Partida Rol por web

6 de Julio de 1936. Londres. Suburbios.

Tras varios días de espera, por fin había llegado el momento para Xinng Lau. El oriental se había procurado un pequeño apartamento en la propia ciudad de Londres, a las afueras, para intentar no llamar demasiado la atención. Aunque con la cantidad de miembros de su raza que pululaban por Londres en aquellos días, no era difícil. El imperio británico ya había colonizado muchas zonas asiáticas.

A primera hora de esa mañana, alguien dejó una nota en el lugar acostumbrado, una pequeña hoquedad tras un ladrillo suelto, en la parte posterior de la tienda de ultramarinos más cercana a la casa de Xinng. La nota era escueta, pero concisa.

Vuelo 113, 15:00. Recoja el paquete y llévelo a los aseos de la terminal.

6 de Julio de 1936. Londres. Aeropuerto Heathrow

La fuga de Berlín resultó ser lo más parecido a una de esas películas del cine, que a Hans nunca le habían llamado la atención. Hasta ahora. Había logrado subir sin mayores complicaciones a su aeronave, cuando de pronto la terminal del aeropuerto comenzó a llenarse de individuos vestidos sospechosamente igual, todos cortados por un mismo patrón: el negro.

Iban interrogando a cada pasajero de muy malos modos, hasta que, al no haber encontrado a su presa, optaron por dirigirse al propio avió que estaba a punto de despegar.

Hans se temía lo peor, pero la fortuna, por una vez, estuvo de su lado. Alguien muy importante debía viajar en ese mismo avión, alguien con la autoridad suficiente como para derogar la órden del líder de aquellos matones a sueldo del partido nazi, y hacer que el vuelo despegara puntual.

Hans no quería saber de quién podría tratarse.

Afortunadamente, el vuelo transcurrió sin mayores contratiempos, y al día siguiente, sin apenas haber dormido, el señor Von Wagner se encontraba aterrizando en la pista del aeropuerto Heathrow, el más grande de Londres.

Pues había empezado. Esa misma mañana había recibido el mensaje que le indicaba cual sería su siguiente paso. Habían pasado varios días sin novedades, y por un momento, el oriental pensó que todo se trataba de una broma o mejor, de una trampa para pillarlo aquí. ¿Quién iba a preocuparse por un oriental muerto en esta época? Además, con todos los chinos, coreanos y japoneses que había por aquí, nadie echaría en falta a uno de ellos.

Pero esa mañana, la nota lo había sacado de su sedentarismo".

Volvió a su casa a cambiarse de ropa y preparó un cartel con el nombre de la persona que tenía que ir a recoger. No sabía si iba a funcionar, pero era una opción. Depende como se encontrara con el paquete, actuaría de una manera u otra. No quería usar la violencia, pero si tenía que hacerlo, lo haría sin miramientos.

Aunque esperaba que no.

En pocos minutos, ya estaba de camino al aeropuerto, al encuentro de su trabajo.

No le gustaban los aviones. Pese a que pudiera parecer lo contrario, era un hombre al que le gustaba tener los pies en la tierra. Es por eso que, en cuanto se bajó del aparato, fue rápidamente hacia la salida del aeropuerto. Tenía que alejarse de aquel invento del demonio lo antes posible, y aunque ya había sudado lo suficiente dentro de él, no le importaba seguir haciéndolo por moverse a toda prisa.

Ya que no llevaba equipaje, tan solo el maletín y la ropa que llevaba puesta, la única parada sería en Aduanas. Sin correr, pero lo más rápido posible, dirigió hacia allí sus pasos.

Confiaba en poder pasar por allí sin problema.

El avión procedente de Berlín había llegado sin contratiempos, y los pasajeros comenzaban a descender de él, cada caul a lo suyo, unos siendo recogidos por amigos y familiares, otros dirigiéndose a las paradas de taxis que los llevarían a sus nuevos destinos.

Antes de todo eso, cada uno debía pasar por el engorroso proceso de las aduanas. Afortunadamente, vivían en el año 1936, la era moderna, y aquella incomodidad cada vez suponía menos dialción. Seguro que en el futuro habría máquinas que harían tan simple el proceso que apenas bastarían unos segundos para comprobar a cada viajero.

El viajero rubio portaba un simple maletín, junto con su abrigo. Se le notaba algo nervioso, pues dedicaba miradas a un lado y a otro cada pocos segundos, pero sin lugar a dudas, era exactamente igual a como le habían descrito, se fijó Xinng Lau.

