Partida Rol por web

Fue cruzar Puente de la Reina de Jaca, y ver los restos de la antigua villa de Astorito, que Carlos de Mayoral, recordó que un poco más adelante había una ermita a la que iba a rezar de niño. Tras una parada en la ermita de Santa Águeda, que parecía desde fuera abandonada por estar sus accesos invadidaos por la maleza, el grupo atravesó el pueblito de Arrés, el cual la senda de vuelta al Camino de Santiago atravesaba. Algo raro se notaba en el pueblo. No había un alma y todas las casas tenían puertas y ventanas cerradas. Al acercarse a la primera, se percataron de que las ventanas estaban bloqueados con maderos clavados por fuera. A Nicomedes se le ensombreció el rostro al pasar delante de la puerta de la primera casa. Una equis roja marcaba la puerta, que también había sido bloqueada. De esa manera apresurada, de dos brochazos, se marcaban las casas infestadas de peste durante la plaga de Zaragoza. Nicomedes arreó su mula para acercarse a Carlos. -Don Carlos, debemos de fuyr de aquend lugar ayna. La tercera casa, era diferente, de dos plantas y piedra, no era una casa campesina, y aunque las ventanas estaban bloqueadas de la misma forma, en el lugar de la puerta se veía una un hueco negro flanqueado por los maderos de barricada tirados en el suelo. Aquella casa estaba abierta. No se escuchaba un ruido, el silencio del grupo era aliviado por algún relincho de los caballos, y fue quizás por eso, que el lloro que oyeron les heló la sangre. Un llanto, lo oyeron claramente, parecía venir del piso de arriba. Y cuando todos se miraban entre sí, la petición: -Ayuda!, en la voz aguda de una niña.

Don Carlos se paró al escuchar el lamento de la muchachita, mas el peligro a la plaga le atenazo ligeramente y duditativo nos dijo a Bastian a mi -Entrad a ver que demonios face esa criatura alli, y......., no toqueis nada- Ambos, Bastian y yo tragamos saliva y nos apeamos de nuestra monturas. Heche mano al zurron de unos pañuelos perfumados que tomé de la ultima mujer con la que estuve en Jaca y le dije a Bastian -Toma, atate esto y tapate la boca y la nariz. He visto muchas veces como los matasanos retiran los cuerpos puetrefactos de esta peste y se tapan la boca conun pico impregnado en perfume para evitar los malos humores que emanan. Puede que esto nos sirva- Entramos en la casa agachandonos para cruzar el dintel de la puerta que estaba medio cerrado con un tablon a medio desclavar y fuimos subiendo a las estancias superiores. El perfume del pañuelo atenuaba el putrefacto olor que manaba de algunas de las estancias, aquello apestaba a muerte. Miramos en algunas de las habitaciones donde encontramos algunos cuerpos en avanzado estado de putrefacción. El fuerte olor hizome dar una fuerte arcada que no puede contener y apoyandome en el marco de una puerta devolvi el desayuno. Me repuse, indicandole a Bastian que estaba bien el cual no parecia estar muy afectado por estas fragancias -Debe estar acostumbrado a estar rodeado por esta pestilencia- pense para mí.

Finalmente llegamos a la estancia de donde venían los lamentos de la chiquilla con miedo a encontrarnos a un nido de enfermos. Yo así el bracamante con determinación pues no estaba dispuesto a caer en las garras del mas nauseabundo de los jinetes del apocalipsis. Nuestra sorpresa fue ver a la chiquilla atada a la cama rodeada de los cuerpos de los que pensamos serian su padre, madre y hermano pequeño. -Muchacha, que haces ahí? Quien te ha dejado así?.- Le pregunte desde el umbral de la puerta.
-El señor de la casa se fue cuando todo el mundo empezo a enfermar. Mi familia y yo nos quedamos para cuidar la finca, pero cuando todo el mundo cayo enfermo vinieron unos hombre armados. Nos dijeron que no saliéramos de nuestras casa y como mi padre se enfrentó a ellos para intentar salvarnos la vida a mi y a mi hermano nos ataron aqui arriba. Mi padre tenia ya bubones negros y al poco mi madre que cuidaba de él y mi hermano contrajeron la enfermedad. Hace unos días murieron. Yo pensé que también moriría aquí. Por favor señor, apiadese de mi, apiadese......Si Dios hubiese querido que muriese, no estaría ya muerta en el suelo como el resto de mi familia?.-
Ataulfo, no dudo en coger a la niña, pues le recordó que se había quedado sola en el mundo, como le habia ocurrido a él por culpa de esta maldita plaga -Ven muchacha, hay un medico con nosotros. Le pediré que te examine y te llevaremos a algún lugar donde estés a salvo. Don Carlos, nuestro señor, es un piadoso cristiano y se hará cargo de la situación- Y en diciendo esto bajo Ataulfo con la niña en brazos con Bastian a su lado, dejando atrás ese horror pestilente.

