Partida Rol por web

-Todo esto, por supuesto -terminó la otra mujer mientras volvía a la habitación con las manos vacías- si aún estás dispuesto a seguir adelante. Hay cosas que tienes que hacer, deberes que tienes que cumplir, pero también hay recompensas y un poder que no puedes aún imaginar siquiera si cumples bien tus cometidos. 

Se parecía mucho a Linda, pero ahora veía bien que no era exactamente ella. Sin embargo, su mirada enigmática y su forma de hablar -y de pensar- se parecían bastante, aunque había algo que las diferenciaba; aún no sabía qué era, pero un aura distinta las rodeaba a ambas, de algún modo distinta...

-Me llamo Zoe, por cierto, supongo que ya te habrás dado cuenta pero, soy su hermana gemela, encantada -dijo, tendiéndole una firme mano.

Cainita... o sea Vampiro. Me he convertido en un Vampiro. Y además casi mato a aquella mujer, en ese momento hubiera sido incapaz de detenerme.

- Gracias por detenerme, yo no hubiera podido. La hubiera matado sin más. Gracias a las dos.

Considero mis opciones y llego a la conclusión que realmente no tengo ninguna.

- Creo que voy a tener que acostumbrarme a esto. - Mi yo racional se impone, siempre he sido un superviviente gracias a adaptarme a las circunstancias. - La empresa ahora mismo no importa, Lucy mi secretaria es lo único bueno que queda en ella. Tengo cuentas que ajustar allí y algún día las cobraré, pero no ahora mismo.

Vuelvo mi vista a las dos hermanas y mi tono pasa a ser de súplica.

- Ayudadme, por favor. Quiero seguir adelante, pero no creo que lo pueda hacer sólo. Todo esto para mi es muy nuevo y casi empiezo matando a una inocente.

Mi mirada cae al suelo.

- Estoy en vuestras manos.

AMbas se miraron, se sonrieron y luego miraron a Isaac.

-No te preocupes, querido -dijo Linda, acariciándole la mejilla- estoy aquí, para eso te he abrazado. Antes que nada hemos de ir a un lugar seguro. Vayamos al Elíseo, allí podrás descansar y adaptarte... además, has de conocer al Príncipe. 

Cuando Verónica se lanza contra su víctima sólo ve un recurso para aliviar su sed, una sed como nunca la había padecido, una sed que solo la puede saciar si se alimenta del hombre que está a su lado. En un primer instante no piensa en él como una persona. A medida que va chupando la sangre nota como poco a poco todo su cuerpo se transforma, aumenta su energía y le disminuye la sed inhumana...es en ese instante cuando cae en la cuenta que la sangre tan cálida y deliciosa que está absorviendo es de una persona y si continua así acabará matándolo.

Cuando el joven vio que Verónica se separaba del cuerpo, haciendo un esfuerzo literalmente sobrehumano, lo cogió, se lo echó al hombre con una facilidad pasmosa y se alejó de allí sin decir una sola palabra. Verónica continuó en su sitio, no estaba saciada aún, pero al menos había conseguido separarse, un gran logro. Carlos volvió al cabo de unos minutos y vio a Verónica, aún debatiéndose consigo misma por controlarse. 

-Tranquila pequeña... siempre cuesta al principio, no te preocupes -le dijo, acariciándole el rostro en un gesto casi paternal-, yo estaré a tu lado para ayudarte. No muchos consiguen no matar al primero, ¿sabes? Sabía que tú eras especial, lo sabía. Vamos -se irguió y le tendió una mano-, ven conmigo, es hora de que conozcas al Príncipe, ya nos daremos un banquete después -entonces volvió a esbozar esa sesgada sonrisa de antes.

Sin embargo, por alguna razón, a Verónica ese gesto ya no la inquietó. 

