Partida Rol por web

Bon sang ne saurait mentir [Chapitres 1 et 2]

Prologue II: La Petite Morte

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28/02/2016, 03:52
Narración

 

Didier asiente -d'accord, ma petite- responde sin poder resistirse y pasa con suavidad una mano sobre tu cabeza, mientras camina para acercarse a tu madre. Los momentos que suceden a continuación se te han largos y tensos, mientras tu padre parece comentarle discretamente algo a Anaïs. Su mirada se dirige a ti unos instantes, una mirada fría con un tinte reprobatorio que te hace pensar lo peor. Sin embargo, Didier continúa hablando y Anaïs asiente dos veces. Luego responde y da dos pasos para continuar la conversación con sus jefes, a la que tu padre parece a punto de sumarse. Pero, antes de seguir a su esposa, te lanza una mirada, sonríe y asiente, dándote vía libre a que te acerques a las fotos.

No dudas ni un instante y con la delicadeza necesaria, te escabulles hasta la pared para empezar a observar todos los retratos colgados sobre el muro, enmarcados en rojo. Se trata de fotos en sepia y blanco y negro, de esas que alguien te había dicho, eran tomadas con cámaras muy antiguas que nadie usaba ya. Se trataba de fotos de personas sonrientes, jóvenes y ancianos, todos en el mismo restaurante, con las fotos a la espalda, durante diferentes años. En una había una familia numerosa que aparentaba estar bastante feliz, mientras en el centro estaba un hombre anciano que seguro sería el abuelo. En otra había una pareja tomados de la mano, riéndose y con los ojos cerrados. Había una allí con un grupo de señoras maduras y frente a ellas, sobre la mesa, diversos platos de buen aspecto. Tres hombres y una mujer están reunidos en otra, a la salida del restaurante, su aspecto es altivo, casi altanero, y su seriedad contrasta un poco con el tono jovial y alegre de todas las fotografías.

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28/02/2016, 04:17
Stanislas

-Impresionante. ¿No es verdad?- la voz gruesa y monótona de alguien te llama la atención. Se trata del "huraño", justo a tu lado. De cerca parece menos anciano. Su cabello es de un color pajizo descolorido, y su rostro refleja varios años, surcado con algunas arrugas. Su piel tiene un color poco saludable, un blanco níveo. Sus ojos tienen un tono grisáceo, enmarcados con unos lentes de marco marrón bastante redondeados. La forma de su cara parece más bien robusta. Lleva una barba arreglada al ras, y su expresión general es de reflexión. Está vestido con un abrigo largo de color claro y una camisa arrugada. De todas las personas presentes, es el único que no se ha tomado tiempo de retirarse las prendas para el frío al haber entrado el sitio. De él emana un aroma a lluvia y césped húmedo, que choca con la calidez general del lugar.

No te está mirando a ti, así que no tienes forma de saber si se dirige a ti, pero ciertamente no hay nadie más al lado suyo. Su rostro se gira unos grados, mientras pasa a la siguiente fotografía. -La manera como la mano del hombre puede imprimirle sentimientos a lo que hace. Aún a cosas tan mundanas como estas fotos- dice estirando su dedo índice y dando dos toques contra la que tiene frente a él.

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28/02/2016, 04:52
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille esperó, conteniendo con todas sus fuerzas las ganas de cambiar el peso de una pierna a la otra o dar saltitos de expectación. Esperó y tembló bajo su sonrisa de bailarina cuando Anaïs le dedicó esa mirada que probablemente a los demás les parecería discreta y neutra, pero que para ella era elocuente. Tal vez Didlier no había sido muy convincente al atribuirse la idea. Pero poco a poco la cosa parecía mejorar y cuando le llegó aquel asentimiento de su padre, la sonrisa de Mireille dejó de ser de bailarina para ser una de verdad. —Chouette!

Y por fin pudo ver esas fotos que llevaban llamándola a gritos desde que habían entrado al bouchon. Sus ojos las recorrieron primero rápido, sin detenerse mucho en ninguna, comenzando por la pared de la izquierda y avanzando hacia la derecha hasta que quedó cerca del «huraño» que al final no lo era tanto. 

Se sorprendió al escuchar su voz y miró a su lado por si estuviese hablando con otra persona. Pero al ver que no había nadie decidió darse por aludida y se giró para mirarlo con curiosidad. Al final no era tampoco tan viejo, aunque Mireille no sabría decir si tenía veinte años o cuarenta y siete.

Se sintió rara al darse cuenta de que ese señor no le hablaba como lo hacían la mayoría de las personas, que la trataban como si fuese una niña pequeña a pesar de que ya tenía once años. No. Ese hombre le hablaba como si fuese adulta y eso a Mireille le encantó. La otra persona que conocía que hacía eso siempre era Monique y en parte por eso la adoraba tanto. ¡Si hasta había usado una palabra rara, «mundanas», y no la había mirado como si fuese raro que ella supiera su significado! Y lo mejor de todo es que lo sabía. Más o menos. Recordaba que la había visto en un libro y su padre se lo había explicado, aunque ya no se acordaba de la definición exacta. 

Asintió con la cabeza, dándole la razón al hombre y dedicándole su sonrisa de verdad, sin preocuparse por un instante de resultar encantadora.

