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AKI y el misterio de los cerezos

II. EL MISTERIO DE LOS CEREZOS

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17/07/2014, 21:22
Sensei

Shikama.
A orillas del rio Naruse.

 

Con las primeras luces del alba cruzasteis el río Naruse a las afueras de una pequeña población llamada Shikama y os encaminabais hacia vuestro destino: la antigua capital del clan Date. El castillo de Iwatesawa, que es como se llamaba antes de que el daimio lo reconstruyera y renombrara, era donde Hideyoshi Toyotomi, el antecesor de Ieyasu al mando del país, había obligado a desplazarse a los Date desde su antiguo bastión.

Las relaciones entre el gran Toyotomi y Masamune no habían empezado del todo bien. Durante la toma de Odawara, Hideyoshi había reclamado la presencia de los Date y de su ejército, y una petición directa del señor de los Toyotomi era una orden clara y tajante. Masamune, sin embargo, decidió retrasarse como señal de protesta, aunque supiera que ello iba a significar su más que probable muerte. El día que se personó ante él, lo hizo ataviado con sus mejores galas, el rostro bien alto, dispuesto a cometer seppuku. Hideyoshi, no obstante, le perdonó la vida como gesto apaciguador. Desde ese momento, vuestro señor le sirvió fielmente hasta su muerte, aunque era consciente de que nunca fue del todo de su agrado debido a su arrogancia.

Tras la batalla de Sekigahara, sin embargo, las tornas cambiaron. Los Uesugi erraron el bando ganador y el actual shogún premió a los Date con el mayor y más rico feudo de Sendai. Masamune se trasladó a la pequeña ciudad de pescadores con el grueso de sus vasallos, dejando a cargo de la antigua capital a un pequeño grupo de hombres y a uno de sus vasallos mayores, el señor Imamura.

Nada más entrar en la ciudad, os topasteis con un funeral. Las puertas de la casa del difunto estaban abiertas y la gente se agolpaba tras el cuerpo. Frente a él, sobre una pequeña mesa, pudisteis ver el mitayama ya abierto, del que sobresalía el tamashiro, y la copa de las ofrendas con agua, sal y arroz a su lado. Un sacerdote recitaba la plegaria correspondiente mientras la familia directa y otra parentela permanecían en un respetuoso silencio. Era un funeral sobrio.

Una pequeña multitud asistía a la ceremonia reunida frente a la casa. Aquí y allá se habían formado algunos corros de gente que murmuraba sin cesar; a juzgar por la expresión de sus rostros, se debatían entre la indignación y el miedo. Miyamoto se fijó en que, mezclados entre ellos, había algunos policías de a pie armados con sus distintivos jutte. No era una muerte natural, eso estaba claro, ni tampoco se había producido en circunstancias normales. Algo no iba bien.

Vuestro destino era, precisamente, la casa del responsable de las fuerzas policiales de la ciudad: Oda Komon. A medida que avanzábais por las calles, os disteis cuenta de que estaban inusualmente vacías. Apenas podía verse a algún carro transportar mercancías de aquí para allá a toda prisa y a algunos comerciantes sentados junto a la puerta de sus pequeños negocios a medio abrir. Otros estaban directamente cerrados, como varios puestos de comida que os encontrasteis a vuestro paso. Podiais sentir las miradas de los pocos transeúntes con los que nos cruzábais clavarse en vosotros con indisimulada desconfianza.

La residencia de Komon estaba dentro del recinto del castillo, como correspondía a su rango. El maestro se identificó y esperó a que uno de los soldados que guardaban la puerta fuera en su busca.

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18/07/2014, 12:53
Ichiro Omura

La estancia en aquella aislada posada fue más duradera de lo que el muchacho había supuesto, pero sobre todo mucho más intensa. Al llegar con la cena, el rostro de los comensales le desveló que volvía a interrumpir otra interesante conversación entre los guerreros. Le disgustó haber perdido otra oportunidad de presenciar valiosas lecciones de una forma de vida que desconocía por completo, aunque quizás era pronto para el joven Ichiro madurara conceptos tan complejos como la determinación que el monje mostraba para etiquetarse como libre.

Durante la cena su curiosidad no podía quedar menos saciada que su estómago y pronto se arrimó en susurros con la intención de solventarlo. ¿Todo bien? ¿De qué hablaban? Algo en la expresión de Aki le sugirió dejarlo para más tarde.

Al día siguiente regresaron al camino y aprovechó que sobraba el tiempo para buscar el momento adecuado en el que intercambiar sus pequeños secretos. Le contó las sospechas de que alguien parecía querer asesinar al maestro, suceso que tan perturbado le tenía, en grna parte por su misma implicación al respecto. Tanto era así, que aún se servía del jo para facilitar la marcha.

Satisfecho con las nuevas al día, la imagen del silencio que se había apoderado en su siguiente parada, sólo hizo alimentar más ese escalofriante halo de pavor por aquello que rodea el inevitable encuentro con la muerte. ¿Qué habrá pasado? Preguntó por inercia aún consciente de qué nadie podría adivinarlo, sin embargo confiaba en que sus acompañantes pudieran tener en cuenta detalles que el ignorante e inexperto chiquillo jamás apreciara.

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21/07/2014, 22:08
Aki Munemoto

A Aki no se le pasó por desapercibidas las miradas de desconfianza que le dedicaban los pueblerinos. ¿Por qué los miraban así? Por supuesto, el joven muchacho se lo podía imaginar...

