Partida Rol por web

Escuché las palabras del doctor mientras aguardaba las respuestas del supuesto revisor, asintiendo levemente en respuesta a su pregunta. El hombre asiático no tardó mucho en pronunciarse, confirmando mis sospechas. Se trataba de uno de los hombres que se habían colado en el tren, y sus intenciones en la locomotora eran terribles.

Confesó con la naturalidad que era de esperar, pero un así me sorprendí, y es que todavía no me acostumbraba a que fuera capaz de hacer algo así.

El rostro del hombre cambió durante un instante, como si se percatara de lo que había dicho, pero aun así permaneció a la espera. Por las pocas pruebas que había podido hacer hasta entonces, aún debía continuar dispuesto a obedecerme.

- No te resistas. - ordené al polizón, mirando brevemente a Fischer tras ello. - Las pajaritas. Atadlo y registradlo. - señalé en plural, a pesar de no poder ver a Ballesteros, antes de devolver mi mirada hacia el asiático; no podíamos perderle de vista.

El supuesto revisor asiático no se resiste lo más mínimo al registro. Justo en ese momento Ballesteros se materializa justo detrás de él y le taja una de las piernas haciendo que se arrodille. El agente no muestra ni una sombra de dolor o pánico, sigue tranquilo. Tras estar ya controlada la situación y estar el agente asegurado. Hurgáis con cuidado en su ropa aunque no lleva demasiadas cosas encima.

- No me resistiré... - dice con una sonrisa, ya que en ningún momento ha perdido la calma.

Pero justo cuando lo vais a atar y amordazar desaparece entre volutas de humo. Es como si se hubiera teletransportado o fuera sido convocado de alguna forma.

Por suerte habíais podido revisarlo y lo único que encontráis es un manojo de llaves y una tarjeta de una casa de té en París. Además de un arma: una Norinco Type 59. Una copia china del arma rusa. Parece que el revisor es chino y eso solo puede resultar en que es una agencia M extranjera. Por las armas parece indicar que es la Senda Roja.

El asiático parece estudiarte seguramente para saber quién eres, ya sabe que eres español pero no parece reconocerte. Lo que es un alivio en parte.

- Si no me llevo ese maletín hoy no pasará nada pero tarde o temprano aparecerá alguien que no quiera razonar...piensa que yo al menos sólo eliminaré a un ex agente vuestro...en mi país estudiaremos el virus y produciremos la vacuna. No estamos tan locos para usarlo deliberadamente, solo queremos protegernos. De todas formas entiendo tu posición para defender los intereses de tu nación y te honro por ello, lamento sin embargo que no hayamos podido llegar a un acuerdo.

Hace una pausa y añade juntándose las manos aunque en lugar de juntar las palmas como para rogar o rezar las coloca como formando un sello extraño con ellas. Un gesto que no es occidental sin lugar a dudas.

- Hien shi! - dice para luego realizar una leve reverencia mientras sonríe.

En ese momento notas que detrás de ti hay más de una persona, es como si hubieran aparecido de la nada pero están detrás tuya ahora mismo.

El problema de la diplomacia era precisamente ese. ¿Cómo decidir en qué momento era buena idea ceder las pretensiones de tu patria frente a las de otras potencias? Puede que en ocasiones fuera sencillo alcanzar un acuerdo a medio camino, pero cuando se trataba de algo tan a cara o cruz como aquello, escasas eran las opciones.

¿Un acuerdo para trabajar juntos en la vacuna, quizás?

Aquella opción apenas empezaba a germinar en mi cabeza, sin darme siquiera tiempo a exponerla, cuando el agente chino dio por concluida la negociación. Me puse alerta al verle mover sus manos, pues había oído hablar de las artes místicas que cultivaban los orientales, magias extrañas relacionadas con las artes marciales. Esperaba que aquel gesto no fuera precursor de algún tipo de rayo, o algo así.

Sin embargo, justo en el último momento me percaté de que algo se movía a mi espalda. O más bien alguien. Así que, aún sin saber de quién se trataba, pulsé con fuerza el mecanismo de aceleración de mi propulsor para salir catapultado por los aires, en un intento de esquivar a tiempo un posible ataque.

Pasaron varios segundos, demasiados seguramente, hasta que por fin el doctor reaccionó ante la petición de su compañera. Aún no había entendido el motivo sobre la reacción del asiático, pero estaba claro que era obra de Azucena. - ¿Control mental por ultrasonidos? Ridículo – se respondió a si mismo mientras registraba al polizón que no mostraba la más mínima resistencia.