—Sí que lo es —respondió animada—. Impresionante, como dice usted. Se ve gente muy contenta casi en todas y hay gente como de hace mucho tiempo y todo eso. Mi papá dice que ya no se usan cámaras como las que hacían estas fotos, ¿sabe?

Y entonces se quedó helada por un instante, porque se dio cuenta de que estaba hablando con ese señor y ni siquiera se había presentado. Así que le hizo una pequeña reverencia para subsanar aquella terrible falta.

Soy Mireille Bettencourt-Dumah, señor. ¿Usted trabaja con mi mamá?

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17/03/2016, 23:15
Stanislas

El hombre giro su rostro para observarte. Esbozó una pequeña sonrisa mientras te escuchaba. Parecía como si estuviese igual de aburrido, y la manera como sus ojos incluso se proyectaban algo apagados te daban la impresión de que observar los retratos era, al igual que para ti, su propia manera de distraerse de la reunión.

-Son breves instantes congelados en el tiempo. Fugaces sonrisas que viven eternamente en cada una de las fotografías- repite el hombre mirando de nuevo hacia los retratos. Guarda silencio unos instantes, como si estuviese detallando y reflexionando, dejando tras de sí un momento de mutismo incómodo hasta que parece satisfecho. Sus ojos vuelven a fijarse lentamente en ti. -Lo que dice tu padre no es del todo cierto- explica el hombre. -Mira las fotos. Hay algunas recientes, tomadas quizás hace uno o dos años.- dice el hombre mirando hacia el muro. -No es que ya no se usen, es que sólo ciertas personas están dispuestas a esforzarse en utilizar una. Y aún más pocas aprecian el trabajo que hay detrás de las fotografías de esa cámara- dice mientras sus labios se curvan, pronunciando el gesto de satisfacción de su rostro. Luego se inclina un poco y susurra. -Te apuesto a que el dueño tiene una justo aquí, en el restaurante- comenta confidente.

-Te conozco ya, Mireille- dice el hombre con tranquilidad. -Tu madre suele mencionarte en ciertas ocasiones- añade mientras lleva sus manos hacia la espalda y continúa detallando sus fotos. 

-Conozco a tu madre- reafirma como respuesta a tu pregunta mientras se vuelve a girar. Ofrece su mano para estrecharla a la tuya. -Mi nombre es Antoine Lilac- se presenta con seguridad y un poco de flematismo natural que habías visto en no pocas ocasiones cuando los adultos se entregaban a este tipo de formalidades.

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25/03/2016, 12:42
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille no estaba acostumbrada a que los adultos le prestasen tanta atención y mucho menos a sentir empatía hacia ellos o pensar que podían sentirse como ella. Todavía no había pasado esa barrera al mundo adulto y las pocas veces en que a lo largo de su vida le había parecido que podía hacerse amiga de una persona mayor que no fuese de su familia se podían contar con los dedos de una mano.

Sin embargo, aquel «huraño» parecía una de ellas. Al menos el señor parecía estar igual de aburrido que ella en lugar de disfrutar esas aburridas charlas de adultos y eso ya era un punto a su favor. Estaba segura de que a su padre también le gustaría estar ahí con ellos viendo las fotos y desvió la mirada un instante para dedicarle a Didlier una mirada de pena antes de volver a prestar atención al hombre.

Frunció un poco el ceño, asimilando las palabras que pronunciaba. Sonaba muy bonito, pero era también enrevesado, casi como leer poesías de las que le gustaban a su abuela, esas que a simple vista parecían sólo una lista de palabras largas una tras otra y que había que leer cuatro o cinco veces para entender un poco de lo que significaban. 

«Breves instantes congelados», «Fugaces sonrisas que viven en las fotografías eternamente» —pensó, tratando de memorizar aquellas palabras tan chulas para luego repetírselas a Ce cuando le contase todo lo sucedido aquella noche. Su prima iba a alucinar cuando supiera que había hecho un amigo adulto que además sabía hablar en poesía.

La corrección a su padre no le gustó tanto. Mireille adoraba a Didlier y cualquier cosa que él dijese para ella era una verdad universal. No dijo nada, pero sólo porque podía sentir la sombra de Anaïs cerca de ella y ni quería pensar en lo que podría pasar si se le ocurría corregir a un señor en aquella cena. Pero arrugó un poquito la nariz, eso sí. Al menos hasta que llegó ese susurro confidente, que le hizo abrir los ojos como platos y buscar automáticamente la barra, como si sólo con ver la cara del camarero pudiera averiguar si el dueño tenía una cámara antigua o no. 

Y luego se volvió sorprendida al escuchar que su madre hablaba de ella. Sonrió, olvidado ya el hecho de que su nuevo amigo había contradecido a su padre y más se iluminó su rostro al ver que le tendía la mano como si ella fuese adulta. Los mayores solían despeinarla, o hacerle una caricia en la mejilla o incluso a veces tirarle de los mofletes como si fuese un bebé regordete. O directamente nada. Pero darle la mano así, como de igual a igual, no era para nada habitual y la hacía sentirse muy madura. 

Extendió su pequeña mano para estrechar la del hombre y le pareció que con eso ya se estaba sellando aquella amistad, así que sonrió todavía más.