—Maestro, es por los rumores sobre el Yokai que estos ciudadanos nos miran con desconfianza, ¿verdad? — Preguntó en apenas un susurro pese a saber que realmente debía ser por eso —. ¿O hay alguna otra razón por la que parecen sospechar de nosotros?

Quizás hubiera otro motivo, si era así... creía que, siendo miembro del grupo, debía conocer los detalles. Por supuesto, si su maestro le negaba aquella información, él no se rebelaría... sería un falta de respeto si lo hiciese.

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22/07/2014, 11:05
Oda Komon

Miyamoto os hizo un gesto con la mano, dando a entender que aquel no era momento de preguntas, sino de mostrarse serio y centrado.

Escuchasteis entonces el tintineo del soldado que había ido en busca de Komon regresar a la carrera. Al llegar frente al maestro, le hizo una gran reverencia y le indicó que le siguierais. Era la primera vez que accediais a una fortaleza y os sentisteis emocionados. Varios grupos de samuráis se ejercitaban en el patio con sables de madera; otros, reunidos en pequeños grupos, parecían participar del mismo secreto que estaba en boca de toda la población.

La casa del jefe de policía estaba guardada, a su vez, por otros dos vigilantes ya advertidos de vuestra llegada y que os franquearon el paso con una gran inclinación de cabeza: no todos los días el gran Miyamoto Tsunetomo, el maestro de artes marciales del clan, aparecía por allí. El señor Komon os esperaba en el salón de recepciones. Al ver entrar a Miyamoto, se levantó y se acercó a él con dos grandes zancadas.

—¡Miyamoto san! —exclamó mientras le dedicaba una gran reverencia.

—¡Tan adulador como siempre, viejo amigo!

—Me alegro de verte… aunque sea en estas circunstancias —añadió Komon abriendo los brazos en un ademán de impotencia.

El maestro emitió su gruñido característico por toda respuesta. El jefe de policía reparó entonces en el resto de vosotros.

—Te presento a Takeshi Okada.

El monje y Komon se saludaron ceremoniosamente. Después, Miyamoto se giró hacia Aki:

—Este es mi hijo Aki —era la primera vez que se refería a Aki de aquel modo: como su hijo, sin ninguna otra añadidura. El joven sintió un gran orgullo—. Y este es Ichiro Omura; es como si fuera de la familia.

Al oír aquello, Ichiro también rebosó de felicidad, doblando la anchura de su pecho como un ave hincha su plumaje durante el cortejo. Le dedicó entonces una gran reverencia a Komon, aunque en realidad, era un reconocimiento a las palabras del propio Miyamoto.

—Pasad y sentaos —dijo Komon—. He ordenado que nos traigan algo de comer: estaréis cansados del viaje. Sólo había preparado una habitación, pero ordenaré de inmediato que dispongan más.

El maestro agradeció el gesto con una nueva reverencia. Komon se sentó y nos invitó a hacer lo mismo.

—Dime, Miyamoto san, ¿cómo marchan las cosas por Senda¡?

—La ciudad crece a buen ritmo —respondió el maestro—. La paz siempre trae prosperidad.

Esta vez fue el jefe de policía quien asintió a sus palabras. El resto permaneciaisen silencio, a la espera de que alguno de los dos se dirigiera a vosotros. Era lo que exigía el protocolo.

—Nos hemos topado con un funeral a la entrada de la ciudad —dijo entonces Miyamoto—. ¿Cómo están las cosas por aquí?

El maestro usó un tono serio para indicarle que ahora le preguntaba como oficial del daimio en la ciudad, no como amigo. Oda Komon se tomó su tiempo. Adoptó entonces una postura corporal más erguida y apropiada.

—Ha habido seis asesinatos en el último mes —pronunció, titubeante—. Ninguna de las víctimas guardaba relación con las otras ni encontramos motivo alguno para sus muertes, y, mucho menos aún, a sus especiales circunstancias.

—¿A qué te refieres? —quiso saber el maestro con un gesto de sorpresa. Todos os habiaisquedado estupefactos al conocer la información. ¡Seis muertes! Incluso para una gran ciudad como la propia Edo, supusisteis para vuestros adentros, aquello suponía una estadística intimidatoria.

El samurái dudó durante un instante.

—Los cuerpos han aparecido desmembrados y comple tamente exangües —respondió finalmente con un velo de oscuridad en la mirada.

La revelación os heló el alma a todos.

—¿Y qué hay de los cerezos?

—Apenas queda ninguno vivo. ¡Una terrible maldición ha caído sobre nosotros! —exclamó nuestro anfitrión súbitamente presa del pánico—. ¡Debes averiguar cuanto antes qué está pasando! La gente tiene miedo y se encierra en sus casas. Está claro que, sea lo que sea lo que sucede, no es natural.

—¿Dónde aparecieron los cadáveres? —le interrogó el maestro.

Komon le miró sin acabar de comprender.

—¿Aparecieron cerca de los cerezos? —acotó. Algo rondaba por su cabeza, aunque se abstuvo de compartirlo.

El jefe de policía asintió tímidamente.

—¡Y por qué no se me ha informado! —estalló de repente Miyamoto—. Nada de esto aparecía en el informe que remitiste al daimio.

