Partida Rol por web

Sebastian arreó una merecida colleja al chaval que les había hecho entrar en ese infierno. Despues se acercó a Silvana dejando al crío en medio y colocó la empapada manta sobre los tres.

- Hay que salir de aquí, moza!!!

Sin esperar siquiera por la respuesta de los demás y tras escuchar las palabras de Gonzalo sobre un objeto enterrado en el patio, vuelves a adentrarte en el dormitorio que, en aquellos momentos, comenzaba a arder como lo había hecho la sala de estar.

Los dos cuerpos seguían tendidos en el camastro, con el rostro rígido en una mueca de serenidad, de paz a causa de la piedad recibida.

A cada lado de la cama había una mesilla. En una de ellas había un bonito jarrón de arcilla que no tardaría en fundirse al ser pasto de las llamas. En la otra, la más cercana a la ventana tapiada, había una lamparilla de aceite apagada, con lo que parecía un cordel de metal enrollado al pequeño asa del platito sobre el que reposaba. Aquella cadenita podría ser la que estaba buscando el alocado muchachete.

Mientras Agustí parte corriendo hacia el dormitorio que acababa de abandonar, tú te adentras de nuevo hacia el fondo de la casa, abriendo de par en par la puerta del patio y saliendo al exterior. Allí vuelves a ver la tierra removida, así como la pala tirada de cualquier manera sobre el jardín. Está claro que allí hay algo escondido, aunque no tienes ni la más remota idea de qué demonios han podido enterrar. ¿El objeto que estáis buscando? ¿Todas sus monedas? ¿Algún objeto valioso? Fuera lo que fuera, estaría mejor en tus manos que siendo pasto de las llamas.
 

Agustí volvió a adentrarse en el dormitorio, en busca de la cadenita. Un oligofrénico Gonzalo, por su parte, puso pies en polvorosa en dirección al patio. No hizo más que abrir la puerta del fondo, la que conduce a la huerta, que la corriente establecida en a sala reavivó más el fuego -como si las llamas lo necesitaran para acabar en unos pocos minutos con aquella chabola-.

Entre los dos teníais sujeto y bien sujeto al niño. Esta vez no escaparía. La capa de Sebastián se demostró clave para salir de la casa sin chamuscaros ni un ápice.

Afuera os esperaba un Charles de Lupo sentado en una piedra, cerca de la casa, con expresión aburrida. Parecía importarle un auténtico carajo vuestra andanza en la casa, y el hecho de que los cuatro estuvierais en peligro mortal tampoco parecía quitarle el sueño, a juzgar por el bostezo tan inmenso que acababa de producir.

Al veros reaparecer entre toses y con la capa humeante, se pone en pie sin presteza alguna y, con paso cansino, se dirige hacia donde os encontráis.

-¿Y bien?- pregunta, contemplando vuestras ennegrecidas manos- ¿Acaso se os ha ocurrido salir con las manos vacías? ¿Dónde está el objeto de nuestro bienamado Papa Luna?

Sin embargo, no se le ha ocurrido preguntar por la situación de Gonzalo y Agustí. Todo un caballero este Charles.

Avanzando con seguridad, Agustí llegó hasta la mesita y se hizo con la cadenita que encontó. Parece ser que no habí sido tan difícil al final.
Pero cuando se disponía a salir por la misma puerta por la que entró, el marcod e la puerta, completamente en llamas, cedió y cayó sobre él, engullendolo en un torrente de fuego.
Un grito ahogado escapó de la garganta de Agustí.

A Gonzalo se escocían los ojos, notaba que el pecho le quemaba y que las fuerzas comenzaban a flaquear. El humo que había respirado comenzaba a hacer mella en sus acciones. Se sentía mareado y notó que la cosa comenzaba a estar más que complicada. Si tuviera suerte en su búsqueda en el patio, podría salir corriendo de aquel horno y poder recuperarse de los efectos del incendio.

-Mierda...COF, COF, COF...maldito humo...COF, COF, COF...!!!

Llegó al patio y avistó de nuevo aquel montículo de tierra. Se tiró de rodillas frente a él y comenzó a cavar con las propias manos.

Casi pierdo la vida en el incendio, y ni que decir tiene que Gonzalo y Agusti aun estan dentro, me permito el lujo de mirar con asco antes de responder al baboso de Lupo, por un momento pienso en que matarlo seria lo mejor, los peligros del camino son infinitos y que no regresera no seria tan raro. 

