Partida Rol por web

Cathael asintió y retrocedió para avisar a los del grupo de flanqueo. Hasgon se quedó con el caballo de Aaren, mientras éste avanzaba acechando. Agachado, tratando de no hacer movimientos bruscos, Aaren se acercaba al borde. Podía oír a los orcos, olerlos, sentirlos en sus carnes. Aún no los veía, pero intuía que eran muchos. Levantaban una gran polvoreda que no hacía más que acentuar la impresión de que la meseta de la Loma era una enorme caldera. El sol de la tarde mandaba sus rayos que atravesaban el polvo suspendido, creando extraños espejismso y reflejos. Apenas había viento.

Para evitar ser visto por los murciélagos, Aaren se tumbó boca abajo en los últimos metros, y comenzó a arrastrarse hacia el borde...

Agnor y Tarbrand vieron a Cathael retroceder hacia ellos. Iba solo, pero no cabalgaba con prisas. Gesticulaba con la mano para indicar que era mejor detenerse o frenar. Luego apuntó hacia el cielo despejado. Detrás de él, se podía ver lo que parecía una polvareda que no les permitía ver desde la distancia. Pero algo había en el cielo según sus indicaciones, y que era mejor detenerse un momento.

Movia los antebrazos trabajosamente mientras me arrastraba con dificultad sobre la arena de la Loma. Habia mucho polvo y la sensación de calor resultaría asfixiante para cualquier otro, pero no para mi.
Me gustaba sentir la calidez del sol sobre mi piel tostada y aun empapado en sudor me sentía mas vivo que nunca.

Podía oír los gritos desordenados de los Orcos y su nauseabundo olor inundaba mis fosas nasales como un torrente de hieles.
Ya casi podía tocar el borde de la loma y a lo lejos percibía ya el vuelo errático de los murciélagos recortados contra el azul horizonte de Sil-Auresse. Confiaba en que mi pelo dorado y las pieles que cubrían mi cota pasarán desapercibidos sobre el marrón de la meseta cubierta de polvo.

A veces el clímax debe detenerse por la realidad. Justo cuando estaban preparándose para la carga, con la tensión propia del momento, con el vello erizado en la nua y la respiración agitada por la emoción que aumentaba sin cesar, tocaba recuperar el control.

Al ver a Cathael, Agnor hizo un gesto con la mano pidiendo rebajar el ritmo de la cabalgada. Parecía haber ocurrido algo inesperado, o la coordinación no era todo lo precisa que habían planeado. Tocaba trotar y contener las ganas de lanzarse a la batalla. ¿Qué habría ocurrido?

El montaraz no entendió del todo la aparición del joven escudero así como sus gesticulaciones. Lo que sí sabía era que aquello no estaba planeado, y eso no le gustaba, sin embargo, el rostro tranquilo de Cathael hizo que no perdiera los nervios, por lo que pensándolo con detenimiento llegó a otra conclusión "Quizás quiera que estemos atentos al cielo para ver la flecha de Hasgon que nos indicará la carga..."

Por ello, al ver el rictus preocupado de su compañero le dijo en voz baja, con un susurro apenas audible:

-Agnor, quizás quiera que esperemos aquí para esperar la flecha de Hasgon y así iniciar la carga por este lado, mientras ellos terminan de marcar el camino, parece que el enemigo ya está cerca -concluyó con una media sonrisa deseoso de entrar en combate.

Aaren se arrastró hasta el borde, y asomó la cabeza. Vio una marea oscura de orcos armados para la guerra, con estandartes rojos y lanzas. Ocupaban la ladera y llegaba hasta la parte más honda. Pero también vio exploradores oteando los bordes de la meseta, en busca de señales de los defensores. Ningunó miró directamente hacia Aaren, y aquello era un golpe de suerte ya que su posición no era la mejor. No había logrado ocultar su presencia en lo alto.

No pudo arriesgar más, y regresó unos metros para no estar a la vista. No había podido ver en detalle las tropas enemigas, y su composición. Pero eran un centenar al menos.

El joven escudero volvió a apuntar al cielo, hacia la dirección de la hoguera. E hizo una señal curiosa, con las dos manos cruzadas y moviéndolas como si fueran alas. A continuación, se puso las manos en la cara. Murciélagos.

También hizo el gesto de una persona avanzando a pie. Mientras gesticulaba, avanzó unos metros más con el caballo. Finalmente, hizo el gesto de esperar, y luego la señal inequívoca de alguien disparando un arco.

El montaraz prestó suma atención a los gestos del joven, y cuando dedujo que el enemigo tenía más de esos incordiantes murciélagos, maldijo en voz baja tal "suerte". Sin embargo los otros gestos no los entendió muy bien y le dijo a Agnor susurrando:

-Compañero, creo que quiere que nos acerquemos unos metros a caballo pero a velocidad de a pie, y que estemos atentos al disparo de Hasgon -expuso indicando cual había sido la deducción del dúnedain y dejando al norteño la decisión sobre cómo proceder.

Cuando fui consciente de mi exposición, retrocedí lentamente unos metros y en cuanto estuve fuera del alcance de visión de los exploradores Orcos, regrese con Hasgon.

Cathael todavía no había retornado de su encargo, de modo que decidí no esperarlo y poner al corriente al guía de nuestro grupo.

Antes de dar la señal buscaría un lugar mas protegido de los exploradores y echaría un nuevo último vistazo. En cualquier caso, debíamos poner en aviso al equipo de flanqueo, resultaba de vital importancia que no se precipitasen y ocultasen su presencia hasta que nosotros diésemos la señal en el instante preciso.