Komon bajó la cabeza, completamente azorado. El maestro sintió entonces una punzada de arrepentimiento; estaba molesto por haberle tratado así en su casa e intentó controlar su enfado. Comprendía su delicada situación. Tanto él como el señor Imamura debían de debatirse entre la obligación a su señor y el miedo a las consecuencias que aquello podía acarrearles. Probablemente habían decidido ocultar el hecho de las muertes en un intento por salvar su puesto y quién sabe si hasta sus vidas. Informar al daimio de que se habían cometido varios asesinatos en la ciudad y que aún no habían dado con el responsable les dejaba en absoluta evidencia.

—Discúlpame, viejo amigo. Es de suma importancia saber si ambos hechos están directamente relacionados —señaló. Sus palabras constituían más una reflexión personal que una pregunta.

Al igual que el jefe de policía, ninguno de vosotros alcan zaba a comprender todavía ni la importancia ni las implicaciones de aquel detalle concreto.

—¿Algún testigo? —añadió casi de inmediato.

Komon negó con la cabeza.

—¿Hay alguna posibilidad de que vea los cuerpos? —preguntó entonces el maestro.

Todos le mirabais sorprendidos. Semejante petición era absolutamente inusual.

—El infortunado que habéis visto hoy era la última víctima. Los eta tuvieron que coser todas sus partes antes de devolvérselo a la familia. No puedo acceder a lo que me pides —zanjó el tema el jefe de policía.

—Entonces, me gustaría hablar con el encargado de realizar dicha labor —pidió Miyamoto.

Cierta incomodidad recorrió de nuevo la estancia en forma de silencio. Los eta eran impuros y un samurái de alto rango como él jamás tenía contacto con ellos. Estaban fuera de la propia organización social de castas, condenados a realizar los trabajos más desagradables relacionados con la muerte. Por ello, se les consideraba sucios y malditos.

La idea no fue muy del agrado de Komon, pero parecía conocer bien al maestro y su tenacidad.

—Está bien —concedió finalmente.

Notas de juego

Aunque no podéis debéis interrumpir la conversación, podéis hacer un post de reflexión personal. Luego de eso continuo.

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23/07/2014, 19:51
Ichiro Omura

Aunque no fuera la primera fortaleza que visitaba, la sensación de vislumbrar por vez primera su magnificencia era intensa, algo que se repetía siempre, como si se hubiesen construido para causar esa impresión. Pese a que el maestro había indicado corrección, el joven quedaba embelesado por el ambiente de su interior y sus ojos viajaban inquietos buscando cada detalle. Poca relación podía encontrarse con la vida que le esperaba como comerciante y disfrutar de aquel momento cual aventurero le embriagaba.

La tristeza que dibujaba por inercia su rostro contagiada por el luto del pueblo, desentonaba con el brillo de su mirada que no hizo más que aumentar, alcanzando su cenit al ser reconocido por Miyamoto. Por un efímero instante su sueño quedaba satisfecho y con él, el vacío del que descubre las ilusiones o despierta bruscamente.

Boquiabierto ante las palabras de su anfitrión, fue apagando sus pupilas a medida que la superstición regresaba para ocupar su lugar en su interior, en el lugar donde el miedo te recuerda que estás vivo. El horror del yokai era más macabro de lo que en un principio conocía, quedando impotente ante la consciencia de que nunca sería capaz de hacerle frente a ese mal. Carecía de la experiencia y el valor de enfrentarse a lo desconocido y en este caso no alcanzaba si quiera el nivel de un novato.

Necesitaba ver que la voluntad de Aki era fuerte, distinta a la suya, necesitaba su apoyo para evitar hablar con los eta. Su corazón parecía querer aferrarse demasiado a la inocencia, quizás por haberse cruzado con la muerte demasiadas veces estos días, quizás por miedo a perderla por completo y dejar de disfrutarla. Sacudió entonces su cabeza intentando despejar tan caóticos pensamientos, estaba en una edad de cambio y había perdido el control.

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24/07/2014, 21:31
Aki Munemoto

¿Me ha llamado hijo?

Era la primera vez que Miyamoto sensei le llama de esa forma, y... viniendo de él, aquél era el mayor halago que le podían hacer al joven Aki. Aunque trató de disimularlo en la medida de lo posible, una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, una sonrisa mezcla de orgullo y felicidad. Por desgracia, aquella sonrisa no duró el tiempo suficiente como para disfrutarla plenamente...

¿Cómo era posible que aquel pueblo estuviera tan plagado de tragedias? ¿Seis muertos? Y no suficientes con la muerte... ¿los asesinos se habían divertido desmembranándolos? Era una terrible noticia... y, según parecía por cómo tornaba la conversación, no era algo extraño que ocurriese algo así.

Sí, debe ser obra de un demonio...

Por supuesto que debía ser un demonio, una persona jamás podría hacer algo así... o eso quería creer el iluso chico. Además, la pesadilla que había tenido no debía ser más que una señal... posiblemente una siniestra treta del Yokai que sumía a aquel pueblo en tan terrible desgracia.

El cuerpo del chico se tensó debido a la furia que sintió en aquel momento. Su mano se apretó en un fuerte puño, mientras en su interior se decía una y otra vez que acabaría con aquel demonio.

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26/07/2014, 10:26
Midori

En ese preciso instante, la puerta de la sala de recepciones se desplazó y la dama Midori entró al frente de un pequeño ejército de sirvientes. Aunque las primeras señales del paso del tiempo comenzaban a notarse en su rostro, el maquillaje la ayudaba a mantener aún gran parte de la belleza que había exhibido en su juventud. Llevaba puesto un juego de kimonos de colores vivos con motivos animales. Sus pies se desplazaron resbalando por el suelo con pasos cortos y rápidos, acompañados por el sonido del roce de la tela de sus tabi sobre el tatami.