—Es un placer conocerle, señor Lilac —respondió, memorizando también el nombre para contárselo luego a Ce—. ¿Usted cree que el dueño nos enseñará su cámara? A lo mejor nos hace alguna foto y luego nos cuelga de la pared —dijo, según se le ocurría esa idea que hizo que le brillasen los ojos—. Eso sería genial, ne c'est pas?

Le dio algunas vueltas más a esa idea y después miró al hombre con curiosidad creciente.

—¿Usted tiene hijos?

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26/03/2016, 00:09
Stanislas

-El placer es todo mío, Mireille- dijo Antoine, apretando tu mano con la suya, con cierta firmeza. Al tacto, estaba frío, sin embargo, él no parecía mostrarse especialmente incómodo o mal abrigado allí. Sonrío amablemente, relajando un poco sus facciones, para luego volverse hacia las fotografías. Parecía embebido en observar cada uno de los detalles y sus ojos escrutiñaban atentamente una foto antes de pasar a al siguiente, mientras su expresión cambiaba de formas apenas perceptibles, regresando siempre a la serenidad que mostraba por defecto.

Pasan unos instantes, largos. Alcanzas a cuestionarte si en realidad te ha escuchado, pues parece estar ignorando tu pregunta. Sin embargo, en cuánto te dispones a volver a hablar, él responde aún concentrado en la pared. -Estoy seguro de que si se lo pides de la manera adecuada, el dueño estará más que encantado de enseñarte su cámara- responde él. Lleva sus manos y las cruza en la espalda, inclinándose un poco. Cuando parece terminar, da un paso hacia el costado, posicionándose en la siguiente hilera de fotografías, que comienza a detallar desde la más baja hasta la más alta. -Tout à fait genial- dijo el hombre con un aire franco -Sin embargo, creo que sería una mejor fotografía si aparecieses tú y tus padres- sugiere sin encararte. -Soy muy poco fotogénico- se excusa y no parece que vaya a dar más razones, más allá de aquel simple comentario.

No obstante, es tu pregunta la que detiene su proceso de detallada contemplación. Sus manos se relajan y van a los bolsillos, su rostro se ladea y te mira. No parece molesto por la pregunta, su expresión transmite más bien cierta sorpresa. -No, me temo que no tengo hijos todavía- repite él, mirándote a los ojos. -Ha sido algo que siempre ha ido y venido en mi cabeza. Pero últimamente la idea comienza a tener más fuerza en mí- revela Antoine. Sus ojos tienen la misma ternura con que algunos de los adultos te observan por momentos. -Supongo que es inevitable. Tarde o temprano, todos sucumbimos ante esas pequeñas cosas. No es que me moleste particularmente- añade.

-¿Por qué preguntas?- cuestiona el hombre con algo de curiosidad en su voz, y cierta atención en la manera como su mirada se fija en tus ojos, de la misma manera con que lo hacía con las fotografías del muro.

Notas de juego

Tirada oculta de Percepción+Alerta a dif 7.

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26/03/2016, 01:27
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille se frotó disimuladamente la palma de la mano con la falda del vestido después de que el hombre la soltase. Estaba frío y trató de eliminar esa sensación de su piel. Entonces comprendió por qué se había dejado el abrigo puesto aunque dentro hiciese calor. El pobre debía haber venido andando desde muy lejos y se había quedado helado. Lo miró con un poco de lástima por ello, pero enseguida esa expresión desapareció de su rostro con la ilusión por ver la cámara del dueño. ¿A Anaïs le parecería bien que le preguntase? A lo mejor se enfadaba porque le molestase. Cambió el peso de una pierna a la otra y se rió cuando el hombre dijo que no quería salir en la foto. 

—«Fotogénico» —tomó nota mental de esa palabra para buscarla en el diccionario al llegar a casa. 

La niña pestañeó con las confesiones del hombre no-tan-huraño sobre sus deseos de tener hijos y le dedicó una amplia sonrisa. Creyó entender en ese momento que el pobre quería tener hijos pero no debía tener una novia para ello y se sintió muy mayor por haber llegado a esa conclusión. Así que ladeó un poco la cabeza y asintió con esa expresión de hacerse cargo de sus dificultades que tanto había visto usar a las personas mayores.

Con la pregunta consiguiente, se quedó callada un instante y después levantó los talones para balancearse sobre las puntas de sus pies durante un instante antes de responder.

Oh, bueno... Es que me pareció que usted sería un padre genial, ¿sabe? —dijo, con una amplia sonrisa—. A lo mejor no tanto como el mío, pero sí bastante bueno. Y entonces me parecía raro que tuviese hijos y no estuvieran aquí. Es una pena porque si tuviera podría jugar con ellos un rato. Los que hay no me han gustado mucho.

- Tiradas (1)

Tirada oculta

Motivo: Percep+Alert

Tirada: 6d10

Dificultad: 7+

Resultado: 2, 2, 3, 4, 4, 8 (Suma: 23)

Exitos: 1

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22/04/2016, 00:30
Stanislas

Antoine te observa fijamente. Sus ojos se abren un poco con tus palabras y su gesto se relaja. Esboza una sonrisa que juzgas sincera y a todas luces parece conmoverse. El gesto te recuerda a aquella ternura que reflejan las señoras al verse frente a un bebé, mientras le hablan y le consienten. 

