Partida Rol por web

El berserker estaba rodeado de aquellos salvajes armados con hachas y palos que no cesaban de golpearle, cortándole y derramando su sangre. Cualquier otro guerrero habría temido por su vida, pero en estos momentos él ya no temía por nada.

Había entrado en un trance en el que solo había enemigos que abatir, nada más le importaba, ni siquiera su propia seguridad.

Las flechas de la völva seguían lloviendo encima de los salvajes mientras Sigurd y Thorgrim empezaban a derramar la sangre de sus enemigos. ¡Y de que manera! El hirdman rajó con su espada la tripa de un hombre de baja estatura que tenía frente a él. Éste empezó a aullar de dolor al ver la sangre manar y empaparle el taparabos. Throgirm a su vez hizo girar su hacha y, con un grito que heló la sangre de sus adversarios, hendió su hacha en la cabeza del salvaje que le había herido, que se partió como fruta madura. No contento con ello al sacarla rajó el pecho del otro quedando empapado en la sangre de sus enemigos en un instante. Aquella figura ensangrentada e imponente parecía ser capad de arrasar con todos aquellos salvajes. Thorgimm quedó entonces enfrentado a un único salvaje que temblaba de miedo y apenas se atrevía a levantar el arma contra el guerrero. Yngwe y Klemet tuvieron suerte y lograron evitar los ataques de sus enemigos. Las mujeres por el contrario no lograron resistir la embestida de aquellos hombres del bosque. Dos de ellos se lanzaron sobre Hild, y uno de ellos logró cortarla en uno de sus hombros atravesando sus hombreras de pieles. Pero la peor parte se la había llevado la líder del grupo. Parecía que los salvajes tenían claro cual debía ser su objetivo y se lanzaron sobre ella. Con dificultad logró esquivar el primero de los ataques pero al verse rodeada no logró esquivarlos. El primero de ellos clavó su lanza en el muslo de la mujer y al tratar de defenderse el segundo golpe se clavó en su mano abriendo una herida de aspecto horrible que, sin ninguna duda, le haría perder un dedo o quizás dos de la mano izquierda.

Yngwe se defendía del embite de los salvajes - ¡¡ Jorunn !! - "criaturas mágicas, criaturas mágicas" aquellos scaldas escandinavos bien le habían tomado el pelo con "criaturas mágicas", fíate de un scalda, será el nuevo refrán incluso entre los de su profesión. Esquivó uno de los hachazos del salvaje herido y volvió a lanzar un tajo contra él

Jorunn se tambaleó antes de caer. Por un segundo, sus pensamientos la transportaron a su niñez, en un fresco día primaveral. Su padre la tenía en brazos y su hermana mayor estaba delante, aparentemente recibiendo una retahíla de consejos sobre no fiarse nunca de la palabra de los scaldas. 

Por un momento pareció que la chica iba a mantener el equilibrio pero finalmente la niebla que había empezado a aparecer frente a ella se hizo más intensa mientras el sonido de la batalla se alejaba de golpe. ¿Vendrían las valkirias a por ella? Había mantenido sus votos, no se había casado, era pura y todo parecía indicar que iba a caer en combate pero ¿la liberaría aquello del reino de Hel? 

No las oigo....no las oigo...

El thurl vió por el rabillo del ojo como la cabellera rubia de Jorunn se desplomaba contra el suelo tras recibir una herida mortal. Su primer contrincante se había quedado aturdido por la cantidad de golpes que le había aplicado a su bastón, pero el otro todavía estaba frente a él. Con un gruñido intentó fintar al salvaje que tenía delante para salir corriendo hacia Jorunn y sacarla de todo aquel caos.

Yngwe mató a uno de los salvajes que tenía frente a si mientras Klemet corría, haciendo muestra de gran valentía, para socorrer a la hija del Jarl que había caído bajo el ataque. Aquello era un momento crítico pues además de ser un valioso compañero Jorunn era la hija del Jarl y todos, además de por amistad los mas cercanos a ella, se preocupaban de que no le pasase nada. Ahora yacía inmóvil sobre la arena.

Pero los salvajes no cesaron en su ataque, pese a ello la moral no flaqueaba entre los daneses y tanto Thorgím como Sigurd lograron repeler los golpes de aquellos hombres que gritaban y se movían con inusitada furia.

A pesar del golpe recibido que la desestabilizó momentaneamente, Hild no perdió la concentración y, con toda la rapidez de la que fue capaz volvió a colocar una flecha en la cuerda. Ver cómo Jorunn caía sin sentido al suelo hizo que la rabia la invadiera y, olvidándose durante unos segundos de lo que sucedía a su alrededor, se centró en su objetivo soltando la flecha que salió directa hacia uno de sus enemigos.