—Miyamoto san —saludó realizando una profunda reverencia—: Es un placer teneros en mi casa.

El maestro hizo ademán de ponerse en pie, pero ella le detuvo con un gesto suave y coqueto. Los sirvientes dejaron varias bandejas con aperitivos variados frente a cada uno de vosotros y se retiraron con la misma eficiencia y mesura con la que habían entrado. Aki se fijó en Ichiro; algo había distraído su atención de la comida por completo, lo que suponía una gran novedad. Sus ojos no se separaban de la joven que ahora cerraba el panel que separaba la sala del pasillo. Ella se dio cuenta y se sonrojó ligeramente. El rostro de Ichiro reaccionó de igual modo. Aki le miró y sonrió. Al verse descubierto, centró toda su atención en el surtido de sushis que tenía delante y lanzó un pequeño grito de satisfacción. Komon, Takeshi y el maestro le miraron sorprendidos. Ichiro enrojeció aún más y bajó la cabeza, totalmente avergonzado.

La cena transcurrió con apacible tranquilidad. El maestro y su amigo charlaban de los viejos tiempos ante la atenta mirada del monje, que intervenía de vez en cuando con alguna pincelada propia. Aki se dedicó a chinchar a Ichiro todo el rato, especialmente cada vez que la puerta de la sala se descorría y un sirviente entraba a reponer platos y bebida y a llevarse los que íbamos terminando.

Al menos yo no me paralizo como un tonto como tú cuando tienes delante a Kumico —lanzó Ichiro.

—No, solo te pones rojo como los bordes de un kimono de boda —replicó Aki.

Entre puya y puya, la joven sirvienta entró de nuevo. Aki le hizo un gesto para pedir más bebida, aunque era una excusa para ver cómo reaccionaba Ichiro al tenerla tan cerca.

—Hola, me llamo Aki —se presentó—. Este es mi amigo Ichiro. Su padre es un gran fabricante de kimonos: viste al mismísimo daimio y a toda su familia.

Ichiro se ruborizó hasta límites que hicieron temer por su salud. Ella hizo una leve inclinación y le saludó. Ichiro cogió entonces su bandeja, ya vacía, y la alzó para entregársela y facilitarle el trabajo, con tan mala fortuna que el temblor incontrolable que se había apoderado de su mano hizo que los distintos cuencos que había sobre ella se precipitaran con estruendo sobre el tatami.

Aki apenas pudo contener su risa mientras Ichiro trataba de disculparse y arreglarlo, pero lo único que lograba era complicar aún más las cosas. Takeshi, que ya se había dado cuenta de lo que sucedía, también sonrió ampliamente. Miyamoto y Komon, en cambio, no salían de su asombro ante el pequeño altercado que había interrumpido su charla.

Al acabar, cada uno os retirastéis a nuestra habitación. Mientras tanto, vosotros, estabais peleando para aclarar vuestras diferencias durante la cena cuando el maestro descorrió la puerta, pillándoos en mitad de la refriega. Aki estaba completamente inmovilizado en el suelo, con todo el peso de Ichiro sobre su espalda y sin escapatoria posible.

—Vístete y acompáñame. Tenemos trabajo —pronunció simplemente.

Ichiro se hizo rápidamente a un lado, liberándote.

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26/07/2014, 10:34
Sensei

Un soldado os esperaba fuera de la casa. Era ya noche cerrada y en el cielo podían distinguirse cientos de estrellas. La luna iluminaba vuestro camino con su luz pálida y fantasmagórica. Seguisteis al centinela hasta una pequeña puerta de madera situada en uno de los laterales de la torre principal del castillo. La abrió y descubrió una escalera que descendía, tenuemente iluminada por una serie de antorchas sujetas a la pared. Con cara de desagrado, os informó de que su viaje terminaba allí.

A medida que descendiais, notabais cómo la temperatura menguaba. A esas alturas ya sabiais que vuestro destino eran las estancias prohibidas que había bajo el castillo, la zona donde los carniceros y verdugos hacían su trabajo invisible. Jamás habiais conocido a ningún eta y en vuestra mente se acumulaban imágenes de seres subhumanos, sucios y de largas y enmarañadas melenas que les llegaban hasta el suelo.

El maestro llegó frente a una puerta y llamó. Una voz respondió desde el interior. La estancia era pequeña y el frío intenso. Junto a una mesa dispuesta en el centro mismo de la habitación, había una figura de espaldas. Se os antojó un fantasma esquelético.

—Soy Miyamoto Tsunetomo —se presentó el maestro.

La figura se giró pausadamente. Sus rasgos eran afilados, pero perfectamente humanos, y sus ojos, inusualmente juntos, brillaban con fuerza en la penumbra. Su piel era bastante pálida, probablemente debido a su poca exposición al sol, y sus brazos, alargados y fibrosos. Había algo en su expresión hosca que os desagradó. Quizás era su forma de mirar directa o la falta de amabilidad de su expresión. O quizás era, sencillamente, que el contacto diario con la muerte se te pega al alma sin remedio.

El hombre hizo una corta reverencia.

—Me llamo Akira.

Ni siquiera habiais pensado que un eta pudiera tener nombre, y, menos aún, uno tan parecido al del joven samurái. Su voz era pausada y suave, lo que contrastaba con la fiereza de su mirada.

