Partida Rol por web

Las sirvientas y doña María miran a don Isidoro y se ríen, después se meten al castillo. Mientras desciende la criatura, Celao le apunta a la cabeza y parece enfurecerle, pues la criatura se lanza sobre Fermín casi cortándole la pierna con las garras. Felicia le lanza una de las hachas que encuentra en la armería y le impacta en el cuerpo causándole gran daño. Montesquieu se sube a la mesa después de dejar a otro de los perros tocado, solo quedan tres que hacen caso omiso de la carne y se lanzan a por el. Y Martín recoge su bordón y se prepara para lo que viene.

Ya en el suelo la criatura lanza dos tremendos ataques con sus garras mientras doña María y las sirvientas desaparecen dentro del castillo. Felicia es la que sufre el ataque, salvo que haga algo para impedirlo. Los perros saltan y muerden a Montesquieu en las piernas con rabia y le dejan bastante tocado

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   Pintan bastos con estos chuchos endemoniados.

   - Mon die, au secours! - grito mientras como puedo me defiendo de los perros balanceando la espada y manteniéndolos a distancia, pero uno de esos malditos chuchos se acerca demasiado y en un quiebro la espada cae hacia atrás mío al suelo.

   - Merde! - aullo y me preparo para saltar a por ella o a sacar la daga si no veo ángulo.

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   Al atacarme el bicho grito y asustado disparo a ciegas errando el disparo. Tras ello dejo la ballesta y empuño el bracamante, retirándome si no está pegado al lado mío el bicho.

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Viendo que Felicia era el objetivo de aquella criatura, no me lo pensé dos veces, y saqué otra flecha del carcaj. La puse en la cuerda, tensé el arco y disparé. Ésta vez no me fijé tanto en la zona de impacto porque sabía que disparaba más o menos sobre seguro. Lo malo es que impactó en una de las patas del animal.

Cuando la flecha quedó clavada en la pata del animal miré a Martín.

¡Golpéale, Martín! -le grité-. ¡No durará mucho más!

Viendo que el ataque de la criatura iba hacia mí, intenté esquivarlo dejando que Martin y Celao se ocuparan del caballo volador. Si tenía miedo de algunos animales y recelo de ellos, esto suponía mayor animadversión (y es que aún no le había dedicado ningún hachazo). Sin embargo, tuvo que obsesionarme conmigo, aunque tal vez fuera por el hacha lanzado. Oía al barón Montesquieu blasfemar allá encima de la mesa, y parecía que los perros querían roerle los calzones, o qué se yo, pues no le dejaban en paz. Qué cansinos los chuchos.
 

Quedeme de piedra ante la aparición de aquella increíble criatura voladora, algo nunca antes visto por lo menos por mis ojos y que creía más propio de leyendas que de algo real. Mas durome poco la quietud al darme cuenta que, si no hacía algo, aquella bestia acabaría con todos nosotros de un solo zarpazo ya que las mujeres habíanse metido en el castillo. Con el barón poco podíamos contar, pues él ya tenía bastante con hacer frente a aquellos canes que parecían recién salidos del mismísimo infierno.

Corrí a por mi largo cayado de viaje mas, cuando con él en la mano miré de nuevo a la bestia, me pregunté qué podía hacer yo más que mirar cómo el resto, con armas que podían disparar a distancia, intentaban abatirla. Fue el grito de Celao el que me sacó de mi estupor, pues el miedo a acercarme a semejante animal habíame vuelto a paralizar, sobre todo después de haber visto cómo casi le arranca la pierna al bueno de Fermín y se iba directo hacia la mujer.

No supe de donde saqué la fuerza ni el valor, pero allí vime de repente saltando hacia el animal, bordón en mano, para darle un buen estacazo donde pudiera, que tampoco era cuestión de ponerme exigente de dónde le alcanzaba si es que llegaba a hacerlo.

No supe si había cerrado los ojos al golpear o los llevaba abiertos pues sólo sentí cómo el bordón rebotaba en mi mano al alcanzar a la bestia y, si no fuera porque lo llevaba bien agarrado, a punto hubiera estado de dejarlo caer al suelo. Sorprendiome bastante comprobar que le había alcanzado en pleno pecho, algo que ni siquiera hubiera sido capaz de imaginar.

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   Agotado, saco la daga y ante la imposibilidad de poder ni parar ni esquivar lanzo dos ataques y sea lo que dios quiera, ek primer ataque golpea a uno de los chuchos, pero el segundo ataque no consigue rozarle.

