver con el pasado de la fortaleza, o bien algo que merecía la pena seguir manteniendo oculto. Acto seguido, regresó sobre sus pasos de nuevo junto al mayordomo y, aunque estuviera enfocando con la luz hacia el fondo de la cueva, Ywen no miraba hacia allí, sino que se limitaba a sostener la mirada de Dejan.

- En fin… creo que ha llegado el momento más que sobrado de plantearme con seriedad qué diantres hago aquí abajo - Susurraba por miedo a la acústica y, ahora sí, desvió la mirada hacia el interior, esperando no descubrir al iluminar mejor la cueva que el camino seguía infinitamente, ni tampoco la existencia de una puerta de tamaño minúsculo junto a un frasco con un brebaje y un cartelito que rezara "bébeme".

"...Está muy bien eso de decir «BEBEME», pero la pequeña Alicia era muy prudente y no iba a beber aquello por las buenas. «No, primero voy a mirar», se dijo, «para ver si lleva o no la indicación de veneno.» Porque Alicia había leído preciosos cuentos de niños que se habían quemado, o habían sido devorados por bestias feroces, u otras cosas desagradables, sólo por no haber querido recordar las sencillas normas que las personas que buscaban su bien les habían inculcado: como que un hierro al rojo te quema si no lo sueltas en seguida, o que si te cortas muy hondo en un dedo con un cuchillo suele salir sangre. Y Alicia no olvidaba nunca que, si bebes mucho de una botella que lleva la indicación «veneno», terminará, a la corta o a la larga, por hacerte daño..." *

Notas de juego

* Extractos de Alicia en el país de las maravillas, Capítulo I.

Sorry, se me había olvidado ponerlo y parece mal, ¿no? (aunque ya sé que resulta un secreto a voces, jajajaja...)

Cargando editor
23/11/2010, 13:08
Director

Frío.

Durante el trayecto, la doctora se había alegrado de coger
el grueso chal con el que se cubría hombros y espalda, además siempre se decía
que en las bodegas y sitios similares la temperatura siempre era más o menos la
misma, por lo que se encontró relativamente cómoda en ese aspecto.

Hasta que entró en la cueva. Tuvo que reprimir varios
tiritones debido a la brusca bajada de temperatura, pero no fue lo único que
sintió. Varias voces parecieron gritar en su cabeza durante unos segundos,
chillidos cargados de terror, lacerantes e intensos. Desaparecieron con la
misma velocidad que habían llegado. Notó la punta de la nariz y las orejas
heladas, e intentó concentrarse en lo que tenía delante.

Desde su posición, apenas unos pasos en el interior de la abertura,
creyó distinguir un cuerpo tras las caídas rocas, una especie de deformada
figura humanoide, pero pronto se dio cuenta de que no era nada vivo, sino
alguna especie de primitiva escultura. Se acercó un poco más y pudo verla con
más detalle.

Se encontraba tumbada de lado, pero no tenía piernas y los
brazos estaban pegados al cuerpo, parecía salir de la propia piedra virgen, sino
fuera porque el material era de color y textura diferente habría asegurado que
había sido tallado allí mismo. Aunque si tocarlo iba a resultarle difícil saber
de qué se trataba con más exactitud, tenía claro que no era ningún tipo de
piedra, ni por supuesto madera.

Ywen sintió un ligero roce en la parte trasera de su cuello,
y algo cálido y suave la envolvió desde la oscuridad. Un breve destello verde
refulgió en la oscuridad de la cerrada caverna.

Quizás seamos los primeros en verla

Era un abrigo, y la voz ya familiar de Mirsad susurró a su
espalda, inquietantemente conciliadora. 

- Tiradas (1)
Cargando editor
28/11/2010, 19:02
Ywen Roth

Desgarradora.
Apenas un cuerpo.
Las manos, aferrándose a su torso.
Aquello no parecía una escultura.
Ni siquiera un hallazgo.
Más bien era una bofetada.
¿Un grito contenido?
No, tampoco tenía nada de contenido.
Ni le hacía falta voz.
Le dieron ganas de hablarle y responder que lo sabía.
Claro que lo sabía... sí.
No retiró la mirada.
Hubiera sido un insulto a sí misma.
Y a todas aquellas veces en que se había sentido igual.
Era como si aquello reflejara las entrañas de alguien…
…Y nadie debiera jamás ser expuesto así.
¿Reflejaba también sus propias entrañas?
De ser así, entonces detestaba ser expuesta así.

Respira… se dijo. Le cortaba el aliento.

Simplemente yacía allí, retorcida por el dolor.
Un dolor con mayúsculas, palpable en cada milímetro.
Las cuencas de los ojos hundidas.
La boca abierta al mundo.
Trastornada y, en cierta medida, exhausta.
¿Habría sido así la expresión de su madre al morir?
Desde la distancia no había podido distinguirla.
Pero casi apostaba a que no.
Alivio, eso sí.
Tampoco lo había sido en el caso de su marido.
Sorpresa, por supuesto.
¿Habría sido como ésta la expresión de Zvjezdan?
Aunque, puede que sin saberlo, representaba a su vez algunas vidas.
Por ejemplo, la de su madre y, en ocasiones, la suya propia.
¿Quizás también la del serbio?
De pronto, deseó hacerla desaparecer.
¿Qué haría allí abajo engullida por la oscuridad?
¿Ocultarse o mostrarse acaso?

Su capacidad analítica se hizo cargo de la situación por la fuerza, despertándola y obligándola a tomar aire con desgana, como si el hecho de ahogarse no hubiera estado tan lejos de su propósito. Se había aproximado a la figura sin darse cuenta, mientras su mano diestra mantenía alzada la luz sobre ella, mostrando con claridad cada detalle de la misma, todavía sin discernir exactamente ante qué se encontraba, pero permitiendo que todo el peso de su propio conocimiento cayera sobre ella de inmediato. ¿Una escultura primitiva? La estudió, repasando conceptos.