-El objeto esta dentro, Gonzalo y Agusti se encargaran de rescatarlo, a no ser... que quiera entrar usted mismo a por el- por el tono de mi voz es evidente que Charles me cae mas que mal- Esperemos que salgan pronto de ese infierno y que lo hagan en buen estado. 

Furioso, el vagabundo tiró la humeante y ennegrecida manta al suelo. Se esparció mas que limpió el hollín del rostro con la manga al tiempo que se acercaba al clérigo. Escupió al suelo y le lanzó una patada al despreciable sacerdote.

-Estoy harto de vuestra insolencia. Si Nuestros amigos no vuelven de una pieza os reuniréis con el altísimo.- Dijo acariciando su cuchillo.

En efecto, de aquel cordel metálico algo roñoso pendía una medallita dorada, aunque entre aquellas llamas y el inmenso caudal de humo reinante era imposible ver absolutamente nada en tu entorno.

El desprendimiento del marco de la puerta había provocado que el madero ardiente te cayese en toda la espalda. Al instante, percibiste el inconfundible aroma de carne requemada: tu propia carne. La quemadura era considerable: de lado a lado de la espalda, a la altura de los homóplatos. Y gracias podías dar a que no se hubiesen prendido tus ropas. Aún así, la sensación de daño era poderosa, muy poderosa.

Silvana y Sebastián ya no parecían hallarse dentro de la flameante vivienda y parecían haberse llevado al niño con ellos. No había ni rastro de Gonzalo.

Por fin tus dedos arañan lo que parece una pequeña cajita de madera, forrada con terciopelo. Aunque está cubierta de tela, sin duda se trata de una especie de joyero, demasiado lujoso para lo que pudiera esperarse de una familia como aquella.

Dentro solo hay un objeto: una alianza de oro con lo que parece una especie de diamante. Por la cara interna parece que alguien ha grabado algún tipo de inscripción, pero con el humo reinante es imposible leerla.

En ese momento, y pese al escándalo de tu tos y las llamas, percibes un espeluznante alarido de dolor de Agustí procedente del umbral del dormitorio.

Percibes clarísimamente una ahogada tos proveniente del interior de la casa. Parece que Gonzalo está comenzando a pasarlo realmente mal en el interior.

Sus tosidos quedan ensordecidos por el fortísimo sonido del desprendimiento de algún tablón del techo o de la caída de algún armario o similar, tras la que escucháis un espeluznante alarido de Agustí.

Parece ser que la cosa se ha complicado ligeramente en el interior de aquel infierno.

Para colmo de males, Charles de Lupo ha logrado escapar sin un rasguño a la patada. ¡Maldito patán escurridizo! Y no parece mostrar ni el más mínimo atisbo de arrepentimiento por su comportamiento. Y hasta que no escuchó la amenaza, tampoco parecía darse cuenta de lo cerca que estaba de ver cómo su cuello pendía de una soga... O algo similar.

Percibes clarísimamente una ahogada tos proveniente del interior de la casa. Parece que Gonzalo está comenzando a pasarlo realmente mal en el interior.

Sus tosidos quedan ensordecidos por el fortísimo sonido del desprendimiento de algún tablón del techo o de la caída de algún armario o similar, tras la que escucháis un espeluznante alarido de Agustí.

Parece ser que la cosa se ha complicado ligeramente en el interior de aquel infierno.

Para colmo de males, Charles de Lupo ha logrado escapar sin un rasguño a la patada. ¡Maldito patán escurridizo! Y no parece mostrar ni el más mínimo atisbo de arrepentimiento por su comportamiento. Y hasta que no escuchó la amenaza, tampoco parecía darse cuenta de lo cerca que estaba de ver cómo su cuello pendía de una soga... O algo similar.

Gonzalo agarró el joyero y se preparó para salir de allí cuanto antes.

De repente escuchó el grito de Agustí, casi seguro provocado por el efecto de las llamas. En ese momento se le planteaba un terrible dilema: socorrer a su amigo aún y sabiendo que sus fuerzas estaban al límite, o salir de la casa y ponerse a salvo para pedir al resto del grupo que entraran a ayudarlo.

-Mierda!-gritó Gonzalo. Acto seguido, respiró profundamente y comenzó el camino hacia el exterior de la casa. Ayudar a Agustí era un riesgo demasiado grande...

Pudo salir a fuera, no sin dejarse medio pulmón en el intento. Le costaba respirar, no veía claramente, se sentía mareado...Pero había salido fuera de aquel infierno!