-¿De verdad lo crees?- pregunta el hombre que esta vez no ha vuelto su atención hacia las fotografías. -Es muy amable de tu parte decirlo Mireille... te... te lo agradezco mucho- dice el hombre quien parece titubear mientras habla. Luego voltea a mirar hacia los otros niños y asiente con franqueza. -Es cierto... los niños pequeños son algo impredecibles y algunos no se saben comportar- responde devolviendo su atención hacia ti. -Y muchos menos saben cual es su lugar. No como tú, al menos- dice sonriendo y tranquilamente girándose hacia la pared.

Entonces algo llama tu atención. Tu madre camina hacia donde están ustedes y su gesto serio y de disgusto, amplificado por aquel ceño fruncido, te hace sentir la certeza de que Anaïs no está demasiado contenta. Sin embargo, es la única que parece estar mirándolos a ambos y que se dirige hacia donde estáis. 

-¿Sucede algo?- pregunta en voz baja Antoine sin mirarte directamente.

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08/05/2016, 03:52
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille ladeó un poco la cabeza, contemplando con curiosidad al hombre cuando éste la miró con ternura, y algunos de sus rizos acariciaron su hombro con ese movimiento. No le gustaba que la contemplase con esa expresión que relacionaba con la gente mirando un bebé, pero por otro lado, las palabras del señor la halagaron sobremanera. Su sonrisa «de verdad» se amplió y si hubiera estado con sus amigas o con su padre, habría dado palmas. Pero no. Estaba en la terrible cena del trabajo de su madre y debía comportarse como una señorita perfecta y silenciosa.

Estaba sorprendida de sí misma. No se habría imaginado jamás que podría hacer un amigo mayor en una de esas aburridas cenas. Y sin embargo, había hecho uno que no era tan huraño como parecía y además era poeta y sabía hablar como en los libros. Mireille arrugó la nariz echando un breve vistazo hacia los otros niños mientras asentía con la cabeza, sintiendo cómo se hinchaba de orgullo al ser comparada con ellos y ganar. Estaba a punto de preguntarle algo más a Antoine, pero entonces vio a Anaïs acercándose y pestañeó rápidamente al ver su expresión.

—Uh-oh... —pensó, analizando la situación a toda velocidad y pasando las manos por su vestido y sus cabellos, comprobando—. No me he manchado, no estoy despeinada y no me he reído en alto... ¿Qué he hecho mal?

Miró de reojo al hombre y titubeó.

—Je ne sais pas. Viene mi mamá —respondió en un susurro que intentaba ocultar su preocupación sin conseguirlo.

—Debe pensar que estoy molestando al huraño —se dijo—. ¿Si no es eso qué?

Llevó las manos a su espalda y sostuvo una contra la otra mientras esperaba a que Anaïs llegase a su altura, todavía rastreando su mente en busca de algo que pudiera haberla disgustado. Y sólo se le ocurría eso, pero ella no lo había molestado, ¿no? Había sido él el primero en hablar, así que ella había tenido que responder. No hacerlo habría sido descortes, ne c'est pas?

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13/05/2016, 23:30
Narración

-Antoine- dice Anaïs centrándose en tu interlocutor. Se acerca para saludar con beso en la mejilla, a lo que él responde moviéndose de manera reluctante y casi torpe. -No te vi llegar. - agrega tu madre. La mirada tranquila de Antoine contrasta con el gesto casi hostil y serio que proyecta Anaïs. Ninguno de los dos te voltea a mirar en aquel duelo silencioso de miradas.

-Hace un buen rato. Llegué antes que vosotros- responde él, con una sonrisa afable. Anaïs duda un instante y vuelve a hablar.

-Vaya y... ¿tu esposa? ¿no ha venido?- increpa tu madre.

-Me temo que no. Está en Grenoble. Cosas familiares- explica el "huraño" sin perder la cualidad serena, despreocupada que le caracteriza.

-Es una lástima. Oh, veo que ya has hablado con Mireille. Espero que no te haya importunado.- dice Anaïs mientras lleva una mano a tu hombro, reafirmando algo que no logras entender del todo, y que al parecer, dada la reacción, o mejor dicho, la ausencia de reacción por parte de Antoine, no puedes figurar fácilmente. Sin embargo, algo sí lograbas interpretar, y era la sutil señal para que guardaras silencio mientras los adultos hablaban.

-En lo absoluto. Ta fille est vraiment charmante- dice con una sonrisa afable. -Y muy lista también. Por supuesto, no es muy difícil entender el por qué- responde. Anaïs sólo esboza un gesto que se asemeja remotamente a un gesto alegre, más próximo a la cortesía incómoda. -No te preocupes más- continúa él, sin apartar la mirada -Mireille es buena compañía. Regresa tranquila a conversar con Dumas. Durante la cena será francamente más difícil- y aquello deja a tu madre en su lugar unos instantes, inmóvil. La voz suave de él, la sugerencia, el temperamento de ella...

Y sin embargo asiente -Está bien- responde y finaliza el contacto contigo. Su rostro parece menos tenso y se voltea para regresar hacia donde está el resto.

-Es estricta tu madre. N'est-ce pas?- pregunta finalmente Antoine, volviendo a reconocer tu existencia, y hablando en voz baja tras esperar un tiempo prudencial a que tu madre estuviese ya a considerable distancia.