Había aceptado el abrigo sobre sus hombros más por educación que por evitar la gélida atmósfera. Ella no se dedicaba a cavar zanjas entre las personas, para eso ya existía gente como Mirsad, y, a pesar de que después del último incidente entre ambos hubiera deseado no volver a encontrárselo, era consciente de la dificultad que implicaba el hecho de convivir bajo el mismo techo. ¿Le habría pedido él mismo a Dejan que la llamara o estaría el mayordomo tan sorprendido como ella de hallarlo allí? Había algo más que le desagradaba y era el tono de sus palabras. Era obvio que el escultor estaba disfrutando con todo aquello.

- ¿Qué es todo esto? – Ni tenía sentido que la hubieran adquirido para luego esconderla en aquel particular averno, ni que si simplemente querían mantenerla oculta, no hubieran encontrado otro lugar más adecuado en aquella fortaleza inmensa. Algo no encajaba: “Quizás seamos los primeros en verla…” ¿Cómo podía tratarse de un hallazgo? ¿Allí abajo? – ¿Alguien me lo va a explicar o vamos a seguir jugando a las adivinanzas? - Alzó la vista y buscó los ojos de Mirsad hasta hallarlos. A lo largo del trayecto que recorrió para enfrentarlos, repasó visualmente cada centímetro de la estancia, como siempre, la científica que había en ella buscaba datos.

Cargando editor
01/12/2010, 09:49
Mirsad Misimovic

Esperaba que tú
pudieras decírmelo

Mirsad rehuyó el intercambio de miradas, también esquivó la
parte más intensa de la luz con la que Ywen iluminaba a su alrededor las
desnudas paredes de roca virgen. Las manos del escultor se entrelazaron, retorciéndose
en busca de algo de calor. Tenía los labios ligeramente amoratados, señal de
que llevaba un buen rato allá abajo.

Para la doctora, la estatua podía tratarse sin lugar a dudas
de algún tipo de prehistórica escultura, pero no se tenían noticias de representaciones
humanas en ninguna de las culturas de la zona. Pensó en la egipcia, pero no era
el estilo, después en la Caldea, pero tenía demasiado realismo, demasiada fina
la talla para ser de esa zona. Tal vez hubo algún genio desconocido que la
tallara. Pero de cualquier manera, había algo que no encajaba, y se trataba del
material con el que estaba realizada la escultura. No era piedra, ni madera,
eso le había quedado claro con un primer vistazo. Al acercarse más, comprobó
que la superficie parecía suave, y con un ligero brillo, su mente le recordó
algún tipo de resina oscura, lo cual no era del todo extraño, para el siglo
actual, pero no desde luego para hace miles de años.

Esta cueva siempre ha
estado anexada a la bodega de la casa, tal vez fuera usada por los antiguos
como mazmorra, aunque también cabe la posibilidad de que en el pasado tuviera
alguna salida que condujera al exterior y fuera usada como ruta de escape. Mi
padre me tenía prohibida la entrada cuando era pequeño
trémulo tono seguido
de un suspiro que creó una nube de vaho a su alrededor una prohibición que obviamente rompí, pero sólo recuerdo la decepción
de encontrar una cueva oscura y vacía, sin nada interesante, y perdió todo el
interés que podía tener para un niño inquieto
sus palabras no eran del todo
conexas, posiblemente el idioma serbio que ahora utilizaba produjera este
efecto en la inglesa.

Pero no había nada de
esto
señaló a la estatua sin mirarla y
Dejan dice que no sabe nada sobre ella, ni siquiera si mi padre la puso aquí,
pero que hace dos meses, que fue la última vez que entró aquí antes de esta
noche, no estaba
tiritó un poco, y aprovechó la pausa para exhalar aliento
en sus manos pero, ¿qué se puede esperar
de un viejo obsesionado en coleccionar objetos inútiles con único fin de
admirarlos en solitario, envidioso por no ser capaz de acercarse a realizar
siquiera algo parecido? ¿Creía que escondiéndolos al resto del mundo este iba a
obviar su medianía?
El odio y el despecho se escapaban de su boca con cada
sílaba.

Pero si hemos venido
aquí es porque Dunja sintió un temblor bajo sus pies, y temí que la casa
muriera a la vez que su dueño, ya que era el único que aún seguía creyendo en
ella.

 

- Tiradas (1)
Cargando editor
05/12/2010, 11:53
Ywen Roth

Decepcionante… la manera en que aquel tipo eludía la franqueza de ciertas preguntas, mientras desviaba deliberadamente la mirada hacia la penumbra interior de su pasado.

No, en realidad aquella respuesta no encajaba literalmente con lo que Ywen le había preguntado. Ella había ido mucho más allá y era imposible que él no se hubiera dado cuenta. Observó con detenimiento cómo Mirsad se frotaba las manos, que permanecían pálidas y ateridas al igual que sus labios, y supo desde ese instante que de aquella forma tan simple un hombre como aquel no lograría infundirles calor nunca, ya que no había nada en todo él que pudiera revivirlas, ni siquiera a golpe de mal genio. Justo entonces y precisamente por ello, aquellas manos de artista le resultaron de pronto completamente inútiles.

- ¿Sabes qué sería lo más sensato? – Seguía estudiándolo con la mirada. Seguirte el juego y…Responderte que se trata de una escultura prehistórica, tallada por un artista dotado de una extrema habilidad… alguien capaz de reflejar el sufrimiento con un realismo tal que resulta sobrecogedor incluso en el siglo actual, - Exhaló el aire despacio y éste se entretuvo de camino hacia la nada formando un vaho casi tangible, definido en alta resolución gracias al frío y la humedad ambiental. Y después dejarte aquí plantado con ella… alzó la ceja derecha tras este último pensamiento y sonrió irónicamente – pero sería… mentira - Le retiró la mirada y se acuclilló junto a la figura, su rodilla derecha algo más elevada que la izquierda, casi medio sentada sobre uno de sus tobillos – El material del que está hecha da la impresión de ser algún tipo de resina, algo que es del todo imposible para la era prehistórica, este hecho concreto situaría su creación más bien en la época actual. Aunque así a primera vista no puedo saber a ciencia cierta de qué tipo de elemento o substancia se trata, tendría que estudiarlo con mayor detenimiento. – Sus herramientas de trabajo estaban en el armario de su habitación, recordó mientras fruncía ligeramente el ceño. Acto seguido, extendió su mano diestra hacia la talla y la tocó con delicadeza, pero con pulso firme – No creo tampoco que se trate de alguien intentando emular obras de otros siglos, ni de un falsificador, ya que entonces no tendría sentido la elección del material – ahora pensaba en voz alta, aún con las yemas de los dedos vagando sobre ella.