Ví salir a Ataulfo y a Bastian de la casa con la niña. Nada dije, solo esperaba que no estuviese infectada y que no nos infectase. El médico se apresuró a limpiarla y curarla, y yo que no sabía que hacer pues me puse al lado de ellos , cogí mi cruz de madera y como si estuviera haciendo un exorcismo rezé una horación mientras hacía la señal de la cruz en la cabeza de la muchacha.

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benigna mente. Amén.

Fue cruzar Puente la Reina de Jaca, y ver los restos de la antigua villa de Astorito...

https://es.wikipedia.org/wiki/Puente_la_Reina_de_J...

Cito palabras de wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Museo_del_Molino_(Puente_la_Reina_de_Jaca))

Cerca de Puente la Reina de Jaca debió existir desde la época medieval hasta quedar totalmente despoblada en el siglo XIV, una villa de nombre supuestamente “Astorito”

Ermita Sta Águeda (igual hay más de una, no sé si será esta)

Arrés. Donde hay un hospital de Peregrinos

Apenas asomó Ataulfo por la puerta con la niña en brazos, mandóle Nicómedes descubrirse de su gambeson é su camisa por echarlos al fuego. Desnudó a la niña por completo para que sus ropas siguiesen el mismo camino a las llamas.

 No os preocupéis por el gambesón ni la camisa, que yo os habré de proveer de otras mejores tan pronto haya ocasión.-Dijo Carlos. 

La niña, que respondía al nombre de Consuelo, tenía fiebre, está desnutrida e deshidratada, pero por gracia divina, parecía libre de enfermedad.

Mientras Nicómedes examinaba a la niña, Carlos os reveló un sueño que tuvo la noche anterior y le tenía preocupado.

 Aquesta noche he tenido un sueño. Uno destos que se tienen entre medio del dormir y el despertrar. Paresciome tan real que non puedo asegurar si fue un sueño o sucedió de verdad. Tumbado en la cama sentí que había alguien en la celda conmigo, una figura gigantesca, vestida con una extraña armadura negra. Et pesaba algo en una balanza, et se hallaba sorprendida pues los dos objetos que había puesto en ambos platillos equilibraban exactamente la balanza.

 Bienvenidos al monasterio de Leire. Mi nombre es Horacio, soy un simple novicio en esta antigua casa. Aceptad la hospitalidad de estos pobres y humildes servidores de Dios. Permitid que os conduzca a vuestros aposentos. Lo poco que tenemos, lo compartiremos con vosotros y también daremos alimento a vuestras monturas.

Los monjes de Leire os ofrecen hospedaje. Lo cierto es que están obligados por al regla de la Orden, pero no parecen muy entusiasmados por vuestra presencia. Os acomodan en una gran sala común, fría y húmeda, habilitada precisamente para acoger peregruinos y en la cual ya hay otro grupo de cuatro peregrinos a uno de los cuales, le falta por cierto una mano. Los lechos están formados por jergones de paja, y por única comida se reparte unas escudillas de madera con verduras hervidas, caldo y mendrugos de pan. 

Los peregruinos vascos refunfuñan sobre la comida de forma bastante ruidosa.

 Pardiez, que se come mejor en las mazmorras del corregidor.

La intención de Carlos era dejar allí a la niña, utiliza su posición social para forzar entrevistarse con el esquivo Abad. El Abad no se muestra nada receptivo a la propuesta, aunque al final accede medio obligado a cambio de una suma de dinero. En última instancia Carlos decide no dejar a la niña allí, pues teme que el Abad se quede el dinero y eche a la pequeña tan pronto abandonéis el monasterio.

