Partida Rol por web

Iba a decir algo al pizzero, pero, ¿qué le podía decir? Llevaba razón. No era más que una extraña allí y no tenía derecho ni siquiera a querer proteger al niño. Solo podía desear que Willie se quedara en la parte de atrás de la pizzería y que los problemas no llegaran hasta allí. Para cuando quise reaccionar Izzy y Sam ya se habían dirigido a la parte delantera de la pizzería, donde imaginaba que estaría la fiesta. Decidí que lo mejor sería aparecer un poco más allá girando por la esquina opuesta que habían tomado ellas.

Al girar vi sin problemas la compañía de la que nos había avisado Robert. Dudaba que el padre de todos fuera a dejar pasar aquella afrenta, así que me preparé para ayudarles como mejor pudiera. Si pretendían sacar armas seguramente me daría tiempo a quitárselas antes de que pudieran usarlas…

A pesar de la altura de Dino, miró al trío desde abajo, ya que se encorvaba un poco en ese disfraz. Por dentro, sonreía. Tal vez podría sacar el enojo al fin y al cabo. Además, tanto en la guerra como en los negocios, la sorpresa no había que malgastarla.

-No suelo equivocarme...- dijo tiernamente en voz baja, mirando al que hablaba.

Y sin perder tiempo, y aprovechando su apariencia ilusoria para que no se lo esperara, golpeó al de la voz cantante con el canto de Gungnir para noquear al matón con el temblor que le produciría. Acto seguido buscaría cobertura, tomando distancia de los matones que lo amenazaban tan burdamente.

En un rápido movimiento para alguien de su edad, Dino lanzó su bastón contra la sien del matón, quien ni siquiera hizo ademán de esquivarlo. El tremendo golpe, que debería haber mandado al suelo con el cráneo abierto a cualquier persona normal, apenas parecía haber afectado al tipo, quien le dedicó una sonrisa malvada.

Dino se escabulló del corrillo de matones, preguntándose qué diablos eran aquellos tipos...

Aún no se había acostumbrado a ver cómo Dino, o al menos la imagen que mostraba al mundo, se movía con tanta rapidez. Un golpe como ese habría lanzado al suelo a un ciudadano normal de La Ciudad. Pero esos tipos no son normales. Su primer instinto fue tomar el libro y llamar a algún tipo de fiera salvaje para enfrentarlos a ellos. Había decenas de historias en las que mencionaban a osos, zorros y lobos, pero aún no se sentía cómodo invocando animales. Y sin embargo llamé a la Muerte, menudo necio.

Pero tenía claro que debía distraerlos para ayudar a sus compañeros, ya fuera a escapar o a enfrentarse a ellos. ¿Y qué buscaban esos tres y su mafia? El dinero. Abrió el libro de un golpe y las páginas volvieron a danzar ante sus ojos —Pero en el mismo instante comenzaron a caer las estrellas del cielo y al llegar a la tierra se volvían hermosas monedas de oro y plata —a sus ojos, las gotas de lluvia se transformaban en billetes antes de tocar el suelo, revoloteando con la brisa y cayendo sobre los matones dócilmente.

«"No seréis polis"... Hijo de puta» Pero para Izzy había ventajas en no ser policía, como poderles partir la boca a tres malnacidos sin tener que presentar un informe después con cualquier excusa que lo justificara.

De repente, el agua a su alrededor pareció convertirse en algo más sólido. Billetes. Sonrió agradeciendo a Robert la distracción mientras invocaba una ráfaga de viento que la impulsó hacia Dino y los tres matones. Agua y papel golpearon el rostro de los tres tipos e hizo volar alguno de sus sombreros mientras la detective se acercaba a una velocidad sobrenatural concedida por el poder del viento. En la academia había aprendido, como todos los policías, técnicas básicas de combate cuerpo a cuerpo, pero las calles habían sido su mejor maestro y unas cuantas peleas de bar le habían servido tanto para aprender a pelear como horas en el tatami de la academia.

Impulsada por el viento, Izzy chocó contra uno de los tres tipos... con la rodilla por delante a la altura de su entrepierna. Aprovechó el impacto para girar, levantando el codo a la altura de la mandíbula del matón al que ya había golpeado Dino. El choque sirvió también para estabilizar su giro y equilibrarla para continuar avanzando con la ráfaga de viento y ponerse fuera del alcance de los matones. Sin decir una palabra, se giró de nuevo hacia ellos, observándoles con atención por si se decidían a sacar sus armas.