De súbito, retiró la mano sin apartarse, pero girándose y encarando visualmente al mayordomo: ¿De hace dos meses a esta parte – desde la última vez que Dejan había visitado la cueva y aquella figura no estaba - recuerda con qué frecuencia o cuándo fue la última ocasión en que usted fuera consciente de que se encaminó hasta aquí Zvjezdan? – Aquel hombre podía ser mudo, pero estaba convencida de que no se le escapaba nada de lo que sucediese en la fortaleza, de manera que ladeó la cabeza y terminó por apostillar cáusticamente – Y lo que es más sorprendente… ¿Para qué exactamente baja alguien aquí abajo si en teoría no hay nada? – La bodega había quedado largo trecho atrás, luego carecía de sentido. ¿Acostumbraban a hacerlo de vez en cuando para ver si se derrumbaba el edificio? Se preguntó a sí misma sarcásticamente. No, aquello seguía sin encajar en absoluto y no sólo en un frente, sino en varios – Al menos si hubiera otro acceso, eso justificaría que nadie hubiera sido visto trayéndola a la mansión, ni bajándola hasta aquí abajo, – era eso o bien que había nacido en medio de la cueva como si se tratara de un hongo, bastante alucinógeno por cierto - aunque la verdad… ¿para qué querría alguien traerla hasta aquí? Ni siquiera lo justifica el argumento de querer admirarla en solitario - No, no lo hacía, pero aquel asunto tampoco era fundamental para ella, ya que al fin y al cabo ni era su tarea averiguarlo ni era lo que le pedían.

Por último, se tornó de nuevo hacia la figura y se detuvo a observar cada detalle, cada marca en el contorno, buscando la firma del artista o cualquier otro tipo de muesca y tratando a su vez de echarle un vistazo en la medida de lo posible a la parte posterior e inferior de la misma sin voltearla, se fijó incluso en cómo se hallaba descansando sobre el suelo rocoso.

Cargando editor
07/12/2010, 17:25
Dejan

El mayordomo, que seguía en la entrada de la cueva, asintió
de manera casi imperceptible a la pregunta que le planteaba aquella mujer de
sereno aspecto, se sorprendió a si mismo alzando la mano con tres dedos, índice
corazón y pulgar, levantados. Su memoria aún se conservaba fresca, algo
totalmente necesario para realizar un trabajo en una casa que necesitaba
atención casi constante a pesar de sus escasos inquilinos.

No era a él a quien correspondía discutir las órdenes que el
señor Misimovic le daba, y si una de ellas era la de bajar a esta maldita
cueva, la seguía sin rechistar, sobre todo porque nunca hasta ahora, había
sucedido nada extraordinario. Y tampoco lo tenía para él este descubrimiento,
puesto que pocas cosas le sorprendían ya de la vieja fortaleza. Sus
pensamientos se interrumpieron unos instantes antes, como si su mente hubiera
adivinado lo que venía a continuación…

… que no era otra cosa que cambio de gesto de Mirsad, su
boca se torció, sus dientes asomaron tras la mueca, y adquirió ese salvaje
aspecto que tantas veces le había visto de niño. Dio dos pasos hacia la
británica, era evidente que había dejado de escuchar en cuanto las respuestas
no fueron las esperadas. Ywen Roth sintió como las heladas manos del artista
apresaron sus hombros con fuerza, obligándola a volverse hacia él.

¡Basta de
estupideces!
Gritó escupiendo saliva al hablar ¿Qué coño quería mi padre de ti? ¿Qué os traíais entre manos? La presión
de sus dedos no aflojaba y sus ojos brillaban de manera febril ¿Qué planeabais tú y esa maldita zorra?
¿Quitarme todo lo que me corresponde?

Dejan se había movido deprisa, y con una sorprendente fuerza
apartó al descontrolado serbio de la mujer inglesa, lo miraba fijamente a los
ojos, y a la escasa luz de la linterna, Ywen creyó percibir dolor, tal vez
decepción, pero si tal cosa ocurrió fue un momento breve, pues enseguida sus
cejas se alzaron, atentas a un sonido que ella no era capaz de escuchar. La
miró y desvió su mirada hacia la salida.

Mirsad no se movía, miraba la estatua con un reflejo cristalino
en sus ojos, era como si toda su rabia se hubiera desvanecido de golpe, y el
mayordomo comenzó a tirar de él como si se tratase de un muñeco.

Un ligero sonido llegó lejano a los oídos de Ywen, parecía
como si arrastrasen algo muy pesado, pero a una gran velocidad, pero no lo captaba con suficiente claridad
aún. Un latigazo de dolor sacudió a su cerebro, miró su mano derecha, una parte
de aquel material negro se había adherido a ella y se la estaba congelando de
manera sumamente dolorosa. 

