Partida Rol por web

Frank y Raynor ya habían trabajado antes juntos. No se llevaban mal, aunque sus métodos de trabajo eran bastante diferentes. Pero como se solía decir, en la variedad está el gusto. Sólo hacía falta que no fueran del todo incompatibles. De nuevo cogían rumbo a la prisión de Vernon C. Bain y el atasco en las infernales calles de Nueva York no había disminuido ni un ápice. Lo cierto era que tenían hambre y toda la tarde por delante, por lo que podían realizar una parada para comer algo.

Al fin y al cabo, la pista sobre el Tirzas era muy vaga y podía ser que no llegaran a descubrir gran cosa. Eso si es que le encontraban en la prisión. Pues podía perfectamente tener su día libre, estar de vacaciones o entrar de turno por la tarde. Quizás sería buena idea llamar antes. Igual podía ser inteligente por su parte pensar antes de coger el coche. Al fin y al cabo, los únicos que parecían estar de servicio 24 horas al día eran ellos.

Mientras viajaban en el coche en dirección a la prisión de Vernon C. Bain, Jefferson decidió sacar tema de conversación para hacer tiempo entre atasco y atasco.

-Qué cambiada está Vaamar últimamente, ¿eh? -dijo el orco, mientras mantenía la vista fija en la carretera-. Si me dicen que McGee nos la ha cambiado por otra, me lo creo. Cambiando a los agentes encargados de cada línea de investigación, pasando de quedarse a recibir a ese capullo estirado de Eldren Nimwë... No sé, Raynor, pero me da que o está estresada por dirigir la unidad o está en esos días del mes... -Jefferson no estaba al tanto de si la menstruación de las elfas funcionaba del mismo modo que la de las mujeres humanas y orcas, pero el comportamiento reciente de Vaamar le resultaba extraño, como si no fuera ella-. Creo yo que lo de la vuelta de Nine puede tener mucho que ver. ¡Para mí que le ha echado el ojo!

-¿Estirada...?- alzó las cejas en pose sorprendida.-¿A nueve?-dijo sin variar su expresión.

-Por todos los expressos, Frankie, ¡yo quiero de eso que fumas!-sin duda la ocurrencia de su compañero le pareció tremendamente graciosa, puesto que no se molestó en disimular sus risas

-Estirada y nueve...repitió negando con la cabeza a la par que se secaba una lagrima surgida de la risa.

-Te diré que haremos, mejor. Párate en el primer puesto callejero que veas y yo invito al almuerzo. No sería aconsejable ir tan lejos con la panza hueca,  ¿no te parece?

-Ñeh. Vale que no sea Woods, pero a lo mejor a Vaamar las humanas le hacen tilín -le dijo Jefferson a su compañero, encogiéndose de hombros. Nunca entendería por qué los elfos promedio eran considerados bellos para los humanos, teniendo en cuenta que eran delgadísimos y de orejas puntiagudas.

El orco divisó un puesto de comida y, haciendo caso a Raynor, decidió parar para pedir algo.

-Estoy de acuerdo, compañero -reconoció, mientras aparcaba el vehículo-. Siempre trato de no ir a interrogar sospechosos con el estómago vacío, y el mío ya pronto va a ponerse a rugir.

Se detuvieron ante un puesto ambulante de perritos calientes, hamburguesas y otras grasientas delicias callejeras. El vendedor les miró animado con una amplia sonrisa bajo su bigote. Era de etnia asiática, posiblemente indio o pakistaní. Nada más descender del vehículo y acercase a ellos les habló.

- Buenos días, siniores... - Dijo muy amable. - ¿Qué les puido ofrecer? - Les preguntó.

El agente orco observó el puesto ambulante del vendedor. ¿Tendría licencia para estar allí vendiendo? Meh. Tenían problemas más importantes que importunar a un pobre vendedor que se ganaba la vida honradamente proporcionando comida rápida a los paladares necesitados como el de Jefferson.

-Un kebab -pidió el orco al escuchar la clásica pregunta del vendedor pakistaní-. De pollo.

Aquel hombre comenzó a preparar el pedido de Jefferson alegremente. Entonces le dedicó una mirada a Raynor sin dejar de cortar carne del rollo de kebap con la clásica máquina que se usaba en el gremio.

- ¿Tú no come, amigo? - Le preguntó al agente Ryan Raynor. - ¿Cómo llevan el día agentes? - Les preguntó entonces, sorprendiéndonos al haberlos identificado como tales.