-Agustí...COF, COF, COF...-dijo a Silvana y a Sebastián-...está ahí dentro...COF, COF...necesita ayuda. Ayudadlo! COF, COF, COF!!

Sebastián lanzó una mirada llena de odio a de Lupo. Tal vez tuviera que cumplir su amenaza y vive Dios que lo haría con mucho gusto. Se cubrió nuevamente con su chamuscada manta y agarrando con fuerza el cayado se metió en la casa.

-¡¡Agustí, ¿Dónde estás?!! ¡¡Aguanta, ¿Me oyes?!! ¡¡Voy por ti!!!

A pesar de ser una mujer fria, los nervios empezaban a apoderarse de mi. La situacion no podia ser peor. Escuche el grito de Agusti y la tos ahogada de Gonzalo, por otra parte tenia al niño a quien debia proteger, tenia que decidir rapido o la tragedia seria inevitable. Me acerque a Lupo deprisa. 

-Voy a entrar en la casa, por su bien espero que cuide de este niño como de usted mismo. Rece a Dios para que nos ayude, de lo contrario tendra que ir pensando que le dira al Papa cuando regrese sin los objetos que quiere y sin nosotros- no era un tono amenazador, pero si lo suficientemente serio y tajante como para amendrentar al mas plantado. 

Vacie lo que me quedaba de agua por encima de mi cabeza y me lance dentro de la casa para auxiliar a Gonzalo. Si ellos morian me quedaria sola con Lupo y dada mi condicion de mujer no me hacia ninguna gracia. 

Gonzalo logra salir de la casa tosiendo como un descosido, encorvado y cubierto de hollín de pies a cabeza. Al llegar al exterior, suelta de carrerilla una serie de palabras a voz en grito:

-Agustí...COF, COF, COF...-dijo a Silvana y a Sebastián-...está ahí dentro...COF, COF...necesita ayuda. Ayudadlo! COF, COF, COF!!

Dicho lo que había de anunciar, se deja caer en el suelo a cuatro patas, respirando por fin aire puro. Unos segundos más en la casa habrían sido fatales, sin duda. Mantiene la mano derecha firmemente cerrada, como si en su palma aferrase algún tipo de objeto pequeño.

Por su parte, las ropas de Agustí han comenzado a arder. Su cuerpo se está quemando y está ligeramente herido por el desprendimiento de unos tablones, así que la situación para el hábil guerrero de la guardia del Barón Ricardo se ha puesto ligeramente complicada. No obstante, Silvana y Sebastián se han introducido en el caserón de nuevo, dispuestos a rescatarlo, mientras Charles de Lupo se ocupa de mantener sujeto al niño, no porque le importe un carajo su vida, sino porque Silvana lo ha amenazado violentamente si no cumplía tal mandato.

Ambos encuentran a Agustí encogido, manoteando la ropa incendiaria, tratando de apagar las llamas. Entre los dos no habrían de tener mucho problema para sacarlo de allí, máxime teniendo en cuenta que el hombre aún sigue consciente y, pese a las quemaduras en su espalda, aún se halla en buen uso de sus facultades físicas. En su mano sostiene un colgante tan ennegrecido por las llamas como el propio cuerpo de Agustí, lleno de hollín de pies a cabeza, como Gonzalo.

Solo queda salir de allí antes de que la casa se venga abajo, presa de las llamas.

Agustí trata de hacer acopio de sus fuerzas para salir de la casa, pero su estado es peor de lo que él mismo pensaba.
A pesar de eso y con dificultad, aparta las maderas en llamas que le caen encima y sale al exterior envuelto en llamas, donde comienza a rodar por el suelo.

Tosiendo y con los ojos lagrimeándole por el humo, se quitó de encima la humeante manta con la que se protegía para echarla sobre el cuerpo de Agustí, que se retorcía envuelto en llamas, tratando de apagarlas. Después lo envolvió con su brazo bueno y comenzó a tirar de su cuerpo alejándolo de ese infierno abrasador.

- Cof, cof, cof...el infierno...cof. Esto es el mismísimo infierno.

Silvana entro en la casa pisando los talones a Sebastian. El manco fue el primero en socorrer a Gonzalo y viendo que su ayuda era innecesaria se planto en la calle con dos zancadas evitando que el fuego le rozara ni siquiera la ropa.  El calor era abrasador y asintio cuando la voz de uno de ellos le llego afirmando que estaban en el infierno.