Cargando editor
12/12/2010, 22:11
Ywen Roth

- ¿Quién diantres te crees que eres para tratar así a la gente? – Le espetó con dureza, pero sin perder los estribos que él tan fácilmente sobrepasaba. ¡Ni se te ocurra volver a tocarme!… Podía no tener la fuerza física suficiente para lanzarle de un golpe contra la pared de piedra, pero bien se podía afirmar que en aquel preciso momento las facciones de la británica y el destello de su mirada hacían una labor bastante coherente al respecto. De inmediato, pasó a detestar a aquel despojo de niñato malcriado y ese sentimiento se pudo inferir en cada uno de sus gestos – Si tanto deseabas conocer los designios de tu padre, ¡no debieras haberte preocupado de ello en vida! Me da la impresión que entonces bien poco te importaba, de manera que no vengas ahora con rabietas de colegial… – ¿Sonaba cruel? – y menos aún me metas en asuntos que no me atañen… - ¡Lástima no te haya dejado ni un centavo!... Y de forma inesperada también sintió lástima por el difunto, aunque tampoco lo conocía lo suficiente como para asegurar que no se lo mereciera.

… Y, sin embargo, por otra parte no podía evitar sentirse satisfecha de sí misma, ya que había conseguido bloquear todas las imágenes procedentes de su pasado que habían invadido su retina de golpe, un estallido detonado por la presión de las manos del escultor sobre sus hombros, su palabrería fuera de todo y sus gestos desencajados. No era sano mezclar recuerdos, ni recomendable sobrescribir comparativamente historias. Un hecho este último que, en ocasiones como aquella, solía controlar a duras penas. Aunque ahora no, esta vez había conseguido paralizar el ayer antes de que se transformara en presente, antes de que se abriera de nuevo la grieta y la herida fluyera sin contención alguna.

Aún así…el pecho le dolía internamente a la altura de la boca del esófago, le molestaba mucho más que la sensación que ahora le avanzaba desde la yema de los dedos hacia el antebrazo, casi paralizándolo. El ayer la hería más que el ahora. Siempre era mucho más peligrosa la parte que no se atisbaba del iceberg.

Hacía tres días que Zvjezdan había descendido hasta allí por última vez, casi en simultáneo a la recepción de la proposición de trabajo en Cambridge y al posterior inicio de su viaje hasta allí. ¿Tendría algo que ver un asunto con otro? ¿Y qué había de su premura y de aquel “dispongo de poco tiempo” que el anciano entonaba a través de todo el texto? Quizás estaba a punto de equivocarse, pero casi apostaba que para entonces aquella estatua ya estaba allí. ¿La habría tocado él también y por eso estaba muerto? Esperaba que no, por su propio bien.

Su mente, analítica en exceso, generaba constantemente caminos.

- ¡Dejan, hay que evitar que nadie más la toque! Hay que cerrar el descenso hasta aquí… - Dijo aguantando la respiración por el malestar, mientras se agarraba el antebrazo con gesto de dolor contenido – Esa resina… creo que no es seguro tocarla - masculló, mientras se seguía apartando de la figura yacente y se disponía a abandonar también la cueva con premura inusitada. ¿Su composición contendría algún elemento nocivo? ¿O estaría pensando de más? Se preguntaba mientras intentaba limpiar los restos de la substancia que tenía en las yemas de los dedos sin tocarla con la otra mano, utilizando sin ningún tipo de escrúpulo las faldas del abrigo del escultor y evitando por todos los medios que se extendiera aún más. Al ir desandando con rapidez el camino, escuchó el ruido a su espalda y sin pararse echó un vistazo atrás.

Cargando editor
16/12/2010, 17:29
Mirsad Misimovic

Qué fácil es hablar
sin conocer

¿Qué esperaba? ¿Una contestación sincera y decente por parte
de aquella mujer? Seguramente el maldito Zvjezdan también la había engañado,
como a todos, el jodido héroe redimido. En cualquier otra circunstancia se
habría reído, pero no en aquel lugar que tanto turbaba sus recuerdos.

Hizo un gesto con la mano a Dejan, que había permanecido sin
mover los pies hasta que recibió la señal, en cuyo instante saltó como un
resorte hacia el exterior de la cueva, en primer lugar, y asintiendo con la
cabeza a las palabras que planteaba la británica, a la que dirigió una mirada
preocupada al ver su expresión de dolor, pero no detuvo su camino de momento.

Mirsad esperó a que Ywen pasara delante, cerrando él la
veloz marcha de regreso a la superficie, e imitando el gesto de la doctora en
un vano intento de averiguar que era lo que estaba sucediendo, pues la
oscuridad se cerraba sobra la entrada de la cueva, eso sí, el ruido aumentaba
de intensidad a una velocidad considerable. Lo más probable era que se tratase
de un pequeño derrumbamiento, recordaba que de pequeño había sentido algunos
temblores durante la noche, pero habían pasado muchos años desde el último.

Concretamente veintisiete, pero eso él no podía recordarlo.

El recorrido fue mucho más veloz que la última vez,
alumbrados por las dos luces, una por cada hombre, y sin detenerse por si las
moscas, ya que, aunque no parecía probable que las apuntaladas paredes de la
bodega sufrieran algún deterioro importante, era mejor no arriesgarse.

El mayordomo fue el primero en salir a la cocina, impasible,
apartándose para dejar paso a sus dos acompañantes, Ywen fue la primera, y su
cuerpo le regaló otro doloroso recuerdo, cada vez más fuerte y más arriba en el
brazo, y lo que parecía resina apenas si se había despegado de su piel para
impregnar el abrigo que Mirsad depositó sobre sus hombros.

Este miró a Ywen, jadeante por el esfuerzo, y su rostro
palideció al fijarse en los dedos de la doctora, tragó saliva y su expresión se
suavizó.

Avisa a Dunja, dile
que vaya enseguida al salón pequeño con toallas limpias
mientras hablaba,
se acercó al grifo de la cocina y comenzó a llenar un barreño con agua lo más
caliente posible y tú encárgate de
asegurar bien esa puerta, para que nadie más entre
las miradas de ambos se
cruzaron durante un largo instante.

Ven conmigo, no hay
tiempo que perder

Agarró el recipiente lleno de agua y abrió la puerta,
saliendo deprisa, sin pararse a pensar siquiera en la posibilidad de que ella
no lo siguiera. 

