Partida Rol por web

Beso sus dedos con un cuidado infinito.

-Lo siento Anna, es mi culpa. En fin, deberíamos regresar ¿No crees? Ese criado que debía acompañarnos debe estar de los nervios...y no hemos traido comida. Si lo prefieres incluso daré un rodeo para que no nos vean llegar juntos.-

Tras limpiar la sangre de sus dedos, la beso con ternura en sus carnosos y apetecibles labios.

-Oh, con suerte solo pensarán que estoy disgustada. No he ocultado mi opinión sobre la boda con sir Françoise. Pero si tardo mucho más empezarán a preocuparse y darán parte a mi padre. Cuento con vos, sir John.

Lady Anna te devuelve el beso... y algunos más. Te cuesta dejarla subir al caballo y marcharse. Cuando moonta,  notas como un pequeó gesto de dolor se desliza por su cara.

Cuando ya me encuentro solo, me paro a pensar en todo l oque he dicho y hecho.

-Soy un idiota. Le he dado esperanzas cuando yo...es muy probable que no pueda cumplirlo. Y le he declarado mi amor. Eso es lo que no entiendo ¿La amo de verdad? Yo...no lo sé.-

Tardo un buen rato en montar a caballo, cuando lo hago, es con uan resolución.

-Independientemente de lo demás, no dejaré que Françoise se case con ella.

La soledad te lleva a darte cuenta de tus errores, te has comprometido con alguien a quien no estás seguro de amar, y le has hecho promesas que no podrás cumplir casi seguro... no ha sido el día en el que has estado más acertado. Como siempre, la lujuria ha nublado tu juicio, dejándote llevar por tus intintos más básico.

Cuando vuelves a los jardines, tratando con calma, ver a Isabella jugando con dos niños. Reconoces a uno de ellos, el mayor, como el aprendiz de Ossian. El otro, por la edad, debe ser el niño de Mantell. Están en medio de un picnic y, por primera vez desde vuestro reencuentro, la ves sonriendo feliz.

Te alejas amargado y confuso. En tu mente se mezclan las dos mujeres, con los sentimientos que conllevan.

Me quedo entre las sombras del jardín, si nocultarme, pero sin mostrarme.

Sorprendentemente me alegra verla así.

-Estúpido....a partir de ahora, celibato.-

Te quedas observando, sintiéndote un intruso, un extraño, en medio de una estampa por la que matarias por estar. Isabella los niños, y una doncella parecen disfrutar del sol y de los juegos. El chico mayor mira un segundo hacia donde tu estás, te da la impesión de que te ha visto, pero se gira hacia el pequeño para ayudarle a levantarse. Isabella abre una de las cestas del picnic y empieza a preparar las raciones. Llama a los niños a comer, cogiendo al pequeño en brazos para darle ella la comida. Te das cuenta de que, al igual que tú, ha crecido. Se ha convertido en una madre entregada que disfruta de su hijo. Algo raro en una corte, en la que la mayoría de las mujeres dejan a los niños a cargo de los criados.

Te enternece verla así, es algo que no puedes negar.

Doy un paso en su dirección dispuesto a profesarle todo l oque aún siento. Lo que al parecer siempre sentiré.

Pero la razón vuelve a mi. Me detengo y me marco apesadumbrado. Al llegar a uno de los bancos del paseo que rodea el lago, oculto a la vista de casi todos por un recodo de los setos y una fuente, no puedo aguantarlo más.

Me siento, derrumbándome, estremecido por sollozos, y dejando caer las lágrimas.

El pesar se cuela hasta lo más profundo de tu corazón. La has buscado en miles de lechos, una y otra vez, pero nunca era ella. Vives una mentira esperando dejar de amarla con todo tu ser, cuando sabes que eso nunca pasará. Se cuela entus sueños, como si fuese una parte más de ti mismo.

Aún así, por mucho que lo intentes, no puedes acercarte a ella. La cobardía te puede. Sabes que es la única forma de aclarar las cosas, pero temes ver la mirada de odio y desprecio que te dedicaría.

La inspiración me viene como un baño de agua clara.

-Lady Merced.-

Aparto todo otro pensamiento, solo quiero ir a verla, hablar con ella. Lo necesito. Acudo a buscarla casi a la carrera.

