Partida Rol por web

Bon sang ne saurait mentir [Chapitres 1 et 2]

Prologue II: La Petite Morte

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03/07/2016, 11:57
Mireille Bettencourt-Dumah

A Mireille le gustaba saber cosas de cuando sus padres eran jóvenes. Esa vida que se le antojaba extraña y lejana, en un momento impreciso, sin terminar de ubicarse en el tiempo. Le gustaba imaginar a Didlier de pequeño, como en esas fotos viejas en blanco y negro que tanto le gustaba a su abuela enseñarle cuando aún estaba viva. Y le gustaba imaginar a Anaïs jugando con la tía Valèrie con los juguetes del desván.

Así que escuchar ese pequeño detalle de la infancia de su padre le sacó una sonrisa y puso su imaginación en marcha manteniéndola entretenida mientras comenzaba a comer, hasta que su nuevo amigo ex-huraño se dirigió a ella de nuevo. Primero asintió con la cabeza a eso de la responsabilidad. Sus padres se lo habían dicho más o menos como mil veces. Pero entonces el hombre continuó hablando y ella arrugó la nariz sin entender del todo. Es cierto que algunas cosas eran frágiles, como los jarrones que había en casa de sus abuelos maternos, o la impresora, o el tocadiscos que tenía Didlier en su estudio. Pero no era tan complicado cuidar de las cosas como salvar animales, ¿no?

Pestañeó, dejando aquella idea a un lado para asimilar esa nueva en la que un amor verdadero no tenía por qué ser un chico. Eso sí que era raro y de nuevo le parecía que el hombre hablaba en poesía. ¿Sería una de esas cosas que decía su profesor de Lengua? Una metonimia, o una metáfora, o una cosa de esas. Siempre le había parecido muy enrevesado distinguirlas unas de otras, pero Cé se las sabía todas de memoria y ella estaba decidida a mejorar hasta superar a su mejor amiga.

—Me agrada que no me hable como a una niña —dijo entonces, dejando de comer por un momento para dedicar una amplia sonrisa de verdad al huraño poeta—. Es raro, casi ningún mayor lo hace, pero mola. ¿No le gusta hablar con la gente? —preguntó entonces, mirándolo con una curiosidad que pareció abrir el baúl de las preguntas—. ¿Y usted encontró el amor verdadero? ¿Su esposa también quiere tener niños? ¿Y qué quería ser usted de mayor cuando era como yo? ¿Lo consiguió?

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25/11/2016, 21:53
Stanislas

-Todo lo contrario- responde Antoine. Guarda silencio unos instantes antes de completar la frase. -A la gente no le gusta hablar conmigo.- responde y sonríe afablemente. El resto de preguntas las recibe con un silencio absoluto, mientras espera a que termines. Luego acerca otra porción de carne a su boca. Durante unos instantes la sostiene, reflexivo, como si estuviese realizando un gran esfuerzo. Luego vuelve a bajar el tenedor sin probar el bocado y lo deja sobre el plato. En aquel mismo instante, tu madre se excusa y se levanta para dirigirse hacia el baño, caminando con paso apresurado.

-No estoy casado- responde Antoine, atrayendo de nuevo tu atención. -No recuerdo exactamente que quería ser de grande. Pero estoy seguro de que no me imaginaba llegar a donde estoy ahora...- y su mirada se pierde unos momentos. Luego vuelve a centrarse en ti. -... así que supongo que no. No lo conseguí- dice él. Levanta entonces la servilleta de tela que había dispuesto sobre sus piernas para ponerla junto al plato y te dedica otro comentario.

-Tendrás que disculparme Mireille, debo ir al baño. Regreso en unos minutos- comenta con una sonrisa galante, levantándose con cuidado y caminando en dirección de los lavabos, al fondo del local. Su ausencia se nota de inmediato: nadie está prestándote especialmente atención. Todos los adultos conversan entre si y tu padre parece haberse visto empujado a tomar el lugar de Anaïs, intentando suplir su ausencia por medio de una de sus anécdotas como profesor en la universidad, mientras los demás parecen interesados aunque no muy entretenidos.

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26/11/2016, 18:55
Mireille Bettencourt-Dumah

A la pequeña le sorprendió escuchar que la gente no quería hablar con su nuevo amigo, aunque tras pensarlo un instante creyó comprender por qué. Tenía que ser por su apariencia de huraño. La gente se fiaba demasiado de las apariencias, aunque estas engañaban y no había que fiarse de ellas, como decía siempre su abuela cuando estaba viva.

Miró extrañada a su madre cuando se levantó de la mesa en mitad de la cena. No parecía propio de Anaïs ausentarse así de una de esas reuniones del trabajo, con lo que le importaba que todo fuese perfecto. Mireille arrugó un poco la nariz. A ella siempre le decían que si podía esperar al menos a terminar el plato, debía hacerlo. Tenía que haber sido una urgencia para que su madre se hubiera ido así.

Iba a preguntarle a Didlier en voz baja cuando el poeta-no-tan-huraño atrajo su mirada y su atención con una afirmación que chocaba a todas luces con lo que Mireille había escuchado antes. ¿No le había preguntado Anaïs por su esposa? Sí, lo recordaba bien porque eso había anulado su teoría de que su nuevo amigo no tenía con quien tener hijos. Él había dicho que su esposa estaba en algún lugar, haciendo cosas familiares, pero ahora decía que no estaba casado. Lo miró con extrañeza. No estaba segura de si él mentía, o se había equivocado, o quizá ella había entendido algo mal. Estuvo a punto de preguntarle pero al ver que seguía hablando, se mordió la puntita de la lengua con los dientes para contener la intriga.

Al ver que él también se ausentaba de la mesa, tan sólo asintió con la cabeza antes de dedicar de nuevo su atención al plato. Se metió otra porción de carne en la boca y mientras masticaba miró a su alrededor. Qué aburrida era toda esa gente, hablando de cosas sin interés. Echó un vistazo a los otros niños y al contenido de su plato. Quería acabar de comer antes que ellos. A su nuevo amigo parecía sencillo ganarle, no tenía pinta de tener mucha hambre. A lo mejor ya había comido algo antes de ir al bouchon.

Escuchó un poco a su padre, pero no entendía del todo de qué estaba hablando y si Anaïs se enteraba de que le había interrumpido mientras hablaba con esos señores seguro que se enfadaría. Así que Mireille pinchó un trozo de patata con su tenedor y se lo llevó a la boca mientras empezaba a balancear los pies por debajo de la mesa. ¿Faltaría mucho para que se pudieran ir a casa? Sabía por otras veces que lo peor no era el rato de la comida, sino el de después. Al menos mientras comían estaban haciendo algo, pero luego los adultos sólo hablaban y hablaban y hablaban sin parar hasta que algún crío se quedaba dormido y eso era la señal para que los que tenían hijos se marchasen.

Miró hacia la puerta de los aseos. Había sido guay conocer al ex-huraño. Seguro que sin él allí aquella cena habría sido todavía mucho más aburrida. Mientras seguía comiendo, en su mente intentó recordar las frases que él había dicho y ella había memorizado para contárselas después a Ce.

