Partida Rol por web

Áscalon siguió a Galatea solo que él fue directo a por el zombi, al cual asestó una feroz dentellada, tratando de tirarlo al suelo con el impulso de su peso.

Áscalon mueve a H12 y muerde al zombi

Ataque: 15
Daño: 10
Derribo: 10

Nota: Esto técnicamente va antes que el post de arriba de Rya, pero creo que es fácil de reubicar.

Galatea se abalanzó sobre la enredadera de almizcle amarillo, la cual agitó sus zarcillos en el aire. El golpe de la druida cortó una de las enormes hojas en el proceso pero aquello le provocó el mismo daño de a quien le cortan un mechón de cabello.

Galatea se mueve a F12 y ataca, pero como viene siendo habitual, no hago absolutamente nada relevante en mi turno xD

-¡Cuidado, por favor! -pidió Berenice.

Aunque la cosa parecía estar bajo control, nunca sabía uno por dónde iba a venir el peligro.

Kora era consciente de que no podía hacer mucho contra aquella planta. Galatea les había advertido de que sólo el fuego o el ácido eran capaces de dañarla, y ella no tenía nada de todo eso. Suspiró, sabía que tenía que dejarlo en manos de sus compañeros... Pero puedo ayudarles...

Durante algunos segundos todavía estarían sintiendo, en su interior, el coraje infundido por su canción. Su mirada se dirigió hacia Rya, era fuerte y estaba bien protegida, pero parecía ser que los ataques se iban a centrar en ella. 

La joven buscó en su interior y una nueva canción empezó a brotar de sus labios. Clavó su mirada verde en la espalda de Rya y ésta pudo sentir como aquella música iba penetrando en su alma y le infundía un valor y determinación excepcionales.

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El movimiento de Áscalon provoca un ataque de oportunidad de la Enredadera de Almizcle Amarillo (ataque 14, fracaso).

 (7) Áscalon: 45/45 temporales x/x (Infundir grandeza, Infundir valor +2 3 asaltos, Convicción 2 horas, Devoción por la protección 8 asaltos)

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 (7) Áscalon: 45/45 temporales x/x (Infundir grandeza, Infundir valor +2 3 asaltos, Convicción 2 horas, Devoción por la protección 8 asaltos)

Lo que siguió fue un apaleamiento sistemático de Galatea y Rya. A zarpa y garrote machacaron una y otra vez a la descomunal enredadera de almizcle hasta que dejó de moverse. La criatura vegetal no pudo hacer nada para atravesar la muralla de conjuros defensivos.

Después, Galatea y Rya siguieron machacándola un poco más mientras Savinian hacia su trabajo e iba a cauterizando pedazo a pedazo. La maldita resistía a morirse y fue un proceso largo. Al fin, el drow dio por terminado vuestro trabajo. Aquella cosa estaba muerta y no volvería a levantar más cadáveres o alimentarse de los muertos.

Felinal, a vuestra espalda, aulló.

He estado meditándolo y he decidido dar por finalizado el combate. La planta está ilesa y tiene más de 200 puntos de golpe más la regeneración, pero entre el ralentizar de Kora (que le ha bajado de 6 ataques por turno a 1) y todos los buffos que lleváis encima (solo pega con un 20 natural) no os va a hacer gran cosa de todas formas.

Supondré que todo el proceso os ha llevado unos cinco minutos.

Una vez Galatea empezó a golpear la planta no paró, aun cuando Savinian terminó de matarla por completo a base de arrojarle ácido.

Cada vez que adoptaba aquella forma siempre había tenido la sensación de que las emociones se desencadenaba más fácilmente, como si duplicaran su intensidad. Tras lo sucedido con el altar de Silvanus ahora veía aquella cosa enorme, engordada con los cadáveres de los druidas y sus compañeros animales que tan desesperadamente habían intentado protegerlos, acomodada sobre la pila de huesos y cráneos que era todo lo que quedaba de ellos, sobre un estanque que hace muy poco había sido uno de los rincones más hermosos del Círculo de los Cedros y lo único que quería era despedazarla una y otra, y otra, y otra vez hasta hacerla desaparecer de la existencia.

Cuando ya ni reducirla a diminutos jirones fue suficiente, lanzó un penetrante aullido al aire que estuvo impregnado de una mezcla de rabia y aflicción. Solo que no era el aullido de un lobo, era el aullido de un licántropo, por lo que también lo ribeteaba una sonoridad sobrenatural que ponía los pelos de punta.

«¡ALEERA!»

«¡GARM!»

¿Dónde demonios estaban?

