Partida Rol por web

Al cabo de un rato, Saiko vuelve por el túnel, acompañado por dos hombres, un cuarentón y un veinteañero fornidos y con olor a caballa y sardinas. Takuro aún sigue teniendo dificultades respiratorias, pero parece que no empeora o al menos que no empeora muy rápido. Con cuidado, el hombre más grande coje en brazos el cuerpo de la criada ya inconsciente, mientras entre el otro y Saiko ayudan a caminar a Takuro hasta la entrada del túnel. Salís hasta el almacén y de allí a la calle, planteándoos qué ruta seguir. Podríais buscar un buen curandero con experiencia en venenos en las cercanías, a pesar de ser de noche y no tener claro dónde estará. La otra posibilidad es cruzar toda la ciudad hasta el palacio en busca de un shugenja o médico del daimyo.

Al cabo de un rato, Saiko vuelve por el túnel, acompañado por dos hombres, un cuarentón y un veinteañero fornidos y con olor a caballa y sardinas. Takuro aún sigue teniendo dificultades respiratorias, pero parece que no empeora o al menos que no empeora muy rápido. Con cuidado, el hombre más grande coje en brazos el cuerpo de la criada ya inconsciente, mientras entre el otro y Saiko ayudan a caminar a Takuro hasta la entrada del túnel. Salís hasta el almacén y de allí a la calle, planteándoos qué ruta seguir. Podríais buscar un buen curandero con experiencia en venenos en las cercanías, a pesar de ser de noche y no tener claro dónde estará. La otra posibilidad es cruzar toda la ciudad hasta el palacio en busca de un shugenja o médico del daimyo.

-No...dejes...que me trate...-las palabras mueren en su garganta antes de que pueda terminar la frase.

Saiko dispone que el musculoso hijo del pescador cambie de carga, deje a la mujer para el padre, y él lleve a Takuro a cuestas. Tal como le ve desfallecer por momentos, la Shosuro duda que el bushi pueda llegar hasta Palacio por su propio pie. Hay que ir deprisa, van a tener que correr.

Mientras, al escuchar las palabras apenas balbuceadas del Escorpión, duda. Antes de emprender la marcha, con urgencia le pregunta:

-Takuro-san, no entiendo. ¿Quien no quieres que te trate...? ¿El shugenja del Daymío? ¿O acaso te refieres a alguien distinto...? Se gira hacia el heinin mayor, y le espeta -¿Hay por aquí cerca un curandero? ¿Uno muy bueno...?

El pescador se rasca la cabeza. -¿Un curandero? ¿Por aquí? Hay.. bueno, hay una mujer. Creo que hace tiempo que no se la considera una shugenja. Vive cerca; es un mal barrio, pero no peor que este, señora.-

Takuro lucha por respirar mientras el pescador habla. Sus palabras no le tranquilizan demasiado, pero esa mujer es la ayuda más cercana. Si sus conocimientos no bastan y el veneno le lleva a la tumba, no desearía que eso pesara sobre la conciencia de nadie. Decide tomar él la decisión de poner su vida en manos de la desconocida y mira a Saiko asintiendo.

Saiko ya había tomado una decisión cuando el movimiento afirmativo de Takuro la confirmó. Excelente, porque era arriesgado, y coincidir en lo que había que hacer era un buen augurio.

-Vamos, vamos, deprisa. Llévanos con ella, buen hombre. Sea o no una Shugenja, es cuanto tenemos...

Era algo que no indicaba nada. La sabiduría y la experiencia no siempre iban de la mano del reconocimiento público, del lujo o de un apellido famoso. Solía ocurrir que personas casi anónimas acumulaban sobre sí más saber y más recursos que los más reputados profesionales... 

Tan rápido como os es posible, sois guiados hacia una zona de la ciudad cercana al río, emparedada entre el barrio que abandonáis y los altos muros de zonas más pudientes. Una tierra de nadie, de edificios casi en ruinas y cabañas oscuras en apariencia deshabitadas. La carrera debe haber acelerado el camino del veneno en la sangre del bayushi, porque durante la misma y con un estertor débil el samurai se derrumba en los brazos del hombre que le ayuda a caminar. Al menos, ya no padece.. esperemos que la curandera pueda hacer algo.

Abrís la puerta de la cabaña que el pescador os indica casi de un golpe. Una joven dama, que reposa a oscuras tapada por una manta, se sobresalta, chilla y se incorpora sobre el futon, tapándose el rostro en un gesto de pudor delicado, signo de que en efecto pudo tener un pasado de nobleza en alguna familia samurai.

Puesto que soy la única que no carga con los heridos, y ante la reacción de la mujer y la urgencia de la situación, decido ser expeditiva.

Un Escorpión antepone los intereses de su gente a su propio Honor. Siempre. Así que me arrodillo ante la mujer y toco el suelo con la frente, en una clara reverencia de respeto y sumisión. Desde esta posición de humillación hablo:

-Te ruego tu ayuda, Shugenja-sama. Soy Magistrada, al igual que mi compañero. Y tus conocimientos son lo único que puede salvarle ahora mismo, pues el veneno ha empozoñado la sangre, y le está drenando la vida. Sé que el veneno es Semilla de Tartago. Pero ahí acaba mi sabiduría. Ahora, dejo en la tuya su curación.