«Fugaces sonrisas que viven en...» «que viven en...» ¿Cómo era? ¿En las fotografías? Ah, merde! —pensó, abriendo los ojos como platos y arrepintiéndose de inmediato por haber pensado una palabra malsonante. Miró a Didlier, como si temiese por un instante que él pudiera saber lo que había pensado justo después de lo que habían hablado de camino. Y justo en ese momento su mente se iluminó y sonrió. —«que viven en las fotografías eternamente», eso era.

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27/11/2016, 16:47
Narración

Hay algunas risas cuando Didier termina su historia. Hay algunos comentarios, y la atención se dispersa, provocando que la gente cambie hacia otras conversaciones. Notas entonces que tu padre también lanza una mirada de reojo en dirección a los baños, seguramente consciente de lo mismo que tú: Anaïs no se habría levantado intempestivamente de no haber una razón importante. -¿Todo en orden?- te pregunta él, mirándote y sonriendo. Espera tu respuesta y luego continúa comiendo con algo más de lentitud, aguardando pacientemente el regreso de tu madre.

Tras unos instantes tu madre aparece. Su mirada cae inmediatamente sobre ti y se acerca con gesto serio, casi grave. Didier intenta comentar -¿Está todo bien?- pero ella no responde inmediatamente. -Mireille- dice mientras doblas las rodillas para ponerse a tu altura, y te observa fijamente. -He dejado mi bolsa para las emergencias en el coche. ¿Sabes de que te estoy hablando?- dice seriamente. A pesar de la seguridad con que lo menciona, no recuerdas haber escuchado a ella mencionar dicha cosa antes. Ella no espera tu confirmación, saca de su bolso las llaves del coche y las sostiene frente a ti, haciendo que tintineen un poco mientras dejan de moverse -Quiero que vayas con Antoine a nuestro coche y la traigas. Está en la guantera, deberías poder encontrarla fácilmente- dice imperativa mientras te pasa las llaves.

Notas entonces que tu amigo se encuentra parado detrás de los tres, sonriendo amablemente, como esperando a que tu madre terminase de hablar. Es tu padre entonces el que interrumpe. -¿Con Antoine? Mejor voy yo con Mireille, Anaïs...- replica algo sorprendido. Tu madre niega con la cabeza y observa a Didier con seriedad. -No.- dice secamente, produciendo un incómodo silencio. -No quiero que interrumpamos más la charla con mi jefe, Didier. Tenemos que dar una buena impresión y a Antoine no le importa acompañarla.- Explica ella apenas abriendo la boca. -Pero necesito que Mireille traiga la bolsa.- termina. Tu padre parece algo confundido y extrañado todavía, pero no se atreve a decir nada. Tan solo asiente, resignado y vuelve a su posición. Anaïs se pone en pie, sonríe y se dirige a Antoine. -Dépêchez-vous- ordena sin manifestar explícitamente ninguna incomodidad y luego toma asiento, y comienza a excusarse rápidamente con los comensales más cercanos.

Antoine se acerca y te ofrece la mano para que te levantes. -Muy bien, ya has oído a tu madre- dice afable. Si estaba molesto por tener que seguir las órdenes de Anaïs, no lo estaba dejando ver. -Tú estás a cargo. Así que guíame- afirma, esperando a que camines rodeando la mesa para dirigirte hacia la salida.

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30/11/2016, 14:12
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille se encogió de hombros con cierta resignación cuando su padre se volvió hacia ella. Quería decirle que aquello era terriblemente aburrido, pero no podía hacerlo en voz alta: eso sería muy descortés con el resto de personas de la mesa y Anaïs sin duda lo desaprobaría. Así que concentró todas sus fuerzas en transmitirle a su padre lo que pensaba de aquella cena a través de una mirada llena de intensidad. «Me aburro, papa», pensó, mirándolo, «Me aburro mucho y quiero irme a casa».

Sin embargo, la llegada de su madre apartó todo el pueril intento de comunicación mental con su padre y Mireille la buscó con la mirada. Al ver la gravedad de su rostro, no pudo evitar contagiarse un poco. No sabía qué pasaba, pero algo parecía urgente en su forma de hablar y mirarla. Abrió bien los ojos en cuanto Anaïs dijo su nombre y la miró desde la misma altura. Negó con la cabeza cuando ella preguntó si sabía qué era eso de la bolsa de emergencias. Rastreó su mente varias veces por si acaso, pero finalmente volvió a negar.

A pesar de eso, tomó las llaves sin pensarlo cuando se las ofreció. No sabía qué tenía que traer, pero la guantera no era demasiado grande. Podría encontrar una bolsa o un neceser o lo que fuese que su madre necesitaba. Alternó sus ojos en silencio entre sus padres cuando Didlier intervino y después miró alrededor. Esperaba que la gente no estuviera dándose cuenta de que pasaba algo raro entre ellos o Anaïs se enfadaría después. Tenían que dar la imagen de familia perfecta y todo eso, ne c'est pas?

Intentó poner en sus labios una sonrisa de bailarina, pero no le salió del todo y le quedó un poco tensa. La situación era rara y su madre estaba rara, pero en su mente ni siquiera existía la opción de contradecirla, así que se bajó de la silla tomando la mano de su nuevo amigo y asintió con la cabeza.

No sé qué es esa bolsa, pero la encontraré, maman —cuchicheó, todo lo segura que pudo.

Después buscó su abrigo y se lo puso bien abrochado antes de hacer un gesto de despedida con la mano a sus padres.

Allons-y! —dijo en cuanto estuvo lista, buscando al ex-huraño con la mirada.

Su sonrisa se aligeró un poco en cuanto abrió la puerta del bouchon y el aire frío la recibió a la calle. Ir a buscar una bolsa al coche podía no ser una gran aventura, pero desde luego era un alivio salir de ese lugar aburrido aunque sólo fuese unos minutos. Seguramente su madre sólo tenía alguno de esos problemas femeninos de los que cuchicheaban los niños de su cole por los rincones. Mireille ya sabía de qué iba el tema. A Jeanne le había venido el periodo hacía un par de meses y se lo había explicado todo a sus amigas, con todo lujo de detalles.

—El coche no está muy lejos... Es por aquí.

Los ojos de la niña se dirigieron al suelo, donde los pequeños adoquines le pedían a gritos que no pisara las líneas entre ellos. Miró de nuevo a su nuevo amigo y suspiró entre dientes antes de empezar a caminar, intentando no pisarlos, pero disimulando lo que hacía al mismo tiempo.

—¿Sabe? Por aquí cerca hay una tienda de chuches con un enorme pirata en la puerta. Y si me porto bien vamos a venir a comprar bonbons. ¿Le gustan los bonbons a usted? ¿Y a su esposa? —añadió, mirándolo con curiosidad con la última pregunta. Se creyó muy lista en ese momento por haber sabido cómo preguntar lo que la tenía intrigada sin preguntarlo directamente. Casi como una detective de los de las novelas.

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02/12/2016, 21:54
Stanislas

Antoine camina detrás de ti, con pasos medianos y las manos detrás de la espalda, asintiendo con una sonrisa satisfecha. Detrás queda el cálido y acogedor interior del restaurante y allí, en medio de la Rue Saint Jean, una corriente de aire sopla, alborotando un poco tu cabello y trayendo el sonido de silbidos lejanos y atenuados. Sin embargo, no parece que el suave frío moleste a los variados transeúntes. La calle está bastante transitada, el bullicio trae palabras en varios idiomas hasta tus oídos, así como conversaciones y preguntas de toda clase repartidas entre el flujo de gente. Restaurantes y tiendas a lado y lado del camino arrojan luces que colorean el empedrado con un ánimo turístico y hacen que olvides pronto la fría temperatura.