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Celao dispara a la pata de la criatura que gime de dolor, en respuesta lanza un zarpazo sobre Felicia que esquiva con facilidad. Martín le arrea con el bastón en el pecho dejando a la criatura tocada pero todavía viva......Y Fermín lo intenta pero falla. El barón lucha con los perros, parando las dos primeras arremetidas de los perros, pero el chucho le arranca la espada de las manos y se la tira lejos. Dos mordiscos en las piernas sufre Montesquieu.

Los perros se lanzan a por Montesquieu saltando y mordiendo, desgarrandole las piernas, pecho y abdomen. Montesquieu no soporta las heridas y cae inconsciente por la perdida de sangre, los perros se lanzan sobre sus restos y los de don Isidoro y empiezan a darse un festín de carne de noble.

La criatura vuelve a atacar a Felicia con sus garras-

Pude esquivar al bicho volador..pero si pensaba que me iba a dar un respiro para poder atacarle ahora yo a él...me equivocaba. De nuevo sus zarpas venian hacía mi. Estaba herido pero el extraño animal seguía asustándome y no podía hacer otra cosa que intentar salvarme de su nuevo ataque.

Con su último flechazo Celao logra abatir a la bestia que se desploma inconsciente intentando atacar a Felicia. Fermín, por su parte abre el portón del castillo y sale corriendo arbalesta en mano. Los perros siguen desgarrando a don Isidoro y a Montesquieu y de momento no os hacen caso.

Dentro del castillo queda la señora y cinco sirvientas....ir a por ella o hacer como Fermín y alejaros de este lugar tanto como vuestros pies lo permitan.

Asombrado por lo que había hecho, pero sobre todo envalentonado a pesar de los peligros que corríamos, dispúseme a volver a arrearle un estacazo a aquella bestia alada mas no hizo falta alguna ya que el bueno de Celao consiguió abatirla sin problemas.

—Buen disparo amigo —dije con auténtica admiración en la voz mientras me alegraba comprobar que la su mujer Felicia encontrábase bien.

Pero no se podía decir lo mismo del pobre barón que había caído abatido entre las fauces de aquellos perros salidos del infierno. Tuve que apartar la vista de la carnicería que los canes estaban montando a expensas del barón y del señor del castillo que celebraba su casamiento y su defunción en el mismo día. Pobre hombre, estaba claro que las mujeres sólo traían problemas, o por lo menos la mayoría de ellas.

Justo cuando apartaba la vista de la sangrienta escena protagonizada por los perros y  su comida, vi a Fermín abrir las puertas y echar a correr buscando salvar la vida mientras que del otro lado sabía que estarían las locas que habían matado a casi todos los invitados, sin distinguir entre señores y criados. Tenía bastante claro qué apetecíame hacer, que no era otra cosa que seguir por patas a Fermín, pero no quería tampoco abandonar a aquella pareja que nos había ayudado tanto en aquel viaje y, llevado aún por la euforia de haber dado semejante golpe a la bestia voladora, gireme hacia ellos para saber qué iban a hacer y rezando en silencio porque el juicio entrara en su sesera y decidieran escpar ellos también.

—¿Qué hacemos? Sensato sería alejarnos cuanto antes de este maldito lugar y que otros se encarguen de esas hijas del demonio. Aunque... permitir que otros caigan en sus garras no sería un buen actuar de persona cristiana —decidiera lo que decidiera la pareja estaba dispuesto a apoyarlos y esperaba no tener que arrepentirme de tal decisión.

¡¡Corramos...!! ¡¡Anuncié...!! ¡Corramos al castillo! -dije en alto, cogiendo en alto el arco-. Vamos Felicia, ni vos ni yo cobraremos jornal alguno ya de don Montesquieu, pero tal vez podamos tomar por nuestro lo que aquí pudiera haber, tan sólo hasta la cantidad acordada por el Aquitano; coged el hacha e irrumpamos: ¡luego volveremos tras nuestros pasos! Martín, vos también coged el bordón y haced lo mismo, ¡vayamos! Sin dudarlo un instante más corrí hacia el acceso del castillo por el que habían accedo las cinco sirvientas y la señora. ¡Presto habría de cobrar los jornales para mi esposa y para mí antes prometidos!