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21/05/2016, 22:18
Mireille Bettencourt-Dumah

La nariz de la pequeña se arrugó levemente cuando escuchó mencionar a la esposa del huraño. Su actividad detectivesca no había salido muy bien, al parecer, y esa deducción por la que se había sentido tan satisfecha y tan adulta era equivocada.

Sin embargo, poco tiempo pasó pensando en eso, pues la conversación entre los dos adultos era más interesante. No entendía del todo lo que estaba sucediendo, pero sí comprendió que tenía que permanecer callada. Y eso hizo, mirando alternativamente a ambos con los labios levemente entreabiertos y los ojos como platos. Veía que su madre y su nuevo amigo ya se conocían, porque se llamaban por el nombre de pila, y no sabía muy bien por qué, pero tenía la impresión de que a lo mejor no se llevaban muy bien.

Le dieron ganas de poner los ojos en blanco cuando su madre se disculpó por si ella había molestado al hombre, pero se contuvo y sólo alzó un poco las cejas. Amplió su sonrisa con la respuesta del tipo y se quedó pensando durante un momento en qué querría decir con eso de que no era difícil entender el por qué. Y de repente, Anaïs se fue por donde había venido y Mireille contempló su espalda por un momento, entre extrañada de que su madre hubiera cedido tan fácilmente sin haber llegado a aclarar el motivo de su acercamiento y aliviada por no haberse llevado un rapapolvo.

La pregunta del hombre atrajo su atención y un segundo después su mirada. Abrió la boca para responder, pero tardó un poco en hacerlo. Era una pregunta complicada porque quería ser sincera, pero al mismo tiempo no quería hablar mal de su madre con un casi desconocido. Así que finalmente cerró la boca y frunció los labios un instante, ladeando graciosamente la cabeza.

—Mais oui, sí que lo es —dijo, asintiendo con cara de circunstancias—. Pero es solo porque me quiere mucho y quiere que yo sea lo mejor que puedo ser —añadió, recitando esas palabras con las que se explicaba a sí misma la severidad de su madre y que ni siquiera sabía si venían de ella misma o habían sido escuchadas e interiorizadas.

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23/05/2016, 22:03
Stanislas

-Tu es très naïve, Mireille- dice el hombre mientras su expresión se hace dura. Similar al mismo gesto que tu madre expresa cuando has dicho algo digno de alguna reprimenda, pero que no puede censurar inmediatamente. Antoine toma unos instantes, te observa y pareciera meditar sus próximas palabras con un cuidado curioso que no recuerdas ningún adulto se tomase contigo salvo para cuando hacías preguntas "difíciles". Sólo tu padre, de vez en cuando, tomaba algunos instantes para reflexionar al hablar contigo, y la razón parecía ser la mayoría de las veces, porque tenía algo más en la cabeza.

 -El amor no consiste en transformar nada. La perfección no se alcanza a través del cambio absoluto y del control...- dice mientras se gira y señala las fotos, moviéndose con más pasión de la que había demostrado desde hace unos minutos. -Mira las fotografías. Mira la sonrisa de la gente, mira los colores, mira el encuadre...- dice mientras señala a cada característica una foto diferente. -La perfección viene de preservar. Mantienes lo que está bien y poco a poco, cuando todo se vaya ajustando naturalmente, lo detienes en el tiempo, lo resguardas para la eternidad- dice embebido en su propia explicación.

-Piénsalo así. Estas fotografías serán curiosas y hermosas para  siempre. Pero la gente en ellas envejecerá, enfermará y eventualmente...- y te mira un instante, como si volviese a recordar que hablaba con una niña. -... dejará de ser.- concluye finalmente. 

Se gira mirando hacia el grupo. -Parece que vamos a pasar a la cena. Será mejor que vuelvas con tu madre- dice en tono afable mientras te da una suave palmada en la espalda, espera a que comiences a caminar para él mismo seguir hacia las mesas dispuestas para la cena.

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28/05/2016, 21:20
Mireille Bettencourt-Dumah

Con aquellas primeras palabras del hombre Mireille pestañeó sorprendida. Su tono parecía preceder una reprimenda, pero no alcanzaba a comprender qué podía haber hecho para merecerla. Hasta ese momento aquella había sido siempre la respuesta perfecta, pero al huraño que sabía hablar en poesía no parecía haberle gustado. Lo miró atenta y curiosa, compartiendo con él ese silencio entre lo que había sonado a conclusión y la explicación que llegó después. Y mientras duró ese silencio, Mireille lo contempló con los ojos bien abiertos. No estaba acostumbrada a que los adultos se lo pensaran tanto al hablar con ella y por un momento aquello la hizo sentir importante y mayor.

Después escuchó con el ceño levemente fruncido, haciendo un esfuerzo por comprender todo lo que decía el hombre. Escuchó memorizando sus palabras para luego poder compartirlas con Ce. Y de repente creyó entender de lo que hablaba. Su padre le había contado alguna vez todo aquel asunto de Darwin y la selección natural. Mantener lo que está bien y poco a poco ir mejorándolo. Sonrió ampliamente con aquella conclusión y su frente se estiró de nuevo mientras asentía con la cabeza. No había terminado de hilar qué tenía eso que ver con Anaïs, pero estaba contenta de haber entendido una conversación tan adulta. —Très bien, Mireille —se dijo a sí misma mentalmente.