Aquella situación me tenía completamente desconcertada. No entendía como estaban actuando, como se interconectaban sus movimientos. ¿Ibamos a darle una paliza a esos mentecatos o pretendíamos crear una distracción para huir? Analizaba la situación una y otra vez. Reproducía diferentes escenarios en mi cabeza con sus posibles resultados como si fuera una partida de ajedrez 3D… y eso me retrasaba en tomar una decisión.

Tragué saliva. Había logrado ver dónde guardaban sus armas. Si conseguía quitarles sus armas estarían en desventaja por estar desarmados o al menos estarían distraídos mientras las buscaban y no las encontraban.

Me teletransporte a lo alto de un edificio cercano desde donde podía verlos bien y mantenerme lejos del peligro. Desde allí invoqué el poder de desplazarme y desplazar objetos (al final todo es información) de un lugar a otro. Podía sentir como estiraba mis poderes al máximo. Una cosa era teletransportarme yo sola a un lugar que conocía o podía ver, y otra muy distinta crear pequeñas ventanas espacio-temporales a través de las que en un parpadeo coger sus armas y dejarlas a través de otra ventana en nuestro almacen, todo ello a supervelocidad para poder hacerlo sin que se dieran cuenta y hacérselo a todos.

Me agaché sobre la cornisa al terminar, tanto porque no me vieran, como porque empezaba a jadear y sudar bajo la lluvia por el esfuerzo.

Siempre era sorprendente ver como el “Abuelo” resultaba ser posiblemente el que mejor forma física tenía del grupo. Sin embargo, ver cómo aquel extraño aguantaba casi sin inmutarse el impresionante golpe era a partes iguales increíble y decepcionante.

La lluvia se había transformado en dinero que caía con fuerza sobre la acera y Ary parecía agotada aunque no tenía demasiado claro lo que había hecho. Normalmente era más rápida que la vista. E Izzy ya había logrado encajar un par de golpes más sobre aquellos indeseables. Todos sus compañeros se estaban esforzando para crear distracciones o forzar un hueco en las defensas de esos matones y Sam se moría de ganas por aprovechar ese momento.

Las sombras en torno a los mafiosos se arremolinaron y se volvieron duras como el acero. Podría haberles dado una forma afilada como una cuchilla pero, a pesar de que Umbra lo deseaba, sólo se formaron unos oscuros zarcillos. Sam se abandonó a la furia que tanto le había costado contener aquel día y, sin siquiera tratar de ponerse a cubierto, ordenó a las sombras que se lanzaran con fuerza sobre sus enemigos. En particular, sobre el hombre que había recibido el impacto de Dino. Si lograba noquear a uno con ese golpe, la superioridad numérica sería abrumadora.

Tras el movimiento de Dino, el primero en reaccionar fue Robert, quien rápidamente echó mano de su libro. Ni siquiera tuvo que buscar el cuento en el que estaba pensando, parecía que aquel libro se abriera siempre por la página adecuada. De repente las gotas de lluvia sobre los matones se empezaron a transformar en billetes de banco, cosa que hizo que los mafiosos perdieran un momento su atención mirando extrañados al cielo (distraídos-2).

Esa pequeña distracción fue la señal para que Izzy y Sam se lanzaran al ataque. Mientras la primera se impulsaba como un vendaval, clavando el codo y hundiendo la rodilla en dos de los matones, Sam convocaba a las sombras mismas, haciendo que unos zarcillos de oscuridad los envolvieran y estrangularan. El ataque combinado fue demasiado para los mafiosos, que cayeron al suelo noqueados.

El tercer y último individuo, casi sin poder creerse lo que acababa de pasar, se llevó la mano nervioso al interior de la chaqueta. Pero en esos momentos Amanda pudo ver lo que había estado buscando desde su atalaya: la culata de una pistola en una funda de americana. Amy usó sus poderes de alterar el espacio-tiempo, y un nanosegundo después, un parpadeo de Matrix más tarde, la pistola ya no estaba allí.

Aquella fue la gota que colmó el vaso para el gángster que quedaba en pie, quien decidió que se estaba enfrentando a algo que, esta vez, lo superaba. Dando media vuelta, echó a correr por el callejón, dejando abandonados a su suerte a sus dos compañeros inconscientes.

Izzy vio cómo el tercer matón se escapaba y, por un momento, estuvo tentada de impedirlo. Pero no merecía la pena y, quienquiera que hubiera mandado a estos tipos acabaría recibiendo el mensaje de una forma o de otra.

