Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas
páginas. Para empezar mi historia desde el principio, diré que nací (según me han dicho y
yo lo creo) un viernes a las doce en punto de la noche. Y, cosa curiosa, el reloj empezó a
sonar y yo a gritar simultáneamente.
Teniendo en cuenta el día y la hora de nacimiento, la enfermera y algunas comadronas
del barrio (que tenían puesto un interés vital en mí bastantes meses antes de que pudiéramos
conocernos personalmente) declararon: primero, que estaba predestinado a ser
desgraciado en esta vida, y segundo, que gozaría del privilegio de ver fantasmas y espíritus.
Según ellas, estos dones eran inevitablemente otorgados a todo niño (de un sexo o de
otro) que tuviera la desgracia de nacer en viernes y a medianoche.
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