Lady Merced está en el salón, como casi siempre. Está hablando con un grupo de mujeres, mientras bordan. En cuando se da cuenta de tu presencia, se levanta para saludaros.

-Sir John, pareceis agitado. ¿Os encontrais bien.- pregunta con gesto preocupado.

-No, mi señora, no estoy bien. Debo hablaros en privado por favor. Por favor-

Sujeto sus manos, angustiado.

Temira alarmada.

-Sir John, estais dando un expectáculo.- dice alarmada, mirando a los nobles que os observan. Te lleva a un apartado. -¿Que es tan importante?.-

Me inclino hasta susurrarle a su oído.

-Soy un estúpido. Es así de sencillo. Solo puedo confiar en vos ¿Secreto de confesión lo llamáis? Por favor, escuchadme y ayudadme mi señora.-

Te mira seria.

-No seais hereje sir John, el secreto de confesión sólo puede darlo un sacerdote, no una simple fiel. Pero si quereis que os guarde un secreto, lo haré, en la medida de mis posibilidades. Decidlo ya, empezais a preocuparme.-

Me siento, arrastrándola a mi lado.

-Mi señora...¿Por dónde empezar? ¿Qué sabéis de Lady Isabella y de mi? De nuestra historia juntos.- le explico lo que desconozca -Pero la cosa no termina ahí. Sigo amándola, con todo mi ser, lo he comprendido hace un momento.-

Paso mis manos por mi pelo.

-El problema es que soy un estúpido. Lady Anna se va a casar con Sir Françoise. Cuando se enteró vino a mi en busca de aydua. Y yo...yo no pude negarme. No me lo pidió pero yo...yo le juré evitar la boda que no deseaba. Y casarme con ella. ¡Sin embargo no la amo! Y es poco probable que pudiera evitar la boda.-

-Lo más sencillo sería permitir la boda sin problemas...pero mi conciencia me lo impide, no después de haberselo jurado.-

La miro a los ojos.

-Mi señora, os pido consejo, ayuda y discrección, como amiga que os considero.-

Lady Merced te mira asombrada.

-Lamento decir, sir John, que pensé que era un hombre mucho más inteligente. ¿De veras cree que podrá evitar ese matriminio? Sir Françoise tendrá todo lo que quiera, incluída a Lady Anna. Si quiere evitar ese matrimonios, encuentra mejor postor para la dama. Ella tendrá un marido que no le disguste tanto, y vos estareis libre de las consecuencias de vuestro poco juicio.-

-Soy un hombre inteligente, pero débil, me he dado cuenta hoy. Dejo que las tentaciones de la carne nublen mi juicio. Eso no pasará más.-

-Tenía...tenía que hablaros, yo...debía hablaros. Creo que mi momento de histeria ya ha pasado. Y me alegra saber que vuestra purza os impide concebir que Sir Françoise tenga lo que desee, hay mucho medios de, si nconseguir a nadie mejor, hacer que él no sea apto.-

Me levanto.

-Gracias por escucharme Lady Merced.-

Beso su mano y me marcho a mis aposentos. A pensar.

Notas que, en cierta manera, has decepcionado a Lady Merced.

Te tienta la lujuria, demasiado. Ese ha sido siempre tu mayor problema. Es un milagro que consiguieses respetar a Isabella hasta que ella se consideró preparada. lady Isabella una vez más. Empiezas a sentirte asediado. Todo lo que te rodea parece, de alguna forma, relacionarse con ella. Es como un gran laberinto en el que todos los caminos llevan al mismo lugar.

Pasas la tarde pensado en lo desdichado de tu suerte, hasta que se acerca el anochecer y te das cuenta de que no has provado bocafo en todo el día.

Bajo al comedor, con el mismo humor nefasto que me ha embargado toda la tarde.

-¿Qué debería hacer?- es la pregunta que se me repite una y otra vez mientras como, solo en una mesa apartada.

Mientras miras la comida con desgana, una mano amiga se apoya en tu hombro.

-¿Qué va tan mal, mi antiguo aprendiz?.- pregunta preocupado.

Como siempre, a Ossian no se le escapa nada. Se sienta a tu lado, con un conejo asado.