A Sigurd no le iban mal las cosas, teniendo en cuenta su desventaja numérica. Pero fue consciente de que no le pasaba lo mismo a la noble que debía proteger. Sin embargo ahora mismo el hirdman poco puede ayudarla. Si lo hiciera estaría dando la espalda a sus enemigos, y eso es algo que sbe que no debe hacer bajo ningún concepto. Además, dejaría el paso libre hacia Jorunn...

No, la mejor forma que ahora tiene de proteger a la joven -de la cual no sabía su estado- era intentar que esos salvajes no avanzasen más.

Se concentró en parar los golpes de sus adversarios y lanzó un ataque con todas sus fuerzas a uno de los rivales que aún estaba ileso, pues no creía que el salvaje al que le había hecho una raja en la tripa tuviera muchas más ganas de encararse a él.
 

Thorgrim había entrado ya en una espiral de violencia como solo aquellos poseidos por el espiritú del oso podían caer. Sus rivales le atacaban sin descanso, pero no hacía ademán alguno por defenderse. En lugar de eso, con su enorme hacha, segaba las vidas de los que osaban acercársele igual que un agricultor cortaría las briznas del trigo seco.

Hild disparó con certeza su flecha que se hincó en la barriga de uno de los escualidos salvajes que la asaltaba, el hombre bramó y la saliva salpicó su barba mientras miraba con odio a la mujer de pelo rojo. Sigurd y Thorgím, situados en el frente del ataque devastaban a sus enemigos con rapidez y destreza. La mujer pudo ver como el berserker tras decapitar a un salvaje cargaba contra otro que a su vez perseguía a Klemet y le clavaba el hacha en su espalda. Pese a la ayuda de Thorgirmm Klemet no pudo evitar a todos los salvajes que ahora lo rodeaban y, sin la habilidad para luchar que tenían los guerreros del clan Kjari, recibió un profundo corte en la espalda que traspasó ropajes y carne. Yngwe, que había demostrado que pese a ser un simple scalda sabía luchar volvió a ser herido por el hacha de pierda se un salvaje cuya barriga se movía como si fuese un saco de pescado. Ovif gritó cuando el joven Sigmund cayó cerca de él y ordenó a uno de sus hombre que avanzara rápidamente y se hubiese al muro de escudos mientras él mismo trataba de llegar entre los salvajes hasta donde estaba Jorunn.

No pareceis tan mágicos ¿no? - Preguntó a uno de los figuras cuando Yngwe retiró la espada del cuerpo muerto de uno de ellos

Yngwe trató de detener los golpes pero no fué posible y un hacha de piedra le golpeó directamente en el pecho dejándole sin aliento. No hizo brotar la sangre pero probablemente le hubiera fisurado una costilla, detuvo el golpe del segundo salvaje y dirigió su espada contra el cuerpo del adversario, sonriente al saber que el hijo de Thor estaba entre ellos

¡¡ Sigurd !! ¿Como va eso? - Preguntó al ver a su compañero tan atosigado por la pelea como él

Klemet buscó el cuerpo de Jorunn para colocarse entre ella y los salvajes cuando un hacha se clavó en su piel, arrancándole un grito que le retumbó toda la cabeza. Aun así consiguió darse la vuelta y alzó el bastón para golpear a uno de los salvajes lo más rápido que pudo. Además, intentó mantener el bastón en alto para protegerse de algún que otro ataque.

- Son demasiados... - gruñó por lo bajo, sintiendo como se iba debilitando poco a poco

Klemet se colocó de manera heroica frente al cuerpo de la joven y empezó a golpear a sus enemigos con rabia tratando de mantenerlos alejados para defenderla. Tal era la furia de sus golpes con el destral que uno de los salvajes cayó derribado a los pies del thurl.

La völva comenzaba a ponerse nerviosa al ver cómo sus compañeros caían heridos o muertos. Aquellos bárbaros, a pesar de sus rudimentarias armas y maneras de luchar, eran demasiados y no se amilanaban, así que Hild, intentando concentrarse y que su mano dejara de temblar, volvió a colocar una nueva flecha en su arco y disparó.

Sigurd intentaba acabar con la vida de aquellos dos salvajes que le rodeaban cuanto antes, moviendo su espada como mejor sabía hacer.

En el fragor distinguió la voz de Yngwe.

