En un pasado no muy lejano, los ratones vivían en pequeños huecos en los árboles, bajo troncos, dentro de grietas en las piedras y otros lugares desangelados u olvidados. Vivían desperdigados a lo largo y ancho de la tierra, sin comunidad o apoyo. Los depredadores los cazaban, estaban sometidos a las inclemencias del tiempo y contaban con escasas provisiones para sobrevivir a las calamidades. De hecho, lo más probable es que estos ratones murieran víctimas de los depredadores, las
penalidades, la enfermedad o el hambre, en lugar de vivir vidas largas y prósperas.
Frente a las abrumadoras fuerzas de la naturaleza, unos pocos grupos aislados plantaron cara y reclamaron para sí algunos lugares seguros. Al correrse la voz de la existencia de estos refugios, más ratones acudieron a ellos. El asentamiento más famoso creció rápidamente, pasando de ser escondite a puesto fronterizo, de ahí a fortificación y, finalmente, a ciudadela; un próspero pueblo rodeado de muros reforzados, defendidos por una entregada guardia. A este lugar se le conoce hoy en día como Lockhaven, es el centro de lo que se conoce como los Territorios de los ratones, y el hogar de la Guardia de los Ratones.