Partida Rol por web

A medida que los jóvenes pícaros tiran de los rickshaws saltando charcos y esquivando peatones, el ocaso va cerniéndose sobre la gran ciudad de Shanghái, como un oscuro ser que salta desde las lejanas montañas a devorar el cénit del ser humano en el planeta Tierra. Los comerciantes con sus carros son sustituidos por almas perdidas en busca de turbios negocios o un poco de sexo lujurioso. Focos de luz visten los edificios como si de otra bóveda celeste se tratase.

Tal sucesión de calles hace que cuando os dais cuenta estéis ante las puertas de El Loto Negro. Se trata de una amplia fachada de ladrillo negro salpicada con ventanas acorazadas de cromo y vidrios de colores. Sólo consta de una puerta doble de gruesa madera lacada en negro con vidrios transparentes desde donde se logra apreciar parte del interior. A través de las cortinillas interiores se aprecia una iluminación cálida y sombras difusas moverse sin orden de un lado a otro. En el centro de cada vidrio, un loto negro decora la entrada.

A ambos lados hay dos tipos orientales vestidos de manera elegante que le abren la puerta a tres tipos desaliñados con las mejillas sonrojadas, también orientales, que entran en el interior.

Cuando os acercáis, sentís las miradas de los dos tipos examinándoos de arriba a abajo, y sin gesticular lo más mínimo, uno de ellos abre la puerta, dándoos acceso al interior.

El Loto Negro resulta ser una catedral art decó entregada al vino, las mujeres y las canciones. En el interior se agolpa gente de todas las edades y clases sociales: jóvenes ríen a carcajadas mientras tragan con avidez algún licor extraño en sus vasos, mientras grupos de ancianos conversan y fuman con parsimonia en las esquinas más tranquilas mientras mueven fichas en algún juego desconocido por vosotros. Trabajadores que han terminado su jornada dilapidan las ganancias del día mientras aún visten sus ropas manchadas, y fulanas emplumadas y con medias de rejillas buscan entrepiernas con saldo que las puedan contratar un rato.

A la derecha de la entrada hay una larga barra de piedra recubierta en maderaq con tres jóvenes camareros silenciosos que no cesan de servir bebidas a los ansiosos clientes, mientras que una cocina del fondo levanta cada pocos segundos una ventanilla de madera para servir platos humeantes, que son llevados a la mesa correcta por señoritas que aguantan estoicamente como son azotadas en el trasero una y otra vez por emocionados caballeros. Enfrente y a la izquierda hay un gran número de hileras de mesas redondas, separadas en varios niveles que van descendiendo en altura conforme se acercan a un pequeño escenario en forma de riñón. Durante los números musicales aparece además un miniescenario central por medio de un mecanismo motorizado, el cual es bastante grande para un único vocalista. Esta noche, una damisela vestida con un elegante corsé negro canta una sensual canción propia de un cabaret parisino delante de un cartel donde en caracteres occidentales se puede leer "Lily Tsao".

Las paredes están decoradas con un hermoso terciopelo dorado y negro que forma un complicado e intrincado motivo. Del techo cuelgan numerosas lámparas de estilo, también, art decó diseminadas de forma que algunos espacios quedan deliberadamente más iluminados que otros, en algunos de los cuales sólo se aprecian siluetas.

El aroma del lugar es un maremagnum de perfumes de mujer, opio, sudor y sexo.

Como enfermera, has experimentado los horrores de la guerra, atendiendo a heridos, pero la guerra siempre la has considerado un medio por el que Dios nos pone a prueba. O matas o eres matado. Es trágico, pero el libre albedrío que Dios nos ha regalado permite tomar una decisión. Sin embargo, el imperio del pecado que es El Loto Negro te sonroja y te avergüenza. La entrega a los vicios es la propia anulación del libre albedrío. Somos dominados por ellos, y ahí es donde comienza la decadencia del ser humano.

Detestas permanecer un segundo más ahí, aunque también detestas abandonar a tus compañeros. Sabes que no será fácil, sobre todo cuando notas que un tipo calvo y rechoncho, con un puro en la mano, acaba de acariciarte el trasero y guiñarte el ojo mientras se aleja hacia el interior.

La embriagadora presencia de la cantante centra todos tus sentidos. Se contonea suavemente de un lado a otro y... en un momento de la canción jurarías que se ha guiñado un ojo, a la vez que con su dedo juguetea con su pelo.