Todavía se quedó mirando las fotos cuando el huraño que al final no lo era se dio la vuelta hacia las mesas, pero cuando él habló de nuevo sus palabras se mezclaron con las de la niña, que seguía con la mente en lo que el hombre le había explicado.

—¿Es mejor tener fotografías que gente? —preguntó y cambió el peso de una pierna a la otra, contemplando las imágenes, pensativa—. Porque las fotografías no cambian y siempre son bonitas... Ne c'est pas? Pero la gente está viva. ¿No es mejor tener gente viva que fotos?

Eran unos conceptos bastante complicados, pero de alguna manera Mireille se sentía estimulada con aquella conversación que apenas comprendía. Sin embargo, no esperó respuesta antes de mirar ella también hacia las mesas. Y al ver que ya estaban preparándose para cenar no titubeó, ni hizo la mueca que sentía ganas de hacer al pensar en sentarse entre toda esa gente aburrida a escucharlos hablar y verlos comer. En lugar de eso asintió y le sonrió a su nuevo amigo.

—Ha sido un placer conocerlo —dijo con educación, como le habían enseñado que debía despedirse una pequeña damita—. Espero que podamos hablar más después.

Empezó a caminar entonces, buscando a su madre para colocarse junto a ella y luego sentarse donde se lo indicasen. Pero cuando ya estuvo cerca de Anaïs, volvió a mirar a monsieur Lilac con un aire entre pensativo y curioso.

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30/05/2016, 21:16
Narración

La organización parece sobrevenir con cierta rapidez, mientras la gente ocupa los lugares. Anaïs opta por hacerse a la derecha de su jefe, luego tu padre, como debe ser y a su lado, tú. Al lado izquierdo de él se hace la pareja anciana y a partir de allí, los demás invitados se acomodan con más o menos libertad, mientras tu madre muy amablemente sugiere que sillas tomar, qué mesas están desocupadas y dónde estarían más cómodos determinados compañeros. Sugerencias que en su mayoría son recibidas, aceptadas y seguidas al pie de la letra en la mayoría de los casos, y en contadas excepciones, respondidas con momentos dubitativos, y una gentil omisión que se encuentra con la mirada reprobatoria de la mujer.

Es entonces cuando te das cuenta que a tu derecha, ha quedado tu amigo, Antoine. El hombre sonríe, se inclina hacia ti sin dejar de mirar al frente y susurra -Parece que somos compañeros de mesa también- comenta, mientras los meseros, una simpática chica con el cabello tinturado de un exagerado color rojo y un joven rubio, recorren cada uno de los puestos, tomando la orden de cada uno de los comensales.

La mesera llega a donde estás tú. Es una chica de piel blanquecina y varias pecas. Sus ojos azules y su sonrisa parecen demostrar cierto nerviosismo, al tiempo que habla con un tono agudo, difícil de comprender al usar un volumen más bien bajo. Es menuda y sus dedos largos, son más bien pequeños. Antes de que digas cualquier cosa, es tu madre quien pide por ti. "Un corte de carne de ternera, acompañado de patatas y verduras cocidas". La mesera, confusa al principio, asiente rápidamente mientras toma nota. Y pasa a tu amigo.

-Lo mismo que le traerás a ella- responde Antoine mirándote, sin darle tiempo a la chica a decir nada. La pelirroja asiente rápidamente, toma nota, sonríe como si hubiese recordado que debía hacerlo y pasa al siguiente invitado.

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03/06/2016, 22:48
Mireille Bettencourt-Dumah

Desde el asiento que le habían asignado, Mireille observó cómo todos los demás se iban colocando en sus lugares. Pensó que su madre debía ser alguien importante si toda esa gente le hacía caso, pero tampoco le extrañó. Era difícil no obedecerla, ella lo sabía bien. Así que centró su atención en ver dónde sentaban a los otros niños. Por un lado le gustaba estar entre los adultos, la hacía sentir mayor. Por otro, habría preferido una de esas mesas sólo con los niños. En los sitios donde se hacía eso, nadie se preocupaba mucho por qué comías o qué dejabas en el plato. Y si había suerte y los niños eran simpáticos, que no era el caso, hasta se hacía la cena más amena. —Me acabaré la comida antes que ellos —se prometió a sí misma, marcándose un objetivo para entretenerse.

Entonces se dio cuenta de que su nuevo amigo estaba también a su lado y le sonrió ampliamente extendiendo ese desafío unilateral a él también en silencio. No se inmutó cuando su madre pidió por ella. Lo hacía siempre. Pero al escuchar lo de las verduras cocidas, cruzó los dedos por debajo del mantel. —Por favor, por favor, que sean zanahorias. Por favor, que no sea brócoli ni coliflor.

Y cuando el hombre se apuntó a copiarle el plato, lo miró con los ojos bien abiertos.

—¿Está seguro? —le preguntó entonces en voz baja, vigilando que Anaïs no la escuchase—. Mire que a lo mejor le ponen brócoli —añadió, arrugando la nariz con esa idea terrible—. Y si lo pide no está bien que luego no se lo coma.