Cargando editor
19/12/2010, 20:15
Ywen Roth

El último latigazo que se elevó dolorosamente por su brazo logró descomponer victoriosamente las líneas de su rostro, aunque ni un solo sonido se escapara a través de los labios entreabiertos de la británica. Tragó saliva despacio y comenzó a ejercer un férreo control sobre su respiración, mientras seguía al escultor hasta alcanzar al fin el lugar indicado, siendo cada vez más consciente de su situación actual y preguntándose si ésta no implicaría cierto riesgo vital. ¿Y si aquella resina era potencialmente venenosa? De no ser así, lo disimulaba muy bien.

- Mirsad… - apenas un susurro, aunque de tono firme y controlado – esto no pinta bien – anunció, sujetándose el brazo contra el pecho por encima del jersey, como si ese gesto pudiera proporcionarle algún tipo de alivio, cuestión que, por supuesto, no alcanzaba el efecto requerido – avanza con demasiada rapidez… - apretó los labios y lentamente alzó la manga del suéter para observarse la mano, la muñeca y el antebrazo apropiadamente. No tenía inconveniente en el sistema de lavado que estaba a punto de acontecer, pero por alguna razón empezaba a preguntarse si no iba a necesitar las atenciones de un médico.

No estaba muy segura de cómo iba a responderle aquel hombre, ya que se asemejaba en exceso a un personaje de relato de terror decimonónico, de esos cuya profundidad y evolución sólo se encuentran si ambos van acompasados al crecimiento de su propia locura. Era casi imposible confiar en alguien que tan pronto te intentaba zarandear, gritando e insultando a diestro y siniestro, como te echaba un abrigo por encima de los hombros, sin pauta alguna que pudiera suponer una pista del cuándo y del por qué de tanto cambio. Era como si aquel individuo viviese en continua metamorfosis al consabido estilo del devastado Dr. Jekyll y el devastador Mr Hyde de la renombrada novela de Robert L. Stevenson. Esperaba que al menos en esta ocasión el Dr. Jekyll aguantara un poco más, porque a la británica definitivamente ya no le restaba humor para sandeces.

Trató de desviar el pensamiento, pero el lugar al que la guiaba su raciocinio no era en absoluto tranquilizador, ya que aunque no tuviera ni la menor idea de lo que estaba aconteciendo en aquella casa, si alguien hubiera aparecido de repente anunciándoles que el edificio estaba realizando un exitoso esfuerzo por hundirse desde sus mismos cimientos, ella se lo hubiera creído francamente.

Aquel ruido, puede que debido a algún derrumbamiento en ciernes, no era normal. No, por supuesto que no lo era. Algo extraño, fuera de lugar incluso para aquella fortaleza atestada de residentes ancestrales, estaba sucediendo y empezaba a darse cuenta de que a lo mejor no le quedaba otro remedio que ser testigo de ello.

¡Ya basta!... De propia voluntad y de inmediato, puso la mente en blanco. El dolor debía estar comenzando a nublarle el juicio y eso sí que no se lo podía consentir. Necesitaba centrarse urgentemente en algún tema que no tuviera que ver ni con aquel lugar ni con sus gentes, de manera que entrecerró ligeramente los ojos y lo intentó nuevamente.

Cargando editor
10/01/2011, 00:06
Mirsad Misimovic

Las puertas y habitaciones, ya familiares para Ywen, se sucedieron con velocidad y dolor hasta llegar al lugar nombrado por el improvisado anfitrión, el cual, se encontraba en circunstancias bastantes parecidas a las de la última vez que la doctora lo visitó no hace demasiado tiempo.  Un fuego algo más apagado y un poco más de frío eran las diferencias más notables.

Mirsad soltó el barreño precipitadamente sobre la única mesa de la estancia, ocasionando que algunas rebeldes gotas se deslizaran sobre el inmaculado cristal. Miró a la mujer que venía tras él con el mismo gesto de preocupación que en la cocina.

Mete el brazo en el agua y procura no moverlo

Miró fijamente la delgada extremidad contaminada por aquel extraño elemento, y sus verdes ojos resplandecieron, curvándose su boca en una mueca complicada de discernir. Su mente se perdió durante unos momentos en el pasado que tanto se esforzaba por olvidar.

Sudaba copiosamente tras correr durante más de diez minutos tras aquel estúpido jabalí, a su lado oía resollar a su amigo, que aunque más joven que él, estaba mucho más acostumbrado a moverse entre la maleza. Dejó escapar una maldición cuando una rama le golpeó en la cara, y estuvo a punto de dejar caer la nueva y flamante escopeta que su padre le había regalado al comienzo de las vacaciones de Navidad.

No tenía ni idea de donde se encontraba cuando cruzó aquel grupo de árboles cuyo nombre desconocía, y quizás hubiera sido mejor que nunca lo hubiera sabido.

Hacía frío, el aire parecía titilar, y aquella espesa resina cubría completamente lo que parecía una vieja casa de cazadores. Se detuvo para comprobar que su compañero había hecho lo mismo. Supuso que su mirada era la misma que él debía tener.

Un nuevo espasmo sacudió el brazo de Ywen, le pesaba de manera exagerado y lo notaba dormido, pero el dolor no remitía, las terminaciones nerviosas seguían haciendo bien su trabajo a pesar de la sensación.

Creo que es muy importante que el brazo se mantenga caliente

Dicho y hecho, pues no dudo en arrastrar la mesa con una facilidad sorprendente hasta el mismo borde de la chimenea.

Cargando editor
14/01/2011, 21:59
Ywen Roth

“Creo que es muy importante que el brazo se mantenga caliente”… esas habían sido sus últimas palabras, sumadas a un “mete la mano en el barreño” previo, que la británica cumplimentó de inmediato con la esperanza de que hubiera suerte y con la inmersión en el agua el dolor al menos se le calmara ligeramente.