-Ya te lo dije, no estoy casado- te dice con una sonrisa en el rostro y aparente tranquilidad. -Les bonbons me gustaban cuando era... más pequeño- dice encogiéndose de hombros. -Dudo que hoy me sepan igual que antes.- se apresura a añadir. En ese mismo momento pasan frente a la tienda, aún abierta. Barriles de chuches reposan allí, mientras una estatua de un pirata vestido de manera muy similar a Jack Sparrow da una silenciosa bienvenida. Hay dos pequeños escogiendo y señalando algunos de los dulces, mientras una señora que parece su madre intenta negociar con la dependienta. Puedes  sentir el aroma a azúcar que se filtra a través de las grandes puertas abiertas. Antoine se detiene, y su rostro toma una expresión pensativa. Luego te hace un gesto para que te acerques.

-Mireille, creo que la tienda cerrará pronto- comienza enunciando con amabilidad -pero te propongo algo. Aprovecha para entrar y comprar algunos bonbons. Yo invito- dice mientras camina hasta quedarse junto a la estatua. Bajo aquella luz, tu acompañante tiene un aspecto algo pálido y su piel ostenta un aspecto frío, similar al de la efigie del pirata, que de cerca se ve aún más ridícula e irreal, contrastando con el extraño aire de Antoine. Él se queda allí en la entrada, esperando a que tomes una vez más la iniciativa y aceptes su oferta.

Notas de juego

Si Mireille acepta, asume que la dejará elegir los chuches que quiera y a cantidad que quiera y que Antoine pagará personalmente a la dependienta. Luego reanudan el camino.

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06/12/2016, 23:54
Mireille Bettencourt-Dumah

—Pero... —comenzó a protestar la pequeña cuando el hombre aseguró de nuevo no estar casado, deteniéndose de inmediato al darse cuenta de que estaba interrumpiendo a un adulto. Interrumpir a los adultos era una de las peores cosas que un niño podía hacer y Mireille lo había aprendido bien ya. En cuanto lo hacías daba igual que tuvieras algo realmente interesante que decir, ya no te escuchaban nada.

Así que se contuvo las ganas de saltar hasta que el hombre terminase de hablar... Y para entonces los ojos de la cría se habían llevado su atención hacia la tienda llena de chuches. Aspiró con fruición por la nariz y su paso se ralentizó un poco mientras intentaba ver todo el interior del local al mismo tiempo. Esa tienda parecía el paraíso pirata.

Y el ex-huraño también debió darse cuenta de lo maravilloso que era ese lugar, porque se detuvo y Mireille aprovechó el momento para acercarse más al cristal y mirar hacia dentro. ¿Sería muy caro tener un barril como esos en casa? Mireille ya sabía que la magia no existía, Anaïs se había encargado de quitarle de la cabeza cualquier fantasía sobre cuentos de hadas desde bien temprano. Pero como ella no estaba por un instante se permitió el lujo de fantasear que tenía un barril de chuches que siempre estaba lleno mágicamente.

Con eso en la cabeza estaba cuando la voz de su nuevo amigo poeta la sacó de sus pensamientos y se avergonzó al pensar que quizá él había notado en su cara que estaba teniendo ideas de niña pequeña. Sus ojos se abrieron enormes con la invitación que llegó entonces y la duda se reflejó en su rostro. Por un lado, sabía que no debía aceptar golosinas de extraños y además no había terminado de cenar... Anaïs se enfadaría si se enteraba de que había estado comiendo chuches antes de acabar la cena.

Pero por otro, su padre le había prometido esos bonbons si se portaba bien y estaba verdaderamente decidida a hacerlo. Y si la tienda cerraba antes de que acabase esa cena eterna... Además, el para-nada-huraño no era exactamente un desconocido, ne c'est pas? Al fin y al cabo la misma Anaïs la había mandado con él. Y si podía ir con él al coche en busca de esa bolsa misteriosa, también podría aceptar sus caramelos. O eso era justo lo que necesitaba pensar Mireille para asentir en una aceptación y entrar en la tienda.

Así que unos minutos después, cuando se incorporaron de nuevo a la calle, Mireille llevaba en la mano una bolsa no demasiado grande llena de chuches de colores chillones. No había querido pedir mucho para no abusar de la confianza de su nuevo amigo, pero aún así no se había podido contener y tenía alguna más de las que Didlier le habría permitido.

Pegó un mordisco a un gusano rojo y verde y mientras lo masticaba recordó aquella duda que había quedado perdida con la visión de la tienda. Miró hacia arriba para ver al hombre y sus ojos se llenaron de preguntas aún antes de que sus labios se abriesen para pronunciar aquella queja.

—Pero usted le dijo antes a mi mamá que su esposa estaba de viaje por cosas familiares, ne c'est pas? Ella le preguntó por su esposa y usted respondió eso...

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09/12/2016, 19:30
Stanislas

Antoine se muestra paciente y complaciente. Con una sonrisa amistosa y sin apresurarte ni una vez, aguarda a que hayas elegido todos los dulces que deseas. La cajera le mira con algo de curiosidad, pero él tan sólo te sigue con la mirada y responde brevemente a un par de sus preguntas sin socializar demasiado. Cuando estás lista con tu bolsa de chucherías, Antoine paga en efectivo, espera el cambio y sale caminando lentamente junto a ti. Nada parece haber cambiado en el exterior, el interminable río de gente y el persistente murmullo parecen haber parte de la ciudad misma, y por aquella hora, es difícil imaginarse a una sin la otra.

Luego tu compañero escucha tu comentario. Sin detenerse, te observa detenidamente y guarda silencio, reduciendo un poco su velocidad. Reacciona inicialmente con un expresión grave y casi solemne, no demasiado diferente a las deliberaciones de tu propia madre. La tensión se acumula durante los instantes siguientes, pero luego, desvaneciendo cualquier rastro de seriedad, ves una sonrisa en su rostro, y una chispa de gracia, como si hubiese algo de cómico en toda la situación. -Que perspicaz eres Mireille. Esa ha sido una observación muy sagaz.- dice mientras lleva las manos a la espalda. -Vraiment, j'ai menti- dice mirando hacia el frente mientras camina. -La verdad es... que mi esposa y yo estamos en proceso de divorcio. Y no tenía ganas... no tengo ganas de hablar de ello. Por eso le mentí a tu madre.- explica con lentitud, pero con desparpajo y tranquilidad. -Y a ti. No estuvo bien lo que hice, y por ello te presento mis excusas- dice volviendo a dirigirte la mirada. -Mentir nunca es adecuado y demuestra falta de confianza. Espero que entiendas mis razones, pero que no compartas mi proceder. Y que no haya perdido tu confianza- añade finalmente mientras su sonrisa se ensancha y aguarda tu respuesta.

Una vez reaccionas, Antoine tan sólo cambia la conversación. -Hablemos de otra cosa- dice mientras avanzáis rápidamente llegando al final de la calle. -Dime Mireille. ¿Qué libros te gustan leer?- a pesar de todo, no has detectado ni una onza de tensión o molestia en tu amigo. Sus movimientos siguen siendo los mismos, su sonrisa parece igual, y la tranquilidad que lo rodea es casi contagiosa. Conforme llegáis al final de la calle, ensanchándose en varios cruces amplios y disminuyendo el volumen de gente, el frío parece incrementarse un poco. Pasan frente a la estación del metro Vieux Lyon, amplia e iluminada, desde donde es posible tomar los teleféricos para subir a la colina de Fourvière. Varias personas salen e ingresan a esta hora.