Decidme si hacéis algo durante la tarde o por la noche. Y cómo os organizáis para dormir.

 Durante la tarde aprovecho el momento oportuno para preguntarle a Nicómedes de forma directa.

 -Me preocupa que la niña haya podido enfermar de peste, digo si la idea es hacer de niñeras.

Aunque no soy médico ni mucho menos aún conservo el recuerdo de esa época de horror en que los cadáveres llenos de bulbos negruzcos y rezumando pus se aglutinaban en las calles.¡Cómo olvidar esa pesadilla infernal! Es por ello que me dispongo a realizar un examen superficial sobre el estado de salud de la niña con mis limitadas habilidades médicas.

 Al caer la noche estando ya en la sala de peregrinos, no puedo evitar fijarme en el otro grupo que nos acompañará en la velada. Tras lanzar un rápido vistazo me incorporo desde mi jergón de paja y me acerco al pintoresco grupo de viajeros aplastando alguna ocasional cucaracha por el camino.

-Salud y paz para todos, hermanos. Parece que haremos el Camino a la par y eso me gusta, cuentan las leyendas extraños relatos a cerca del Camino de Santiago que helarían la sangre del más pintado.

 Me acerco con prudencia e intenso sentarme con ellos para dejar fluir la conversación.

No le encuentras síntomas específicos de la enfermedad maldita. Aunque tiene fiebre y está desnutrida, así que no puedes asegurar que esté libre de la peste.

No son pocos los incidentes que nos depara el camino puesto que como por ensalmo y hallándonos en el fantasmagórico pueblo de Arrés, acabamos por adoptar a una compañera de viaje acaso más menuda que yo mesmo!

Seguimos el itinerario, algo preocupados por la evolución de la rescatada que responde al nombre de Consuelo aunque muy ben podría haberse llamado Milagros o también Remedios, por lo extraordinario de su supervivencia!

Sea como sea, la cría venía con nos y a pesar de estar feliz y contento por haberla rescatado, non podía sacarme de la testa la ocurrencia que, d'estar ella infectada, corríamos todos grave peligro de enfermar y que lo que yo menos quería era caer víctima d'esas fiebres que nadie, acaso ni el propio Nicomedes, sabe como se pasan d'un cuerpo a otro que parece obra del Maligno!

Al fin alcanzamos nuestra siguiente parada y fonda: El Monasterio de Leire, et que debo decir que si bien su predecesor en San Juan de la Peña parescía un lugar encantado y de una belleza sin igual, aqueste se hallaba afectado por la depresión reinante en la zona:

La hospitalidad de los monjes parécesme menos entusiasta y espontánea que la de los seus colegas en San Juan de la Peña, et que el hospedaje e pitanza son significativamente peores que los del otro monasterio mas que non puedo más que agradecer cuanto nos ofrecen habida cuenta la situación.

Sea como fuere, la presencia de los otros "peregrinos" se me antoja poco menos que siniestra e más bien sospechosa et que no atreviéndome yo a parlamentar con los otros miembros de la compaña si que le cuchicheo al Nicomedes mis fabulaciones: - Maestro, que estos daquí non son peregrinos... Que me dan muy mala espina y querrán cortarnos la garganta si nos quedamos dormidos. Montaré guardia toda la noche e con un ojo bien abierto para alertar sobre la emboscada que aquestos traman!

Non bien hube acabado de contarle al médico que veo a uno de la compaña, aquel al que muy bien apodan "El Bruto", dirigirse en tono amistoso a los bandidos et que me extraña ese comportamiento suyo que solo nos faltaría que se alistara con ellos!!!

Nicomedes había examinado a la niña y no había dicho nada... Había evitado conversaciones durante todo el trayecto hasta el monasterio de Leyre, manteniéndose en silencio y la distancia, a veces incluso rezagando su mula a propósito. Nadie en el grupo tenía la menor idea de que pensaba Nicomedes de la fiebre de la pequeña, si es que sabía algo. Nadie en el grupo había osado preguntarle directamente, hasta que Bastián le abordó, ya en el monasterio. Nicomedes le miró unos segundos en silencio antes de responder - Amigo, non e trovado en la niñuela signo de pestilencia. Mas a vezes la infectión non est evidente. La niñuela non va compartir lecho con nadie aquesta nueche, et voy a facer unos remedios preservativos por mañana. 