Apretó los labios con fuerza, una mandíbula crispándose contra la otra en un gesto tantas veces repetido a lo largo de su historia. Lo había intentado, había entrecerrado los ojos y había realizado el esfuerzo supremo de tratar de evadirse a otro lugar, buscando cándidamente en su memoria pensamientos que la arrastraran a otro tiempo, a otra escena, a otro lugar mejor, pero la intensidad del dolor y la carrera hasta allí completada se lo habían impedido, quebrándole conjuntamente respiración y raciocinio.

Y aún así, obstinada como siempre, no cejaba en su empeño de lograr sosegarse, a pesar de que el gesto preocupado de Mirsad insistiera denostadamente en imposibilitárselo y mostrarle que no existía alivio que alcanzar, sino más bien resuello que contener.

Creer: “Tener por cierta una cosa que el entendimiento no alcanza”. Claro que ésta era solamente una de sus variadas definiciones, también estaba aquella otra que versaba sobre: “Tener una cosa por verosímil o probable”… y la verdad, llegados a este punto, ella se preguntaba con cuál debía quedarse exactamente, o lo que era lo mismo y ajustándolo al caso competente, ¿le alcanzaba el entendimiento a Mirsad o no lo hacía? Porque si algo era verosímil o probable, era debido a que existían pruebas que así lo aconsejaban. ¿No era en sí mismo contradictoria hasta la propia descripción del término? Lamentablemente, en ocasiones, ésa era la exacta sensación que trasmitía.

Ywen se planteó entonces en qué entrada de la susodicha definición se hallaba el serbio concretamente, o por decirlo de otro modo, si no tenía la más remota idea de lo que hacía porque su entendimiento no alcanzaba, pero por lo menos lo intentaba, o por el contrario si poseía un conocimiento verosímil o probable.

De manera que por salir de dudas, aparcar literalmente el dolor y centrarse en otra cosa preguntó con tono contenido:

- Nunca me había topado con algo semejante, ¿y tú? – ¡A ver si había suerte y aquel “creyente” tenía razones fundadas para su creencia, más allá de un mero acto de fe!

Un “no” podía implicar la búsqueda tarde o temprano de un entendido, ¿un médico?, mientras que un “sí” resultaba francamente más complejo, ya que la obligaba a plantearse si el serbio entonces no podría haberla avisado con anticipación al toqueteo de la estatua, aunque albergaba la parte positiva de poder hallarse en posesión de algún tipo de conocimiento.

Allí… brazo a remojo, vista alzada, respiración medianamente controlada, gesto parcialmente contraído y juicio algo nublado, de pronto la británica no tuvo muy claro si prefería como respuesta un sí o un no.

Cargando editor
21/01/2011, 17:36
Mirsad Misimovic

El serbio pareció no haberla escuchado, introdujo ambas
manos en el líquido y apretó la de Ywen, infundiendo en ella calor, que unido
al del agua y el fuego, alivió de manera considerable el dolor, reduciéndolo a latigazos
que se asemejaban a pequeñas descargas eléctricas. Permaneció inmóvil durante
un rato, hasta que finalmente, el sonido del chapoteo al sacar sus manos del
barreño lo sacaron de su ensoñación. Miró a la doctora, el verde fulgurante
había desaparecido, sus ojos ya no brillaban. Gotas de agua resbalaron sobre la
mesa

Había olvidado que si

Se tragó el suspiro, él nunca suspiraba por lo que se había
perdido, no tenía sentido hacerlo, las perdidas eran algo inevitable en la vida
de cualquier persona, era una lección que no le había costado aprender.

Hace veintidós años
maté a mi mejor amigo, le disparé con una escopeta en el pecho
su mirada se
vació y su voz se endureció él me pidió
que lo hiciera, no podía soportar el dolor
aquel claro, aquellos oscuros
torreones construidos por gente sin nombre intentamos
todo lo que podían intentar dos niños perdidos en un lugar que nunca volví a
encontrar
pero parecía que él sí que lo había encontrado de nuevo.

Ἀρχαία Arkhaía

Pronunció unas palabras en un
idioma que ya no se usaba, y que poca gente hubiera comprendido, pero Ywen
entraba dentro de esa gente. Era una variación del griego arcaico, y lo
reconoció por la palabra Ἀρχαία, que también aparecía en una famosa frase que
rezaba en la base del primer escalón de la cúpula de la basílica de Santa Sofía
de Estambul Ἀρχαία Ἑλληνική Arkhaía
Hellēnikḗ,
y que traducida significa algo así como, “Para brillar hasta en el más allá”.

Un fuerte sonido metálico
sobresaltó a ambos. Una bandeja se había estrellado contra la piedra, varias
toallas de color blanco estaban esparcidas a su alrededor.

Dunja se santiguó mirando a Mirsad, había temor en su mirada, pero comenzó a recoger lo que había tirado con presteza.

 

- Tiradas (1)
Cargando editor
26/01/2011, 08:41
Ywen Roth

- Disparar una arma es más sencillo que afrontar las consecuencias… - un susurro apenas audible que se escapaba de sus labios tan sólo por una razón, porque el dolor mantenía abierto el portal del pensamiento, sino jamás lo hubiera permitido. No había nada hiriente, tan sólo constataba lo que para ella era una realidad. Su mirada en aquellos instantes hablaba por sí sola, perfilaba aspectos de sí misma que la diferenciaban por completo de lo que él sentía, como el claro hecho de que Mirsad parecía lamentarlo. Ella no – se descubre que no hay valor en el acto de apretar un gatillo, sino en el de sobrevivirlo… - no estaba afligida, ni había suspiros contenidos agazapados en el cuello de su garganta. La fiereza de sus ojos contrastaba claramente con la fragilidad de sus rasgos y aprovechaba la ocasión para mezclar su rastro con los trazos de dolor contenido. Su tono había caído aún más con la última frase, pudiendo generar en el oyente esa confusión que acababa por obligarle a uno a preguntarse si había escuchado mal. No, no había nada que ocultar, ni nada de lo que retractarse.