Después de caminar un poco más, llegáis a la entrada del parking. Antoine asiente para animarte a seguir, y baja tras de ti, en búsqueda el coche de tus padres...

Notas de juego

Por supuesto que si Mireille duda de su amigo, puede lanzar Percepción+Subterfugio a dificultad 7 por si quiere saber si mienten o no... (oculta, claro está)

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16/12/2016, 16:00
Mireille Bettencourt-Dumah

Por un momento Mireille vio cómo el hombre se quedaba serio y pensó que había metido la pata. La expresión de su rostro le recordó a la de Anaïs cuando ella hacía algo malo que la dejaba pensativa y bajó la mirada al suelo, esperando que le cayera encima una reprimenda, aún sin estar segura de en qué momento se la había ganado. Quizá no debería haberle señalado que mentía, aunque a ella siempre le habían dicho que debía decir la verdad. O tal vez...

Fue un alivio cuando él comenzó a hablar y Mireille al mirarlo vio que había vuelto a sonreír. A lo mejor lo que se había quedado pensando era si enfadarse o no hacerlo y había decidido que no. De inmediato la niña se sintió orgullosa de sí misma por haberse dado cuenta de lo que no encajaba y le devolvió la sonrisa al poeta.

Aunque le duró poco, porque cuando él se explicó, sintió rápidamente lástima de él. Un divorcio era una de las peores cosas que había en el mundo. Cécile no tenía padre, pero eso era distinto porque no había tenido nunca, así que la tía Valérie hacía el papel de las dos cosas. Ella siempre decía que no había mejor padre que una madre y aunque Mireille no terminaba de entender esa expresión, Cécile le había dicho que no echaba de menos tener un papá. En cambio, los padres de Évy estaban divorciados y por eso ella tenía que ir al psicólogo. Ni siquiera tenía una casa suya-suya de verdad, siempre estaba yendo de la de su padre a la de su madre. Mireille había pensado alguna vez en cómo sería si eso pasara en su familia y le parecía totalmente terrible. Ella no quería tener que ir cada semana a una casa, ni que sus padres se peleasen por ella, ni tener que ir al psicólogo. ¿Y si la hicieran elegir con cuál de los dos vivir? En ese momento se hizo consciente de la suerte que tenían ella y sus padres de que Anaïs y Didlier se quisieran tanto.

Así que se quedó mirando a su nuevo amigo con los ojos muy abiertos y sin encontrar qué decirle para consolarle cuando él estaba en una situación tan horrible. Claro, por eso no tenía hijos. Y aún siguió impresionada con lo que le acababa de contar cuando él cambió de tema.

—Ah... —titubeó, tardando un momento en abandonar los pensamientos de compasión por el pobre-no-huraño—. Pues me gustan los libros en los que salen animales. Mi preferido es Le petit prince... ¿Lo conoce? Hay un zorro y una serpiente que se ha comido un elefante... Y ahora estoy leyendo El libro de la selva, es un poquito difícil y salen palabras raras que tengo que buscar en el diccionario, pero me gusta. ¿Usted lo ha leído?

Al llegar al parking, hizo un gesto con la mano en la que aún sostenía el gusano de gominola a medio comer.

El coche está por aquí, venga —aseguró, dando otro mordisco a la chuche sin dejar de caminar hacia el vehículo.

Notas de juego

Mireille no duda de su nuevo amigo ex-huraño-poeta. ¿Cómo iba alguien a mentir mientras se disculpa por decir mentiras? Non, ce ne'st pas possible.

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16/12/2016, 18:25
Narración

-Mais bien sûr- dice Antoine sonriente. -Después de todo Antoine de Saint-Exupéry nació aquí, en Lyon- añade amablemente. Eso explicaba el nombre del aeropuerto, y recordabas que alguna vez habías visto un dibujo del principito en una calle cercana a tu casa. -También he leído el libro de la selva. Aunque ya no me acuerdo muy bien de cómo va- se excusa gentilmente. El cielo negro de la ciudad está lleno de reflejos grisáceos de contornos de grandes nubes. Las estrellas parecen haberse escondido todas bajo las gruesas y negras capas, y el firmamento parece tan sólo una enorme mancha de pintura negra con pequeños rasguños de relieves iluminados de forma tenue por las luces de la ciudad.

Cuando llegáis al parking, Antoine te sigue. Encuentras el coche sin problema y tras desactivar la alarma, abres la puerta por el lado del copiloto, yendo directamente a la guantera. Luego viene el piquete, una punzada rápida en tu brazo. No estás segura de que sucede, pero para cuando te das cuenta, Antoine te sostiene del brazo y allí mismo, ves la aguja que inyecta con rapidez un líquido amarillo. Tu amigo te mira serio. Cuanto vuestros ojos se cruzan musita un -Shhhh, tout sera bien- y sonríe con la misma afabilidad que tanta confianza te ha generado. Retira la jeringa y la guarda en el bolsillo de su abrigo, mientras te sostiene todavía del brazo. El efecto no se hace esperar, tu visión empieza a hacerse borrosa y te sientes mareada. Tu bolsa de chuches cae al suelo, tus piernas tienen problemas para sostenerte y el mundo empieza a girar vertiginosamente.

Oyes como la puerta del pasajero se abre. Sientes como la tierra se aleja y como una sensación mullida rodea tu espalda. Todo son sombras, siluetas, ilusiones de niebla que lentamente se van evaporando en las tinieblas y tu consciencia se desvanece al final cuando el mundo ha desaparecido. Lo que sigue es un sueño intranquilo, imperfecto. Un sonido lejano, la sensación de moverte, luces parecen pasar sobre ti a gran velocidad, pero nada parece real. Sientes a veces como si insectos corrieran por tu cuerpo, para luego dejarte levitando en aquella oscuridad incompleta sin alcanzar a darle forma a tus pensamientos, a tus impresiones, a tu mente. Es el sueño más extraño que jamás hayas tenido.


Lentamente, despiertas. Lo primero que viene a tu cabeza es que no estás en tu cama. Estás en algún lugar duro e incómodo, y frío. Lo segundo que notas es que no puedes moverte con libertad. Estás boca-arriba, pero tus brazos y tu torso apenas si logran moverse. Hay una gran presión en tus muñecas y alrededor de tu cintura. Lo tercero que nota, es el conjunto de aparatos sobre ti. Máquinas extrañas de color grisáceo que están sostenidas sobre ti, con algunas extrañas salidas, como mangueras en diferentes direcciones y, sobre tu cabeza, lo que parece un cono delgado y transparente que apunta hacia ti. Arriba, un poco a tu derecha, una lámpara lanza una tenue luz sobre aquella maquinaría alienígena.

Aquel extraño lugar tiene un desagradable aroma a exceso de limpieza. Las sombras se extienden revelando formas rectangulares, como muebles escondidos en la oscuridad, que no alcanzas a distinguir bien. El silencio es casi total, salvo por tu respiración agitada y tu corazón que palpita aún con más intensidad en la oscuridad. Tu garganta se siente reseca y tu cuerpo está frío. No estás usando la ropa que recordabas tener puesta, sino una especie de pijama blanco y largo que llega a tus pies. Con las palmas de tus manos puedes palpar un poco y darte cuenta de que estás sobre una superficie metálica.

