Partida Rol por web

Mi torpeza me pone furiosa y enfadada arremeto con fuerza contra el soldado. 

El soldado esta vez es incapaz de detener tu certero golpe y le clavas la daga en el muslo tan profundamente, que ésta queda enganchada en el hueso. Para cuando consigues extraerla, el soldado ya yace muerto a tus pies.
Al igual que tu, los demás aldeanos han conseguido acabar con los intrusos y la empalizada vuelve a estar en su lugar.

Miro a mi alrededor. Parece que el fragor de la batalla se ha apagado para nosotros y que los dos ejércitos contienen el aliento, pendiente su destino de algo tan difuso como el amor que nos une.

Pienso en padre y madre. En nosotros cuando éramos niños y en todo lo que he aprendido estos últimos años. En la libertad de la que he disfrutado y de las aventuras y tierras ignotas que he contemplado.

Pienso en que, a su manera, mi hermano ha vivido lo mismo. Y está dispuesto a abandonarlo para que volvamos a casa. A asumir nuestras responsabilidades.

Para que crezcamos.

- Muy bien, hermano -contesto, bajando mi lanza- Hagámonos mayores. Vámonos a casa.

Recojo mi arco con aire fatigado mientras sorprendo una sonrisa en la curtida faz de Rhamon.

- Eso sí -le digo con aire travieso- Debes saber que nada ni nadie, ni la mismísima Diosa Roja y el Murciélago Carmesí, conseguirán que le bese el culo a un bastardo con aires de noble ¿entendido? Y si los brolianos salen de ésta... te juro por Odayla que algún día regresaré a este país.

Intento fruncir el ceño, pero al final solo me sale una carcajada mientras palmeo la espalda de mi hermano.

Con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos himedecidos, tu hermano te da el primer abrazo desde el dia que partió para alistarse en el ejército.
-Volvamos a casa, Aldar. Ésta ya no es nuestra guerra.
Y así, apesadumbrados ambos por dar la espalda a vuestros compañeros de armas, pero conscientes de que vuestra decisión hará plantearse a muchos el sentido de esta guera, regresáis a vuestro hogar para reemprender vuestras vidas.

La batalla continúa de una forma cada vez más violenta. Además de los cientos de guerreros que luchan en la tierra, decenas de sacerdotes y señores de las runas de Orlanth, se alzan hacia los cielos, volando sobre ráfagas de viento vivientes para interceptar a los jinetes de wyverna lunares. De vez en cuando, algún cuerpo de uno u otro bando cae pesadamente sobre el suelo.

Los salvajes seguidores del toro tempestuoso, que hasta ahora se habían movido sin problemas entre las filas lunares, topan con un grupo de sacerdotes vestidos con túnicas rojas que con un simple movimiento, logran detenerlos en seco, haciendo que bajen sus armas para seguidamente cortarles la garganta uno a uno, como si fuesen bestias aceptando su sacrificio. Un solitario guerrero humakti se encuentra con un gigantesco troll, seguramente proveniente de la Meseta de la Luna Azul, donde los uz tienen buenas relaciones con el imperio; el troll supera en más de un metro de altura al guerrero y su musculoso cuerpo está cubierto con una impenetrable coraza de acero; sin levantar su arma, el humakti muerde su símbolo sagrado e inmediatamente, el alma del troll escapa por su boca, subiendo hacia el cielo tormentoso mientras su cuerpo cae inerte, vacío de toda esencia vital. Desde el cielo, cada vez más nublado, caen rayos sobre el campo de batalla, bien dirigidos sobre pelotones de imperiales, que se tuestan en el interior de sus armaduras metálicas.

Mientras tanto, Kenvent y Vehexa siguen avanzando, siempre en dirección a la comandante enemiga, acabando con cuantos se cruzan en su camino. Erikand, que no se había dejado ver, reaparece cubierto de vendajes que cubren heridas aún no curadas para seguir combatiendo y Kilder y Loranda, en el interior del pueblo, siguen ayudando y defendiéndolo de cualquier ataque. Aldar, en el flanco, está a punto de acabar con un enemigo cuando algo le detiene; ambos se miran, hablan y se dan un abrazo ante la mirada de cuantos combaten cerca de ellos, para abandonar el campo de batalla juntos. A pesar del fragor de la batalla, se extiende el rumor de dos hermanos reencontrados que han decidido abandonar la lucha para recuperar las vidas que tenían antes de formar parte del conflicto de Brolia. Tal acto refuerza la moral de aquellos que luchan por su tierra, mientras que obliga a muchos de los invasores a replantearse el sentido de su lucha.
En el cielo podéis ver como el guerrero de trueno logra zafarse del abrazo de la serpiente, desenfunda su espada y de un tajo corta tres de sus siete cabezas, que se desvanecen en el cielo La serpiente se revuelve pero se prepara para contraatacar con más fuerza si cabe.

