Partida Rol por web

Bill se lía a mamporros con los cuervos y consigue cazar a uno con su azada, clavándolo contra el suelo de forma que lo parte en dos. Mientras Batracius intenta arrastrar el saco, o lo que queda de él, dentro del cobertizo. No es muy complicado ya que los múltiples agujeros practicados por los pajarracos han hecho que el grano se desparrame en buena parte por el suelo. La parte buena es que de esta forma, es más fácil de arrastrar, claro. Al poco rato, el saco con aproximadamente un tercio de su contenido está a salvo dentro del cobertizo donde Bonnie, desesperada y atemorizada se refugiaba sin saber muy bien qué hacer.

Con el saco ya a salvo, Batracius concentra sus esfuerzos y su exiguo poder telekinético en imposibilitar el vuelo a las aves o darles leves empujones hacia la espiral de destrucción que es Bill, armado con su letal azadón.

Cualquiera que le vea, sin embargo, no sabrá de de esta compleja estrategia y sólo verá a una rana verde enorme agitando las patas delanteras arriba y abajo como si fuera imbécil.

¡Vamos Bill! ¡Acaba con ellos!

En el fondo Bill era un lutín lo suficientemente pacífico como para no querer acabar con la vida de aquellos pájaros. De hecho, mientras observaba las dos mitades del pobre bicho se sorprendió de haber sido capaz de partir en dos a un cuervo. Él sólo quería asustarlos, aunque estaba claro que descuartizar a un congénere delante de tus narices asusta bastante...

-¡Largaos de aquí malditos y os perdonaré la vida!- gritaba mientras trataba de cazar a otro.

Desde un rincón observo con atención como mis compañeros luchaban contra esos pájaros negros,  admiré por unos minutos a Batracius hasta el punto de esbozar una sonrisa y festejé con aplausos la valentía de Bill pero más allá de eso, nada más pude hacer. 

Mis poderes estaban caducados o el efecto de la vomitona hacía mella en mi. No lo sabía, simplemente la Reina de los Lutines estaba rendida ante el oscuro poder de los cuervos. ¡Moriré por la desgracia de ser cobarde! 

Al menos lo tenía asumido y una reina puede tener enemigos,  por esa razón aquellas aves eran declaradas bajo mi palabra: Animales no gratos de mi magnificencia.

Y luego de aquella declaratoria decisión, me incorporo para juntar un poco de coraje y darle un beso a Batracius, era mi héroe. Al finalizar,  ayudo con el saco y espero a Bill para que se deshaga de esas cosas. 

Bill se dirige a atacar a otro cuervo, que parece que va a esquivar cómodamente su ataque con un vuelo rasante, pero de pronto, algo falla y el cuervo se estrella contra el suelo, momento que Bill aprovecha para cercenarlo con su azadón. El cuervo restante parece haber aprendido la lección e intenta alejarse. Sin embargo, algo falla. El cuervo intenta desesperadamente levantar el vuelo pero una fuerza lo empuja en dirección contraria, haciéndole descender y dejándolo a merced de Bill "azadón sangriento" Barril.

Mientras tanto, la apesumbrada Bonnie, consigue hacer acopio de valor ante el giro de los acontecimientos y se levanta de su rincón para celebrar la inminente victoria propinándole un sonoro ósculo a Batracius que, a diferencia de lo que algunos pudieran pensar, no se convirtió en princesa, ni en ninguna otra cosa.

No estaba disfrutando en absoluto de la matanza de aves, pero sabía que lo primero era la tarea que tenía encomendada. Levantó su ensangrentado apero y lo descargó sobre el ave que, por alguna razón, no despegaba su plumífero trasero del suelo.

-En fin amigo emplumado, c'est la vie- dijo mientras el arma improvisada trazaba un arco descendente.

Los impedimentos telekinéticos que Batracius había causado a los cuervos permitieron que Bill acabase al fin con ellos. Ya sólo quedaba uno, y ni siquiera podía volar. ¡Victoria!

Pero Batracius aún estaba manoteando cuando, de repente, sintió un contacto húmedo en la mejilla acompañado de un sonoro *MUAAK*. Quedó petrificado. Lentamente giró su cabeza para encontrarse la cara de Bonnie, sonriente, incómodamente cerca.

¡Ah! ¿P-p-p-pero q-q-qué...? -farfulló confuso y ruborizado.

Su mente era una nebulosa de dudas y sentimientos extraños. Atrás quedaba la euforia de la masacre ornitológica.

Finalmente era una victoria asegurada y al margen de sentirme una completa inútil por temor a esos bichajos, estaba feliz por la labor de mis compañeros.  Y como era de esperar, agradecí tal muestra de valentía a Batracius con un delicado y húmedo beso en su mejilla. 

La reacción no era la esperada por varias razones,  no se había convertido en príncipe y sus palabras lograron confundirme un poco. Sin embargo,  una reina tiene altura y elegancia ante las situaciones incómodas. 

- ¡Oh Batracius! Sólo ha sido una muestra se gratitud por tu labor, nada más. - expreso un tanto sonrojada,  tampoco le había vomitado encima pero comprendía su reacción en parte. No cualquiera recibe un cálido beso de Bonnie la Reina de los Lutines. 

Ahora luego de solventar con suma diplomacia el momento afectivo,  agarro unas semillas con mis manitas y me dirijo hacia los surcos,  un poco de asco me daba los animales muertos pero había que terminar la tarea. 