En vez de eso, se acercó a los dos que estaban tumbados en el suelo. Con un movimiento reflejo, llevó la mano a la parte trasera del pantalón, donde solía llevar las esposas, sólo para encontrarse con que no estaban allí. «Mierda puta», pensó en silencio. Apoyando la rodilla sobre la muñeca de uno de los matones, retiró su chaqueta para coger del interior la pistola y la cartera del tipo, y le registró rápidamente buscando cualquier otra arma o documentación que pudiera llevar encima. Cuando terminó, hizo lo propio con el otro, guardando en el interior de su cazadora todo lo que creyese que le podía resultar útil. También cogió uno de los sobreros que habían quedado en el suelo, aunque desgraciadamente, le quedaba algo grande.

Se levantó, reprimiendo el instinto de darles una patada de regalo en las costillas y miró a su alrededor. La licorería.

— Necesito un trago — dijo dirigiéndose hacia allí, con la mirada hosca. El alcohol había sido uno de sus refugios cuando la expulsaron de la policía. No es que antes bebiese poco, al contrario, porque le servía para lidiar con toda la mierda que veía en su trabajo, pero desde entonces se había convertido en  una costumbre.

Sin esperar a sus compañeros, se dirigió al local en el que sabía que antes había estado Robert, pero desconocía con qué resultados.

Amanda se puso en pie a duras penas extenuada por el esfuerzo. Vio como se daba a la fuga. ¿Debía dejarlo huir para que corriera la voz de que eran peligrosos? Eso podría venirles bien, para que quien quiera que los había mandado supiera que no se tenía que meter con ellos… o podía explotarles en la cara y que mandaran a tipos más peligrosos la próxima vez y no tuvieran tanta suerte. ¿Entonces debía ir a por él? ¿Y qué hacer ella sola contra él? Lo suyo no era combatir.

Era un mar de dudas.

Ya casi no podía verlo desde su posición. Por las pistas que dejaba al correr y la ruta que había seguido hasta el momento podía intuir la dirección en que giraría cuando estuviera fuera de su alcance visual.

Tomó una decisión.

Concentró al máximo las energías que le quedaban para desplazarse tan rápido en un parpadeo, yendo más allá de la distancia de seguridad para teletransportarse, lo cogería en plena carrera y lo llevaría de vuelta junto al equipo antes de que pudiera reaccionar y… y… y ella… se… pondría… a salvo… Oh, mierda… esto… no…

Lo habían conseguido, superar el primer obstáculo de aquella turbia aventura. Bueno, sus compañeros lo habían hecho: Dino y Elisabeth les habían dado una somanta de palos, mientras Samantha los sujetaba con esos zarcillos de oscuridad suyos. ¿Dónde se ha metido Amanda? Él se había limitado a hacer llover dinero, sin saber si había sido de alguna ayuda. Y mientras el papel moneda se empapaba en la acera y la ex-policía se marchaba en dirección a la licorería, él se preguntaba cuál sería el siguiente paso. Uno de los matones se había escapado, huyendo con rabo entre las piernas, ¿importaba mucho? Bueno, no podían llamar a la policía para que se los llevaran porque suscitaría demasiadas preguntas. Y como el resto seguían vivos, en cuanto recuperaran la consciencia se unirían con el fugado. Un simple factor de tiempo.

—Da recuerdos —respondió a Elisabeth con un leve gesto de la mano. Una brisa se metió por el cuello de la gabardina, haciéndole estremecer y recordándole que estaba bajo la lluvia. A este paso voy a coger una pulmonía—. Yo voy a entrar en calor mientras tanto.

Se sentía algo mejor que tras el rapapolvo con el dueño de la licorería, el cual seguramente estaría encantado de que hubieran demostrado que no eran unos aficionados. Así que decidió echar un ojo en la lavandería mientras aprovechaba para secarse un poco y entrar en calor. Sólo faltaba que enfermara y no pudiera asistir a su próxima cita con su hija.

La detective se paró y miró un momento a Robert, frunciendo el ceño.

— ¿Qué pasó ahí dentro? — le preguntó, haciendo un gesto con la cabeza hacia la licorería, extrañada por el tono en el que le había dicho que diera recuerdos.

Se quedó pensativa un momento al mirar a la lavandería. — "La vieja alcahueta" de la lavandería, sabe quién está detrás de todo esto — le comentó, encogiéndose de hombros, desvelando en parte lo que le había revelado el viento.

Levantó la cabeza para mirar la lluvia, que había levantado parcialmente la siempre presente niebla de la ciudad, y entró finalmente en la tienda.

Ya era noche cerrada, y las pocas farolas de la Plaza Miller lanzaban sus globos de luz mortecina, intentando imponerse sin demasiado éxito a la oscuridad y a la lluvia. La lluvia les calaba ya hasta los huesos, aunque los dos matones tendidos en el suelo, con la cara contra los charcos del asfalto, seguro que se levantarían con un resfriado peor.