Una voz entonces resuena a tu izquierda. Una voz familiar y amistosa.

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16/12/2016, 21:23
Stanislas

-Por favor, no tengas miedo- dice con gentileza la voz y se acerca hacia ti. Oyes sus pasos resonando y rodeando a la altura de tu cabeza. -Soy yo, Antoine- dice la silueta que se para bajo la luz. Puedes observarlo y ver sus facciones pálidas, sus ojos grises, aunque no lleva lentes. En lugar de usar su abrigo, tiene una enorme bata blanca, como un doctor. Esboza una sonrisa entre sus labios, dándole el aire de un enorme y robótico maniquí.

-Aunque quizás no reconozcas mi verdadero rostro- dice él paternalmente. Apoya sus manos sobre el borde de la superficie. Puedes sentirlas al hacer algo de presión sobre el metal. -Y mi verdadero nombre no es Antoine, pero puedo asegurarte que soy él. Quiero que sepas que no tienes nada de qué temer, Mireille. No estás en peligro ni te va a pasar nada malo- explica él y tiene esa expresión afable que intenta generar... confianza. -Te lo prometo-

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13/01/2017, 02:01
Mireille Bettencourt-Dumah

Mireille se quedó pensando en la información que el ni-un-poco-huraño le acababa de dar sobre el escritor de su libro favorito. ¿Cé sabría que nació en Lyon?, se preguntó, valorando la idea de presumir ese conocimiento ante su prima. Pero a Cécile se le daba siempre mejor la literatura que a ella, así que tal vez haría el ridículo si le contaba algo que ella ya sabía como si fuese un descubrimiento. Debía encontrar la forma de hacerlo con más... Con más... ¿Cómo decía siempre Anaïs? Con sutileza, eso era.

Eso iba pensando mientras avanzaban hasta el coche y una vez junto a él, Mireille pulsó el botón de la llave para abrir la puerta con decisión. El pinchazo fue inesperado y la jeringuilla en su brazo la hizo sentir confusa. Sus pupilas se dilataron y su corazón empezó a latir a toda velocidad. Estaba pasando. Eso que siempre la habían advertido, los hombres malos que le hacían cosas a las niñas... Le estaba pasando. No a una niña desconocida en el telediario... Le estaba pasando a ella. 

Y después... Después llegó la oscura penumbra en la que las pesadillas se hacían reales y se deslizaban por los rincones de la consciencia. Las sombras la atemorizaban tanto como las luces en la oscuridad granate de sus párpados, hasta que el frío erizó la piel de sus brazos y la devolvió a un mundo que parecía haberse movido mientras ella dormía.

Un pequeño gemido salió directamente de su garganta mientras miraba a su alrededor intentando reconocer el lugar, sin éxito. Parecía un mal sueño, pero olía real, se sentía real. El labio inferior de Mireille empezó a temblar y pestañeó varias veces, con la ingenua esperanza de que en alguno de esos parpadeos despertaría de verdad, en su cama.

—¿Mamá...? —musitó en un tono tan tenue que apenas se escuchó ella misma. La garganta le rascaba, el corazón le latía en las sienes y no se atrevía a hablar más alto.

Pero no fue Anaïs quien respondió y un escalofrío recorrió la espina dorsal de la niña al reconocer la voz. Recordó la aguja y el pinchazo, recordó la bolsa que su madre le había pedido y a Didlier queriendo acompañarla. Sus ojos comenzaron a humedecerse y su respiración se agitó aún más pues era incapaz de escuchar la petición de aquel hombre. Estaba aterrorizada. Tanto que ni siquiera se sentía capaz de chillar.

—Socorro —susurró, terriblemente asustada—. Socorro, mamá, mamá —empezó a sollozar y ni siquiera se sintió mal por llorar como una niña pequeña llamando a su madre, incapaz de alzar más la voz—. No me haga daño, por favor, por favor. Socorro.

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14/01/2017, 17:38
Stanislas

Antoine, pues era el mismo Antoine que te había acompañado, el mismo que había conversado contigo, el mismo en el que tu madre había confiado, reacciona con su voz suave, intentando calmarte. -Shh, Shhh, Du calme, Mireille. c'est moi. Puedo tomar de nuevo el aspecto de Antoine si eso te hace sentir mejor.- dice mientras esboza una sonrisa. -Pero no tienes nada que temer, no pretendo hacerte daño. Todo lo contrario, quiero ayudarte, quiero darte un regalo muy especial. Pero debes calmarte- comenta con suavidad, mientras comienza a acariciar tu cabello con lentitud.

-Volverás a ver a tu madre. Te lo prometo. Pero debes ser una buena niña. Debes portarte muy bien y estar muy tranquilita. Es lo único que pido.- continúa a medida que sus dedos acarician tus cabellos y limpian tus lágrimas. Notas que está usando guantes, unos guantes blancos y suaves al tacto, delgados, como los que usan los doctores en algunas ocasiones.

-Eres una niña muy inteligente, Mireille. Así que te voy a explicar por qué estás aquí. Quiero que me escuches y trates de comprender muy bien lo que te voy a contar- continúa hablando con suavidad. -Pero si sigues llorando o gritas, tendré que ser menos agradable que hasta el momento. Quiero que te comportes como tu madre te ha enseñado. Y si así lo haces, te doy mi palabra de que no va a sucederte nada malo. ¿Entiendes lo que te digo?- pregunta observándote desde arriba con la misma tranquilidad con que le recuerdas en la rue St. Jean. Parece incluso algo más animado que en el restaurante y su voz no ha sufrido alteración alguna.

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20/01/2017, 05:21
Mireille Bettencourt-Dumah

El contacto de los dedos enguantados acariciando sus cabellos asustó aún más a la niña, que intentó contener su llanto apretando los labios y pestañeando a toda velocidad. Su rostro se congestionó y un hipido sacudió su pecho, pero las lágrimas continuaron deslizándose desde las comisuras de sus ojos, grandes y redondas, siguiendo un sendero por sus sienes hasta caer en la camilla mojando también sus cabellos.

Los susurros de aquel hombre conseguían el efecto contrario al que parecían pretender, pues en lugar de calmarse, cada vez tenía más miedo. Anaïs no le dejaba ver películas de terror, pero en el colegio le habían contado muchas historias de miedo y en ese momento la realidad era mucho peor que la peor de sus pesadillas. Su imaginación parecía discurrir tan desbocada como los latidos de su corazón y no podía dejar de pensar en imágenes terribles con sangre, motosierras y asesinos violadores locos escapados del manicomio.

Asintió con la cabeza enseguida cuando él terminó con esa pregunta. Lo entendía, claro que lo entendía, pero la asustaba tanto que le costaba incluso pensar en ello. Sólo quería estar en su casa, con sus padres. Incluso una reprimenda de Anaïs sería infinitamente mejor que estar allí, con el no-tan-amigo de su madre.