Cuando llegamos al local es exactamente lo que esperaba: recargado, lleno de vicio y de promesas tentadoras. Sonrío para mis adentros, al menos algo de diversión sacaremos si no conseguimos una pista clara. Bueno, vale, igual debería estar pensando más en el apocalipsis mundial que el espejo maligno podría traer, junto con traer justicia a mi amigo párroco, pero no hay nada de malo en algo de entretenimiento, no se puede estar siempre trabajando. El sitio es una perla asiática, maravilloso y repulsivo al mismo tiempo.  Y mi atención pasa rápidamente de la decoración recargada a la cantante, brillante, deliciosa y pícara, como me gustan las mujeres (y también suelen ser mi perdición, para que engañarnos). Me la quedo mirando, y le respondo a su guiño con una sonrisa pícara.

-Lo que decía... maravillosa- murmuro por lo bajo.

El local apareció ante nuestros ojos tan recargado de objetos y vicio como suponía. Los asiáticos son muy dados a ambas cosas, además de a la abundante comida. Más que un restaurante, el Loto Negro parecía una mezcla entre cabaret y casino.

Leroy ya se nos distraía con las féminas, y traté de recordarle por qué estábamos en el lugar:

-Amigo, no te alejes demasiado. Ya sabes que no hemos venido por casualidad..

Como él es el único que habla chino, además debía estar atento a las conversaciones de los clientes y los camareros, por si algo de sus comentarios nos fuese útil. Pero mejor no alardear de ello, cuanto más extranjeros nos creyesen, quizás con más confianza hablarían, sin saber si los entendíamos. 

Decidí fingirme un distraído y vulgar turista, como planeamos, que sólo va allí a degustar el menú.

-Disculpe.. -dije al camarero-. ¿Podríamos cenar mis amigos y yo esta noche disfrutando de la maravillosa voz de Lily Tsao?

Quizá sólo te hayas dejado llevar por su belleza y simplemente ella usase esos gestos como coreografía de sus sensual canción.

Uno de los jóvenes, con los ojos tan rasgados que no podéis ver el color que tienen, se acerca al profesor y con un buen acento le contesta en inglés:

- Si quieren cenar, sientense en una mesa y una camarera les atenderá pronto. Les recomiendo cangrejo peludo de nuestras costas de Shanghái.

Con un movimiento de mano os señala las mesas en torno a la deslumbrante Lily Tsao.

Torcí el gesto levemente, aunque logré corregirme antes de resultar descortés. El marisco no se encontraba entre mis preferencias culinarias, aunque por beneficio de la buena educación nunca me negué a comerlo.

Había visto fotografías del animal, y parecía más fascinante que apetitoso. Aprovecharía para aprender algo nuevo sobre él.

-Gracias, lo tendremos en cuenta.

Me dirigí hacia una mesa en un lateral, desde donde me pareció que podríamos observar a nuestro alrededor discretamente, sin parecer evidentes.

Me río ante el descaro y la picardía de la cantante. Me encanta, pero sólo es eso, un entretenimiento, con buenas curvas y sonrisa de miel, pero nada más.

-No se preocupe, profesor, no me voy a perder tan fácilmente. Uno aún tiene algo de reputación que mantener...- bromeo y sonrío como un truhán de medio pelo.

-Estoy deseando probar la especialidad de la casa- sonrío ampliamente al camarero, que nos indica donde podemos sentarnos. Dejo pasar primero a nuestras acompañantes femeninas cuando el profesor elige una mesa de su gusto y cierro la comitiva, situándome el último. Cuando nos acercamos a la mesa, como buen caballero, ayudo a la monja y a nuestra pitonisa particular, a sentarse, retirándoles la silla y acompañando el acercamiento de ésta para que se puedan aposentar con algo de elegancia y dignidad de mujeres blancas occidentales.

Oh, Dios... No podía ser de otra forma. 

En aquel lugar se podía respirar la decadencia, y eso me desagradaba profundamente. La mención del cangrejo no mejora la cosa. Nunca me había gustado el marisco. 

Me preguntó lo que debe estar pensando la hermana. 

Me senté en la mesa un poco a regañadientes arrepintiéndome de haber tenido la idea de ir allí. Pero teníamos lo que se podía llamar una misión. 

- Bien, - digo cuando el camarero se marcha y tenemos cierta intimidad, - ¿qué hacemos ahora? 