Ni siquiera se había acercado al cadáver aún convulso sobre el parqué caoba oscuro… madera avejentada, sobre ella un rostro tan inanimado como el mármol… tampoco se había alejado hasta asegurarse de que no se iba a mover nunca más… después se había girado… temblando… dándole literalmente la espalda… incluso le hubiera escupido si a esas alturas aún hubiera sentido algo por él… pero no significaba nada... tan sólo le importaba ya una cosa… Grace…

Sintió ganas de abofetear a Mirsad por no haberle advertido de que no tocara la figura, le importaba bien poco si había recordado a tiempo a su amigo muerto o no, por eso y por haberla hecho llamar a aquella hora intempestiva de la noche. Debiera haberla mantenido al margen. Tan sólo una cosa la contuvo: el hecho de haber sentido sus manos infiriéndole calor bajo el agua. No estaba acostumbrada a que nadie se ocupara así de ella. Su tío no lo había hecho hasta después de aquel disparo y dejarse cuidar resultaba ser una sensación potente. Ese hecho, sencillo para otros, fuera de lo común para ella, sumado a la realidad tangible de que el dolor comenzaba a mitigarse de manera ostensible, le aconsejó que se mordiera la lengua y provocó que fuera otra palabra bien distinta la que se formara en el aire: - Gracias… - aún así no se sentía segura, como si no tuviera aún muy claro que aquello fuera a funcionar definitivamente, aunque lo importante fue que el agradecimiento sonó sincero.

Arkhaía...

- Ese término me recuerda a una inscripción en la Basílica de Santa Sofía - se encogió de hombros, quedando claro que no tenía más idea al respecto, y alzó ambas cejas sorprendida tras el griego arcaico - Arkhaía Hellenike… - pronunció de una forma más audible, alzando también la mirada – para brillar hasta en el más allá… - ¡Menuda ironía! Su gesto ahora más relajado, su respiración más controlada, su mandíbula inferior liberando poco a poco a la superior y permitiendo a su vez que su rostro recuperara ligeramente el color – ¿Me puedes aclarar un poco más todo esto? Porque… - una pausa, un ligero calambre, mínimo en comparación con las punzadas anteriores - verás… me da la impresión de que el problema no sólo está adherido a mi brazo, sino también a tu sótano, por no mencionar el hecho de que por el ruido que hace este edificio da la extraña impresión de tener toda la intención de doblegarse a sus entrañas… - No mencionó las otras cuestiones respecto al mismo que él había evitado responder anteriormente. De pronto, se le pasó por la cabeza que quizás entre todos los papeles de su padre hubiera alguno que mencionara de dónde venía aquella figura o lo que estaba sucediendo.

Entonces hizo su aparición Dunja, sobresaltándolos, y al ver su reacción, se preguntó si también aquella muchacha habría visto algo parecido antes: - ¿Por qué te santiguas? – Inquirió y, por si acaso, añadió - ¿También a ti te trae recuerdos? – Detestaba la superstición, aunque por respeto a la muchacha no lo dejó entrever en sus palabras. ¿De verdad esperaban los creyentes que el mal se alejase de ellos de aquel modo? El mal se llevaba dentro, caminaba con uno - ¿A alguien? – ¿no sería a Zvjezdan? No era la primera vez que se le pasaba por la cabeza.

Cargando editor
28/01/2011, 17:36
Mirsad Misimovic

Dunja, deja las
toallas y retírate
autoritario y tajante, así se había expresado Mirsad,
cuyo rostro se había ensombrecido conforme Ywen había ido susurrando, parecía
diferente, mayor, más maduro, lo cual resultaba de alguna manera ridículo. Pero
había resultado efectivo.

La joven había abandonado su tarea por instante para
responder a las preguntas de la invitada, pero sabía bien a quien debía
obedecer si quería seguir manteniendo aquel trabajo, sino quería quedarse sin
lo poco que tenía. Bajó los ojos, excusándose interiormente por desagraviar a
la mujer inglesa, y soltó las toallas sobre la mesa, junto al barreño, y sin
atreverse a mirar a Ywen abandonó la habitación con el habitual silencio que la
costumbre había convertido en innato.

Eres una mujer
inteligente, y probablemente una de las mayores expertas en todo este rollo del
arte
no uso un tono despreciativo para esa palabra, aunque estuvo cerca pero ese no es motivo suficiente para que
mi padre te eligiera para venir a su casa
aquí el deje cambió a admiración,
y con diestros gestos, extendió una toalla e indicó a la doctora que colocara
el brazo sobre ella. Estaba suave y caliente, y el serbio la envolvió a su
alrededor despacio y con mimo. El dolor había remitido bastante, pero no había
desaparecido del todo.

Todo esto es muy
antiguo
Ywen no podía estar segura de a qué se refería con todo esto pero según parece, siempre hay algo
anterior
no resultaba fácil intentar explicar algo en lo que se había
negado a creer durante toda su vida, algo que su propio padre había rechazado
con toda su voluntad, que no era poca, hasta, al parecer, sus últimos días de
vida. Se alejó un par de pasos de la británica y acercó a ella una de los
acogedores sillones, descansa un poco él
siguió de pie, alternando sus ojos verdes entre ella y el fuego.

Vuelvo a preguntarme
porque estás aquí, tu eres una extranjera, una extraña
su padre siempre
había sido un hombre muy reservado con la historia de su familia, de su región,
de su vida, y creía que había aprendido la lección sobre los desconocidos
aquella noche del lejano mil novecientos setenta y sin embargo conoces la lengua antigua, ¿pero sabes realmente lo que
significa?
Parecía divagar, saltando de un tema a otro mi padre mi contó una vez, una de esas escasa noches que compartimos cuando
yo era aún un niño, la historia sobre la nuestra familia, de cómo fuimos nombrados
guardianes de la tierra, de cómo defendió durante generaciones este lugar, de
nuestro héroe Gracijel
levantó la vista en dirección al retrato que
gobernaba la sala pero yo nunca estuve
orgulloso de esa historia, más bien me daba miedo, tal vez miedo de no estar a
la altura
se dejó caer en el suelo con la espalda apoyada en la pared de
piedra junto a la chimenea.