Pero fue en el momento en que Leopoldo se quitó la pajarita para atar las manos del asiático a su espalda cuando el “rehén” se evaporó. - ¿Eso también lo hizo… usted? – preguntó dubitativo, pensando que quizás su compañera había advertido algún tipo de amenaza y lo había vaporizado, teleportado o a saber que otras cosas sería capaz de hacer. Aun así, habían encontrado pruebas suficientes para saber a que organización pertenecía el fraudulento revisor.

- Un arma china y una tarjeta de un local de París – comentó mientras le ofrecía los objetos a su compañera. Aunque lejos de haber recibido un entrenamiento militar, el alemán había empuñado una pistola en más de una ocasión, pero igual la mujer que tenia delante sí sabía como utilizarlas de verdad. Una mujer que se le antojaba enigmática, llena de secretos y quizás algunas respuestas interesantes en su interior.

La forma en la que el polizón dijo que no se resistiría me generó desconfianza, pues no estaba segura de si acataba la orden dada o había decidido voluntariamente obedecer. No le quité el ojo de encima atenta a cualquier movimiento sospechoso por su parte, mientras Fischer se ocupaba de registrarle. Ballesteros no dio señal alguna, preguntándome si es que no seguía ya con nosotros o tramaba algo.

De pronto, cuando el doctor se disponía a atar al asiático, este se volatilizó, sin quedarme claro si había huido de forma voluntaria o por el contrario alguien había hecho que desapareciera.

- No he sido yo. - respondí meditabunda ante la pregunta del Señor Fischer.

Por fortuna, el registro había terminado antes de que el polizón se esfumara, permitiéndonos averiguar así algo más sobre él. Fischer no tardó en ofrecerme los objetos, informándome de los que creyó más relevantes.

Guardé las llaves y la tarjeta después de leer esta, centrándome en seguida en el arma.

- Parece que nos hemos topado con la Senda Roja, una agencia M extranjera. - comenté examinando el arma, recordando lo aprendido durante mi entrenamiento. - Ballesteros, este sería un buen momento para que nos explique por qué ha dejado solo a Díaz si no era para informar. - le dije al aire, en tono neutro, antes de volver a mirar al doctor. - Déjeme su chaqueta, por favor. - le pedí en pos de ocultar el arma, concentrándome en localizar al Señor Díaz por medio de mi superpercepción auditiva.

Te elevas en un segundo alejándote del peligro que se cernía a tus espaldas, cuando te giras y observas el techo del vagón ves a cuatro hombres. Tres de ellos estaban a tus espaldas y no los escuchaste acercarse, han sido muy silenciosos...demasiado para tu gusto. Los tres nuevos sacan varias armas y se preparan para disparar contigo mientras el agente con el que hablaste accede a un vagón del tren como era su plan inicial. 

Los tres hombres son de la misma altura y complexión. Parecen todos asiáticos aunque estos llevan parte de la cara tapada como si de ninjas se tratara, aunque sus armas son modernas. Son Skorpion vz 61 de origen checo, seguramente compradas a un traficante local porque es un arma fácil de transportar e introducir en un país. Dos de ellos te apuntan directamente, y el tercero controla sus espaldas para evitar que puedas sorprenderlos. Parece que ahora va a ser una tarea un poco más difícil, pero sigues contando con la ventaja de tu movilidad y velocidad. Ellos al fin y al cabo son estáticos comparados contigo.

No escuchas a Díaz en el tren, concentrándote y ampliando un poco la búsqueda a unos metros alrededor del tren lo localizas en el exterior volando a unos cincuenta metros actualmente. El techo del tren parece que está muy concurrido ya que al menos detectas a tres individuos.

Tres agentes más...

Contando que, en el mejor de los casos, uno de ellos fuera aquel que se internó en el tren cuando salí al exterior, estábamos hablando de un mínimo de cuatro agentes, un pequeño comando armado, y no un par de agentes como había supuesto en un principio. Las cosas pintaban bastante más serias, y aquellas Skorpion checas daban cuenta de que no pensaban andarse con tonterías. Lo que resultaba todo un consuelo, porque a esas alturas... yo tampoco.

Había algo que diferenciaba la vida civil de la militar, y estaba en pequeños detalles como aquel. Cuando un civil veía un arma, confiaba en que quien la portaba no la usase finalmente, como si hubiera una especie de barrera moral que costaba demasiado traspasar. En el ejército se te adiestraba para olvidar esa ficticia barrera, y actuar en base al riesgo real. Si alguien portaba un arma y te apuntaba con ella, es que existía el riesgo de que disparase. Y había que reaccionar con la plena convicción de que así iba a hacerlo.