Mientras Bill machaca al último y desvalido cuervo, es sorprendentemente Bonnie, la última que cualquiera hubiera pensado, la que se acerca al labradío y comienza a echar las semillas ante la impertérrita y amenazante mirada del espantapajaros sobre el cual, los cuervos estaban posados cuando llegásteis.

Cansado y algo triste por la masacre aviar, Bill arrojó todo lo lejos que le permitieron sus músculos la ensangrentada arma,se dio la vuelta y se sorprendió al ver a Bonnie acarreando el saco agujereado y comenzado a arrojarlas en el sembrado.

Agarró un azadón limpio y se puso a ayudar a la reina de los lutines tapándolas con tierra.
Mientras trabajaba vio al espantapájaros que había sido testigo mudo de la contienda.
-¿Y tú qué miras?-

Eh... Umm... Gracias -consiguió contestar a Bonnie, mientras intentaba adoptar una pose digna.

Bonnie se lanzó a dar el cayo de inmediato, mientras Bill se deshacía de su cruenta arma, así que Batracius se ajustó su chaquetón y salió del cobertizo, dispuesto a ayudar. -Vuelta al trabajo...

Recuperando la azada que había abandonado ante el ataque córvido, Batracius continuó labrando la tierra en la que Bonnie después arrojaba las semillas.

Al parecer todo volvía a la normalidad, Batracius hacía los surcos y yo sembraba a través de un grácil movimiento. Por algún motivo, al darle un beso al Lutin me sentía muy feliz. ¿Sería producto del amor?  ¿Sentía mariposas horrendas en mi estomago? No sabía que pensar,  intentaba darle una explicación pero no desconocía el motivo. 

- Ehmm Batracius... Te salen muy bien los surcos. - expreso un tanto ruborizada,  sin querer se me había escapado un halago hacia él y por mera vergüenza seguí el camino sembrando con más velocidad. No vaya a ser que los nervios me traicionen y una comilona riegue la tierra. 

Ah, esto, gracias Bonnie. -dijo sin dejar de hacer surcos. No comprendía nada de porqué la conversación se le estaba haciendo tan incómoda. ¿Qué estaba sintiendo? No podía ser amistad (algo que también le era un poco ajeno), porque Bill le caía bien y tras lo vivido en la última hora lo consideraba su amigo, y no sentía nada raro al mirarle a la cara... ¿Era realmente ese mito conocido como "amor" que había leído en tantos documentos de índole ficticio-romántica?

Le dio la sensación de que debía devolver el cumplido, así que se estrujó la cabeza para proferir uno.

Tú siembras las semillas de forma muy... -mierda, ¡no sabía qué decir! Esto no le había pasado nunca, os lo juro como narrador de su vida que soy- ¿princesil? -dijo tentativamente tras la incómoda pausa.

El espantapájaros no respondió a la pregunta de Bill, pero parecía mirar allí donde estuviesen los lutines, haciendo sus tareas. Resultaba un tanto inquietante. Pese a ello, los tres sirvientes infernales cogieron ritmo y consiguieron realizar sus arduas tareas sin más incidencias. El sol ya estaba en lo alto de todo para cuando consiguieron realizar la siembra y los lutines sudaban copiosamente debido a sus efectos. Algo fresquito para beber no habría estado de más, pero no parecía haber por allí ningún sitio donde conseguir nada de beber.

¿Qué harían ahora nuestros lutines?¿Seguirían investigando los jardines?¿Volverían a sus quehaceres dentro de la torre?¿Intentarán hacer peyas?...

-Pfffffff- los mofletes de Bill se hincharon aún más de lo habitual cuando una risa acudió a su boca. -¡Id a una posada!- bromeó mientras seguía con su labor de labranza. Aquéllos dos le caían bien...

Una vez acabado el trabajo se sentó junto al cobertizo para recuperar fuerzas tras la pelea y la dura siembra.

-Entre los tres hemos realizado dos tareas de la lista, seguro que los demás tienen el resto controlado.¿Por que no descansamos un rato o buscamos algo con lo que remojarse el gaznate, preferiblemente con unos cuantos grados...- dijo recostándose con la cabeza apoyada en las manos cruzadas en la nuca.

Bajo la mirada sonriendo tímidamente. - Oh gracias Batracius, estoy aprendiendo a sembrar nunca lo había hecho. - respondo cuando de tanto ir y venir con las semillas paso por donde se encontraba. ¿Que me sucede con Batracius? ¿Me gusta? Eso que sienten las princesas por los príncipes que las rescatan... Ah eso... ¡Si! - pienso al terminar de colocar la última semilla mientras lo miraba como tonta enamorada. 

Sólo que la voz de Bill y el comentario que no había captado demasiado, hizo que llevara lo que había quedado del saco a su lugar y guardarlo. Luego tomo asiento un rato, la actividad me había agotado y esperaba que Batracius se sentara conmigo. - Batracius tu...  ¿Necesitas ayuda con tus cartas? - pregunto sonriendo mientras le dedico una mirada de lutina atontada por el efecto amor/lutin/demoniaco.

Parece que tras mucho esfuerzo, ya habían terminado de sembrar el huerto. Y sin más incidentes, que era de agradecer.

Ah, gracias por el ofrecimiento Bonnie, pero ya las he ordenado antes -dijo dándose unos golpecitos orgullosos en el abrigo, a la altura del pecho donde guardaba las susodichas misivas.

Que yo recuerde no había ninguna tarea más en exteriores. Si queréis podemos dar una vuelta para descansar, pero luego deberíamos volver a comprobar que el resto de esos zascandiles están haciendo su parte del curro.