Abrió los ojos. La profunda oscuridad dio paso a otra, algo menos profunda. Los ojos de Rafa se habituaron rapidísimamente a ésta, más de lo que nunca se habría imaginado. Sus sentidos se habían agudizado y su mente trataba de salir poco a poco de aquella brumosa tiniebla. 

Pero entonces, algo más fuerte que todo lo demás comenzó a surgir en su mente. Algo inesperado, gélido, voraz. Una bestia instintiva trataba de abrirse camino entre su consciencia, reduciendo ésta a cenizas. Tenía sed, mucha sed. De pronto, la figura que lo había salvado dejó caer algo pesado frente a él. Un cuerpo. Un hombre adulto. 

-Es un humano, está inconsciente, aliméntate -espetó.

Rafa notó cómo, sin poder hacer absolutamente nada para evitarlo, su sed lo guiaba instintivamente y le mostraba sin saberlo dónde tenía que morder. El espeso y cálido líquido que fluyo por su boca fue como un bálsamo reconstituyente. Rafa se sentía más activo con cada trago que daba. 

No entendía lo que ocurría, apenas recordaba lo que había pasado. La sensación de sed era agobiante, más que eso, le atenazaba todos los sentidos y le anulaba totalmente, era como una vez que tuvo que hacerse unos análisis y le prohibieron beber durante horas, sólo que esta vez era diez veces peor y lo más curioso de todo era que Rafa de alguna manera era consciente de que esa sensación no iba  a desaparecer bebiendo agua.

Intentó resistirse pero su fuerza de voluntad no existía, al notar el contacto con el ser humano algo en su interior se apoderó de él y sin pensar en lo que estaba haciendo instintivamente, con un instinto nuevo que antes no poseía, mordió el cuello del pobre desgraciado y empezó a beber su sangre.

Lo peor de todo es que Rafa no se escandalizaba por lo que estaba haciendo, ni siquiera pensaba en ello, tan sólo quería más y más sangre...

"Detente" escuchó la voz lejana "¡basta!"; parecía proceder de lo más profundo de su subconsciente. ¿O quizá era él el que se había escondido allí y esa voz provenía de fuera? No lo sabía... pero la voz lo ordenaba detenerse, cada vez con más vehemencia. Desde el rincón al que la bestia lo había relegado, Rafa pudo escuchar perfectamente cómo esta voz lo llamaba, le ordenaba parar. Entonces la voz se convirtió en varias voces; todas eran la misma pero tenían diferentes matices cada una de ellas. 

Rafa no veía nada, pero de pronto sintió cómo una fuerza sobrehumana lo separaba de su fuente de alimento y lo sujetaba, inmovilizándolo. El olor de la sangre fresca aún se metía en sus fosas nasales, haciendo que se debatiese contra su captora. 

-¿Qué haces? -preguntó una voz de mujer, la misma que había hablado en su cabeza- ¿por qué no lo has detenido? ¡Sabes que no permitimos que se mate!

-Estaba intentando que se controlara él -respondió la voz de hombre que al joven ya le resultaba familiar, la que lo había incitado a beber. 

-Si hubieras esperado un poco más ya sería tarde... -la joven era la que lo sujetaba, tratando de que no se lanzara de nuevo sobre el cuello de su víctima- ...¡llévatelo ya de aquí, yo intentaré calmarlo! ¡Lo necesitamos despierto, os persiguen! ¡Vamos!

Entonces, poco a poco, la visión de Rafa fue volviendo. El olor se había alejado y la bestia que clamaba en su interior se fue domeñando poco a poco. Las voces continuaban dándole órdenes de detenerse en su cabeza, cada vez más imperantes, mientras ella hablaba. Finalmente el joven pudo calmarse. Respiró hondo un par de veces de forma consciente -puesto que, en realidad, acababa de darse cuenta de que ya no necesitaba respirar- más por ser una manía para calmarse que por otra cosa. 