Cathael debería volver a hacer señas una vez mas, esta vez indicándoles que mantuviesen la posición y se ocultasen. Los orcos nos superaban en numero ampliamente, si descubrían nuestro pequeño subterfugio, no tendríamos la mínima posibilidad contra ellos.

Los malditos murciélagos eran una molestia. Podían avisar al enemigo de su posición y estropear la sorpresa, un elemento imprescindible para el éxito de esa misión. Estaban en inferioridad numérica, solo la sorpresa podía dar una oportunidad para escurrirse, en la carga, hasta el paso. De lo contrario el enemigo podría formar una defensa para bloquear la carga.

Las otras señales no estaban tan claras, pero parecía que lo que comentaba el buen Tarbrand no podía ir muy desencaminado. Parecía que el grupo se había adelantado, o la avanzadilla se había retrasado o encontrado con algún inconveniente, y había que detener la marcha. La coordinación era tan importante como la sorpresa.

– Sí... debe ser eso. Aminoremos.

Esperaba que esa bajada del ritmo de cabalgada no afectara al ímpetu de la carga. No podía permitir que la impaciencia y el desconcierto estropearan el espíritu combativo.

– Tengamos paciencia, compañeros. Las espadas no tardarán en probar sangre orca. Solo unos instantes más, amigos.

Aaren regresó a la posición de Hasgon, y le puso al corriente de la situación. A lo lejos podían ver a Cathael que regresaba sin forzar el caballo.

-No podemos demorarnos mucho, Aaren, le dijo mientras acariciaba las plumas de la flecha, pensativo. -Un guerrero a caballo listo para la carga está impaciente, y las dudas no nos benefician. Pero entiendo tu preocupación.

Miró en dirección a Cathael, y luego nuevamente hacia la zona donde Aaren había visto la hueste orca. -Puedes probar acercarte por ese lado, más cerca de la pared de la meseta. Desde aquí te veo, e incendiaré la flecha en cuanto me des la señal. Pero no tardes.

El joven jinete llegó y confirmó que la unidad de Agnor ahora avanzaba a un paso mucho más lento a la espera de nuevas. -No es fácil comunicarnos por señas, lamentó. -Creo que me han entendido. ¿Quieres que vaya hasta ellos y les informo de la situación exacta?

La mirada de Cathael denotaba valentía y también orgullo. Él cabalgaba con los temidos Jinetes de Acero, y no obstante en esta contienda le habían relegado lejos de las dos cargas que se iban a hacer. Entendía que era por su protección.

O soy un guerrero, o soy un niño

Aún así, cumpliría con su deber de soldado. Porque sabía que el reconocimiento era una tarea fundamental. Pero si regresaba ahora a la unidad de flanqueo, era posible que ya se tuviera que quedar con ellos en la carga que ya parecía inminente.

Los hombres asintieron ante las órdenes de Agnor, y aminoraron la marcha a un paso lento. El sonido estruendoso de los cascos de los caballos dio paso a un sonido de golpes más suave. Entonces escucharon con más claridad el eco de los ruidos de la marea orca.

Vieron cómo Cathael les hizo un gesto de aprobación con la mano, y dio media vuelta en su caballo para volver sobre sus pasos.

Aelloth se colocó junto a Tarbrand y Agnor. -Se escucha la hueste, pero no son gritos de batalla. Aún no han atacado ni los orcos a las defensas ni nuestros compañeros a los orcos, supuso en voz alta.

También era posible que ya habían conquistado el Paso, pero en ese caso el mensaje de Cathael tal vez hubiera sido distinto. Aelloth no era una persona optimista por naturaleza, pero ante la perspectiva de esta carga desesperada, prefería pensar que les quedaba algún hilo de esperanza.

El montaraz esbozó una media sonrisa al ver como su interpretación parecía ser la correcta, por lo que asintiendo a la aclaración de Aelloth respondió diciendo:

-Entonces puede que sea por eso que el joven escudero nos recomendó ir más lentos, tenemos que esperar a que se produzca el choque para que nuestra carga por la retaguardia tenga sentido -concluyó a la vez que miraba hacia todos los lados claramente impaciente.

Sin embargo, se obligó a sí mismo a tranquilizarse pues de lo contrario, su montura podría notar sus deseos de velocidad y romper toda la estrategia que habían planeado.

Estaba nervioso, indeciso, no estaba acostumbrado a trabajar en equipo ni a tomar decisiones por los demás.

No será necesario, confiemos en que el grupo de flanqueo no se adelante demasiado, ya casi no hay tiempo, pronto todo comenzará, respondí al muchacho y tras asentir a las palabras de Hasgon, me preparé para hacer como el me indicaba y les pedí que esperasen a mi señal.

Me desplacé con precaución hasta la pared de la meseta y empecé a avanzar en dirección a la hueste.

Debían esperar a que los sucesos fueran llegando a su debido momento. Eso era hacer la guerra con inteligencia, moviendo las fichas con cuidado y procurando encajar las piezas. Ante la fuerza bruta, estrategia. Agnor estaba impaciente. Temía que esa misma impaciencia agriara el carácter de los hombres, que por ir a ciegas podrían cargarse de dudas sobre lo que estaba pasando. Quizá alguno empezara a preguntarse los motivos de la demora y pensara que se debía a que los orcos eran un enemigo demasiado poderoso.

Quiso quitarle hierro al asunto.

– Debemos esperar a que todo esté en su punto. Nuestros compañeros nos prepararán el terreno, y nosotros haremos el trabajo difícil. Démosles tiempo de barrer bien las hojas del suelo que cabalgaremos –bromeó–. Aunque sea que les quede esa gloria.

Sacó una moneda.

– Apuesto una de plata a que al final del día mi espada ha vertido más sangre que las vuestras.