Partida Rol por web

Trillo aterrizó de forma sonora en el pavimento del aparcamiento frente al hotel después de golpear con fuerza a la servoarmadura. podía ver el metal abollado donde había golpeado, pero todavía seguía en pie. Entornó los ojos. No iba a ser así por mucho tiempo. Se disponía a arrearle de nuevo cuando otro de los tecnificados hizo una pasada por encima suya rociándolo con llamas. Tendría que hacerlo mejor. La lana y la seda del smoking que le había dado Gastelu ardieron como malvadiscos en una fogata, pero a él no le importó demasiado que le lamieran las llamas. Tenía trabajo que hacer.

La armadura más grande, la que había sufrido daños tras su impacto, descendió para usar sus repulsores contra él. Sintió el calor abrasador en el antebrazo izquierdo que puso frente a su cara para protegerse los ojos, pero si esperaba que eso lo detuviera, lo llevaba mal. Pegó otro salto y se encaramó a la armadura. Era mucho más pequeño que el gigante de hierro, pero también era grotescamente fuerte. Agarró la plancha de metal por el borde del cuello y tiró con fuerza, haciendo que gimiera en agonía al ser forzada más allá del límite.

- Muerte al estado- gruñó Trillo, mientras despedazaba la pieza de tecnología militar como si fuera una hogaza de pan.

El capitán Azor lanza su munición ácida que impacta en la tecnoarmadura y le abre un generoso boquete, su segundo disparo falla por poco. Pero Trillo no pierde el tiempo y de un salto logra encaramarse a la armadura y arrancar una parte de la misma golpeando después con ella. 

Estrella de Hierro comienza a descender al tener un fallo masivo de la armadura. El piloto renquea en el aire como intentando salvar lo que queda pero no logra hacer nada por la misma y cae al suelo bruscamente a unos cientos de metros de vuestra posición.

Sus compañeros observan atónitos la situación, nunca pensaron que alguien pudiera arrancar de cuajo una parte de la tecnoarmadura del Coloso ruso.

Eridani es atacado por Ballesteros que logra clavar uno de sus cuchillos intangibles en la cabeza del líder soviético. Suelta el arma que se materializa al instante partiéndose el cuchillo en mil pedazos pero Eridani cae al suelo herido de gravedad. Escucháis un grito más similar a un aullido de dolor.

Parece que sigue vivo pero su vida corre peligro. Parece que la situación ha cambiado de repente y tendrán que escapar si quieren salvar la vida de su jefe.

Cuanto más tiempo pasaba en lo que se había convertido en un auténtico campo de batalla, más convencida estaba de que aquel no era mi lugar. Eran otros los que tenían habilidades capaces de afrontar grandes amenazas, y no yo. Aun así, era consciente de que podía seguir ayudando sin encontrarme en primera línea, y no tenía intención alguna de escabullirme.

Volví a sentir un intenso malestar al ver cómo la espía rusa caía, pero en aquella ocasión me causó menos impresión presenciar aquello. Habiendo hecho un barrido por la zona, terminé determinando que el agente del subfusil sería mi próximo objetivo, pretendiendo volver a usar aquella inquietante capacidad que había desarrollado para librarnos de él.

¿Cuánto tardaría el transporte mencionado por Eridani en llegar? Me pregunté si aquello supondría algún peligro adicional antes de concentrarme en el tipo del subfusil.

La situación parecía bastante controlada, y esperaba que continuara siendo así.

Oía los gritos de dolor, la desesperación, olía el miedo, sentía el llanto de los inocentes atrapados en los escombros bajo aquella batalla. Gastelu y Silva estaban a salvo por ahora y el vasco podía sacar un lanzacohetes de la nada para ayudar en la batalla. Yo ya me había enfrentado a una de esas cosas cuerpo a cuerpo y casi no lo cuento. Lo más sensato era actuar donde era libre de hacerlo y donde mi corazón me lo pedía: ayudando a los inocentes a pesar de mi monstruoso aspecto. Pero debía sacar a los heridos de allí. Evitar más muertes inútiles y más aún cuando veía que sin mi se bastaban para acabar con aquellos terroristas que no se distaban realmente tanto de quienes gobernaban España.