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28/07/2014, 06:27
Ichiro Omura

Tan buen recibimiento hacía casi olvidar qué les había hecho llegar hasta allí y en qué condiciones. Posiblemente sólo el maestro sería capaz de mantener una actitud constante y conforme lo requerido. Como por acto de desesperación el pequeño Ichiro se aferró a ese sentimiento y fue creciendo hasta que la más mínima tentación conseguía captar toda su atención, ajeno al ambiente que le rodeaba y capaz de descontrolar su compostura.

Todo quedaba en un juego, dándole sentido a su presencia en esa aventura, quizás su papel fuera retener la cordura por mantener su amada inocencia. Por desgracia pronto eran interrumpidos para deshacer sus esfuerzos y el momento de su encuentro con los eta había llegado. Poco entusiasmo mostraba ahora su rostro por nada que pudiera volver a maravillarle, menos aún en noche avanzada, forzando tan sugestionado miedo por los malos augurios.

Inconscientemente sus pasos quedaban detrás de los del maestro, como refugio que evitara una visión indeseada. Ciertamente una estampa algo cómica teniendo en cuenta la envergadura del muchacho. Su posición se cerró aún más si cabía acompasada con los movimientos del extraño sujeto, intentando evitar su mirada en todo momento. Se refugió entonces en su reverencia para entonar, Ichiro, titubeante y de escasa potencia presentación por su parte.

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28/07/2014, 15:56
Miyamoto Tsunetomo

Tengo entendido que has sido tú quien se ha encargado de los cadáveres. ─dijo Miyamoto al eta.

El eta movió la cabeza con un suave gesto afirmativo.

—Me interesa tu valoración —dijo el maestro.

Pude ver un breve destello de extrañeza en la mirada de aquel hombre, acompañado de una ligera contracción de sus cejas y sus pómulos. Probablemente nadie le había pedido nunca su parecer en nada hasta ese momento, y mucho menos de un modo tan abierto y directo como lo había hecho Miyamoto. En aquel mismo instante, un profundo vínculo se estableció entre él y aquel samurái que tenía enfrente.

—Los cuerpos estaban terriblemente desmembrados, pero no fruto de ningún arma cortante, sino arrancados con una extrema fuerza. Jamás había visto algo así en todos mis años de experiencia. Al principio pensé que quizás les habían atado las extremidades a un caballo, pero ni las muñecas ni los tobillos presentaban arañazo alguno —detalló—. Tampoco la cabeza.

—El señor Komon me ha informado de que los cuerpos estaban completamente secos por dentro.

—Alguien les extrajo toda la sangre antes de desmembrarles —confirmó el eta—. Eso es lo que reflejan sus heridas: ninguna sangró al producirse los desgarros.

—¿Cómo puedes saberlo?

—La muerte es mi trabajo —respondió con total normalidad—. Cuando se secciona o arranca algún miembro a un ser aún vivo, ambos lados de la extremidad tratan de curar el corte. No observé nada de eso en ninguno de mis exámenes.

¿Cómo es posible vaciar así un cuerpo sin cortarlo siquiera? —quiso saber el maestro.

—Basta con hacer una pequeña incisión en determinados lugares y extraer la sangre con un fino tallo —explicó el eta.

—Eso requiere mucho tiempo, esfuerzo y pericia —murmuró para sí Miyamoto. De nuevo, una idea pareció haber acudido a su mente, pero tampoco la compartió—. ¿Observaste algo en los cuerpos?

Akira se encogió de hombros.

—No puedo hallar lo que no se me ordena que busque —respondió sencillamente.

—Si tuvieras que hacerlo, ¿qué parte escogerías? —quiso saber el maestro.

—La cara interna del muslo —le indicó—. Como samurái sabrás que cuando cortas una pierna, la sangre se escapa sin remedio a intensos borbotones.

El eta estaba en lo cierto. En más de una ocasión había presenciado aquel fenómeno al seccionar la cabeza o la extremidad de algún enemigo: chorros intermitentes brotaban con intensidad hasta que su cuerpo se quedaba sin el preciado líquido.

—Desgraciadamente, no hay forma de comprobarlo. Deberemos esperar a que alguien más sea asesinado —musitó con disgusto Miyamoto. El tono de su voz, sin embargo, sugería que estaba seguro de que volvería a suceder.

Su mirada enfrentó a la del eta.

—Llegado el momento, deberás estar preparado. Ahora respondes ante mí.

Akira realizó una profunda reverencia. Durante el tiempo que había durado la conversación entre ellos, pudisteis observar la estancia con detalle. Supusisteis que la gran mesa que había en el centro era donde yacían los cadáveres que llegaban hasta allí. Sobre otra bastante más estrecha descubristeis una serie de instrumentos que no habiais visto jamás: pequeños cuchillos de distintos filos y tamaños, sierras y una serie de ganchos y de pequeñas hoces cuya función me era completamente desconocida.

En alguna ocasión, el maestro os había hablado de que algunos eta poseían un amplio conocimiento de las interioridades del cuerpo humano. Se decía que aquella disciplina secreta y prohibida era originaria de China, donde algunos sabios estudiaban el funcionamiento de músculos, humores y órganos y eran capaces de determinar con gran exactitud el origen concreto de una muerte. El sogún, sin embargo, no veía aquellas cosas con buenos ojos. Su trabajo les ha convertido en parias de la sociedad, pero, tarde o temprano, todos acabamos pasando por sus manos, os había dicho Miyamoto: «su arte es el de la muerte, como el nuestro, aunque nuestras vías sean distintas».