Finalmente, la mujer lo soltó. Se colocó frente a él y Rafa pudo observarla bien. Se trataba de una joven de unos veinte años, claramente de Europa del norte, con el pelo teñido de negro y morado y unos ojos color azul cobalto. Sus ropas estaban salpicadas de sangre y de su espalda sobresalía la empuñadura de una katana. 

-¿Cómo te encuentras? -le preguntó directamente, mirándolo a los ojos. 

Rafa se tocaba la cabeza, le daba vueltas, pero no como el dolor de antes sino de una manera muy extraña.

- me siento tan... raro. No sé qué ha ocurrido. No he podido pensar con claridad  de repente sentí una sed que me abrumaba, como no había sentido antes y y... se me fue la olla, perdí el control. ¿Le... le he matado? -refiriéndose al ser humano -por cierto me llamo Rafael Pera. ¿ Tú quién eres?
 

-Mi nombre es Azara -respondió la mujer ayudándolo a levantarse- y ese idiota que te ha salvado la vida... o la no-vida, se llama Diego... ven, este lugar no es seguro. ¿Puedes caminar?

Dicho lo cual, la joven se dirigió hacia la entrada del lugar, a la calle adyacente que estaba iluminada por unas titilantes farolas. Observó en todas direcciones, parecía como si esperase algo.

-Vamos, tenemos que darnos prisa -apremió- debemos llegar al Elíseo, allí responderán todas tus preguntas. Diego nos alcanzará. 

Por el camino, comenzó a decirle:

-A grandes rasgos: ya no eres humano. Y sí, por si te lo estás preguntando, tu vida anterior se acabó, todo se acabó. Ahora eres cainita... es decir, vampiro. Y no, no me vengas con chorradas de que no existimos,acabas de descubrir que sí, no lo niegues. En cuanto a lo que tengas que hacer a partir de ahora, no es decisión mía...

-¡El Elíseo! -Diego apareció por detrás y cogió por el hombro a Rafa- ¡hace tiempo que la Príncipe no me invita a ir! Debe de estar de fiesta...

Azara le lanzó una mirada asesina, pero él ni se inmutó.

-Lo primero que has de hacer por ejemplo es presentar tus respetos a la Príncipe si quieres que te deje vivir. Y acatar sus órdenes. Y las de su mano derecha. Y las de todos los demás en realidad, pero sobretodo las mías, chiquillo. Ahora mismo yo soy tu Sire ¿sabes lo que eso significa? Te ayudaré pero tendrás que obedecerme, ¿entendido? 

Y así, con uno sin parar de hablar de cosas de las que Rafa apenas entendía la mitad y otra que empuñaba una katana a altas horas de la noche por en medio de las calles casi desérticas ya de la ciudad de Madrid, marcharon los tres rumbo al llamado Elíseo. 

No había entendido una mierda de lo que le decían. ¿Elíseo? ¿Príncipe? ¿Cainita? ¿Sire? Rafa miraba con cara de pócker a sus dos interlocutores y se movía como un zombie, claro que no sentía los miembros entumecidos ni dolor siquiera, era una sensación de fuerza y pureza la que le recorría por todo el cuerpo, es más, podía sentir cómo la sangre que había bebido hace pocos minutos recorría de alguna manera su cuerpo y le infería nuevas fuerzas.

Pero su estado mental era otra cosa, la percepción a través de los sentidos era tan perfecta que no se hacía con ella, era como si todas las barreras físicas de sus sentidos antes humanos hubiesen desaparecido, podía oir una araña deslizándose desde el techo de un callejón a decenas de metros  de distancia, ver las cosas como nunca las había visto y sentía en la piel el aire de forma especial.

Tan sólo pudo pensar en una palabra: Vampiro. Y de alguna manera, sabía que aunque lógicamente era imposible, los vampiros existían y él se acababa de convertir en uno de ellos.

- No, pero supongo que lo entenderé pronto.

-Poco a poco, McQueen -le dijo Azara a Diego- acaba de escucharte como si le estuvieses hablando en árabe. 