-Un perrito, con cebolla frita, mostaza, ketchup, pepinillo y tomate. Eso si, ni se te ocurra meterle queso-Dijo Raynor observando inquisitivamente al vendedor.

¿Tanto se notaba que eran policías de paisano? Raynor supuso que aquel vendedor ambulante tenía más calle que los dos agentes juntos, por lo que no le debía costar diferenciar a policías encubiertos. "Almenos así no nos pondrá la comida podrida..." pensó para sí, justo antes de dar el primer bocado de su tentempié.

-Por cierto,  ¿no hay una señora Jefferson esperando en casa?-preguntó sin venir a cuento a su compañero. Lo cierto era que apenas sabía nada de sus compañeros de trabajo.-Por lo que has dicho, le tenías echado el ojo a Woods tu también ¿eh, pícaro hombrecillo verde?-dijo en tono simpático.-Aunque quién iba a culparte, esa pelirroja de orejas picudas estaba bien buena... 

-¿A Woods? Qué va -dijo Jefferson, en tono afable. No le desagradaba que Raynor le preguntase sobre su vida personal. A menudo, los humanos consideraban que los orcos no tenían de eso-. Donde se ponga una buena orca, con su piel verdosa, su buen par de colmillos y unos brazos y piernas fuertes, que se quiten todas esas elfas escuálidas. Aunque no, no hay ninguna señora Jefferson de momento...

El orco le dio un primer mordisco al kebab de pollo, mientras pensaba en todo lo que sabía sobre Raynor. Más allá de su gusto por preparar cafés y poner apodos a sus compañeros, no conocían demasiado de su compañero.

-¿Qué hay de ti? ¿Tienes alguna novia, mujer, hijos? Oí que estuviste en el ejército, creo...

-¿Famfiflia?-dijo con la boca llena, afanándose a masticar y tragar para poder responder.

-¡Nah! Eso no es para alguien como yo... No me veo soportando a una misma mujer durante toda la vida... ¿Donde estaría la diversión?-dijo encogiéndose de hombros para dar el penúltimo bocado a su sobreaturado perrito caliente.

Volviendo a tragar el contenido de su boca siguió hablando.-Soldado de primera clase del glorioso ejército de Estados Unidos de América-aclaró

Tras aquella amena charla y habiendo devorado la fast food que habían comprado a aquel amable pakistaní, regresaron al tajo. Tenían todavía un largo camino hasta la prisión y su deber era el de entrevistarse con aquel hombre para descartar cualquier sospecha sobre él. Aunque fuera como fuera, las cosas a partir de ese día no le iban a ir demasiado bien a aquel funcionario de prisiones. Si se demostraba que estaba pasando droga a los reclusos, perdería su empleo y ganaría una habitación junto a sus clientes habituales.

Se subieron en el coche y emprendieron de nuevo la marcha. Tres cuartos de hora después ya volvían a tener hambre, pero llegaron al muelle donde se encontraba aquella extraña prisión flotante. Los operarios de la puerta responsables del acceso al Centro Correccional Vernon C. Bain, les dejaron pasar una vez comprobaron sus credenciales y minutos después se encontraron en el despacho del responsable de la prisión. El aclaide Donald Hatterson.

Aquel hombre tardó unos diez minutos más en presentarse frente a ellos. Se trataba de un hombre de unos cincuenta años de edad, con el pelo canoso y la cara bien afeitada. Lucía un traje con corbata de apariencia bastante cara y apestaba a perfume varonil, aunque su gusto anclado en dos o tres décadas atrás rechinaba bastante a sus olfatos.

Al abrirse la puerta, el alcaide estaba hablando con alguien que se encontraba del otro lado de la pared, pero al que no llegaron a ver la cara. La voz del alcaide era bastante estridente y desagradable. Aquella voz aguda y chillona, no cuadraba demasiado con aquel hombre y con la posición que ostentaba. Lo cierto era que de buenas a primeras, aquel hombre no les causó una muy buena impresión. Al verles les saludó y tras estrecharles la mano se sentó tras su escritorio.

- Ustedes dirán agentes. - Les dijo. - ¿Qué les trae por aquí? ¿Quieren beber algo...? ¿Whisky, coñac...? ¿Un puro?

-No bebo cuando estoy trabajando, alcaide -dijo el agente orco, tomando asiento frente a Hatterson-. Aunque no voy a rechazar uno de esos puros. -Esbozó una sonrisa que dejó aún más al descubierto sus colmillos.