Trató de sorber los mocos con la nariz y se le escapó un sollozo al hacerlo, pero de su garganta no salió ni una palabra, tan sólo un gemido aterrado. Su respiración estaba alterada, notaba tensión en su vientre y apretó las piernas por puro instinto para no hacerse pis encima. Si no tuviera tanto miedo, habría muchas cosas que preguntaría o exigiría. Pero tras esa última amenaza apenas se atrevía a respirar.

—E-en-tiendo —musitó en un balbuceo ahogado, incapaz de decir nada más.

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20/01/2017, 19:46
Stanislas

Antoine, o cómo fuese su nombre real, espera unos instantes. No dice nada mientras te nota tensa, pero cuando comienzas a hacer un esfuerzo, él retira su mano de tu cabello y comienza hablar. -Primero que todo, déjame decirte mi verdadero nombre. Me llamo Stanislas Clement. He tenido que usar el aspecto de Antoine para poder acercarme a ti esta noche. Es así como me veo realmente...- dice mientras se pone frente a ti y estira un poco el cuello, girando su rostro para encararte desde la altura. -... y es así como me llamo. Por eso, te pido mis más sinceras disculpas.- a pesar de todo, su voz, la manera como habla no ha cambiado ni un poco con respecto a la que usó en el restaurante y en la calle. Había, mal que bien, algo en él, en la manera como se expresaba, que despertaba confianza. Aún en aquella situación tan terrorífica.

-Ahora escúchame bien. Quiero que comprendas bien todo lo que te voy a decir y si tienes preguntas, son más que bienvenidas.- reanuda su monólogo. -Mireille, eres una niña perfecta. Eres educada, inteligente, curiosa, mesurada, hermosa y obediente. Eres la hija que todo padre desearía tener. Eres el orgullo de tus padres.- dice con dulzura, mirándote a los ojos con sus pupilas azules. -Y sin embargo, sufres de una terrible enfermedad pequeña. Tú, al igual que todos los niños, estás destinada a crecer, a envejecer, a dejar atrás la maravillosa perfección de tu niñez, para marchitarte en rebeldías y tentaciones, en deseos que retorcerán tu rostro, marcarán tu cuerpo y te cambiarán por completo. Y eventualmente morirás, anciana, frágil y lejos de esta perfecta infancia- parece estar sumido en su propia narración, mientras continúa mirándote concentradamente.

Luego se gira y da algunos pasos hacia un costado, perdiéndose en las sombras, mientras continúa hablando. -He pasado décadas tratando de hallar una cura. Buscando la manera de preservar la pureza y la obediencia. He tenido que lidiar con amargos fracasos... pero finalmente he encontrado una manera...- dice mientras sonidos ahogados con pequeños tintes metálicos suenan, como si estuviese haciendo algo con sus manos. -...de preservar eternamente los instantes más valiosos posibles de personas perfectas. ¿Recuerdas las fotografías del restaurante? ¿recuerdas lo que te dije? fugaces sonrisas que viven eternamente en cada fotografía. Yo busco preservar fugaces vidas eternamente- y se gira y camina hacia ti. Tiene algo pequeño y con un brillo en su mano. 

Deja el algo sobre la máquina sobre ti y toma de allí mismo una banda elástica. -Yo voy a curarte Mireille. Ese es mi regalo para ti. No te dolerá nada, te lo prometo. Será incómodo un momento, te sentirás exhausta pero, para cuando termine, tendrás toda tu energía. Y no tendrás que estar más amarrada o tener miedo. No tendrás nunca más nada que temer...- comenta mientras amarra la banda a tu brazo con fuerza. Se retira un momento y trae un algodón envuelto en el aroma del alcohol etílico, el mismo que usa tu madre para tus raspones. Comienza a frotar el algodón en la sangradura* de tu brazo derecho. -Podrás volver a ver a tus padres. Podrás volver a hacer todas las cosas que te gustan, y dejarás de hacer las que te disgustan. Entiendo que parezca raro, pero muchas veces la labor de los doctores es extraña, ¿sabes? y aunque parezca que nos hagan daño, nos están ayudando- el olor agudo del alcohol penetra tus sentidos. Puedes ver como tiene en su mano una aguja de inyección y la acerca con rapidez a tu brazo.

-No tienes que mirar. Sentirás un piquete incómodo- dice él tranquilo. Sientes como el delgado tubo penetra la piel causando un poco de dolor. Ves como Stanislas rápidamente conecta la cabeza de la jeringuilla a una delgada manguera metálica que sube hasta la máquina sobre ti. El carmesí de tu sangre comienza a fluir y subir muy despacio por el conducto. Luego él se quita la bata y se descubre lentamente su brazo derecho mientras sonríe. -Este es el primer paso. Es desagradable, pero necesario.- dice mientras toma una segunda aguja conectada ya a otra manguerilla transparente que también está unido a la máquina. Con rapidez él también introduce la aguja en su sangradura, y la deja allí. De él no brota sangre así como de tu brazo. Luego, Stanislas acerca su mano izquierda a la máquina, que empieza a hacer un ruido constante, como un zumbido con una vibración de fondo. Sientes un cosquilleo en el brazo, mientras tu sangre comienza a subir con más rapidez por el canal hasta perderse en el dispositivo sobre ti., y antes de que entiendas que sucede, ves como el canal que se conecta a Stanislas comienza a adquirir el mismo color rojo... sólo que en lugar de salir sangre de él, la sangre va desde la máquina y hacia él.

Notas de juego

*Así se llama la parte del pliegue del brazo opuesta al codo :O

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10/02/2017, 20:20
Mireille Bettencourt-Dumah

La mente de Mireille era en aquel momento un revoltijo de confusión y temor. Las palabras de aquel hombre en el que había confiado la asustaban, pero también la atraían al mismo tiempo. Y es que era innegable que Antoine, Stanislas, o como se llamase, seguía siendo poeta. Poco a poco, a medida que él desvelaba su verdadero nombre y empezaba a desgranar sus intenciones, los sollozos se fueron apagando y las lágrimas se secaron en el rostro de la niña. No porque ella tuviera menos miedo, pues seguía aterrada, sino por puro agotamiento de su pequeño cuerpo. 

Era un hombre extraño, ese que tenía delante. La llenaba de cumplidos, pero al mismo tiempo la acusaba de sufrir una terrible enfermedad. Mireille cada vez se sentía más confundida, enredada en aquellos argumentos que parecían tener lógica, pero sintiendo al mismo tiempo que todo aquello estaba mal y atemorizada tanto por las amenazas del hombre como por esas tiras que sentía sujetando su cuerpo a la camilla fría. 

Se acordó de Peter Pan, ese niño que no quería crecer y que tampoco dejaba que los otros niños creciesen. Recordó que cuando había leído ese cuento por primera vez había pensado que Peter Pan los tenía a todos secuestrados en Pays Imaginaire, lejos de sus familias y había sentido lástima por los niños, sobre todo por Wendy. Durante una temporada se había mostrado temerosa de que ese niño perpetuo se colase en su casa por la ventana durante la noche para llevarla a esa isla donde no se podía crecer. Anaïs se había exasperado con ella cientos de veces por la manía de comprobar bien la ventana antes de acostarse, hasta que finalmente aquel temor nocturno había pasado. 