Entonces se rió. Fue la primera vez que vio a esa joven quitar su expresión de seriedad. 

Abrió los ojos y se encontró en el mismo sitio en el que los había cerrado: estaba tumbado en el cómodo colchón del cuarto de Zoe. Frente a él estaba ella y lo miraba fijamente, sin decir palabra. En aquel momento, Jack se dio cuenta de que en el suelo, junto a él, estaba el cuerpo de una mujer de mediana edad, desmayada. 

-Bebe, mi chiquillo -dijo Zoe- debes de tener mucha sed.

Sólo entonces el joven se dio cuenta de que realmente tenía mucha sed. Y entonces se percató de que, por instinto, se había dado cuenta de que la fuente que saciaría su sed era aquella mujer desmayada... Sin que él pudiese impedirlo, notó cómo sus colmillos empezaron a crecer y algo en su interior, una bestia informe, inconsciente y siempre sedienta, trató de tomar el control de sí mismo. Sabía que tenía que beber para alimentarse, así que, como movido por un resorte, casi autómata, se levantó y se acercó a la mujer desmayada. De forma inconsciente, sus colmillos se clavaron en el lugar correcto y el dulce néctar comenzó a fluir por su boca, saciándolo sobremanera. 

La sensación era apabullante, desordenada, de un placer frenético que pocas veces había siquiera llegado a vislumbrar en las más memorables noches de placer mortal. Cuando mis nuevos colmillos se hundieron en la puel, tierna y cálida, de aquella mujer, su vitae inundó mi boca y comenzó a llenar mi cuerpo al ritmo que abandonaba el suyo. El goce era indescriptible, inabarcable por la imaginación humana.

El empuje del propio corazón de la mujer hacía manar su dulce néctar hacia mi boca. Ese corazón que, poco a poco, se enlentecía, pues la vida se escapaba por las sutiles heridas que en su cuello habían producido mis caninos. Entonces una lucha sin igual se produjo dentro de mi ser. Una parte de mí quería seguir sorbiendo el líquido vital, otra parte decía que, de no parar, arrancaría la vida de aquella mujer y, con ello, una sensación de amargura me cubría el alma. Aquella bestia que notaba revolverse en mi interior quería más y más, pero la humanidad que me ligaba al mundo me gritaba que ya era suficiente, que ya bastaba.

No supe cómo lo hice, pero pude despegar mis labios del cuello de, ahora lo veía más claro, mi víctima. Me separé de ella, con asombro, y vi las gotas de sangre que aun manaban, discretas, desde los dos orificios de su cuello. Volví nuevamente sobre ella y lamí, goloso, impidiendo que se desperdiciara tan suculento manjar. Algo pasó entonces, y es que las dos punciones de mis caninos se cerraron sobre sí mismas a ojos vista.

Sólo entonces recuperé el dominio de mi pensamiento.

- ¿Qué ha pasado? - Murmuré. - ¿Por qué he hecho eso? - Mis ojos como platos contemplaban la escena, ahora sí, con sentimientos aún humanos. Miré a Zoe. Interrogando con la mirada. Debería sentirme nervioso. Debería sentir mi corazón bombeando sangre con la zozobra y espanto que correspondía a tal situación. Me agarré el pecho. No notaba mis latidos. Pero no me sentía mal. Al contrario, me sentía exultante. - ¿Estoy alucinando? Sí. Debe ser un sueño. - Pero parecía tan real...

Cuando Jack alzó los ojos vio a Zoe mirándolo fijamente con una espeluznante sonrisa dibujada en su rostro. 

—Sabía que no me decepcionarías —dijo, con voz melosa—, bien hecho, mi chiquillo, sabía que tú serías el adecuado. 

Entonces se acercó con movimientos sinuosos y se arrodilló a su lado, haciendo que la fina bata de seda que llevaba sobre el cuerpo desnudo resbalara un poco dejando al descubierto uno de sus hombros. Levantó el mentón del joven con sumo ciodado y lo obligó a mirarla a los ojos, mientras le acariciaba la mejilla con la otra mano.

