EL ENCLAVE
Trasfondo
Los clérigos de Velex, Dios de la Guerra, llevan años asentados en Robleda. El Dios del Valor ha prometido siempre fuerza, honor y bravura a los guerreros en las batallas y a todos aquellos que le adoren y crean en su doctrina. Pero pobres desdichados aquellos que osen retarle, desafiarle o incluso se atrevan a negar su existencia.
Una organización formada fundamentalmente por magos, sabios y algún que otro intrépido aventurero se estableció también en aquella época en la ciudad de Robleda. Eran conocidos como La Orden del Libro y buscaban la verdad y el entendimiento de las cosas a través del estudio de la alquimia, el conocimiento histórico y la magia. Buscaban restos históricos en profundas y olvidadas ruinas, eran estudiosos de la alquimia y otros saberes, pero sobre todo eran expertos en los secretos de la magia.
La aldea de Kravenhold siempre ha sido un lugar tranquilo, rodeado de campos de trigo y bosques antiguos. Pero desde hace un año, una sombra se cierne sobre el pueblo. Los cuervos llegaron en bandadas interminables, oscureciendo los cielos y llenando las noches de graznidos inquietantes. Poco después, los muertos comenzaron a levantarse de sus tumbas, atormentando a los vivos.
En el centro de este misterio se alza el Castillo Kravemir, una ruina sombría que vigila la aldea desde la cima de una colina. Las historias de los ancianos hablan de un antiguo noble, el Barón Cuervo, quien gobernó el lugar con puño de hierro antes de ser derrocado por su afición a las artes oscuras. Ahora, mientras la bruma se espesa y los días parecen más cortos, las campanas de la iglesia tocan por última vez.
En ausencia del Duque de Transilvania, el Caballero Durius quedó al cargo de la Corte, del castillo, de la capital, y, en cierta medida, de toda Transilvania.
Lo que tenía que haber sido una doble boda de alianzas y festejos que sirvieran para cimentar buenas y sólidas relaciones se acabó convirtiendo en un desastre de proporciones catastróficas. Se produjeron muchas muertes, mucha confusión, y al final la Casa Basarab al completo acabó exiliándose a Polonia.
A su regreso al país, el Duque Gyula Kadar no estaba contento, no confiaba en ninguno de sus fieles seguidores, por lo que los exilió a todos al devastado feudo de Slobozia con la excusa de repoblarlo y hacerlo próspero.
Han pasado pocos años desde la caída de la Legión Ardiente. Aunque los demonios fueron expulsados de Azeroth, el mundo no volvió a la paz. Las tierras del norte de los Reinos del Este —desde las ruinas de Lordaeron hasta las montañas de Alterac— se han convertido en fragmentos sueltos de un imperio quebrado. Señoríos que no responden a ningún rey, aldeas olvidadas por la luz, carreteras tomadas por bandidos y nigromantes que aún susurran a los muertos.
Muchos pueblos fueron arrasados por las guerras. Y los sobrevivientes... los que no tenían apellido, castillo o corona... fueron olvidados. Algunos murieron de hambre. Otros, de fiebre. Y otros, como ustedes, terminaron encadenados.
Los llevaron a Vinterhafen. Una ciudad que una vez fue bastión militar, y ahora es sólo una frontera sin ley, donde los débiles se venden al mejor postor. Aquí, en su viejo coliseo, se celebran peleas amañadas para mantener al pueblo entretenido y a los poderosos tranquilos. El precio de un hombre se mide por cuánto sangra antes de caer