En aquel momento se acordó de ese cuento y su mente fantaseó durante algunos segundos con que aquel hombre era en realidad Peter Pan, que finalmente había crecido, pero seguía sin dejar crecer a los demás. Y finalmente la había atrapado una noche, aunque no había necesitado entrar por la ventana. Se encogió sobre sí misma con ese pensamiento que la atemorizó más que todas las ideas sobre locos con motosierras que había tenido antes. «La magia no existe. La magia no existe. La magia no existe», escuchó en su mente con la misma voz con la que su madre se lo había dicho una y otra vez. Se lo repitió como un mantra, mientras el hombre preparaba algunas cosas que no podía identificar, pero cuyos sonidos la asustaban aún más. 

Volvió a sentir esa presión en su vejiga cuando él ató la goma a su brazo y sus ojos se humedecieron de nuevo con el pinchazo, más por miedo que por dolor. Y justo entonces, cuando su sangre comenzó a escapar de su brazo para discurrir por ese tubo, se dio cuenta de que no iba a escapar de allí. Con esa sensación de inevitabilidad un nuevo sollozo movió su pecho, sólo uno, en un hondo suspiro, y encontró en su interior las fuerzas suficientes para oponerse, al menos de palabra.

—Pero yo quiero crecer —dijo, en un tono frágil y quejumbroso—. Quiero crecer y ser veterinaria y viajar por todo el mundo. No quiero ser perfecta como una foto. S'il vous plaît, s'il vous plaît, s'il vous plaît... —gimió, mientras las lágrimas volvían a discurrir despacio por sus sienes hasta caer en la camilla—. No me robe la sangre, s'il vous plaît. Quiero ir con mi mamá. Déjeme ir con mi mamá. 

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10/02/2017, 23:12
Stanislas

Durante algunos cortos instantes, mientras la sangre, tu sangre, entra en Stanislas, éste parece desconectarse del mundo. Una sonrisa aparece en su rostro y su mirada se pierde, tomándole aún más tiempo en comprender, procesar tus palabras. De repente, aquel gesto extraño y extático se desvanece de su rostro, y con un movimiento en la máquina sobre él, el ruido y la transferencia cesan. Vuelve a mirarte y pareciese que no te reconociese de inmediato. Luego niega con la cabeza de forma vehemente mientras saca la aguja de su brazo, sin que esto provoque que su piel sangre. Al menos ya no sientes el cosquilleo incómodo de la máquina, ni tampoco fluye tu sangre por el diminuto canal.

-¿Para eso quieres crecer, Mireille?- dice él y su mano va de nuevo a tu cabello. -Es hora de que sepas la verdad. Cuando creces eres infeliz. Estás triste y preocupado todo el tiempo. ¿Has visto en muchas ocasiones a tu madre contenta? ¿O a tu padre?. Todo el tiempo están ocupados, todo el tiempo están estresados, todo el tiempo están cansados. Ils sont malades...- dice mientras explica con un tono neutral, como un médico haciendo la prognosis rutinaria. -No serás una foto. Serás algo mejor. Eres más inteligente que un adulto, y podrás ser feliz Mireille, porque no te dolerá nada, porque no estarás afligida con la decrepitud a la que está condenado el mundo.- añade mientras te dedica una de esas sonrisas que deberían ser tranquilizadoras. -Estás recibiendo un regalo, un don. Anaïs te enseñó lo que debes decir en estos casos... ¿n'est-ce pas?- dice mientras hace una inflexión extraña en su voz. -Anda, ¿Cómo se dice?- pregunta.

Luego niega con la cabeza. -No, no. No te estoy robando tu sangre. Es parte de la culpa. Te prometo que sólo será un instante y la regresaré toda. Esta máquina...-dice mientras da una suave y cariñosa palmada sobre el aparejo metálico y oscuro sobre ti. Ignora tu súplica de ver a tu madre por completo -...es una máquina especial. Parecida a algunas que usan en los hospitales para tratar a los enfermos con problemas en la sangre. Eso es lo que pasará...- dice mientras saca una tercera aguja, y esta vez lleva sus manos hacia tus piernas. Sus dedos gélidos tantean tu pierna y levantan levemente tu bata. Sus ojos parecen buscar algo allí abajo, y con seriedad se voltea un instante. -Vas a sentir otro piquete- advierte. Sientes la aguja clavándose en la parte interior de tu pierna derecha, casi llegando a la entrepierna. Se siente incómodo y molesto. Luego quita la manquerilla que conecta la máquina con la aguja en tu brazo y la cambia por una diferente. Sonríe alentadoramente.

-Muy bien. Esta parte es muy delicada. La máquina sacará tu sangre y te inyectará una sustancia para ayudarte. Vas a sentirte muy fría y muy débil, pero sólo durará unos momentos. Estaré junto a ti todo el tiempo, y puedo tomar tu mano si te hace sentir mejor. Una vez termine el proceso, te inocularé la cura y podrás tener toda tu sangre de nuevo.- dice mientras se acerca y susurra. -Compórtate bien y acabaremos enseguida-

La máquina se enciende y comienza a zumbar. Ahora sientes el cosquilleo en el brazo y en la pierna, mientras el pequeño canal se tiñe de rojo. El ruido de fondo es continuo, constante, un repiqueteo, mientras sientes como tu corazón latiendo rápido comienza a perder velocidad, como tu respiración se apaga, como las fuerzas te abandonan a medida que tu sangre sale por aquel conducto. Y Stanislas observa silencioso, serio, dispuesto a apretar tu mano si así se lo pides. El frío comienza a aparecer en tus piernas primero. Luego tu brazo izquierdo, luego tu pecho, extendiéndose como un dolor incómodo, apagando cada una de tus extremidades, cada uno de tus órganos hasta que finalmente, respirar duele. Toses un poco y sientes un sabor incómodo en tu garganta. Ya no tienes energías y lo último que vez, en medio de las tinieblas que lo envuelven todo, de la horrible sensación gélida que posee tu cuerpo, es el rostro de Stanislas observándote muy atentamente. -Todo estará bien- es lo último que escuchas antes de que el mundo se desvanezca en la oscuridad.

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17/02/2017, 03:07
Mireille Bettencourt-Dumah

G-gracias —musitó Mireille por pura inercia al escuchar la pregunta de aquel que tal vez no era un huraño ni un radical, pero estaba claro que era un secuestrador. Ciertamente la niña no se sentía agradecida, ni mucho menos, pero años creciendo junto a Anäis la hacían saber con total seguridad que esa era la respuesta adecuada a esa pregunta. 

No tomó la mano del hombre, en lugar de eso, las suyas formaron dos pequeños puños apretados a ambos lados de su cuerpo. Se tensó con el pinchazo en su pierna y un nuevo sollozo movió su pecho y abandonó su garganta. Escuchaba todo lo que Antoine —o Stanislav— decía, pero su mente apenas lo retenía un instante. No podía dejar de pensar en sus padres, en lo asustados que debían estar al ver que no regresaba. ¿Habrían llamado ya a la policía? ¿Cuánto habría dormido? Tal vez sólo tenía que entretener lo suficiente a ese hombre para dar tiempo de que llegasen a rescatarla, n'est-ce pas? 