-Tranquilo, mi chiquillo —continuó—, te acostumbrarás, poco a poco te acostumbrarás. Yo te enseñaré —sonrió más aún—. Y no, no es ningún sueño, pero eres inteligente y abierto de miras. Y también ambicioso, como yo. Lo sé, lo veo en ti. 

Tras una breve pausa, en la que desvió sus ojos unos instantes al cuerpo tendido en el suelo, prosiguió:

—Vamos, dime, seguro que lo sabes. En el fondo lo sabes. Respóndeme tú: ¿qué es lo que te ha pasado? Dímelo. Demuéstrame que eres tan inteligente como pienso, demuéstrame que te he elegido bien. 

La belleza de aquella mujer parecía aún más irreal y luminosa ahora... ahora que la veía con ojos renovados. - ¿Cómo? ¿No es un sueño? - Pensé contrariado. Miré entonces a la mujer de la que había bebido la sangre. Mis ojos abiertos como platos, mi mirada perdida en mis pensamientos. Negué unos instantes con la cabeza, incrédulo. Mi mano subió a mi boca y mis dedos palparon mis colmillos. No eran atrezzo, eran reales.

- ¿Ella me enseñará? - La interrogué con la mirada, pues aún ninguna palabra salió de mis labios como respuesta a su pregunta. Palpé mi cuerpo y noté una frialdad ligeramente diluida por la sangre recién ingerida. Percibí el frío marmóreo de la piel de Zoe. Aquello no dejaba muchas opciones.

Yo no era amigo de grandes lecturas, pero me gustaba el cine como a cualquiera. En mi ambición innata, una figura fantástica siempre había recibido mi admiración: el vampiro. Esos seres fastuosos, poderosos, inmortales. El súmum de la aristocracia. Había visto casi todas las películas del género, menos esas que salieron últimamente, las de la saga Crepúsculo. Vi la primera de las películas, esperando otra cosa... a punto estuve de abandonar el cine a media proyección. No. Aquellas no contaban.

- Sólo pueden ser dos cosas. - Dije finalmente. - O me has drogado y estoy alucinando o me has convertido en un vampiro. Sé lo que es un viaje de la mayoría de drogas de moda, y esto es demasiado real para ser una alucinación. - Entonces reí a carcajadas. Mostrando toda mi nueva dentadura. Cuando acabé, sin dejar de sonreír, me puse de pié. - Pero rendirme a la evidencia de mis sentidos sería tan... increíble... que necesito que me lo digas tú.

Si aquello era así, aquella mujer me había hecho aquello sin mi consentimiento. Aunque, de habérmelo preguntado, la habría tomado por loca. De haberla creído, habría respondido que sí. Por tanto, nada había que reprochar. Sólo esperaba que al menos la mitad de las leyendas al respecto de todo aquello fueran ciertas.

Zoe observó con detenimiento todo lo que su nuevo chiquillo hacía. Sus gestos, su mirada... casi podía ver cómo su cabeza echaba humo. Esbozó una sesgada sonrisa con los ojos entornados cuando él se tocó los nuevos colmillos. 

"Sí, mi pequeño" respondió para sí misma, ampliando la sonrisa "eso es".

Alzó una ceja ante la opción que aquel joven aún se planteaba. Tras todas las evidencias, todavía cabía en su cabeza la duda. Era comprensible, en la sociedad actual la gente había dejado de creer en su mera existencia. De hecho, llamarlo "creer" ya denotaba ciertas connotaciones. Pero él, a pesar de todo, lo sabía. Y Zoe sabía que lo sabía. 

Cuando él le pidió que se lo confirmara, ella simplemente sonrió. Y sí, efectivamente, aquella sonrisa que le regaló era completa y absolutamente vampiresca.