-Como tiene que ir...- Respondió, hasta ahora la habilidad de Sigurd había decantado la balanza hacia el hirdman a pesar de la inferioridad numérica. Pero esta vez no parecía que los dioses estuviesen de su parte.

El berserk estaba preso de un frenesí asesino. Ignoraba los golpes que sus enemigos descargaban sobre él como si no fuesen más que molestas picaduras de insectos.

Mientras tanto, su hacha no paraba de moverse, subiendo y bajando sin descanso. Cortando brazos, seccionando arterias. Todo su cuerpo estaba cubierto de sangre, tanto suya como de los enemigos que poco a poco se iban amontonando a sus pies.

Un cuerno sonó entre los salvajes. Thorgrimm había logrado defender a Klemet, que a su vez había logrado proteger a Jorunn. Un poco más atrás se encontraba Hild quien podía considerarse una pequeña guerrera puesto que había logrado abatir con su segunda flecha a aquel maloliente salvaje que la acosaba. Ahora sin embargo los salvajes corrían de vuelta entre los arboles y desaparecieron con la misma rapidez con la que habían aparecido. En tan solo unos minutos la playa quedó vacía de nuevo pero aquel combate había salido caro. La vida de dos de los ocho daneses que habían acompañado a la expedición se había perdido en aquella playa aunque al menos tenían el consuelo de haber muerto con la espada en la mano y Odhin les recibiría en el Gran Salón.

Osvif se acercó junto a la hija del jarl.

-Será mejor que descansemos hoy y atendamos a los heridos, Sigmund y Bjornson han muerto-el joven hijo de Bjorn era un muchacho de 16 años que apenas había aprendido ha usar la espada y que se había prestado voluntario para la expedición en busca de gloría y ver lugares nuevos. Ahora su padre lloraba sobre su cuerpo rodeado de sus compañeros- ordenaré a mis hombres para montar guardias, aunque no creo que esos salvajes se atrevan a ataccarnos de nuevo-señalo a los cadáveres que estaban tirados en la arena rojiza.

-Podría haber sido peor... mucho peor- Contestó el hirdman a Osvif, con cuidado de que Bjorn no lo escuchase, pues para él no habría nada peor que lo que le ha sucedido. Puede que los salvajes no tuviesen un buen entrenamiento, o al menos no fuesen tan buenos guerreros como ellos. Puede que sus armas fueran muy rudimentarias, y sin embargo los superaban en razón de tres contra uno, hasta para Sigurd ha sido un milagro salir ileso, en parte, gracias a su armadura.

Tras esa breve concesión, Sigurd se acercó a grandes trancos hacia Jorunn, que estaba inconsciente, para observar la fea herida con preocupación.

-¿Cómo está...?- Pregunta a Klemet, esperando que esa herida no fuese tan grave como parece en un principio. Y si es muy grave, con algo de suerte y las atenciones de Klemet, evitaría que la herida fuese mortal... El hirdman había aprendido que se puede morir de un simple rasguño mal curado, no es lo normal pero tampoco demasiado infrecuente.

La tensión acumulada durante el combate cayó como una losa sobre la völva al ver cómo los bárbados se retiraban. Temblando, se dejó caer en el suelo para aquietar su respiración. Por un momento había creído que su vida acabaría en aquellos momentos pero, gracias a los dioses, apenas habían sufrido bajas. Elevó una plegaria por los caídos antes de incorporarse y acercarse donde su amiga seguía tumbada en el suelo inconsciente.

Se agachó a su lado comprobando que todos estaban pendientes de la rubia mujer. Miró a Klemet, el cual parecía también herido, con una súplica en sus ojos, no podía permitir que Jorunn muriera. La pregunta que le quemaba en los labios la acababa de hacer el hirdman, así que sólo podía esperar la respuesta.

- ¿Puedo hacer algo? ¿Necesitas algo de mí?

Lleno de su rabia guerrera Thorgrím no escuchó el cuerno de los salvajes pero los vio dar media vuelta mientras huían de su hacha en dirección a los bosques. No podía permitir que aquellos hombrecillos le privarán de su gloria.

Salió corriendo como un poseso tras ellos, llegando a acabar con la vida de un par de salvajes más antes de que el cansancio se apoderara de él y no pudiera seguir con su persecución.

Al cabo de unos minutos regresó con sus compañeros de misión con el hacha al hombro y sus ropas totalmente cubiertas de sangre. Jorun necesitaba ayuda, pero en estos momentos Thorgrím era incapaz de hacer algo más que sentarse en el suelo a descansar mientras esperaba que Klemet estabilizara a la hija del Jarl.