Tras vaciar el aire de los pulmones simplemente bajó la cabeza y se quedó mirando los restos de la enredadera en silencio durante unos segundos más, como si les retara a volver a moverse un solo centímetro. Tras lo cual, emitió un ominoso gruñido con la garganta y dio media vuelta para encaminarse hacia donde Felinal estaba. No quería pasar un solo minuto más allí, y no le gustaba sentir las emociones tan a flor de piel de modo que lo primero que hizo mientras caminaba fue cambiar paulatinamente de forma, disminuyendo en tamaño y en musculatura, volviendo a adquirir el aspecto de una simple elfa con el cabello plateado que poco a poco también recuperó su color habitual. Salvo el mechón habitual.

De por si, la constitución de cualquier elfo era frágil, pero el contraste con la robusta bestia que había sido hace unos segundos era tan brutal que dicha fragilidad daba la sensación de resaltar.

Miró a Felinal cuando llegó a su altura, y no necesitó más que eso. "No me rindo". Seguiría buscando. Aún quedaba por revisar lo que parecía un campamento abandonado que habían visto antes.

Rya soltó el garrote y se dobló sobre sí, apoyando las manos en las rodillas para facilitar la entrada de aire y controlar la respiración. La maldita enredadera se negaba a morir. Los golpes de Rya, que podían aplastar huesos y romper rocas, rebotaban en la esponjosa anatomía vegetal. Cada zarcillo que desgarraban Galatea y Sésperis, otro brotaba de su rechoncho tallo. Por fortuna, tenían a Savinian con ellas, o hubieran necesitado todo el día.

Cuando recuperó el aliento, secó el sudor de la frente con una manga de la túnica, y se ató el cabello que tenía pegado al rostro en una cola de caballo.

Galatea, transformada en una enorme mujer lobo, no había terminado con la planta. Rya se quedó atrás, dejando que su amiga descargara su ira contra aquella horrenda criatura. Los aullidos que marcaron el final del combate le pusieron de punta el vello de la nuca. Una tristeza honda se adueñó de ella.

Habían eliminado la corrupción que había hecho presa en el Círculo, pero todavía no habían encontrado el rastro de los atacantes. No hizo falta preguntar a Galatea si estaba lista para continuar. La druida estaba recuperando su forma élfica, y dirigiéndose hacia el campamento que habían visto desde el círculo de piedras.

Rya se encaramó a la grupa de Sésperis y cabalgó junto a la lythari.

Kora no podía hacer gran cosa y no tenía muchas ganas de acercarse a aquella monstruosa planta. Se quedó en la distancia, con el estoque en la mano y vigilando sus espaldas para no ser sorprendidos por ninguna amenaza inesperada. El combate se estaba alargando, pero finalmente entre los tres compañeros pudieron darle fin a aquella abominación.

Una suave sonrisa empezó a formarse en los labios de Kora, sonrisa que se quedó congelada al sentir en sus huesos el aullido de Galatea. La joven sacudió ligeramente la cabeza, alejando aquella sensación desgarradora que había penetrado hasta sus entrañas y observó, en silencio, el regreso de la elfa.

Con el estoque todavía en su mano, empezó a caminar tras la dragona de Rya y Galatea.

Berenice se quedó en segundo plano mientras las demás atacaban a la planta. Con toda seguridad, si hubiese tratado de golpearla, su maza habría rebotado y se habría dañado a sí misma, en un intento infructuoso de colaborar con la causa. De modo que se quedó junto a Kora, vigilando los alrededores por si alguien venía a atacarlos, mientras Rya, Galatea y Savinian reducían a la planta invasora en un amasijo de pulpa, tallos y flores.

Con suavidad, la sacerdotisa rezó una plegaria a Selûne en honor a los caídos. No sabía qué tipo de ceremonia deseaban los druidas para su paso a la otra vida, eso solo lo sabía Galatea, pero no podía quedarse sin hacer nada. Las almas necesitaban una guía, mientras no pudieran realizar las ceremonias adecuadas, un rezo era lo único que podía hacer; y lo lamentaba.

Finalmente, en silencio y con el ánimo por los suelos, el grupo continuó su camino.

Llegasteis a los restos de un campamento, abandonado mucho tiempo ha. Allí también había cadáveres, pero ninguno de ellos se levantó para atacaros. Galatea tampoco encontró entre los cuerpos rastro alguno de su hermana Aleera o de su lobo Garm.

Lo que sí encontraron fue el cadáver de un humano, que no iba vestido como los druidas, sino que llevaba una armadura de metal. Había blandido una espada larga en vez de las lanzas, hondas y garrotes que solían utilizar los druidas.

¡Exploración completa!

—¿Un amigo de los druidas o uno de los atacantes, dejado atrás por sus compañeros de fechorías? —se preguntó Savinian—. ¿Tal vez alguien que pasó por aquí en plena infestación de almizcle amarillo?