Regresó el zumbido de la máquina y Mireille sintió cómo se le erizaban los cabellos de la nuca. Sus labios se fruncieron en un mohín aterrado y sus ojos se empañaron de nuevo con las lágrimas que recorrían su rostro dejando una estela cálida tras ellas. Sentía el frío extenderse por su cuerpo y tuvo ganas de gritar, pero no se atrevía. Su garganta estaba tensa, incapaz de alzar la voz. Nunca, en toda su vida, había tenido tanto miedo. Ni siquiera cuando había entrado en el velatorio de su abuela por el desafío de Cé. Ni siquiera cuando se cayó de Tifón y se golpeó en la cabeza y se sintió mareada. Todo eso parecía una tontería al lado de la realidad y a cada segundo que pasaba la esperanza de que su padre echase la puerta abajo para rescatarla se iba desvaneciendo más y más, hasta que desapareció. Notó algo caliente en sus piernas y tardó algunos segundos en darse cuenta de que había perdido el control de su cuerpo y se había hecho pis. Tosió, pero no le quedaban fuerzas para alarmarse por aquella falta de autocontrol y de decoro. 

El frío llegaba ya hasta la punta de sus dedos y su mente comenzaba a adormecerse. Sentía la oscuridad cernirse sobre ella y de pronto, en el filo de la inconsciencia, ya no le parecía tan terrible. Tal vez así podría descansar. Estaba tan cansada... «Ya falta poco», pensó, intentando darse ánimos a sí misma, «enseguida podré dormir y todo acabará».

S'il vous plaît... —susurró con la voz tan débil que apenas se escuchó a sí misma. Sin embargo, no llegó a terminar la frase antes de que el frío acabase de inundar su cuerpo y sus párpados se cerrasen.

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18/02/2017, 11:19
Narración

Una eternidad y un instante transcurren al mismo tiempo. El mundo deja de existir y es como si durmieras plácidamente, sin tener pensamientos propios. Atrás quedaban tus memorias, tus miedos, tu vida. No existes durante ese brevísimo pestañeo, y no te preocupa, pues no tienes consciencia. Pero la sensación aparece. Tiene un sabor cálido y agradable, que te recuerda a un pasado no tan lejano. Sacude la oscuridad mientras tu garganta se inflama con aquel calor que se extiende lentamente y moldea la forma de tu cuerpo. Tus ideas fluyen de nuevo, tus recuerdos, el temor, todo lo que se había disuelto en las tinieblas mientras no existías, re-aparece, contagiándote de una manera distinta, diferente, menos fuerte, pero están allí.

Tu cuerpo responde con espasmos, tu respiración atropellada parece innecesaria, tus ojos se abren con fuerza y la luz entra por ellos, impidiéndote reconocer el lugar en donde estás. Las siluetas del mundo son manchas luminosas y borrosas que comienzan a tomar forma. La agujetas en tus brazos y piernas te hacen sentir cansada y débil, como si hubieses corrido una maratón. Pasan unos instantes antes de que los sonidos del mundo tengan algún sentido. Lo primero que vez es el extraño cono transparente, manchado de un color rojizo. El silencio del lugar choca con aquel horrible zumbido que recordabas hace unos... momentos. Una explosión de aromas sobrecarga tus sentidos de una manera desconocida y extraña. La asepsia del lugar te golpea como una aguja en tu nariz, mientras que el bulto sobre ti emana un vapor férreo distinguible que deja un gusto metálico en tu boca. También percibes el fuerte olor a orina que te impregna y un perfume extraño pero agradable no muy lejos de donde estás tú. No obstante, tu estómago no se siente bien , hay una curiosa rigidez en tu cuerpo y sientes un enorme apetito, una irritante necesidad de algo que no logras comprender, pero que te provoca una extraña emoción cargada de cólera.

-Je te l'ai dit. Tout va bien- la voz irrumpe en medio de aquella introspección. Pasan unos instantes y la reconoces. Es Stanislas. El miedo regresa, pero se siente diferente, pálido, menos real, menos energético. Puedes ver como se hace junto a ti, reconoces que el grato aroma proviene de él, y él, te observa con un aire casi paternal y tierno y una sonrisa. Acaricia tu frente y su fría temperatura no parece molestarte tanto. Sostiene otra manguerilla en sus manos que reconecta a la aguja en tu brazo, aún presente. Mueves un poco y con dificultad la pierna y no sientes la otra aguja que recordabas allí. Te sientes irritada, hambrienta, impaciente. -Te dije que te regresaría tu sangre. Esto calmará tu hambre y te hará sentir mejor. ¿Cómo se dice?- repite nuevamente. El canal se conecta de nuevo a tu brazo y Stanislas enciende la máquina que zumba con aquel infernal ruido, molesto y desagradable, mientras la manguera se colorea de un rojo oscuro hasta llegar a tu brazo, y a medida que ingresa lo que asumes es tu sangre, experimentas una sensación de placer, un momento agradable que aplaca la ira y la sed que se acumulaba en tu interior.

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23/02/2017, 20:36
Mireille Bettencourt-Dumah

Los ojos de Mireille se abrieron como dos resortes al mismo tiempo que sus labios también lo hacían. Boqueó, intentando hacer funcionar por puro instinto unos pulmones que parecían haber decidido que ya no necesitaban respirar, y un leve gemido brotó directamente de su garganta mientras la avalancha de sensaciones invadía todos sus sentidos, abrumándola. Demasiada luz, demasiados olores, demasiado silencio, demasiado de todo. 

Su mente parecía tratar de recuperar el tiempo perdido en ese instante eterno en que la pequeña había dejado de existir y los recuerdos la bombardeaban incesantes. La sonrisa del huraño ante las fotografías de un bouchon que se le antojaba lejano. La poesía. La mirada determinada de su madre. Los ojos preocupados de su padre. Las chuches del pirata. La aguja. El frío y la sangre. Su enfermedad. El castigo por la perfección. ¿O era un regalo? La aguja. La aguja. La aguja. Y el miedo. Podía sentir cómo algo se quebraba en ella, algo no estaba en su lugar... Pero no sabía qué era. 

Jadeó, sintiéndose tan llena de emociones y recuerdos como de sensaciones y, al mismo tiempo, tan vacía... Su estómago se apretaba en un puño, la garganta le ardía, ardía tanto... Y ese sabor en su paladar hacía que el hambre rugiese en sus venas. Tenía hambre. Tenía hambre YA. 

La voz del hombre la sobresaltó y sus ojos lo buscaron. Se sentía confusa sobre él, el miedo erizaba su piel, pero olía tan bien... Y ella tenía tanta hambre... Lo miró intensamente, con toda la necesidad que quemaba en su garganta y encogía su estómago. Su rostro pálido se crispó y su ceño se frunció. Ese enfado que se extendía como en oleadas por su interior la hizo emitir un gruñido que la impresionó a ella misma. Se negó a responder, demasiado irritada como para que la inercia pusiera en su boca esa respuesta que se esperaba de ella. Su mirada fulminó la máquina cuando el zumbido regresó y sus dedos se crisparon con el sonido molesto, se sentía tensa, rígida, enfadada... Pero sobre todo hambrienta.

Estaba tan cegada por el hambre que sentía que tardó algunos segundos en notar que la sensación se estaba calmando. El alivio recorrió su cuerpo de una forma tan placentera como sumergirse en una bañera caliente después de pasar todo el día cabalgando y Mireille suspiró. Sus ojos se cerraron con un inmenso alivio y todos sus músculos se relajaron a medida que el hambre disminuía y arrastraba el enfado llevándoselo con ella. 

—Gracias —musitó entonces, sin que pareciese una respuesta automática realizada por aprendizaje, pues en ese momento sí que se sentía totalmente agradecida.