Hans caminaba más tranquilo por la terminal, aún sin saber muy bien qué hacer, pero satisfecho por haber pasado sin problemas por la aduana. No obstante, cuando se disponía a salir por la puerta de la terminal, se fijó en un curioso hombrecillo de raza oriental que no le quitaba ojo, y que al parecer portaba un cartel con un nombre...

Xinng miró de reojo el reloj de la terminal mientras sostenía el cartel con el nombre del hombre que tenía que ir a buscar. Era la primera vez que iba a ese aeropuerto, y no conocía muy bien el lugar, por suerte, se le daba bien calar a las personas. Había visto a un hombre, con abrigo y maletín, que parecía algo nervioso. Comenzó a mirarlo, apretando los dedos en el cartel, a ver si era ese el hombre al cual tenía que llevar al hotel, pero al parecer, ese hombre no se daba cuenta que le estaban mirando.

Mismo no era él.

Pero era un buen dinero por recoger a un hombre y hacer un día de chofer.

Abrió lo más que pudo sus ojos orientales, mirando fíjamente al otro hombre.

Se acercó al personajillo bastante dubitativo. Esperaba que alguien viniera a recibirle, pero le sorprendió que fuese alguien de raza asiática. No era algo habitual.

Pensó en pasar de largo, su temor a las trampas iba en aumento y que conociesen tanto de su persona no hacía fácil fiarse de nadie. Pero habría sido inútil. Le miraba fijamente, sabía quien era, no había forma de escapar de aquello de una manera elegante.

Cuando ya solo les separaban un par de metros se paró en seco.

Soy yo. El señor Von Wagner, Hans. - Miró el cartel, no le gustaba nada ver su nombre escrito, a la vista de todo el mundo. - ¿Es usted quien me ha de llevar a... - Los nervios le habían jugado una mala pasada y repentinamente había olvidado el nombre de la empresa. Se palpó los bolsillos esperando encontrar, sin éxito, la carta que había recibido. - bueno... allí?

Xinng asintió. No podía hacer otra cosa ya que, no había entendido muy bien que es lo que le habían dicho. Sin embargo, si entendió el nombre de la persona que tenía que recoger. Volvió a asentir y sonrió. Le habían dicho que tenía que sonreir en el trabajo, ya que el cliente tenía que estar satisfecho con la atención recibida, y así lo hizo. Por un momento, pensó en estirar la mano para pedirle el abrigo y el maletín, pero con los nervios que tenía el hombre encima, lo más probable es que pensara que lo quería robar, por lo que simplemente, se colocó a su lado, guardó el cartel y aún sonriente, le pidió con un ademán de su mano que lo siguiera.

El hotel en el cual tenía que dejar a este hombre no estaba muy lejos, por lo que el taxi no saldría muy caro.

El oriental comenzó a caminar hacía los aseos de la terminal, acompañando al hombre. Mismo se quería aliviar antes de realizar un viaje largo hasta el hotel.

Xinng condujo al misterioso hombre alemán, que no parecía dispuesto a dar muchas más explicaciones, o que ni siquiera las tenía, hasta el lugar dónde le habían ordenado llevarle.

Los aseos del aeropuerto resultaban bastante repugantes, aquellos ingleses no eran famosos por su pulcritud, pero lo de ese lugar era realmente de vergüenza. No obstante, allí habían de ir.

Un hombre calvo se lavaba las manos en el lavabo de loza, bastante ajado, tras realizar alguna función corporal que no deseaban conocer. Echó un ojo hacia atrás cuando el oriental y Wagner entraron, y frunciendo el ceño, vaya a saber pensando qué, el tipo se secó a toda prisa y se marchó del lugar sin ni siquiera dar las buenas tardes.

El lugar se encontraba lleno de mugre, y disponían de tres cabinas con las puertas entornadas, que funcionaban sin duda como letrinas, a juzgar por el nauseabundo olor que desprendían.

Un ventanuco diminuto servía como única fuente de entrada de la luz del día, y una bombilla a punto de fundirrse parpadeaba en protesta a su solitario servicio.

Xinng dejó que el hombre pasara primero, y después, permitió con una sonrisa que el calvo que estaba en el lavabo se marchara sin hacer ningún comentario o movimiento extraño. Una vez supo a ciencia cierta que estaba sólo en el lugar, sólo con el hombre, cerró la puerta de entrada con pestillo y se colocó junto a la puerta.

Y esperó.

¿¡Pero qué cojones!?

Se apartó del oriental tras ver que cerraba la puerta, intentando no perder de vista el resto del lavabo.