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15/06/2016, 20:23
Stanislas

El hombre sonríe ante tu comentario. -calme-toi, Mireille- dice él jocoso. -He venido antes aquí. Las verduras que suelen acompañar tu plato tan sólo son habichuelas, zanahorias y algunos espárragos. No hay razón para temer sin motivo al brócoli- dice y guiña un ojo.

Alguien lanza una pregunta en su dirección y se gira tranquilo, respondiendo con frases cortas y medidas. Eso te da tiempo de mirar a los otros niños. Descubres que no hay una mesa sólo para los chiquillos y que todos están sentados junto a sus padres y familiares. Algunos intercalados con un adulto y otros relegados a los extremos mientras son ignorados. Ninguno parece prestarte especial atención.

Tu madre ahora se enfrasca en una dinámica charla con tu jefe, que resulta arrancar sonrisas nerviosas y algunas carcajadas, mientras tu padre se ve más incómodo que tú y no es difícil descubrirlo mirando la hora con cierta impaciencia comprensible.

Al final los platos comienzan a llegar y aunque pareciese que el tiempo entre que sirven uno y otro, acercándose a ti, fuese infinito, la verdad es que los meseros se mueven con premura. Luego llega tu comida, en un plato amplio: Un corte de carne bastante grueso bañado en una salsa grisácea, que tiene un olor apetitoso y fuerte. A su lado, unas patatas de un suave amarillo que humean con pequeñas motas de condimentos y cuya corteza algo dura, esconde una suavidad y una textura cargada de un gusto casi dulce. Las verduras, tal y como prometió Antoine, son un bosquejo de verdes y naranjas, hervidas y con un olor apenas identificable, casi inexistente.

-¿Ya lo ves?- dice Antoine cuando ponen el plato frente a él y sonríe. -¿Aburrida?- pregunta finalmente con un gesto amable.

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17/06/2016, 12:39
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille recibió la noticia sobre el contenido de su plato con alivio. Las habichuelas no le gustaban especialmente, pero al menos no le daban asco. Y las zanahorias sí que le gustaban un montón. Sonrió al guiño de su nuevo amigo, pero enseguida otros adultos lo reclamaron y no pudo hablar más con él.

Se dedicó a mirar a la mesa. Los otros niños parecían un rollo. Los adultos también. La conversación de su madre con el jefe era aburridísima y ni siquiera comprendía por que algunos se reían con ellos. Seguro que era para hacerles la pelota. Tenía que mantenerse concentrada en no perder la sonrisa de bailarina y no tardó en empezar a buscar patrones en los manteles, siguiéndolos con los ojos. Ah, qué espera más terrible. ¡Y la cena ni siquiera había empezado! No tenía ni idea de cómo iba a sobrevivir a tanto aburrimiento.

Estaba apretando las mejillas para contener un bostezo cuando por fin aparecieron los platos. Mireille los siguió con la mirada, tratando de adivinar por su aspecto cuál, sería el suyo y cuál el de sus padres o el de los señores que tenía cerca. Y se sintió triunfal cuando acertó varios y tuvo el suyo delante. Acercó un poquito la nariz para oler la comida disimuladamente y entonces su sonrisa se hizo más de verdad.

Al oír la voz del hombre levantó la mirada y asintió con la cabeza a su primera pregunta.

Oui! Nada de brócoli —dijo contenta, conteniéndose para no empezar a devorar de inmediato. Anaïs reprobaría sin duda que empezase a comer antes de que tooooooooodo el mundo estuviese servido. Y en aquella mesa había tanta gente que eso iba a ser un montón de rato.

La segunda pregunta del hombre la hizo dudar. No estaba bien reconocer eso en voz alta delante de tanta gente, ne c'est pas? Al menos eso siempre decía su madre. Pero tampoco estaba bien mentir, eso también lo decía. Así que por un momento se quedó callada, sin saber muy bien qué hacer.

—¿Qué haría mamá? —se preguntó, midiéndose una vez más con la vara de perfección de Anaïs. Pero lo cierto es que no estaba segura así que optó por algo intermedio y en lugar de responder en voz alta, sólo asintió con la cabeza. Entonces cayó en la cuenta. Anaïs probablemente cambiaría de tema, para evitar responder a algo que sería inapropiado o mentira. Y con esa idea en mente, Mireille sonrió satisfecha por haber resuelto el problema y miró con ojos curiosos a su amigo no-tan-huraño-pero-poeta.

—¿Y a usted qué asignatura le gustaba más en el cole? —preguntó, tirando de ese tópico que a los adultos tanto les gustaba preguntarle a ella—. ¿Ya era un poeta de pequeño o aprendió después?

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24/06/2016, 21:37
Stanislas

El hombre sonríe y ladea la cabeza levemente. -¿En el colegio?... eso fue hace tanto tiempo...- dice el hombre, mientras sus ojos se pierden hacía algún punto por encima de tu cabeza, tal y como lo hacía tu padre cuando estaba muy concentrado con sus cálculos y sus problemas matemáticos. -... supongo que siempre me gustó la biología. - dice con aire soñador. Se encoge luego de hombros y murmura en voz algo más baja. -Los viejos hábitos son difíciles de olvidar...- dice sonriente.

La dinámica social parecía haber movido las conversaciones hacia los temas sociales, actualidad. Varios de los que aún no tenían la comida frente a ellos, siguiendo el protocolo invisible que todos parecían conocer, pidieron que los que podían, empezasen a comer. 