-Jacob, antes de acostarte, trae ramas de ciprés et roble que e visto en llegando al monasterio. Avivaremos el fuego con ellas, ca son buenas por prevenir la pestilencia. Después faces lo que quisieres.

Nicomedes no prestó atención a los otros peregrinos, aunque debería dadas las advertencias de Jacob, sus pensamientos estaban en la enfermedad y en la niña. Al fin y al cabo hacía siete u ocho años que no veía caso alguno de peste, y la niña le turbaba. ¿Qué edad tendría su hijo si hubiera sobrevivido? Absorto, no insistió para que Jacob saliera a la noche a recoger maderos, y este aprovechó para quedarse y vigilar de reojo a los vecinos. 

Nicomedes acostó a Consuelo lejos de los otros peregrinos, pero sola bajo su manta y capa. Pretendía compartir manta y catre con Jacob, e iba dormir con el bolsillo de las monedas y el cuchillo encima, como hace siempre. 

Había realizado la travesía a caballo, y aunque no era un buen jinete, mis doloridos pies lo agradecieron.

Me quedé pensativo con el sueño de Don Carlos, e intenté buscarle significado, no se me ocurría otra cosa que el caballero representaba la peste y la balanza la vida de Consuelo y la nuestra y así se lo comuniqué a Don Carlos, mas los sueños, sueños son y pueden no significar nada en absoluto como revelarnos aspectos insondables del alma. Todo esto también se lo comuniqué a Don Carlos.

En el monasterio me llamó la atención la presencia de los peregrinos...y sus malos modos. No era lo habitual ver a un peregrino despreciar una escudilla de comida caliente. De modo, que junto a Bastian me acerqué a ellos como peregrino y disfrutando de mi plato de verduras, les dí un poco de charla sobre el Camino, para ver si eran peregrinos o rufianes. Preguntas simples, de dónde venían, dónde iban a hacer el siguiente alto. Cómo tenían los pies. Y mientras tanto, de manera discreta aprovechava para juzgarles.

Cansado del camino, recibí con agrado las humildes dádivas que nos hicieron los monjes de Leyre. Aunque escasa y poco sabrosas comí con fruición las verduras hervidas, mirando de soslayo como los peregrinos vascos echaban pestes por la boca. Sin duda las sospechas de mis compañeros sobre estos peregrinos no eran infundadas. Me dispuse a descansar con mis armas bien a mano en caso de que hicieran falta durante la noche. 

Viendo que el joven Jacob parecía nervioso y que no tenia intención de relajarse durante la noche me acerque y le dije en voz baja -No tengas miedo muchacho que vas acompañado de buenos soldados y que si esos peregrinos al final tornan ser lo que parecen, daremos buena cuenta de ellos. Yo haré guardia contigo y asi se nos hara mas llevadera, pues a ratos podras descansar tu y a ratos lo hare yo- 

Jacob, antes de acostarte, trae ramas de ciprés et roble que e visto en llegando al monasterio.

Et que faciendo caso a lo que mi Maestro indica salgo ben corriendo a por algunas ramas de las que necesita et que en vuelvo y se las proporciono, fijándome muy bien en como las emplea para guarecer a Consuelo...

 Yo hará guardia contigo y asi se nos hara mas llevadera, pues a ratos podrás descansar tu y a ratos lo haré yo.

Me se acelera el pulso al haberme interpelado por tan noble hidalgo e caballero et que como no podía ser d'otra manera, bien me parece el plan por él urdido e muy orgulloso me siento de compartir guardias con mi acompañante! 

Lo que sucedió a Jacob cuando fue a buscar ciprés e roble 

En torno al monasterio había un bosquezuelo en el que crecían gran variedad de plantas medicinales merced al trabajo del boticario del monasterio. Jacob cruzose y preguntole al mismo boticario que volvía de recoger yerbas de allí y se apuraba por acabar su tarea a tiempo de llegar a Completas. 

Busca por esa zona de ahí, abunda el ciprés cerca del cementerio -señaló-. Et si quieres calmar las fiebres a la chiquilla, coge también Ulmaria que torvarás por esa otra parte- señaló- o el riachuelo face una curva con un pequeño remanso.