Iba a salir corriendo a sacar a la gente del medio, cuando Gastelu me dio aquella bomba lapa. Le miré y miré el artefacto. Luego miré al enemigo. Supuse que querrían al jefe vivo aunque le estuviese escuchando aullar de dolor por el ataque de Ballesteros, pero había otro que no se movía. No sabía si estaba a la espera o indeciso. Pero si el que estaba en el suelo, con un tremendo dolor de cabeza era su líder, supuse que le defendería.

Sólo esperaba que se hubiese olvidado de nosotros tres... Porque en silencio, lancé la bomba lapa al tipo con dolor de cabeza. Si le alcanzaba de lleno, mala suerte para él. Si su camarada se percataba del objeto y optaba por volar hacia él y comerse la explosión pues un héroe menos y si lo detonaba en el aire, sólo esperaba que no hubiese a demasiados civiles.

Y la bomba lapa salió de mi garra algo desviada, hacia mí blanco. Esperaba que su tecnoarmadura redirigiese la trayectoria.

Radchenko sufre el poder de Azucena pero no logra tumbarlo de primeras y solo tras un segundo ataque el eslavo cae al suelo aunque todavía no está fuera de combate. Parece que o tiene un aguante muy fuerte o una voluntad de hierro.

Cristina lanza la mina antitanque hacia Volcano, y su lanzamiento aunque desviado según su percepción parece dirigirse hacia su objetivo. Debido a las cargas magnéticas de la mima cuando pasa cerca de la tecnoarmadura se adhiere y estalla.

La explosión envía a Volcano volando varias decenas de metros pero no parece que le haya afectado demasiado la explosión a la integridad de su armadura. Parece que todavía puede aguantar otro asalto. Pero hasta el momento las tecnificados están sufriendo una dura derrota.

No existía la más mínima perfección en el campo de batalla, posiblemente ahí radicaba su belleza. Ni orden, ni concierto, nada más que un caos oscilante en el que navegar, o en mi caso, pilotar. Sobrevolar un campo de batalla o sumergirse en él suponía exponerse a interminables altibajos, una locura a la que me arrojaba sin pestañear, pues únicamente en ella me sentía completamente libre. De ese modo, comprobar que la emisión de partículas de mi Tizona sólo encontraba tierra a la espalda de mi objetivo, poco me importó. No existía tiempo para lamentarse, como tampoco para celebrar el impacto ácido anterior, con el que afortunadamente había abierto una brecha que otro usaría inmediatamente. También en eso consistía la guerra, en olvidar el duelo personal y saberse parte de algo más grande: un ejército. Así que en cuanto vi que Trillo tenía la situación bajo control tracé un giro en el aire para comprobar el estado del resto del campo de batalla.

Quedaban dos tecnoarmaduras, una de las cuales era precisamente la de un Eridani que parecía dañado por algo. A su espalda, Volcano trataba de protegerlo, y a lo lejos los agentes rusos seguían sin suponer un peligro. ¿Qué le sucedía a ese en concreto? No tenía tiempo para averiguarlo... Una explosión catapultó a Volcano lejos de Eridani, una brecha en su formación defensiva que no podíamos desaprovechar.

¡Munición ácida! -Grité a mi arma, sintiendo el chasquido mecánico que cambiaba la munición a disparar. Una opción conservadora, propio de estrategias basadas en el trabajo en equipo y en la experiencia, en lugar de en el ardor de juventud. Sin duda, en otro tiempo mi elección habría sido diferente. Pero ya era veterano en tales lides, y prefería jugar sobre seguro y tratar de ofrecer las mayores opciones a los demás que intentar ser el protagonista a cualquier precio.

Apunté al cuerpo aún tambaleante de Vulcano y disparé, esperando que el ácido hiciera su efecto sobre el metal.

Después de lanzar aquella bomba lapa y ver el resultado de la explosión, mi belfo se alzó mostrando lo que se asemejaba a una sonrisa. Miré a mis compañeros. Gastelu podía sacar un bazooka de la nada o preparar otra bomba de esas para mi regreso, pero dentro de mí algo me decía que debía ayudar a los civiles. La batalla estaba sobre sus cabezas y seguramente más de uno estaba sepultado con vida bajo los escombros.

Esos eran mi priorida al igual que los niños.

Así pues, salí corriendo como el animal que era en aquel momento, sabiendo que había gente más preparada que yo para acabar con las tocadas fuerzas enemigas y que Gastelu y Silva estaban lo suficientemente alejados del peligro como para que no les pasase nada. Además, si algo les ocurría, Gastelu siempre podía sacar un silbato para perros. Estaba segura de que le oiría si lo usaba.