No añado nada más, ya habrá tiempo para acordar términos e intenciones. Ahora lo único a lo que puedo aferrarme es a su condición de curandera...

La mujer se queda paralizada unos segundos, pero después asiente y se pone en pie con rapidez. Con la shosuro todavía humillada sobre el suelo de paja, sencillo pero seco, la joven desaparece un segundo en las sombras del fondo de la habitación y regresa con un par de tarros. De uno de ellos extrae un unto que huele ligeramente a algas, pescado, tierra húmeda. Con gestos de su mano obliga a uno de los pescadores a acercarse y ayudarla a forzar a Takuro a tragar esa porquería mientras del otro tarro extrae un polvo azulado muy fino que coloca en la nariz del bushi para que lo respire con el poco aire que le queda.

Pasan unos minutos. La mujer, que sigue en silencio, acuna la cabeza de Takuro en su vientre mientras mira fijamente a la Shosuro sin ocultar cierto miedo en su rostro. El destino de un alma perdida y sin valor como la suya cuando falla al deseo de un samurai es bien conocido. La piedad, por lo general, es un estorbo en vuestro severo mundo.

Los primeros signos son leves. El pecho de Takuro empieza a subir y bajar más pronunciadamente pero sin estertores, con calma. La mujer señala el polvo azul y su propio pecho para indicar que este es el efecto de la sustancia. Aún debéis esperar más, sin embargo, hasta que notáis cómo Takuro empieza a tragar saliva. Sigue inconsciente, pero su garganta ya no está tan inflamada. La curandera sonríe y asiente.

Takuro se siente flotar en una oscuridad espesa, impenetrable. No siente nada, ya no hay dolor. Las heridas causadas por garras y alfileres emponzoñados son solo un recuerdo.

A lo lejos, le parece oir un sonido similar al canto de un pájaro. Parece provenir de un leve resplandor que se adivina más allá del alcance de sus inertes manos. De pronto, nota como es arrastrado hacia allí como si de una hoja llevada por la corriente del río se tratase.

La luz se va haciendo más intensa, así como el hermoso sonido. El samurai intuye el destino al que se dirige y, aunque poco parece poder hacer para evitarlo, intenta resistirse. El que elige el camino de la espada no ha de esperar una muerte demasiado lejana. El filo de un rival puede evitar en el momento menos pensado que tu piel llegue a verse surcada por las arrugas de la edad. Pero no así, no tan pronto. No con tanto por aprender. Takuro siente que aun debe someterse a muchas pruebas antes de considerar que su vida ha sido plena.

Viendo con impotencia como la luz empieza a rodearle y a engullirle, un inesperado sabor profundamente desagradable le golpea, arrastrándole lejos de allí. La oscuridad vuelve, y lo único que percibe es ese sabor y un olor que no es capaz de reconocer.

Ya no se mueve, no va a ningún sitio. No tan pronto. No hoy.

La frente en el suelo frío, y las palmas, sudadas, en él. Se ha humillado, pero lo ha hecho sin resquemor ninguno. Cuando poco a poco vuelve a su posición normal, erguida, y observa a la curandera usar sus artes en Takuro, sabe que ha obrado como debe. El Deber ante el Honor. Sólo espera, ruega, que su sacrificio haya servido.

No tarda mucho en comprobarlo. El bushi traga saliva, y... respira de nuevo. Con dificultad, como el hilillo de agua que se abre paso en el torrente seco, cuando cae la primera llovizna después de una sequía.

Saiko mira a la mujer, ésta asiente, sonriendo. La Escorpión le devuelve la sonrisa y el asentimiento. Su ayuda no caerá en saco roto. La mujer acaba de salvar la vida del Bayushi, y al mismo tiempo de proporcionar comodidad a las de los que ama.

-Recordaré este sitio y te recordaré a ti, mujer. Nos has hecho un regalo, su curación, y un servicio al Daymío. Serás recompensada por esto. Aunque tu primera recompensa viene de mi mano, y es sólo simbólica, algo mío, personal. Un regalo a cambio de otro. Estaré orgullosa si lo aceptas...

Y sacando de su obi su abanico, una pieza de exquisita factura, se lo tiende con una inclinación. Espera su rechazo, e insistirá de nuevo. Tres veces.

Tal y como corresponde a alguien educado en las tradiciones cortesanas, la muchacha rechaza dos veces el regalo antes de aceptarlo por tercera vez, pero en ninguna de las ocasiones emite palabra alguna. Se limita a sonreir, mirar al suelo y muy expresivamente negar con la cabeza humillada. Finalmente, cuando lo acepta, parece querer decir algo..

-..a..ias...urai-sama-

Es entonces, cuando ambos rostros están más juntos, cuando Saiko se da cuenta del motivo del silencio. A través de su boca entreabierta ha asomado brevemente lo que queda de la lengua de la chica, amputada y ennegrecida.

Cuando Saiko se apercibe de lo que impedía a la curandera hablar con normalidad y agradecer su obsequio, le hace una inclinación, y susurra: -entiendo. No me desdigo de lo que te he dicho. Volverás a saber de mi. Luego se gira hacia el pescador y le indica:

-Iremos ahora al Palacio. Ahora mismo, y tan rápido como os sea posible andar...

Tras lo cual abre la puerta, y espera a que los dos hombres carguen de nuevo a Takuro y a la falsa sirvienta para dirigirse definitivamente al Kyuden Doji.