Izzy registró a los matones, quitándoles sus armas y echando un vistazo a sus carteras. Aparte de un permiso de conducir y unos cuantos billetes, no encontró nada de interés, aunque uno de ellos llevaba también un paquete de tabaco y unas cerillas con un logo del "Bar de Rusty", incluyendo una dirección de aquel mismo barrio.

Echando un vistazo a la plaza, vieron que la mayoría de negocios habían cerrado ya, incluida la lavandería que Robert quería visitar. Lo cierto era que ya era tarde, y probablemente algunas persianas se habían bajado apresuradamente si alguien había visto la pelea.

Solamente permanecían abiertas la pizzería (aunque le habían dado la vuelta al cartel de la puerta, de manera que mostrara "Cerrado") y la licorería, que seguramente estaba abierta hasta más tarde debido al tipo de clientela.

Malditos entrometidos. Corría sin mirar atrás, sin pensar en la lluvia ni en sus zapatos italianos metiéndose en los charcos. ¿Zapatos italianos en los charcos? ¿De qué le sonaba eso? Sacudiendo la cabeza, dobló otra esquina, y se encontró en un callejón. Un niño con un estúpido paraguas infantil hablaba con una mujer rubia. Le sonaba la cara de aquel niño...

Corría sin mirar atrás, sin pensar en la lluvia ni en sus zapatos italianos metiéndose en los charcos. ¿Zapatos italianos en los charcos? ¿De qué le sonaba eso? Sacudiendo la cabeza, dobló otra esquina, y se encontró en un callejón. Un niño con un estúpido paraguas infantil hablaba con una mujer rubia.

"Un momento, joder, esto ya lo he vivido... ¡Están intentando joderme otra vez!". Miró nervioso a su alrededor, sentía el mismo escalofrío que cuando había desaparecido su pistola, la misma carga eléctrica que le erizaba los pelos de los brazos.

Maldiciendo, cogió al niño, quitándole el estúpido paraguas de un manotazo. La mujer rubia parecía haber desaparecido, así que mejor para él. Se dio la vuelta, cogiendo al chaval con un brazo y sacando su navaja automática con el otro. Se la puso en el cuello.

- ¡Muéstrate, hijo de perra! ¡Sal que te vea o te juro por Dios que me cargo al crío!

Oh, mierda. ¿Qué había pasado? ¿Un deja-vu? Mierda, otra vez no…

La había vuelto a cagar por forzar demasiado la máquina… y ahora era Willie quien podía pagar las consecuencias de mi estupidez. No podía permitirlo. Sin pensarlo, sólo actuando por instinto, salí de donde estaba con las manos en alto.

- Vale, vale. Tranquilo. Soy inofensiva, tío. Sólo estaba hablando con el crío. Venga, déjalo ir, es sólo un crío. Si quieres coger a alguien, cógeme a mí, ¿vale? – le dijo aguantando lo mejor posible el mareo del deja-vu…

Oh, mierda… no…

Sin previo aviso la cuatro quesos que acababa de comer hacía nada estuvo decorando el suelo del callejón a su lado. Al menos había reaccionado a tiempo para no salpicar hacia donde estaba el gangster.

Esto es lo que más odio de cuando la cago…

Habían logrado despachar a aquellos matones de aspecto imponente en apenas unos instantes. Sam se quedó de pie bajo la lluvia durante un instante mirando a los dos hombres derribados. Como aquella misma noche habían logrado comprobar, cuando trabajaban eran desorganizados, independientes y un verdadero desastre. Sin embargo, en aquel momento, todos los movimientos parecieron encajar como si se tratara de una jugada ensayada. “Tal vez, sí que nos hayamos encontrado por algo.” pensó aunque nunca había creído en el destino.

La “magia” desapareció cuando todos comenzaron a desbandarse como pollos sin cabeza. Ary había desaparecido antes de que pudiera decir nada e Izzy parecía tener asuntos que resolver con una botella. Solía hacerlo cuando se ponía nerviosa. Robert tenía una postura algo rara, parecía dolorido o algo así. Ambos la preocupaban y su mirada pasó de uno a otro alternativamente mientras la detective se alejaba.

- ¿Y vamos a dejar a estos tíos aquí en medio? Pueden levantarse en cualquier momento y seguro que tienen información sobre quién les ha enviado. Deberíamos interrogarlos o algo, ¿no?

La pregunta no iba dirigida a nadie en particular pero tenía la esperanza de que alguno se ofreciera a ayudarla.

