Partida Rol por web

Aaron hizo una breve parada para cambiarse con la ropa que se guardaba en una de las habitaciones. Escogió algo sencillo pero llamativo, atraído por los vivos colores que jamás había visto en su tierra natal. Si bien una vez cambiado guardó la piel del lobo, sólo por si acaso.

Después llegó hasta el cuerpo de Émil, lo registró y al no encontrar nada se colgó su estoque a la cintura, fijándolo con un cinturón, más por tener algo con lo que defenderse que por otra cosa. Lanzó una mirada preocupada al segundo piso de la torre del jardín. Si Cavalcanti había roto los candiles (Porque no le sorprendería que fuera capaz de ver en la oscuridad) sus compañeros lo tendrían muy difícil para luchar en la oscuridad.

Negando con la cabeza, siguió su particular viaje en busca del Flauros por toda la mansión. No esperaba encontrarlo pero era mejor que estar de brazos cruzados.

Una vez cerciorado de que Émil no tenía el aparato, volvió a bajar las escaleras, entró en la cocina, y la registró. No había nada, entró en el recibidor, donde habían esperado a que el mayordomo de Cavalcanti les acompañara. Tampoco había nada. Después miró en la sala de juegos, no había nada, y entró en la biblioteca.

Allí, tras cruzar el umbral y cerrar la puerta, vio unos ojos que le miraban desde la lejanía. Un hombre alto y delgado, con el pelo blanco estaba pegado a la pared, aterrado.

-¿Quién eres tú? ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Qué está pasando aquí?

La voz del hombre parecía muy afectada. Realmente no estaba pasando por un buen momento.

Aaron retrocedió asustado cuando entró en la biblioteca, sin embargo, al descubrir que aquel hombre estaba casi tan asustado como él se permitió el lujo de relajarse y levantar una mano en ademán conciliador.

-Soy Aaron y estaba recorriendo la casa cuando te he encontrado. Puedes calmarte, como ves, con mi estado, aun si quisiera hacerte daño no podría.

Rió su propio chiste hasta que comenzó a toser. Dolorido, se llevó la mano al pecho y se acercó un poco más a aquel hombre trajeado, mirando cada detalle a su alrededor.

-¿De verdad no sabes lo que está pasando aquí? ¿Nadie te ha dicho nada?

-Yo... mi señor me dijo que me fuera a la biblioteca, que algo malo iba a pasar y que no estuviera paseando por la mansión. Vine aquí, y empecé a escuchar gritos, golpes... una batalla. Así que me quedé dentro, sin hacer nada encogido. Tengo miedo... no sé lo que va a pasar.

Su voz se cortó de repente, y tosió debido a la angustia.

Aaron sintió lástima por aquel hombre. Si, tenía sus cinco sentidos alerta y nadie le aseguraba que no le fuera a atacar. Émil ya le había gastado aquella broma una vez y no estaba dispuesto a dejarse engañar una segunda. Sin embargo, sus palabras sonaban tan sinceras, parecía tan aterrado.

-No va a pasar nada-Sólo va a morir tu señor-Así que puedes tranquilizarte. ¿Sólo estás tu aquí? ¿Y el resto de las personas?

Se acercó un paso más al mayordomo pero manteniendo las distancias. Aaron era confiado por naturaleza pero el acero era demasiado frío como para probarlo una segunda vez y sus heridas no estaban cicatrizadas. Había burlado a la muerte pero ésta todavía le acechaba muy de cerca.

-Soy el único que permanece aquí todo el día, señor. Los demás empleados vuelven a sus casas por la noche.

Albert tragó saliva, al parecer la persona con la que estaba hablando no era peligrosa, y no venía a matarle...

-El marqués... me dijo que venían los extranjeros a matarnos. Que querían tomar el control de la isla. ¿Qué le ha ocurrido? ¿Está bien?

Aaron sonrió con ternura.

He tenido momentos mejores-musitó-Aunque me recuperaré, siempre lo hago

El chico empezó a rebuscar por toda la biblioteca sin importarle lo más mínimo la presencia del mayordomo.

Pero, ¿Sabes? Me temo que tu señor te ha engañado, os ha engañado a todos. Es él el que quiere llevar a esta isla a la ruina, el que quiere destruirnos

Aaron optó por contar la verdad. Por supuesto que haber mentido habría resultado mucho más sencillo, pero ese no era su estilo y si quería ganarse la confianza de aquel hombre lo haría a su manera, sin triquiñuelas ni juegos de luces y sombras. Aaron siempre había sido transparente y no iba a dejar de serlo ahora.

¿Nunca te has preguntado el porque de las pesadillas? ¿O el ambiente mortecino de la ciudad? Es él, intenta formar su pequeño ejército de...oscuros los llama, y vosotros sois la materia prima

Aaron se giró hacia el hombre. Se lo iba a tomar mal, lo intuía...

Se que es difícil de creer, pero es la verdad. ¿Nunca notaste nada en él? ¿Nada siniestro?

Para un ojo no entrenado, el ataque de Quint habría pasado inadvertido. Pero para un ojo experto como el de Xerine, esos mínimos segundos de contemplación suponían la diferencia. La primera deducción a la que llegó fue que Galael no estaba haciendo nada por defenderse. La segunda, que los ataques de Quint no parecían hacerle casi daño. La tercera, y última, que la criatura no parecía estar prestándola atención

Y esa sería su perdición. Pues el picotazo de un insecto podría ser insignificante, pero cuando la marabunta ataca, de la víctima no quedan ni los huesos

Desapareció entre las sombras que cubrían la habitación, en un parpadeo. Un par de segundos más tarde se encontraba detrás de su enemigo, con las dos dagas preparadas para atacar

Galael vaciló un momento. Sus enemigos eran como insectos a sus pies, pero insectos molestos. La falta de miedo en sus corazones le había debilitado. Y esa determinación, ese valor mostrado por sus enemigos, estaba en contra de sus intereses. Le restaba fuerza, le debilitaba.