Jefferson dirigió una mirada a Raynor, aguardando a que él indicara si quería tomar algo, y después añadió:

-Venimos a hablarle sobre uno de sus guardias. John McGregor, más conocido como el Trizas. -Considerando que aún era demasiado pronto para revelarle las actividades que realizaba el funcionario de prisiones, se limitó a añadir-: ¿Qué puede decirnos sobre él?

Aquel hombre se quedó un tanto extrañado ante aquella consulta. No sabían si era por el hecho de que le preguntarán por uno de sus trabajadores y no sobre un recluso o porqué simplemente no sabía nada acerca de ese hombre en concreto.

- John Mcgregor... John Mcgregor... - Repitió un par de veces mientras parecía pensar en que tenía que decir sobre ese hombre. - ¡Johnny, sí...! - Asintió con la cabeza. - ¿El Trizas? No sabía que le llamarán así. Es un buen chico. Un poco rudo, pero me trabaja bien... - Frunció el ceño poniendo una expresión algo más seria. - ¿Por qué le buscan?

-¿Buen chico? -Jefferson arqueó una ceja, dirigiendo una mirada a Raynor-. Si usted lo dice...

El orco se quitó el bombín violeta y se rascó momentáneamente su cabeza calva.

-Alcaide Hatterson, ¿sabía usted que John McGregor suministra drogas a algunos reclusos? -inquirió el agente, pensativo.

- Hummm... - El alcaidede llevó la mano a la barbilla pensativo. - Ese si es un tema bastante escabroso. - Dijo afirmando con la cabeza. - Se sabe que alguien pasa sustancias a los presos y eso no me gusta. Pero... ¿Mcgregor? ¡No, no lo creo!

Agarró el teléfono y esperó unos momentos hasta que alguien debió responderle.

- Señorita Fullham, haga traer al funcionarios John Mcgregor. Unos agentes quieren hacerle unas preguntas. - Colgó el teléfono. - ¿Y qué pruebas tienen en su contra? - Les preguntó mientras esperaban a que Mcgregor se presentará ante su jefe.

-Secreto de sumario, me temo-interrumpió el silencio que había guardado desde la entrada al correccional.

-Si bien, como parte interesada, le informaremos en seguida tengamos algo claro, señor Hatterson-aclaró en tono secante

- Entiendo agentes... entiendo... - Dijo dando un sorbo a su copa de coñac y acto seguido se encendió un puro.

Para cuando tocaron a la puerta del despacho, tan solo diez minutos después de cuando los agentes llegaron a este, el ambiente estaba ya muy cargado. El olor a humo de tabaco de puro era muy intenso y al alcaide y a Jefferson no parecía importarle, pero lo que era a Raynor si parecía molestarle. Dónde estuviera olor a café recién hecho, que se quitara cualquier otro tipo de olor...

- Adelante... - Dijo entonces el alguacil. La puerta se abrió y accedió al despacho un hombre joven y de mirada desafiante. - John McGregor, agentes. Todo suyo...

John McGregor era un hombre joven y musculoso. Su piel estaba bronceada y el portaba el pelo rapado y la barba sin afeitar de un par de días. Lucía pendientes en las orejas y tatuajes en los brazos que sobresalían por las mangas de su uniforme reglamentario de funcionario de prisiones. Al ver a los agentes realizó una mueca girando la cabeza con cierta incomprensión, como haría un perro frente a su amo.

- ¿Qué sucede alcaide? - Preguntó. - ¿Por qué me ha mandado llamar? ¿Qué quieren éstos hombres? 

El alcaide no respondió. Era el turno de Frank y Ryan. Tenían al Trizas para ellos solos y el alcaide no parecía que fuera a protegerle demasiado. De hecho, parecía estar disfrutando con la sorpresa de su trabajador. Pese a las extrañas pintas de mafioso del señor Hatterson, podía ser que fuera un tipo legal. Aunque eso estaba todavía por ver...

Jefferson observó a McGregor. Pendientes en las orejas, tatuajes en los brazos... Si le hubieran dicho que era uno de los reclusos de la prisión, se lo hubiera creído.

-John McGregor -dijo el agente orco, escrutándolo con la mirada-. Nos ha llegado la información de que usted se ha dedicado a suministrar drogas a algunos de los reclusos. Más concretamente al señor Finwë Brock.