Dino, que había quedado sorprendido ante la serie de eventos que se habían sucedido luego del lanzazo que le había hecho al gángster (que por cierto le preocupó la resistencia de éste), entendió tan poco como Samantha el por qué todos se empezaron a ir cada uno por su lado como si no pasara nada. Ya el otro se había ido lejos de su alcance, pero había dos que tenían que aprovechar.

-¿¡Qué hacen?!- exclamó en un grito contenido, levantando los brazos exasperado -Robert, Samantha, Elizabeth, tenemos que atarlos y meterlos en el auto- dijo, señalando la carcacha estacionada que no era tal cosa -Tengo precintos ahí-

En realidad, tenía de todo en ese automóvil, pero no venía al caso.

-No puedo creerlo...- murmuraba el viejo -No podemos desperdiciar esta oportunidad...-

Y mientras agarraba por las axilas a uno, miró hacia todos lados, mientras esperaba que alguno se le sumara.

-¿Y la niña? ¿Amanda?- preguntó preocupado, aunque nunca admitiría que lo estaba.

¿Qué pasó ahí dentro? 

No llegó a responder a su compañera. Estaba tan avergonzado de lo sucedido que simplemente se encogió de hombros y miró hacia la lavandería. Cerrada. Un vistazo a su reloj de pulsera le confirmó que era tarde, y un murmullo en su estómago le hizo pensar en si había comido siquiera. ¿Un sandwich? No, eso fue ayer. ¿Y hoy? Ensalada del Fresh Market, sí. La lechuga estaba rancia.

—Sabes... que técnicamente eso sería un secuestro, ¿verdad? —mencionó a Dino, acercándose al voladizo mientras sujetaba el libro contra su cadera. No le ayudó, le dolía el hombro y estaba seguro de que se haría más daño si cargaba a esos mastodontes. Además, Samantha estaba ahí y siempre había detestado que se pensara en los varones únicamente como animales de carga— Si los llevas al coche y alguien nos sigue, les llevarás directos al almacén. Tenlo en cuenta.

Elisabeth tardaría un tiempo en regresar de la licorería, seguramente con la información que él no pudiera conseguir. Así que no tenía más que hacer que ver cómo Dino cargaba los cuerpos para meterlos en el coche. La imagen de un poderoso hombre de negocios, quien enarbolaba un poder divino, bajo la lluvia cargando un cuerpo le resultó descorazonadora. Ah... maldita sea.

—Deberías pensar en contratar seguridad o algo —mencionó, liberando el poder de su libro y llamando a los siete enanos más famosos de la literatura juvenil. A ojos de cualquier curioso no serían distintos a personas normales y corrientes, sólo que más bajitas de lo habitual—Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que excavaban y extraían metal en las montañas. Encendieron sus siete farolitos y ayudaron al anciano a llevar los cuerpos al coche.

Cita:

- Ya, inofensiva, y una mierda. He visto lo que habéis hecho a mis colegas. ¿Qué has hecho con mi pistola, eh? ¿Quién cojones sois vosotros?- dijo el matón, que seguía sin soltar a Willie, y estaba cada vez más nervioso. En cualquier momento, podía cometer una tontería.

Por su parte, el pobre niño tenía cara de estar muerto de miedo, aunque se estaba portando como un campeón, sin moverse ni protestar.

Izzy asintió en respuesta a Dino, sin mirarle, asumiendo que cualquier otro podría encargarse de ese trabajo, y entró en la licorería.

— Una botella de Jim Beam, por favor. En bolsa de papel — añadió. La legislación sobre las bebidas alcohólicas era muy particular aquí: no estaba permitido beber en la calle, pero mientras la botella estuviera en la bolsa podías alegar que la llevabas a tu casa. Daba igual que estuviera abierta o que te pillasen directamente dándole un trago, siempre y cuando estuviera en su bolsa. Paradójico, ¿verdad? Pues ese tipo de mierdas era con lo que había tenido que lidiar Elisabeth en su trabajo y que le habían llevado, precisamente, a aprovecharse de ese resquicio legal.

Abrió las carteras que acababa de requisar (no, ya no tenía placa, así que era robar) de los tipos de la calle y sacó unos billetes para pagar la botella. — Si quiere también el sombrero, a mí me queda grande. Y al tipo que lo llevaba, ahora también — dijo, encogiéndose de hombros. Recogió la botella e hizo girar el tapón para abrirla antes de darle un pequeño trago. — Al menos ahora tendrán otra gente a quien buscar e igual os dejan en paz un rato, ¿no crees? — Era igualmente probable que decidieran apretarles las tuercas a modo de retribución.

Miró un momento al encargado y le realizó una sencilla pregunta. — ¿Sabes para quién está trabajando esa gente?