Así que regresé al hotel, olfateando el ambiente. El olor de la batalla me dificultaba las cosas, así que me iba a entretener más de lo que pensaba en encontrar a alguien a quien sacar de aquel lugar y poner a salvo. Era consciente de que mi aspecto no les daría mucha confianza, pero al menos tenía la fuerza necesaria como para agarrarlos y sacarlos de allí, como una loba haría con sus cachorros en caso de peligro de muerte.

Y eso era en aquel momento. Mamá loba buscando a sus lobeznos.

El trabajo estaba hecho. Las tecnoarmaduras estaban recibiendo su merecido del combinado patrio y Eridani languidecía retorciéndose en el suelo como el cerdo terrorista que era. No tendrían que tardar mucho en replegarse si no querían que la cosa se les pusieran realmente cruda. Los españoles parecían claramente superiores, pero si algo sabía de cierto Ballesteros era que eso era algo que podía darse la vuelta en cuestión de segundos. Por mucho que todo apuntase a lo contrario, por mucho que uno quisiese relajarse y sentir que la batalla estaba ganada... mientras hubiera un enemigo aún en el campo de batalla, no se podía pestañear. No a riesgo de poner en peligro algo muy importante... la propia vida y, eventualmente, al de otros.

Por eso el bibliotecario no dudo, el impacto a Eridani le había hecho daño... probablemente mucho, pero aún se movía. Las armaduras a su alrededor se movían acosadas por Trillo, la señorita Ruiz, la chica-bestia o el propio Capitán Azor. Pero tener allí,  a tiro de piedra al mayor terrorista de todo el continente y pretender que una victoria a medias, que simplemente con herirlo y hacerlo retroceder, era suficiente era pasarse siete pueblos de crédulo e infantil.

—A tomar por culo...  —pensó Germán para sí olvidando las indicaciones. ¿Olvidando? No, ciertamente. Sabía que Eridani podría ser un activo realmente valioso como prisionero, pero si no actuaba rápido las armaduras podrían sacarlo de allí en menos que canta un gallo y la posibilidad de acabar con ese hijo de puta de una vez por todas resultaba un bocado más jugoso que aquellas vieiras que tomaron la primera noche en Madrid. Ese cabrón ruso se iba a llevar un segundo recuerdo del tipo del bigote. Y si se lo lleva por delante, pues mejor que mejor.

Se acercó y, usando la misma técnica que antes hincó la segunda y última de sus dagas —joder, la próxima vez pídele a Silva media docena como mínimo— sin mediar puntería. Mientras que en la primera estocada quería acertar en la cabeza, el segundo, mientras le hiciera sangrar le valía.

*Después, aprovechando su agilidad y condición, Germán se escondió dónde el enemigo nunca buscaba... bajo tierra. Si aguantaba un poco más podría llegar hasta dónde estaban Gastelu y el noble para reaparecer y volver a tomar perspectiva del siguiente movimiento.

Trillo cayó al suelo esperando otro golpe que nunca llegó. Sus oponentes se iban viendo superados por su ataque sorpresa, pero seguían siendo vulnerables ante el armamento de guerra que llevaban esas armaduras. Una pasada de lanzallamas, y el grupo entero sería historia.

Activó el campo de fuerza a su alrededor. Todavía no había terminado.

Gastelu se veía abrumado por la situación. Aunque siempre era capaz de reaccionar, improvisando cualquier cosa, jugaba en otra liga. Aquella gente, los rusos con las tecnoarmaduras jugaban en primera división y él en tercera regional. Algún gol podía llegarles a colar, pero ganar el partido... Bueno, por fortuna contaban con algunos "heroes" españoles que pensaban sacrificarse para obtener la victoria y esos sí parecían pesos pesados, pero ese no era el caso de Gastelu.

─Deberíamos irnos... ─dijo sin moverse un ápice, obnibulado mirando la escena─ Joder, están blindados... Bueno, si viene uno, hay que apuntar a la cabeza, disparar... y no verán un carajo.

En sus manos, como siempre, estaba la siguiente herramienta a utilizar: un rifle de paintball. Puede que no le hiciera ningún daño, pero resultaba bastante complicado alcanzar a nadie cuando tu visor está completamente empapado en pintura, ¿no?

Cristina decide salvar a los más desvalidos y se lanza a buscar entre los escombros heridos o vivos. Gracias a su gran olfato, fuerza y agilidad podrá salvar muchas vidas.