¿Crees posible que
Gracijel nunca se haya ido? ¿Qué, como decías antes, fuera un fantasma cuyo
único destino fuera atormentarnos?
Reprimió el suspiro ¿crees en el más allá? Susurró está última pregunta, nunca se le
había dado bien hablar con la gente, y no se refería a caer en gracia o ser
encantador cuando se lo propusiera, sino a hablar de verdad, a escuchar lo que
de verdad te decían.

Pero ella no debería estar aquí.

 

Cargando editor
03/02/2011, 22:27
Ywen Roth

Lamentó que la muchacha se viera obligada a retirarse sin haber respondido a sus preguntas, sobre todo, porque empezaba a plantearse si intentar obtener información consistente por parte de aquel hombre, no sería un caso perdido en realidad. Se asemejaba más o menos a tratar de sintonizar en el dial una emisora de radio inexistente. No era sólo el hecho de que mientras había estado escuchando a Mirsad, Ywen se había sentido como pasando de una estación de radio a otra sin llegar a comprender lo que se trasmitía en ninguna de ellas, sino que aquellas que emitían tan solamente música se empeñaban en repetir una y otra vez el maldito éxito del verano, cuyo título se dejaba escuchar en un estribillo monótono que podía resumirse en dos versos anodinos: “¿Qué diantres haces tú aquí? Y… ¿Crees en los fantasmas?” Dos preguntas a las que estaba harta de tratar de responder, aunque estaba claro que no en la profundidad que la mente de su interlocutor necesitaba.

Lo cierto era que… ¡A aquel tipo no había quién lo entendiera! Era en sí mismo el caos en estado puro. De hecho, no sólo no había solventado ninguna de sus dudas hasta ahora, sino que había motivado que nacieran un centenar más en su interior. ¡Y luego decían que las mujeres eran complicadas! ¡Había que jorobarse!

Sujetó de nuevo su lengua, mientras observaba a aquella fiera de carácter imprevisible comportándose de una forma exquisitamente civilizada con su brazo y, por extensión, con ella misma y se sentó, reclinando la cabeza hacia atrás en el respaldo del sillón. En su actual forma de comportamiento Mirsad resultaba una obra de arte agradable de contemplar, pero no se detuvo mucho tiempo en ello, sino que cerró los ojos y respiró en profundidad, notando la tensión relajarse ligeramente en su antebrazo y probando a su vez a reorganizar las ideas en su mente.

- ¿Qué si creo en el más allá? - ¿Más allá de donde?... Sintió ganas de preguntar. Era complicado enfocar todo aquello lógicamente. Tragó saliva, mientras su gesto y su brazo se contraían tímidamente de vez en cuando por el dolor aún latente, transformado en aquellos instantes en una especie de hormigueo intermitente – Creo que el asunto de Gracijel va algo más allá de poder ser catalogado simplemente como un fantasma que está aquí para atormentar a sus congéneres… - ¿Iba a admitir que lo había “visto” delante de otra persona? No había ni pizca de sarcasmo en su voz, pero tampoco había miedo. Ella siempre había pensado que a los que había que temer era a los "vivos". Su tono era abierto y llano – en el sótano de la colección, ¿o debiera decir en las mazmorras?, me devolvió la mirada con gesto sorprendido… todo ello claro está después de haberle rebanado la testa a un hombre indefenso delante de mis narices... De hecho, las manchas de sangre que se esparcieron por mi ropa han sido francamente difíciles de limpiar – sincera hasta el extremo y realista hasta donde se podía dadas las circunstancias. Sí, había interacción con el antepasado en cuestión y ella aún se seguía preguntando hasta qué punto. Hizo una pausa, estaba cansada, aún así alzó la cabeza del respaldo del sillón y buscó la mirada del serbio – No eres el único que empieza a no entender qué diantres hago yo aquí, - matizó sin apartar sus ojos de los del escultor - hasta que vi la colección creí saberlo, aún conservo en el dormitorio entre mis papeles la carta con los detalles que me remitió tu padre. Si la quieres leer tú mismo, puedo dártela más tarde. Ése fue mi único contacto con él, pero he de admitir que ahora ya no tengo ninguna de sus aseveraciones tan claras como las tenía hasta ayer… – volvió a reclinar la cabeza y esta vez miró hacia el techo – No, ya no… al menos después de haber visto la colección en sí misma, ahora tengo serias dudas de que tu padre deseara desprenderse por motivos de dinero de ninguna de esas obras y empiezo a darme cuenta de que su aseveración acerca de que le quedaba poco tiempo era en exceso realista… - posó su mano libre sobre el brazo herido, como si a esas alturas pudiera protegerlo, y se humedeció los labios mientras entrecerraba los ojos – Mirsad... sí, conozco esa lengua antigua, pero vas a tener que ser mucho más específico conmigo, sobre vuestra historia, sobre la figura del sótano, sobre el significado más allá de ese término que has mencionado y desconozco o sobre lo que te apetezca, porque sí, yo también empiezo a plantearme si tu padre no me querría aquí para algo más concreto de lo que aparentaba y estoy a punto de bajar a la caja fuerte que había en las salas de la colección o entrar en su despacho y ponerme a revisarlo todo de cabo a rabo... ya que me da la impresión de que es importante… - Tal cual y en breve. Le devolvió la mirada de nuevo – te lo pido por favor y a ser posible preferiblemente antes de que todo este asunto se nos trague literalmente por las piernas… - Alzó ligeramente el brazo envuelto en una toalla como muestra. ¿Se pondría a patalear? ¿La zarandearía? ¿Se le saldrían los ojos de las órbitas? Para ser francos, no era el momento. La británica no estaba de humor para ninguna de esas cosas y el dolor que aún se reflejaba en su rostro así lo atestiguaba.