Antoine mira su plato, y corta un pedazo de carne para llevársela a la boca. Mastica con lentitud, distrayéndose por un instante y dejando de determinar tu presencia, como si estuviese haciendo algún esfuerzo. Cuando finalmente traga el pedazo por su garganta, con un movimiento suave aunque audible, vuelve a dirigirse a ti.

-Es la primera vez que alguien me llama poeta- dice retomando la conversación, como si el incómodo espacio de silencio no hubiese existido. Se encoje de hombros para darte una respuesta quizás simplificada. -Me surge con naturalidad, si quieres que sea sincero- sentencia él.

-Es mi turno de preguntar- dice él muy atento. -¿Cómo te ves en el futuro?- cuestiona con cierta franqueza que pasa desapercibida entre los demás comensales.

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25/06/2016, 16:29
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille escuchó con atención mientras el huraño hacía memoria. No le sorprendía que tuviese que pensárselo, debía hacer siglos desde que había ido al colegio. No se le daba nada bien calcular las edades de los adultos, pero este bien podría tener treinta, o quizá setenta años. De inmediato aprovechó ese instante de pausa para calcular cuántas veces debía tener su edad y no tardó en decidir que como mínimo tres veces. Eso era muchísimo tiempo. Seguro que cuando él iba a la escuela, usaban todavía esas pizarritas individuales que había visto en algunas películas antiguas.

Pero le gustó su respuesta y sonrió cuando llegó. A ella también le gustaban mucho las ciencias naturales. Eso y las matemáticas eran sus asignaturas favoritas.

—Yo voy a ser veterinaria de mayor. La mejor veterinaria de todo Lyon —informó entonces. Aunque no estaba segura de que el hombre la estuviese escuchando porque parecía estar disfrutando su comida. Mireille en ese momento desvió la mirada hacia su madre, para comprobar si ella había empezado su plato. Sólo comenzaría a comer cuando ella lo hiciese, como si ese fuese su pistoletazo de salida.

Abrió bien los ojos para escuchar la siguiente respuesta. Qué suerte tenía aquel hombre, sabía hablar como un poeta sin esfuerzo ni nada. Eso también se lo contaría a Cé. Se iba a morir de envidia al enterarse de todo. La niña notó la atención que le dedicaba el hombre y eso hizo que inconscientemente se inclinase un poco hacia él, esperando su pregunta y temiendo que fuese algo difícil de responder.

Sin embargo, no fue así. Le pareció muy sencilla y sonrió de nuevo mientras respondía, asintiendo con la cabeza a sus propias palabras según las iba pronunciando.

—Seré resolutiva —comenzó, contenta por haber encontrado la forma de meter esa palabra que tanto le gustaba a Anaïs—, como mi mamá. Y seré alegre como Monique, que es mi monitora de equitación. Y tendré una granja con caballos, perros, gatos, patos y un cocodrilo de lago. Cuidaré de todos ellos y también de todos los demás animales de la gente. Hasta de los que tenga Cécile, que quiere un hurón blanco y uno marrón. Y no creo que me case porque los chicos son un rollo, pero a lo mejor termino haciéndolo si encuentro un amor verdadero o algo así. Y podré hacer lo que yo quiera cuando quiera. Podré hacer viajes por todo el mundo y ver las junglas y las sabanas y todos los animales de los documentales.

Hizo una pausa mientras buscaba en su mente para ver si se había dejado algo importante, pero finalmente asintió una vez más, dándose por satisfecha.

Notas de juego

Se encoje luego de hombros

Encoge, con g :P.

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25/06/2016, 19:12
Stanislas

-Veterinaria- repite Antoine, como reconocimiento el peso de la palabra. Sonríe cortésmente, sin hacer ningún comentario adicional o quizás simplemente entendía la cercanía entre sus gustos y los tuyos.

Cuando volteas a ver a tu madre, esta asiente devolviéndote la mirada y comienza a comer también, manteniendo un ritmo lento y medido, dándole espacio para poder hablar y al mismo tiempo para no dejar de disfrutar la comida en su plato. A tu lado, tu padre comía con más continuidad, asintiendo de vez en cuando ante los comentarios de Anaïs, sonriendo y luego poniendo otro bocado en su boca. -Cuando era joven, solíamos comer este tipo de platos con tus abuelos- dice Didier en un momento, susurrando y sonriéndote en un espacio, para luego sumergirse a las discusiones de los demás.

Antoine te presta atención. -Cuidar de otros seres vivientes en una enorme responsabilidad. Aunque en realidad, también los seres sin vida requieren gran cuidado- dice el hombre, refiriéndose de manera más bien extraña a las "cosas". Luego, vuelve otra vez a realizar un movimiento suave con los hombros. -El amor verdadero viene en varias formas. En realidad no tiene por qué ser un chico. Bien podría ser una vida, un lugar, incluso un momento- y sonríe negando con la cabeza. -Como ves, no estoy del todo acostumbrado a hablar con niños o niñas. Y creo que incluso me cuesta con m...- hace una pausa y mueve la cabeza. -...con otros adultos- finaliza sin perder la compostura.

Notas de juego

El auto-corrector me ha engañado o_O