Tras aquella "peculiar" visita, os encamináis de vuelta a la casa de Oda Komon.

 

Notas de juego

En algunos momentos de la trama os sentiréis "guiados" por mi mano. Esto es normal ya que no podemos olvidar que sois niños y que además seguis los pasos de Miyamoto. Conforme avance la aventura esa sensación de camino preestablecido irá disminuyendo.

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29/07/2014, 15:13
Aki Munemoto

Aki permaneció en silencio durante casi todo el tiempo. La presencia del eta le llamaba la atención, pero más aún lo hacía la conversación que estaba manteniendo con su maestro. Era una conversación siniestra, pero a pesar de todo lo hablaban con total naturalidad...

Únicamente desvió la mirada en único instante para dirigirla a su amigo. Fue justo en el momento en el que mencionaron cómo se podía vaciar un cuerpo sin cortarlo.

—Contigo tardarían bastante — le susurró mientras sonreía pícaramente.

Era una broma al fin y al cabo, pero se la debía por el agarrón de antes. En cualquier caso, carecía de maldad, y rápidamente el chico le dio un codazo amistoso mientras le sonreía afablemente.

Y es que... aunque le gustase chincharle, Ichiro era y sería siempre su mejor amigo y una de las personas a las que más apreciaba.

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02/08/2014, 20:24
Miyamoto Tsunetomo

Regresáis a la casa de Oda Komon tratando de caminar sobre nuestros propios pasos, pero la luna había seguido su camino inmutable por el cielo y había trasformado las calles y esquinas del castillo con nuevas sombras, hasta el punto de que tuvisteis que rectificar vuestra ruta más de una vez para alcanzar vuestro destino.

Teniais la sensación de que habiais estado horas dentro de aquel pequeño sótano, aunque no fueron más de veinte minutos. ¿Cómo era posible que un hombre soportara pasarse el día entero allí encerrado? Eso explicaba la extrema palidez de su piel. Estabais seguro de que, a la luz del día, su tez permitiría ver casi por completo sus músculos y órganos internos como si fuera tan trasparente como el agua.

La ciudad dormía en completo silencio. De hecho, la ausencia de ningún tipo de sonido helaba la sangre.

—¿Lo oyes? —te preguntó en ese instante el maestro.

Te detuviste y agudizaste tus sentidos.

—No escucho nada.

—No hay nada que escuchar —respondió—. Eso es precisamente lo extraño.

Parecía como si un denso manto de mutismo hubiera cubierto por entero la ciudad, amortiguando cualquier ruido. Ni siquiera escuchabais vuestros propios pasos. En ese instante acudió a la mente de Aki mente la conversación que Takeshi y el maestro habían tenido el día anterior. La visita a Akira la había traído de vuelta a vuestra cabeza cabeza de algún modo.

—Maestro, ¿por qué son etas la gente como Akira? ─PReguntó Ichiro.

Miyamoto le miró sorprendido.

—Nacen etas y mueren etas, como Aki y yo nacimos samuráis y moriremos como tales —respondió.

—Entonces, todo depende de en qué familia nazca un hombre, nada más.

El maestro pareció rumiar sus siguientes palabras. El asunto se había vuelto más complejo de lo que esperaba.

Al nacer, te son dados unos méritos por tu cuna, pero es tu obligación estar a la altura y hacerte merecedor de ellos. La vía del honor está en cualquier parte, seas eta, campesino, comerciante o samurái: debes aceptar tu posición y actuar con rectitud y honestidad. Si actúan así, un eta y un samurái tienen el mismo valor.

—Sin embargo, Akira no ha tenido las mismas oportunidades que nosotros. No es un hombre libre. ¿Lo somos Aki y yo?

—Ningún hombre es verdaderamente libre de sus obligaciones —señaló el maestro.

—Takeshi lo es —adujo Ichiro.

—Que uno sea de alta cuna o su origen sea humilde, que sea joven o viejo, ilustrado o no da igual, todos estamos des tinados a la muerte. Lo único importante en esta vida es la resolución del momento. Todo hombre toma una decisión tras otra y la suma de ellas conforma su vida, pero lo único verdaderamente importante es el momento presente y cómo actúes en él.

Miyamoto se detuvo y os miró entonces fijamente.

—Debéis tratar a cualquier hombre siempre con respeto, hasta que sea él mismo quien te demuestre que no es merecedor de él —expuso—. No importa la clase a la que pertenezca. De ese modo le honrareiss siempre.

Cuando lleguasteis a la habitación, Ichiro no tardó en caer enfrascado en un sueño profundo. Tenía la boca completamente abierta, como si estuviera a punto de devorar algún suculento manjar, y se encontraba tumbado sobre el futón únicamente con el fundoshi puesto, lo que le daba un aspecto entre un buda feliz y un luchador reponiéndose tras un duro combate. Trataste de no hacer ruido para no despertarle, aunque te apetecía intercambiar opiniones sobre aquel encuentro con un eta; sin embargo, tendría que esperar hasta el día siguiente.

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02/08/2014, 20:31
Takeshi Okada

Al despertar te diste cuenta de que el sol llevaba ya bastante tiempo brillando en el cielo. Estabas solo en la habitación. Ichiro había colgado su futón doblado en la ventana para airearlo y entonces fuiste consciente de que la vieja Kichi debía de hacer lo mismo con el tuyo todos los días sin que te dieras cuenta. Te desperezaste, te vestistes, cogiste la funda de tu cama y la colocaste junto a la de Ichiro.