Por lo tanto, eran ellos o yo.

- Claro - respondió el doctor mientras se quitaba la chaqueta extrañado, mirando a su alrededor buscando al compañero que había mencionado Azucena.

Finalmente el alemán dejó de buscar, si Ballesteros se encontraba entre ellos, acabaría por mostrarse él mismo, así que prosiguió su acción de ofrecerle la pieza de ropa a su compañera mientras esta vez, se centraba en el hueco que, unos instantes atrás estaba ocupando el rehén.

- Cree que ese era el único polizón? - preguntó. Habían priorizado esta opción ya que era la más probable, pero no era el único sospechoso que su compañera tenia en el punto de mira.

Germán agradeció que herr doktor ofreciera la chaqueta a la señorita Ruiz. Su ropa era apta para usar sus poderes y desprenderse de ella solo le habría obligado a ir sin camiseta en aquel entorno. Algo a lo que Ballesteros no debía acceder... por mero decoro. 

Por otro lado el tipo había desaparecido de una forma rara y sorpresiva.

- ¿Habéis visto eso...? - comentó con fastidio y sorpresa. - Se ha esfumado. Sin embargo, es curioso... porque ha respondido a nuestras preguntas en lugar de marcharse directamente. ¿Por qué...? Quizá ese no sea su poder, a fin de cuentas. Quizá le han sacado de aquí. De cualquier modo implica que saben de nuestra existencia y que, por lo tanto, los viales estarán aún más protegidos y codiciados. Habrá que actuar con cautela.

Ballesteros echó de nuevo a andar en dirección a la locomotora. Si la amenaza era real, y todo apuntaba a que lo era, los asaltantes debían querer eliminar al maquinista para hacerse con el control del tren. Había que impedirlo.

Justo antes de volver a desmaterializarse, Ballesteros se giró hacia la mujer.

- Por cierto... el Capitán Azor salió con el traje de vuelo a tratar de interceptar al otro asaltante. Porque, en efecto, había dos. Voy a revisar que todo esté correcto en la locomotora y vuelvo. Es probable que hayamos contenido un primer envite pero no será el último. Luego les busco.

Crees que no es el único polizón. Es más estás casi segura que ha entrado más de uno al tren y puede que estén ahora mismo operando. Recuerdas un dato, había más de una persona que sonaba igual que el revisor que acabáis de "atrapar". 

Los tres agentes se mantienen en su posición sin querer entablar un combate. Puede que quieran ganar tiempo mientras su compañero actúa, si es un buen agente puede que sólo le lleve unos minutos por lo que deberías actuar rápidamente o olvidarte de los de arriba y centrarte en el que entró. 

Hay algo que no te cuadra de todas formas, ¿cómo han subido al tren esos tres? Eso es algo que debes averiguar porque lo hicieron de modo silencioso, o podría ser que ya estuvieran en el tren pero es raro porque no subirían al techo del tren en caso de estar ya en los vagones.

Uno de los agentes te grita:

- No es necesario pelear... - notas que es el mismo tono con el que hablaste antes, mismo acento. - ...mi compañero en breve realizará el trabajo y desapareceremos...

Aquellos agentes no buscaban mi muerte. Por supuesto, estarían dispuestos a ella, pero optaban por una estrategia conservadora, la de alcanzar los objetivos de su misión con el mínimo coste posible. Eso era, sin lugar a dudas, respetable. Y les habría funcionado si se hubieran topado con un agente en contra que albergase redaños a la hora de cumplir con su deber. El miedo atenazaba a todos los hombres cuando se sumergían en su primera trinchera, o ante el primer salto en paracaídas. Pero cuando se llevaban tantos saltos como yo, se convertía en algo natural. Así que enfrentarme a agentes enemigos que operaban contra los intereses de mi patria era igualmente natural.

Algo en aquellos agentes, sin embargo, no me cuadraba. No tenía sentido la forma en que habían aparecido, como no la tenía que hubieran logrado colar un comando tan numeroso en el tren, y que tres de ellos salieran a asistir a su compañero para dejarle trabajar dentro. Por mi mente pasaron unas cuantas posibilidades, desde tecnología holográfica para simular su presencia a teleportadora para llevarlos a bordo. Pero también la posibilidad de que, al igual que algunos de mis compañeros, se tratase de algún tipo de poder. ¿Qué había hecho aquel agente justo antes de que aparecieran? Un rollo esotérico de esos orientales, en plan kung fu...