El capitán Azor lanza un segundo ataque usando su munición ácida que impacta de lleno en Volcano aunque sus efectos no son tan efectivos como la vez anterior, puede que la armadura de Volcano sea algo más dura o que el anterior haya sido un tiro espectacular.

Trillo decide usar su habilidad de campo de fuerza para proteger a Ballesteros y al resto del grupo si es posible. Eridani recibe una segunda puñalada de Ballesteros aunque esta vez no impacta en la cabeza logra dañarle en el torso. En ese momento Eridani jurando en ruso decide activar un botón en su armadura y desaparece en un chasquido, parece que poseía un dispositivo teleportador.

Estrella de Hierro decide hacer lo mismo con sus últimas fuerzas, y Volcano y Potemkin también van a desaparecer ya que parecen ver que la situación está perdida para sus intereses. Eridani está herido grave y Estrella destrozado, Potemkin y Volcano tocados y no podrán aguantar mucho vuestros ataques.

- Красный Октябрь, стреляй в отель - se despide Volcano con un simple - навсегда

Tras decir eso ambos desaparecen aunque queda Radchenko y el resto de agentes de Kalinin que hay en el hotel. Parece que la situación ha finalizado favorablemente para vosotros....¿o no?

El ruso acaba de decir: Octubre Rojo, disparen al hotel. Luego finalizó con un "Hasta siempre".

La batalla se había desequilibrado tan a nuestro favor, que Erinadi y sus esbirros se veían abocados a padecer una derrota por la que no hubiera apostado antes de que todo iniciase. Esperaba, sinceramente, una mayor oposición por parte de tecnormaduras tan avanzadas y con potente armamento. De hecho, mis planes de batalla no alcanzaban más allá de arrebatarles la victoria absoluta, en la forma de aquel virus que, por fortuna, había terminado volatilizado como yo deseaba desde que toda aquella misión había caído en nuestras manos.

Comprobar el modo en que aquellas tecnormaduras, así como sus pilotos, se desvanecían mediante dispositivos teleportadores, me produjo una sensación agridulce. Habría firmado con sangre sin dudarlo aquel final, antes de que todo comenzase, pero tal como se estaba desarrollando la contienda hubiera preferido llevarla hasta el final, al menos hasta el final que se auguraba, con el terrorista internacional de la potencia rusa apresado y llevado ante la justicia por sus actos en aquel lugar. Sin embargo, parecía que eso quedaba ya fuera de nuestro alcance.

No así sus hombres.

Me giré en el aire, sosteniendo mi posición en al aire con soltura, y apunté en dirección a aquellos agentes armados que se encontraban a las puertas del hotel, junto a la espía rusa y el traidor español. Se suponía que el lugar estaba lleno de agentes de otros países, héroes que no habían intervenido en la contienda y a los que seguía sin ver por ninguna parte, de modo que no conté con ellos por el momento y me centré en aquellos agentes de Kalinin, responsables del destrozo del complejo y de las victimas sepultadas bajo él, en la medida en que trabajaban para quien lo había perpetrado.

¡Tiren sus armas al suelo, despacio, y pongan las manos en la nuca! -Ordené a aquellos hombres mientras me iba acercando lentamente, por el aire, de forma que tuvieran que mirar hacia arriba- ¡Por la autoridad que me ha concedido la Corona española, quedan todos detenidos, acusados de terrorismo y crímenes de lesa humanidad, de forma que sean puestos a disposición de las autoridades locales competentes a la mayor brevedad, con una excepción! ¡Camilo García, tienes mucho por lo que responder en España!

─¡Ostia puta! ¡Han desaparecido! ¡Victoria! ¡Toma, toma, tomaaaaa! ¡Jajajajajaja! ─exclamó el vasco sin reparar en hacer gestos obscenos propios de la celebración de alguien de su escaso nivel social. Vulgar, sí. Sincero, enormemente.

Pero la celebración no duró mucho. El subconsciente de Gastelu siguió trabajando a pesar de los deseos de relajamiento del invocador de objetos: aquella gente se había retirado, pero había dicho algo. Algo que había sonado a palabras finales (bien pensado, el tono general del ruso sonaba así permanentemente), pero en vez de activar un artefacto explosivo de auto-destrucción, habían desaparecido. ¿Dejarían así las cosas los rusos? Algo en el fondo de la mente del vasco le decía que no, ni mucho menos. Además, en el fondo no tenían que quedarse allí a esperar a que vinieran las autoridades suizas, había que irse de allí rápida y discretamente. Gastelu convocó una moto de nieve y miró hacia sus compañeros españoles, como esperando a que alguien le dijera que se venía con él... o que se fuera él solo. Lo único que esperaba es que nadie le diera una orden en contrario, con eso se conformaba.