Pero dejó de pensar en todo eso cuando enarboló su guadaña hacia Faliar. Era el único que no le había atacado, y quería mantenerlo indefenso antes de que le hiciera cualquier cosa. La guadaña bajó con furia, silbando en el aire y augurando un futuro fatal para el mago. 

Pero el escudo se interpuso en medio. El impacto fue durísimo, y Faliar salió dos metros hacia atrás por él, impidiendo la posibilidad de un contraataque. Pero no le había herido. El monstruo no era tan fuerte... o al menos no lo parecía.

Faliar se levantó del suelo y volvió a ponerse en posición. El impacto había sido tremendo, pero estaba intacto. Sonrió. Mientras Galael se centrase en él, Quint y Xerine tendrían libertad para aguijonearle por todos los ángulos. Esa criatura era tan orgullosa y estúpida, que debía creerse invulnerable. Bueno, a ver cuantos arañazos más puede aguantar. El picotazo de una avispa solo es molesto; cientos, pueden matarte.

Nahia seguía tocando su flauta, no sabía qué hacer, pero mientras tocaba se sentía más fuerte, así que, mientras decidía la estrategia a seguir, continuaba con su melodía.

La enorme criatura volvió a mover sus brazos, tratando de golpear con ellos el escudo que acababa de atacar. De nuevo, la guadaña mágica descendía trazando arcos mortales, pero ninguno de ellos impactó en Faliar. El mago se movía de un lado a otro, interponiendo su escudo de manera que fuera imposible que el ser le alcazara. De hecho, en el último movimiento, Galael se abalanzó contra el warlock, y con un ágil movimiento, Faliar se apartó de la trayectoria, quedándose en una posición perfecta para el contraataque.

- ¡Ja! ¡Te tengo!

Faliar se escabulló entre las patas de araña de Galael, y girando sobre si mismo asestó dos hachazos contra las articulaciones y abdomen de la criatura. El hacha volvió a iluminarse, y el vientre de Galael prendió con aquel fuego insano. El segundo golpe impacto en una de las patas, haciendo una herida profunda pero poco importante. Sangre negruzca y restos de quitina mancharon la moqueta verde del siniestro planetario, y un olor indescriptible salió de las quemaduras de aquella pesadilla.

Catherine convocó de nuevo a los soldados luminosos que le obedecían. Y, al son de la música se lanzaron contra Galael. En una fracción de segundo, el ser luminoso impactó contra la criatura, causando una herida en su pecho. El golpe no había sido para tanto, es más Galael chilló al recibir el golpe lanzado por Cath. Al parecer, la luz no era un elemento que el ser apreciara.

Al escuchar eso, Nahia también se unió al ataque, al fin y al cabo, también tenía poderes luminosos. Cambiando la melodía por una mucho más aguda, un arco del más puro blanco salió de ella, acompañado de las ya usuales alas que salían siempre que convocaba su magia. Las propias alas tensaron el arco, y dispararon una flecha sobrenatural que impactó en Galael. Causando una fea quemadura en su pecho, y derramando su oscura sangre por toda la zona. El ataque había sido duro, pero Galael no estaba muerto.

El rubio de las dos dagas no iba a quedarse de brazos cruzados mientras sus compañeras se divertían. Así que realizó la actuación de su vida. Todos sus ataques eran realmente elegantes, perforando a Galael en todo su cuerpo. Subió por su torax, sólo para cortarle en una zona más blanda, y evitar de un salto las manos que trataban de cogerle.

Mientras caía, lanzó una de sus dagas al pecho de la bestia, que se clavó allí, entre una supuración de negra sangre. Aprovechando el impulso que le quedaba, saltó a por su arma para recuperarla, no sin dejarle otro regalito en forma de cuchillada al propio enemigo. 

Habían sido unos daños masivos, y el ser empezaba a tambalearse. El combate estaba siendo con diferencia una carnicería, dejando a Galael por los suelos. Todo su terror, toda su fanfarronería estaba cayendo por un sumidero imaginario. Un sumidero por el que también pasaría su sangre, y toda su existencia.

Xerine comenzó a frustrarse. ¿Es que esa cosa nunca moría?

Sus dagas danzaban de un lado a otro, levantando sangre y piel entre aquella capa de quitina aparentemente impenetrable. Pero cada rasguño parecía menos importante que el anterior, cada nuevo ataque, un simple picotazo. ¿Estaría sirviendo de algo?

Galael alzó su arma, mirando con odio al hombre que había estado esquivando sus ataques. Esta vez había sido más rápido, había leído los movimientos de su contrincante, y no estaba dispuesto a dejarle ir. Respiró profundamente, si es que esa cosa podía respirar y hizo oscilar su guadaña ante el mago que aún se defendía de sus ataques.

Fueron solo unos segundos, pero para los dos combatientes parecieron horas. Un ataque por un lado, que inmediatamente era interceptado por el hacha o por el escudo de Faliar. un ataque por arriba, el mago se movía lo suficiente para acabar fuera del alcance del arma. Giros, penetraciones, de todo pudo defenderse el mago guerrero. 

Galael gritó, frustado, no había conseguido nada, y volvió a hacer descender su arma hasta el cuerpo del soldado. Esta vez, Faliar no tuvo tanta suerte. La guadaña penetró en su cuerpo, haciendo un corte profundo, cortando en su espalda y partiendo en dos la gabardina armada que llevaba como protección. 

Vitae roja empezó a correr por la espalda de Faliar, que, aunque herido, supo evitar el golpe a tiempo. Solo era una herida profunda. Solo eso...