Lo lamento, caballeros. Para un soldado español, no luchar por su patria no es una opción. -Anuncié, llevándome a Tizona frente al casco para impartir la orden vocal que marcaba el tipo de munición, al mismo tiempo que trataba de maniobrar para situarme en línea con dos de los vértices del triángulo que formaban aquellos agentes- ¡Emisor de partículas! -Grité, oyendo el chasquido característico que evidenciaba que el arma combinada completaba la orden, antes de apuntar el arma y disparar con la esperanza de borrar del techo de aquel tren a dos de ellos de una sentada, aunque pocas veces las cosas resultaban tan sencillas en el campo de batalla- ¡Munición convencional! -Exclamé acto seguido, disparando al tercer hombre con rapidez.

No estaba acostumbrada a trabajar en equipos tan grandes, y la situación comenzaba a írseme de las manos. Demasiados frentes abiertos y demasiada poca información sobre aquellos con los que compartía misión.

- Podría haber más. - respondí al doctor tomando su chaqueta y colocándola sobre la mano en la que sujetaba el arma, cubriendo esta, mientras que Ballesteros compartía sus primeras impresiones.

Mi ceño se frunció pronto, entre el desconcierto y la preocupación. No tenía la certeza de que hubiera más polizones a bordo, a pesar de estar casi segura, pero de lo que estaba convencida es de que había varios sujetos que trataban de abordar el tren, por lo que Díaz podría necesitar ayuda.

Iba a pronunciarme respecto a lo percibido cuando Ballesteros se me adelantó.

- Espere. - le pedí al bibliotecario antes de que se fuera hacia la locomotora, habiendo escuchado lo que había dicho sobre el Capitán Azor y su propósito de acudir a la locomotora. - Son tres, probablemente más. - le corregí, mirando después a ambos. - Hay por lo menos tres individuos en el techo del tren con Díaz, quien lo sobrevuela. Y es probable que dentro quede algún otro polizón. - miré fugazmente hacia la puerta del anterior vagón antes de continuar. - Vaya, Ballesteros, compruebe que está todo bien; y mire después en el cubículo del vagón anterior, podría tratarse de otro polizón. - miré entonces al doctor. - Iré a ayudar a Díaz, puede venir conmigo o ir a informar a De la Cierva, ¿sabe usar un arma?

El alemán asintió ante la pregunta de su compañera, aunque en esos momentos era incapaz de recordar la última vez que empuño y disparó su vieja Parabellum, sabía como se utilizaban y aunque no fuese muy diestro en ello, era mejor que ir completamente desarmado ante la posibilidad de meterse en una confrontación.

- La acompaño – comentó el doctor sin mucha seguridad en si mismo. Sabía de sobras que su capacidad de combate era muy inferior a la de sus compañeros y, aunque en algunas situaciones podía resultar favorable el contar con él, en muchas otras solo sería un estorbo o un rehén para el enemigo. Aún así no tenia intención de quedarse al margen y menos sabiendo todo lo que había en juego.

Con la decisión tomada, Leopoldo se disponía a seguir a Azucena donde fuese y a seguir sus ordenes ya que le había demostrado lo suficiente como para confiar en sus indicaciones.

El Capitán ha tomado una decisión e ideado un plan. Se sitúa con precisión y comienza su ataque. Dos disparos y dos objetivos, ningún fallo. Primero ha decidido usar el proyector de partículas.

Su primer disparo acierta en la cabeza del enemigos y lo pulveriza sin poder darle la opción de decir sus últimas palabras. Desde las lentes de su máscara sólo alcanza a ver una mirada de asombro al recibir el impacto. El que está justo en línea con el pobre finado no se esperaba recibir un impacto por la espalda y menos en la nuca. Nunca se sabrá que pensaba antes de perecer y caer del tren tras recibir el impacto del emisor de partículas.

Luego en una rápida orden cambia a munición convencional y dispara contra el tercer hombre que acaba de presenciar como en apenas unos segundos dos de sus compañeros han caído en la corta batalla. Pero él parece que seguirá su mismo camino, el disparo le impacta en el pectoral haciéndole daño y tirándolo del tren al no poder aguantar el equilibrio tras recibir la bala. Logra emitir un pequeño grito de dolor amortiguado por el rugido del viento y el acompasado cha ca chá de la locomotora de vapor. 

En ese momento el Capitán Azor se ha quedado solo encima del tren, no observa a nadie más que está arriba o pretenda subir. Parece que la fiesta ahora se continuará en los vagones.