La casa parecía desierta. Recoriste el pasillo principal y te asomaste a las habitaciones de Takeshi y del maestro; estaban vacías. Unas voces te llegaron entonces desde el jardín exterior de la casa.

—¡Buenos días, dormilón! —exclamó el monje al verte.

Ichiro estaba frente a él, con la parte superior de su kimono abierta. A pesar de que su tamaño invitaba a pensar en una anatomía más bien flácida, su pecho era poderoso, al igual que sus brazos. Probablemente se debía a que había ayudado a sus padres en el taller desde pequeño, cargando arriba y abajo pesados rollos de telas. Su rostro estaba congestionado por el esfuerzo.

Takeshi, por su parte, llevaba puesto solo su kimono inferior blanco. El morado estaba cuidadosamente doblado sobre la tarima que hacía las veces de terraza. En su mano derecha sostenía un pequeño bastón de madera que no llegaba al medio metro de longitud.

Tú amigo es un joven muy tenaz —dijo al verte—. Estoy a punto de demostrarle definitivamente de lo que es capaz un hombre bien preparado con un simple trozo de madera; quizás así se convenza de que una katana no es siempre la mejor arma de defensa.

Ichiro se abalanzó sobre él con intención de estrujarlo contra su pecho. Y lo logró. El monje se dejó atrapar afablemente, sin intentar evitarlo siquiera. Parecía un pequeño muñeco de trapo entre aquellos poderosos brazos. Ichiro lo zarandeaba ahora con vigor en el aire; sin embargo, a pesar de su posición claramente desfavorable, Takeshi no mostraba preocupación alguna.

—¡A ver si puedes escaparte ahora! —bramó con orgullo tu amigo.

El monje dibujó una suave sonrisa, apoyó uno de los extremos de su pequeño palo sobre su esternón y le presionó con fuerza hacia abajo. Ichiro le soltó de inmediato y se llevó las manos al pecho con una intensa mueca de dolor. El monje cayó al suelo y pivotó sobre su pierna buena hasta colocarse a su espalda, le rodeó el cuello con el palo y agarró su otro extremo con la mano libre, comprimiendo su garganta entre sus muñecas y aquel simple trozo de madera.

El pobre Ichiro cayó de rodillas y comenzó a ponerse morado. La presión que Takeshi ejercía sobre su garganta le había cortado por completo el suministro de aire. Finalmente, se golpeó el muslo repetidas veces, dándose por vencido.

—No importa el arma —expuso el monje—, sino la habilidad de quien la empuña y su voluntad en el combate. Un hombre decidido puede ganar la batalla más difícil con solo una astilla.

Admiraste su habilidad en silencio, pero lo que realmente te impresionaba era su fuerza de voluntad. En cierto sentido, aquel pequeño monje era como el propio daimio: ambos habían hecho de su debilidad un punto fuerte y no se habían dado por vencidos.

Mientras Ichiro recuperaba el resuello poco a poco, Takeshi se sentó a tu lado. Él también resoplaba. El fuerte abrazo de tu amigo le había comprimido las costillas hasta convertir sus pulmones en apenas dos pequeños sacos de monedas. Le recibiste con una inclinación de cabeza.

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20/08/2014, 20:25
Ichiro Omura

Parecía complicado describir con detalle la expresión del joven ante la información que el eta compartía con el maestro, tal frialdad conseguía mermar su entereza, incluso más ante la historia del yokai. Su atención se vio interrumpida por el cariño de Aki, dejando una exagerada mueca de odio, cuya sonrisa tuvo que contener por la situación. La conversación se siguió desarrollando y su mueca tornó ante tan desagradables conclusiones, hasta el punto de sentir un tremendo malestar que agitó sus pensamientos con intensidad. Un nuevo enfoque del mundo se abría en la experiencia del joven Ichiro y necesitaba conocer muchas respuestas para comprenderlo, a preguntas que pronto llegó a formular.

Aquellas enseñanzas consiguieron calar brevemente en el consternado muchacho, pues el agotamiento había tomado el control en la silenciosa noche y no dudaría en aprovechar el sueño. En su interior se repetía el eco de la importancia de la resolución del momento, buena cuenta había que hacer de aquello en el los próximos días para entenderlo.

Se despertó con hambre atroz, más de lo habitual, pues sentía que también debía saciar su espíritu. Si de verdad quería ser merecedor de un rango que no le correspondía, con mayor motivo debía esforzarse más que cualquier persona. Pronto llegó a la conclusión que el maestro no estaba en posición de enseñarle lo necesario para estar preparado, por lo que se las ingenió para que la única persona que hasta ahora conocía libre le enseñara a enfrentarse al peligro, y peligro fue lo que consiguió aprender.

Entre jadeos recuperaba el control y fuerza de su cuerpo. La próxima vez… fuu… lo conseguiré… comentó mientras recuperaba su jugetona sonrisa, pues necesitaba mucho más que su convencimiento, si Aki me cuenta algún truco para que no te escapes. Lentamente se iba incorporando, pero lejos de buscar una revancha, sólo consiguió desplomarse nuevamente junto a sus amigos. Y cómo se consigue esa habilidad que dices, ¿se tarda mucho? Pese a saber que así era, necesitaba que las palabras de un maestro le alentaran al esfuerzo que había decidido hacer por alcanzar su sueño.