Xinng Lau permaneció quieto.

Simplemente, pasó la mirada por el lugar, mientras sacaba de su bolsillo un collar de cuentas budistas y comenzó a pasar una a una entre sus dedos, mientras esperaba.

Si el hombre quería salir, tenía la autorización de darle una paliza.

Mismo le daría la paliza aunque no quisiera salir.

Escuchó que gritó algo en inglés, pero como no entendía el idioma, no le prestó nada de importancia. El hombre parecía asustado... y bien que hacía...

Pasaron unos minutos, unos incómodos minutos, en los que el silencio fue la tónica dominante. Ninguno de los dos extranjeros parecía atreverse a decir nada, ni saber muy qué hacer.

Las instrucciones para Xinng Lau habían sido muy concisas y claras, pero no decían nada más. ¿acaso sería una prueba para ver cómo se las arreglaban los dos?

Por el momento, no estaban seguros de qué hacer.

En ese instante entró un joven bien vestido, a la usanza inglesa, con su traje de tweed y su gorra de lana. Portaba un maletín de cuero, que dejó junto al lavabo mientras se aseaba. Cuando hubo acabado sus abluciones, y sin mediar palabra, se giró y salió por la puerta, dejando atrás el maletín de cuero.

Se mantuvo mirando hacia el oriental, del que empezaba a pensar que era mudo y que le iba a hacer algo malo. De espaldas al lavabo y con el trasero apoyado en él, esperó a que hiciese algo, pero sólo se mantuvo estático.
El hombre que entró seguidamente le asustó. No parecía estar demasiado pendiente de ellos, pero la tensión se podía cortar con una navaja.

Cuando se iba a ir, y viendo que se olvidaba el maletín, Hans le gritó - ¡Discul..." - aunque se lo pensó mejor, esperó a que se fuese y se agachó a recogerlo.

Cuanto más avanzaba aquella situación, más se parecía a una trampa. Pero si alguien abandonaba un maletín delante suyo, abrirlo era lo que había que hacer.

El oriental se quedó callado. Bueno, no es que haya hablado mucho... bueno, en realidad no dijo ni una sola palabra. Tampoco sabría que decir, o si lo que dijera el hombre que estaba con el encerrado en el labavo lo iba a comprender. Cuando otro hombre entró y dejó el maletín, supuso que al final, no estaba tan errado en haber entrado al servicio de caballeros.

El otro hombre salió del servicio dejando un maletín, el cual terminó en las manos del Van Beethoven este.

Y dudaba en abrirlo.

- 开那 - Dijo Xinng mientras señalaba con la mirada el maletín.

Viendo que al parecer, el rubito no le había entendido nada, colocó sus manos juntas, delante de su cuerpo, con la punta de los dedos señalando el maletín y las abrió por arriba, dejando el borde inferior de las mismas junto. Vamos, el típico gesto de abrir de toda la vida. Ese gesto es universal.

Si no lo entendía, a lo mejor se había confundido de hombre.

Y tendría que silenciarlo.

Rápidamente. Bueno, no, no tan rápido. Que sufra.

Hans abrió el maletín, intentando hacer caso omiso de aquel extraño oriental que le había tocado por guía.

En el interior de la cartera de cuero, el joven aleman encontró un juego de llaves, unido a un llavero en el que había escrita una dirección. También contenía un fajo de libras esterlinas cnosiderable, lo suficiente como para no pasar apuros durante unas semanas si se administraba bien, y una pequeña pero detallada nota.

Estimado señor W.

Nos complace ver que ha llegado sano y salvo. Por favor, tenga a bien instalarse en el apartamento que le hemos preparado, y familarícese con su nuevo acompañante. Es algo peculiar, pero de fiar.

Esperamos poder contar con su total colaboración en adelante, y le aseguramos que no correrá peligro alguno por parte de los agentes de los que se ha visto obligado a huir. Entretanto, desearíamos su ayuda y su inestimable talento como lingüista, para una pequeña tarea.

Por favor, acudan ambos el 10 de Julio a primera hora al aeropuerto, y reúnanse con el profesor Herbert Donaldson. El les explicará el resto.

Estirando el brazo le alcanzó la nota.

¿Conoce el idioma? ¿Me podría llevar a esa calle o indicar como se llega, por favor?

Tras comprobar que la parada en el baño no fue inútil ni peligrosa, se mostraba menos receloso con aquel tipo. Aunque el resto todavía le escamaba.
Al menos no olía a nazi.