La preparación de la cena llevará un rato, así que prrotegidos por la privacidad que el bullicio del lugar os da, conversáis sobre qué hacer en El Loto Negro.

Al fondo, Lily Tsao acaba su canción entre aplausos y se retira tras una pequeña cortina. Las luces del escenario se apagan y la gente sigue a lo suyo.

Observo a mi alrededor cómo se distribuye la gente, con quien hablan, sus gestos.. todo lo más discretamente posible, intentando no levantar sospechas.

Busco quién puede ser el mandamás de la sala, quien parezca gobernarlo todo. Mi antención también se va a la cantante. Desde el escenario pueden verse muchas cosas. No es la primera vez que alguien importante se finge empleado de su propio negocio para conocerlo o pasar desapercibido.

-Mirad a vuestro alrededor discretamente -aconsejo a mis amigos-. Quizás haya algo que nos llame la atención. En algún momento antes de la comida, iré al servicio y además de lavarme las manos, echaré algún vistazo por el local.

Hago caso al Profesor y miro con disimulo a nuestro alrededor.

Tras ayudar a acomodarse a las dos féminas, me siento yo en la silla que sobra. Cojo la carta y reviso los platos que ofrecen como supuesto restaurante. Me meto plenamente en mi papel de turista occidental y aprovecho para parapetarme detrás de la carta y así buscar algún indicio útil a nuestra causa…

-Creo que las empanadillas de verdura serán más de su agrado, profesor.

Cuando Lily entra por la cortina, en ese corto margen de tiempo, divisas una figura en la sombra, sentada en una silla aplaudiendo junto a una pequeña mesa con un cenicero humeante, una botella y un vaso. Al lado, un grupo de fornidos orientales de pie con los brazos cruzados parecen escoltar al tipo. Se trata de un gángster, te dice tu instinto.

Si la mafia controla El Loto Negro, entiendes un poco mejor que sea lugar de venganzas, ajustes de cuentas y amedrentamientos. "Leroy, anda con pies de plomo", te dices a ti mismo. Oculto tras el velo de diversión y ociosidad, el Loto Negro es una bomba de relojería que puede explotar en cualquier momento.

El ajetreo que causa la música, las luces y el número de personas te confunde, y crees ver gente observándoos, pero un instante después te quitas esa idea de la cabeza.

Ufff... aquella visión de entre bambalinas no me hace ninguna gracia. Creo que no es el entorno más apropiado para nosotros, creo yo.

-Profesor, Señoras, más nos vale ir con pies, no de plomo, lo siguiente. Los grandes señores de la guerra están al mando..- les susurro, con calma y sonriendo superficialmente, para que de cara a la galería parezca que estoy contando alguna tontería absurda y sin importancia alguna.

-Y ahora rían ligeramente, como si hubiera dicho algo divertido...- les pido a los tres y sonrío anchamente, como si estuviera satisfecho de mi gran anécdota.

-Cenemos y salgamos de aquí raudos como el viento- y continuo sonriendo alegremente. Todo fachada. Si salieramos ahora se notaría demasiado y llamaríamos mucho la atención. Nos toca quedarnos, cenar e irnos lo más rápido posible y con alguna excusa razonable. No quiero estar aquí cuando esto explote, a poder ser.

- Señor Currie, ruego perdone mi osadía, y entiendo que los caminos que se nos abren son escabrosos y oscuros, pero... - aquí, la Hermana Flora baja el tono para casi susurrar - ¿no cree que debamos aprovechar la visita a este lugar para hacer lo que hemos venido a hacer? Quizá... si conociéramos los detalles del asesinato de "Cuatro dedos" Cheng aquí en El Loto Negro tengamos un hilo más del que tirar. Yo no tengo ni idea de cómo se mueven los bajos fondos, pero quizá, invitando a una copa a uno de estos tipos logremos soltarle la lengua, o... - aquí su rostro toma un color sonrojado, denotando sofoco - quizá... Ya sabe... Flirteando con alguien.

Tras hablar, la joven Flora lee en la mirada de sus compañeros la sorpresa por sus inusuales palabras, así que sin necesidad de ello, pero obligada por sus preceptos religiosos, ella se justifica:

- Pienso que el mundo se está oscureciendo, y el Santo Padre tiene sus ojos puestos en nosotros, como llama de esperanza, para que obremos como dictan sus divinos deseos. Es nuestro deber ensuciarnos las manos para, a cambio, limpiar el alma de este mundo.