La sacerdotisa se encontró verdaderamente frustrada al no encontrar nadie a quién pegarle. Metafóricamente hablando, porque no es que fuera capaz de golpear a nadie con sus ya sobradamente demostradas dotes combativas. De modo que se acercó al cadáver del extraño y se inclinó sobre él para examinar sus heridas. ¿De qué había muerto?

-Parece que murió... por el ataque de una bestia salvaje. Algo más grande que él se le echó encima, forcejearon y al final, la bestia se impuso. Tiene un mordisco en el cuello.

Berenice siguió revisando el cuerpo y trató de buscar algo de magia en él.

-Lleva muerto bastante tiempo, pero no se ha descompuesto por... pues no lo sé, cuando un cadáver se congela suele conservarse durante mucho tiempo, pero no parece que esté congelado. No lleva ningún distintivo, además tampoco detecto magia en nada de lo que lleva. Y... oye, Galatea, ¿qué tipo de barro es ese que tiene en las botas? No parece de por aquí.

Galatea observó los alrededores olfateando el aire, buscando inconscientemente algo más, cualquier cosa que pudiera decirles algo más. No había encontrado a Aleera ni a su compañero. El primer pensamiento podría ser que aquello era una buena señal, y en parte lo era... pero no podía sentirse tranquila aún. Porque no solo alimentaba la esperanza, sino también el terror de que pudiera pasarles o les hubiera pasado otra cosa. Su hermana no la había avisado de aquello en más de un mes después de todo. 

La voz de Berenice la sacó de sus pensamientos y durante los primeros segundos se limitó a mirar el cadáver con los ojos entornados.

—Puede haber sido tanto algún compañero de algún druida como alguno de esos lobos de dientes negros, o algo peor... —suspiró. Luego se lo pensó un momento—. Creo recordar que los clérigos, aparte de conservar los cuerpos, ya puestos podeis hasta hablar con ellos.

Miró a Felinal.

—¿Te suena por casualidad este humano de haberlo visto antes por aquí? ¿O entre los atacantes con colmillos largos en las manos?—preguntó antes de acercarse y agacharse a observar la arcilla para responderle a la pregunta que le habían hecho—. No, no lo es... aunque Aleera me habló una vez de un río que cruza el bosque donde había esta arcilla de color raro.

Los ocupantes del campamento habían muerto, aunque la enredadera no había perturbado el resposo de sus cuerpos. Pequeño consuelo, se dijo Rya.

La paladina se arrodilló junto al cadáver, al otro lado de Berenice. Como decía Galatea, podía ser cualquiera. Ella no sabía de heridas ni de arcillas, así que buscó señas de la identidad del difunto en la armadura y la espada. Registró sus bolsillos y bolsas, soltó las correas que sujetaban la coraza y la apartó para revelar lo que hubiera entre sus ropajes.

Cuando su amiga druida mencionó a los lobos de dientes negros, y recordando al orador de la feria del que había hablado la celestial, Rya apartó los labios pálidos del cadáver para examinar los dientes.

Kora se mantenía un poco apartada, observándoles, pensativa. Aquel lugar le ponía el vello de punta y deseaba salir de allí cuanto antes. Pero sabía que necesitaban información, por lo que dejó trabajar a sus compañeros mientras ella se mantenía un poco a distancia. 

Arrugó suavemente el ceño y volvió su atención al camino por el que acababan de llegar, por si algo se hubiera escondido y deseara pillarles desprevenidos.

Galatea venteó el aire, pero este estaba demasiado cargado del penetrante hedor de la muerte y del dolor y escalofriante aroma del almizcle amarillo como para captar nada más.

Rya le quitó la armadura al caído. Las ropas que había debajo no tenían ningún distintivo. Era el tipo de prenda ligera y acolchada que cualquiera llevaría bajo la armadura, para que no produjera roces sobre la piel. Nada que le pudiera dar alguna pista de su identidad, si uno exceptuaba la carencia de blasones o símbolos sagrados.

Por último apartó los labios para comprobar su dentadura. Sus dientes eran de color amarillo, definitivamente no eran negros como los de los lobos que atacaban las granjas de Velarburgo o como los que tenía el agorero del pueblo.

Felinal se acercó a olisquear el cadáver, mientras Kora vigilaba por los alrededores, sin percibir ninguna amenaza.

Felinal se acercó al cadáver del hombre y lo olisqueó. Te dijo que no reconocía el olor, pero que podía oler diferente al estar muerto. Sí que te pudo confirmar que los hombres que los atacaron llevaban colmillos como esos, y tenían la piel igual de dura.

Nada, dijo Rya. Podría ser cualquiera. Que Mystra te guarde. 

La paladina se puso en pie y se sacudió el barro de las rodillas. Habían limpiado la infección más apremiante del Círculo, pero apenas habían encontrado pistas que facilitaran su siguiente paso. 

¿Qué hacemos? preguntó. ¿Recorremos ese río o tenéis otra idea?