Date prisa, no te confíes que en esta época los días se acortan y en breve no distinguirás un cardo de una rosa.

Cogió Jacob las ramas encargadas por Nicómedes con las últimas luces del día y se andaba a tientas buscando la ulmaria que mencionó el boticario, cuando vio aproximarse al río tres homes con una docena de mulas. Huidizo por naturaleza, Jacob se escondió y vió como se detenían. - Aún es pronto- dijo uno - deja abrevar las mulas en el remanso y esperemos a maitines.

Apenas quedaba una hora de luz cuando se sirvió la cena, de modo que Jacob se dio prisa en acabar la cena y salió presto a cumplir el encargo de su maestro. Mientras tanto.

Lo que aconteción cuando Bastian y Evaristo ficieron compaña con los peregrinos

 

 

 

-Salud y paz para todos, hermanos. Parece que haremos el Camino a la par y eso me gusta, cuentan las leyendas extraños relatos a cerca del Camino de Santiago que helarían la sangre del más pintado 

Me acerco con prudencia e intenso sentarme con ellos para dejar fluir la conversación.

A la paz de Dios hermano. Venid a ayudarnos a dar cuenta de tan suculenta comida. Pues no queremos hacer el feo a los monjes de dejar nada en el plato y, es tanta que si nos la comemos toda, podríamos hasta reventar. -Dijo de forma bien audible.

Condenados frailes. Y no somos peregrinos ni os andaremos juntos el camino pues nuestra dirección es otra.  Más, o ando muy falto de entendederas, o vos tampoco sois peregrino convencido sino escolta desotro tan estirado.

De modo, que junto a Bastian me acerqué a ellos como peregrino y disfrutando de mi plato de verduras, les dí un poco de charla sobre el Camino, para ver si eran peregrinos o rufianes. Preguntas simples, de dónde venían, dónde iban a hacer el siguiente alto. Cómo tenían los pies. Y mientras tanto, de manera discreta aprovechava para juzgarles.

Vaya hombre, ganamos amigos por momentos. Tú matamoros, echa un poco de la sangre de cristo a estos dos nobles señores.

El tal matamoros, un hombre que apenas habla y mide cerca de dos varas, saca una pellejo de vino y rellena las copas incluidas las de Bastian y Evaristo. (Los monjes os sirvieron agua)

Brevemente se quejan un poco de todo: de los bandidos del camino, de lo mal bicho que es el abad, de las tropas que está movilizando Pedro de Castilla, de la peste y del diablo que la manda. Todo amenizado con alguna broma soez.

No da tiempo a que hablen mucho, pues los monjes piden silencio y acaban echándoos del refectorio. 

En cualquier caso no parece importarles salir de tan triste refectorio pues tienen algo de queso y pan en sus alforjas y también más vino. Y os invitan a acompañarles (A Bastian y a Evaristo) y comer algo "sólido" antes de volver a la habitación común a dormir.

 -Agradecido quedo de vuestra suculenta oferta, mas me temo que debo declinar puesto que como bien vos habéis apuntado me hallo de oficio en este momento.

 Mientras digo estas palabras me incorporo y miro de soslayo a Evaristo para hacerle entender que no debería aceptar. Entonces prosigo.

 -Si bien os deseo a vuestras mercedes un viaje sin incidencias. Salud y hasta la vista.

 Me doy la vuelta y me dirijo hasta donde está Ataulfo y me recuesto cerca de él para con disimulo susurrarle

 -Compañero no me fío en lo más mínimo de esta gente. Más, pienso que deberíamos prevenir al maestro don Carlos de mi sospecha. ¿Vamos a sus aposentos a advertirle, u observamos qué camino toman estos vascos por si pretendieran emboscarnos en nuestro camino?

En el momento que sacaron el vino a mí se me fué toda mesura y me dí con gusto a este, que si trago por aquí, que si trago por acá. Si no cerraban el grifo pronto iba a abusar de su generosidad. Por supuesto que no hice caso alguno a la insinuación de Bastián, como hacerlo ante tan suculento trago. Pues eso, que se me fué la mano, y ya empezaba a contar historias picantonas, dejándome llevar hasta que me dejasen sin vino.