Celao puso rumbo al castillo y pidió a los demás que le siguieran con la esperanza de sacar buena tajada de toda esta masacre. En el suelo del patio quedaban los nobles de ricos ropajes y a buen seguro con buenas monedas. Los perros parecían estar a sus cosas, devorando y desgarrando al señor de la Cambronera y al barón Montesquieu, pero al acercarse un poco Felicia dejaron lo que estaban haciendo y echaron a correr hacia ella como si no hubiera nadie más.

Fermín por su parte, decidió que ya había tenido suficiente y puso pies en polvorosa fuera del castillo y de los peligros que todavía allí había.

Fermín salió del castillo pies en polvorosa. Cruzó o empezó a cruzar el pueblo tan rápido como sus pies se lo permitían. Pero había algo raro. El silencio de la noche no era el habitual, un silencio sepulcral. A ese silencio se sumaba que empezaban a encenderse candiles en las casas, las puertas se abrían y empezaban a seguirlo. Echando la vista atrás mientras apresuraba el paso pudo ver como la gente del pueblo portaba útiles de labranza que bien podían ser utilizados como armas y que le seguían en silencio apresurando el paso cuando el lo hacía.  

Viendo que aquellos perros venían a devorarnos, básicamente a la mía esposa, que iban antes a pasar por encima de mi cadáver, y que lucharía por que ninguno de ellos le diera dentellada; que su poco valiosa piel, despellejada y secada al sol, bien nos serviría para limpiarnos el culo con agrado. Por ello que tomé otra flecha y lancé al primer perro que venía hacia Felicia.

Al verme acorralada ataco al primer perro que me encuentro, viendo como Celao lucha con otro de los perros. El miedo me hace dar espolicazos con el hacha pero le engancho algún que otro golpe con acierto.

Seguí a la pareja que parecía más que dispuesta a entrar a la casa y, viendo que los perros parecían más que concentrados despedazando lo poco que quedaba de los desgraciados que habían muerto, parecióme el mejor momento para escabullirnos bien en busca de aquellas damas del infierno que habían cometido tal atrocidad, o bien de cualquier tesoro que pudiéramos encontrar para suplir el mal trago que estábamos pasando.

Pero con lo que yo no contaba era con que los perros, ahítos de la carne muerta, venían directos a por la viva para continuar su festín. Asusteme en verdad y más viendo que los perros parecían haberla tomado con la pobre Felicia ya que iban directos hacia ella, así que prepareme para defender a la mujer al igual que hacía su marido pero el miedo era mayor, sobre todo ahora que veía mucho más de cerca sus peligrosos colmillos, y comencé a dar golpes con mi bordón un poco a tontas y a locas sin conseguir en ningún momento arrearles a los animales. Si había pensado que iba a tener tanta suerte como con la bestia alada, allí se acababan mis esperanzas.

Una certera flecha voló hacia uno de los perros impactándole en el pecho. El can no murió, pero la herida le hizo pensarse mejor lo de atacar a Felicia. Mientras los otros dos canes se lanzaron a por Felicia que aguantó valientemente hasta que estuvieron al alcance de su hacha. Lanzó dos ataques pensando que la mejor defensa, a veces, es un buen ataque. Un fuerte hachazo descargó sobre la cabeza de uno y otro hachazo sobre el vientre. Los canes retrocedieron atemorizados ante la demostración de fuerza de la que hicisteis gala. Martín lo intentó, pero no pudo descargar su golpe por el cansancio y porque lo de atizar palazos no era lo suyo.

Ante vosotros, sin oposición la puerta del castillo. Rodeados de cadáveres de ricos hombres y de unos perros moribundos que se alejan a vuestro paso. Dentro la señora María y su séquito de asesinas.

Aún podía verse la sangre esparcida por doquier, en el suelo de la entrada y la puerta de ésta, impregnándolo todo de muerte. Avanzaba con el arco ya cargado, viendo que los canes había dejado a Felicia tras demostrar nuestra valía. Si el Baron ha muerto, nos llevaremos el pago, eso sin dudarlo. Ésto no es robar... es... cobrar lo nuestro -pensaba para mí sin dejar de mirar aquel portón de madera que se nos presentaba cerrado.

¡Martín...! ¡Venid! -aporread el portón, empujado de una patada... Si se abre y hay alguien esperando le atravesaré como a un zorzal..., o Felicia le partirá en dos -pensando en su hacha-. Si quieres hacerte rico -le dije, animándole a que colaborase-, de aquí sacarás un buen pellizco...