Aunque no tras mi improvisada trinchera, a varios metros de mí la lucha se volvía cada vez más encarnizaba, sintiendo mi pecho retumbar al oír aquella última explosión. El resto de los que habían sido fichados por el gobierno para emprender aquella misión continuaba tratando de combatir lo que sucedía de diversas maneras, mientras yo trataba de no quedarse atrás y aportar lo que pudiera.

Apreté mis dientes, llena de frustración, al ver que no terminaba de dejar fuera de juego a aquel otro tipo, y eso que había empleado aquella peligrosa y desconcertante habilidad con él hasta en dos ocasiones. Viendo que aún había posibilidades de que volviera a ponerse en pie y contraatacara, y que no se había convertido aún en el objetivo de nadie más, volví a centrarme en él; en quebrar aquella mente que no pertenecía a alguien inofensivo.

Diversos movimientos continuaban dándose cerca de allí, percatándome pronto de cómo los enemigos huían o trataban de hacerlo, escuchando a uno de ellos pronunciar unas palabras en ruso antes de desaparecer; palabras que me alarmaron sobremanera. Sin detenerme siquiera a observar si había logrado dejar inconsciente a aquel hombre, me erguí con rapidez y di unos pocos pasos hacia el grueso de la contienda, visiblemente afectada.

Iba a alzar la voz para pronunciarme, pero en aquellos momentos el Señor Díaz tomó la palabra, tratando de que aquellos adversarios que continuaban en pie fueran detenidos, a excepción de quien había traicionado a nuestro país.

- ¡Ha ordenado al Octubre Rojo disparar al hotel! ¡Parecen ser varios hombres, no sé si se tratará de algo más! – grité cuando creí poder captar la atención de los presentes, al menos de aquellos a cuyo bando pertenecía, aunque alguno de ellos parecía ya dispuesto a marcharse de allí.

No sabía a qué hacía referencia aquel nombre, pero lo que estaba claro era que nada bueno vaticinaba.

- ¿Capitán Azor? – terminé dirigiéndome a este, preguntando así acerca de qué debíamos hacer, pues poco más parecíamos poder hacer en aquel lugar a parte de huir de él.

Me detuve cuando comencé a escuchar los comentarios de los demás y miré hacia Azucena. - Ha dicho que ha ordenado al Octubre Rojo, no a los Octubres rojos...- Pensé para mí. Miré el hotel, yo estaba en todo el medio. Aquella gente me importaba, pero sabía que si habían ordenado a una sola cosa disparar contra el edificio, no se salvaría nadie, ni yo misma.

Así que hice lo que cualquier valiente y aguerrido hombre-lobo hubiese hecho en mi lugar, poner tierra o más bien nieve de por medio entre el hotel y yo. No sabía lo que iban a lanzar, no sabía hasta donde llegaría la onda expansiva, pero a mí no me iban a pillar allí. Me costaba hablar con aquella forma, pero aún así lo hice.

- ¡Ruiz lo ha dicho! ¡Al Octubre Rojo! ¡No es un grupo! ¡Es una cosa! - Exclamé con una voz gutural, más propia de una bestia que de un ser humano. Podía ser una armadura voladora más o un satélite dando vueltas por el espacio, e incluso un submarino a cientos de kilómetros de allí. Después de lo que había visto en aquella batalla, ya no me sorprendería nada.

Y corrí hacia Gastelu y Silva, quien esperaba con la moto. Si el hombre no se subía en ella, le obligaría a hacerlo antes de que Gastelu se esfumase en la moto de nieve. Yo no corría tanto como aquel cacharro, pero si estaba lo suficientemente lejos y me alcanzaba la explosión, si sobrevivía, mi cuerpo se regeneraría de nuevo y lo que era mejor, me darían por muerta en aquel lugar.

Quizás no pudiese volver a España, pero vivir en los Alpes Suizos no sonaba del todo mal...

Ese nombre os suena a algunos de vosotros.

Os suena que es el nombre de un submarino porta-misiles. Una "bestia parda" de gran tamaño.