Seguís avanzando, siempre en dirección a Ahrrya que no deja de moverse por el campo d ebatalla, gritando y dando ánimos a sus hombres, que comienzan a perder la moral. Lo que se presentaba como un simple paseo militar se está convirtiendo en una verdadera carnicería.
Ya no veis a Garnath por ninguna parte, aunque de vez en cuando os parece oír sus gritos de batalla entre la multitud y vuestra proximidad con Ahrrya llama la atención de dos guerreros de élite, encargados d esu protección personal, que se acercan a vosotros y os retan a sendos duelos. Ambos visten corazas y luchan con espada y escudo, además de la mágia lunar que brilla sobre ellos.

Te mueves con cautela, temeroso de ser rodeado como en la anterior ocasión, cuando salta sobre tí un feroz guerrero de mirada asesina y vestido con pieles. Su intento de pillarte desprevenido falla y no logra clavarte su lanza ni por asomo, lo que te permite ponerte en guardia.
-¡Derramaré tu sangre en honor de Shargash! -Grita, disimulando su torpe intento de sorprenderte.
No te parece un guerrero experimentado, pero parece ser que tu aspecto, algo lamentable, le ha envalentonado.

La intensidad de la batalla parece decrecer ligeramente en el exterior, y dentro de la muralla la situación parece bajo control. A pesar de eso, el goteo d eheridos sigue aumentando y no podéis bajar la guardia.
Pero de pronto la tierra tiembla, al principio de forma leve pero con una intensidad cada vez mayor. Los pocos capaces de luchar, se mueven buscando el origen del temblor y éste parece estar en el centro de la aldea, junto al templo. Repentinamente, la tierra se hincha y estalla expulsando tierra y piedras por todo alrededor y hace aparición una bestia que solo podía salir de las entrañas mismas del caos.
Os encontráis ante la impresionante visión de un caracol de más de cuatro metros de longitud, con la concha formada de duras escamas y dos cabezas repletas de dientes que exhudan ácido.
Los más osados cargan sobre él para ser destrozados al instante por su ferocidad. Puede que los lunares pierdan la guerra al final de todo, pero si no detenéis a la bestia, la aldea será destruida sin remedio.

Erikand sonríe. Se había enfrentado contra 4 hombres y dos de ellos habían tenido que huir. Que iba a hacer un guerrero poco experimentado contra él? Confiado, Erikand lanza un ataque sin abrir la boca. Como casi siempre, su maza busca el mentón para golper de forma contundente en un lugar crítico. Sin embargo la seguridad de Erikand hace que el golpe vaya más flojo que contra un rival más peligroso y el golpe se presenta débil. Con el escudo arriba, impide que cualquier ataque pueda volver a hacerle daño de momento.

Aburrido me encontraba ne mi puesto después de curara  Erikand, y decidí darme una vuelta en busca de Loranda, a ver si le iba mejor.

Caminé tranquilamente hacia el santuario hasta que la encontré y la saludé levantando el báculo en señal de que todo iba bien:

-Aburrido estimada Loranda, así estoy.

Entonces un temblor de tierra hiozo que todo se moviese, y para no perder el equilibrio me agarré a su hombro, mientras comenzaba a asomar una bestia bicéfala babosa por la tierra.

Entrecerré los ojos y la miré como salía junto a varios pobres suicidas que se abalanzaron sobre ella.

-Esta vez va en serio ...

Vehxa señala a uno de los guerreros y salta hacia él asestando un fuerte golpe con su hacha. Ése será su rival.

-Señor del Trueno, bendice esta espada para eliminar a tus enemigos -pronuncio con el arma alzada a los cielos. El Atronador responde a mi súplica y me preparo para el combate con el soldado de élite, rodeándolo con pasos laterales para tratar de buscar un punto débil. Finalmente, me lanzo a por él y trato de alcanzarlo en un brazo mientras mantengo el escudo en alto-. ¡Yaaaaargh!

El hacha de Vehexa casi alcanza a su rival, pero éste levanta el escudo en el último momento y desvía el golpe sin problemas. Rápidamente contraataca con una certera estocada pero Vehexa logra interponer su hacha y cuando la espada la golpea, saltan chispas y ésta cruje, dañada por el impacto.*

Kenvent se lanza sobre su enemigo con salvajismo, pero éste desvía su ataque moviendose ágilmente y responde con un golpe tan preciso, que solo la destreza con el escudo de Kenvent le impide salir mal parado.

Os miráis a los ojos, sabiendo que ésta puede ser una lucha larga.

El guerrero asalvajado levanta su escudo en el último momento y detiene tu ataque, directo a su cara. Algo desequilibrado por el impacto, te ataca con su lanza pero falla en el último momento, volviendo a la posición inicial.

-¡Tus vísceras van a adornar mi casa cuando regrese victorioso!- Grita enervado.

Erikand observa sus movimientos. No sería tan fácil como había creído desde el principio. Así que Erikand se concentra, vuelve a descargar un golpe, esta vez horizontal, hacia el guerrero parlanchín. Su cara no mostraba miedo alguno, tampoco piedad. Se había enfrentado a horrores mucho más poderosos que ese simple guerrero, no iba a ceder.

Sonrío para mí sin apartar la mirada de mi oponente. Continúo avanzando lateralmente a su alrededor y busco algún lugar a nuestro alrededor donde poder situar al soldado en desventaja. Mientras, arremeto contra él por si encuentro un hueco en su defensa.