Notas de juego

Aunque ponerse al día ha sido duro, ya estoy de vuelta =D

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20/08/2014, 20:36
Takeshi Okada

─Con perseverancia y tesón joven amigo ─respondió el monje con una sonrisa ─y de lo segundo tienes bastante ─una alentadora palmada en el hombro de Ichiro terminó aquella frase.

─Sabéis ─comentó ─Nací en una familia humilde de campesinos. A los cinco años, unas fiebres me dejaron la pierna inútil; como comprenderéis, un tullido no era en absoluto valioso para mis padres, así que me abandonaron a las puertas de un monasterio. Los monjes me acogieron sin hacer preguntas. Yo me sentía solo y tenía miedo. Durante un tiempo, usé mi pierna para dar lástima y sentirme especial, hasta que un día, uno de ellos, Shinnosuke, mi maestro, me dijo que podía escoger entre ser un hombre débil toda mi vida o convertirme en un guerrero de verdad: debía escoger. ─Haz que tu mayor defecto se convierta en tu mayor virtud ─me retó.

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20/08/2014, 20:40
Miyamoto Tsunetomo

En ese instante, llegó el maestro. Miyamoto había ido a presentar sus respetos al señor Nobu Imamura, el samurái principal del clan en Iwadeyama.

—Vamos —os indicó—. Tenemos trabajo.

Una pequeña patrulla de soldados os esperaba a la entrada de la casa. Podía notarse cierto nerviosismo y malestar entre ellos. El maestro os informó de que os dirigiais a inspeccionar el lugar del último crimen y lo achacasteis a eso; sin embargo, una mirada más atenta os reveló cuál era el verdadero origen de su inquietud: esperando en un rincón, separado del grupo, estaba Akira.

La pequeña partida os condujo hacia un jardín solitario a las afueras de la ciudad. Al parecer, era un lugar bastante concurrido para admirar los cerezos durante el día y por los amantes que buscaban la complicidad de la noche. Lo primero en lo que os fijasteis fue en la hilera de árboles. Donde debería haber flores, tan sólo se veían ramas retorcidas, descarnados brazos de un esqueleto alzándose suplicantes al cielo. El tronco estaba igualmente marchito, como toda la vegetación de alrededor: parecían un ejército de ultratumba perfectamente formado para la batalla.

El grupo de soldados había decidido permanecer a las afueras del jardín: tenían miedo y se negaban a entrar. Miyamoto, Takeshi, el eta, y vosotros, os acercasteis a los árboles.

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20/08/2014, 20:42
Takeshi Okada

—Jamás había visto nada igual —murmuró el monje.

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20/08/2014, 20:42
Miyamoto Tsunetomo

El maestro se acercó a uno de los troncos y posó su mano sobre él. Varios trozos de la corteza se desprendieron y se convirtieron en polvo. Después, fijó su vista en el suelo y miró en dirección al eta.

—¿Puedes confirmar si es sangre?

Takeshi, y vosotros os mirabais sin comprender. Los tres dirigisteis entonces vuestra mirada hacia la tierra bajo vuestros pies: todo estaba completamente teñido de un rojo algo más intenso que el de la arcilla, y aquí y allá podían verse algunas manchas de un oscuro más profundo. Ichiro levantó instintivamente los pies para mirarse las suelas de las sandalias. Fuera lo que fuera aquello, cubría una gran superficie.

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20/08/2014, 20:43
Sensei

Akira avanzó hacia Miyamoto y se inclinó a su lado. Metió la mano en el interior de su kimono marrón y extrajo un largo estilete con un pequeño crisol en el extremo. Lo clavó en la tierra y lo hundió profundamente. Después, lo extrajo poco a poco. En el pequeño receptáculo de la punta había tierra mojada. El líquido se había filtrado desde la capa exterior y aún estaba algo húmedo en las inferiores. Entonces, se lo acercó a la nariz y lo olió.

—Es sangre —confirmó—. Lo que no puedo decirte es si es humana o no.

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20/08/2014, 20:44
Miyamoto Tsunetomo

—¿Sabes dónde encontraron el cuerpo?

El eta negó con la cabeza. El maestro se giró entonces hacia el grupo de soldados, que no dejaba de cuchichear a lo lejos, y ordenó al que se había identificado como oficial al mando que se acercara. El hombre pareció negarse. En su cara convivían dos miedos: el pánico que le producía la idea de adentrarse en aquel rincón maldito y el miedo a negarse a obedecer la orden de un samurái superior. Al intuir su duda, Miyamoto le apremió con firmeza; estaba acostumbrado a mandar a hombres en la batalla cuando el miedo ante una carga del enemigo les paralizaba por completo.

Finalmente, el soldado se acercó y le saludó con una reverencia. Temblaba de pies a cabeza.

—¿Dónde estaba exactamente el cadáver? —le preguntó en un tono hosco e imperativo.

—Estaba junto a la entrada del jardín —respondió tratando de aparentar serenidad y firmeza.

El maestro había preferido que el daishin, el inspector de policía que había llevado el caso, no nos acompañara. Sabía por experiencia que la discreción era un elemento fundamental en sus investigaciones, aunque estaba seguro de que probablemente toda la ciudad sabía ya por qué estábamos allí.

—Puedes irte —le indicó Miyamoto.

El hombre no se lo pensó dos veces y emprendió el regreso a paso ligero y con un enorme alivio en el rostro.