Partida Rol por web

Gerdie estaba enfadada. Se le notaba porque sus mejillas habían adquirido el mismo tono que una cereza y apretaba con fuerza sus puños.

- ¿Y te crees que mi vida vale más que cualquiera de los otros?- gritó a Sviatoslav señalando los hombres muertos en el suelo.- ¿Acaso piensas en sus familias? ¿Acaso piensas en las repercusiones políticas de lo que estás haciendo? ¡¿Acaso piensas?!- Al la pelirroja le parecía obvio que el mercenario solo tenía ganas de matar, mientras que ella pensaba en que aquello les podía servir a los herederos del Baron Kaskel para declarar la guerra a los Hart, entre otras cosas.

Pero ahora, con Arnold a salvo Gerdie se sentía más libre para actuar.- Sviatoslav, ¡Suélta al Barón! Me iré con él y aquí se terminó el conflicto entre ambas baronías ¿Me lo promete Magnus?

No quiero más derramamiento de sangre-.

En un cierto toque de ironía, la situación había salido tan bien como podía salir... y eso era lo que peor que podía pasarle a Reinmar. Escuchó las palabras del barón con rabia. Tanta rabia, de hecho, que el que Sviatoslav lo pusiera bajo su cuidado era una maniobra un tanto arriesgada. Apuntó el cañón de la pistola al mismo lugar donde antes estaba la francisca de Sviatoslav, asegurándose así de que sus hombres no decidían volver a hacer mano de las armas.

—¿Qué amigos vas a tener tú, so-cerdo? Lo único que puedes tener son sanguijuelas, agarradas a ti con la esperanza de hincharse con tus restos el buen día que tu cuerpo se pudra tanto como tu alma —replicó con enfado, bajando la voz—: Dime, Barón. Si tu venganza es algo tan certero, ¿qué pierdo entonces si aprieto ahora el gatillo?

Agitó un poco el arma. Pese a las palabras de Gerdie, no soltó el barón. Y entonces habló en voz baja, para que solo lo escuchara él.

Las palabras del cetrero iban cargadas de veneno.

—¿Quieres saber algo? Todo tu esfuerzo es inútil. Puedes meterte la mierda de la poción del amor por donde te quepa, porque Elsa ya está casada —Mostró una sonrisa torcida—. No se te da muy bien esto del cortejo, ¿eh? Y que yo, Jakob, haya tenido el gusto de poder ver de cómo te quedas con la miel en los labios y la polla en la mano... ¡Dos veces! ¿Y cuántas van? Lo que me sorprende, escoria, es que cinco te hayan aguantado antes. ¿O esta sería ya la sexta poción del amor?

Omitió que estaba casada con él, aunque la implicación quedara en el aire. En cualquier caso, su intención era provocar al barón. Era su única opción. Si vivía le haría la vida imposible, pero si lo ejecutaba a sangre fría él mismo se buscaría otro tipo de problemas. La única opción que le quedaba era provocarlo, intentar encajenarlo hasta el punto de que el mismo barón forcejeara, o diera algún tipo de orden que volviera a prender la situación.

En otras palabras, generar una excusa para matarlo. Y si eso no funcionaba... si eso no funcionaba quién sabía. Lo seguro era que, si vivía, su futuro sería mucho más miserable de lo que había podido parecer hacía únicamente un par de horas.

Adelaide y su hermano Lukas, obedientes, salen de la casa cuando Sviatoslav los llama. Están perfectamente saludables, apenas despeinados y ojerosos. Adelaide mueve la mano con incomodidad para saludar a Gerdie y a Reinmar.

—Hola, Gerdie. Hola de vuelta, Reinmar. Ojalá nos hubiéramos reencontrado en una situación más... ah, qué diablos, qué más da. Luego enviadle un saludo de mi parte a Arnold, ¿sí?

Magnus von Kaskel, rehén del mercenario, escupe una orden a regañadientes y sus seis hombres tiran las pistolas al suelo. Los pelirrojos las cogen entre las manos como si fueran manzanas. Se nota que nunca han sostenido un arma. Acto seguido vuelven a encerrarse en la casa.

—Lo juro —responde Magnus a Gerdie—. Juro que no tomaré represalias contra los Hart. Vendrás conmigo, muchacha, y todo esto quedará en el olvido.

Sviatoslav conduce al anciano hasta el cetrero, quien toma su custodia. El mercenario gira sobre sus talones y encara hacia el callejón por donde huyó Rufus. Todo marcha de acuerdo a vuestro plan. Y es entonces cuando Reinmar acerca sus labios al oído de Magnus y le susurra unas cuantas palabras. No escucháis qué le dice. Lo único que veis es cómo al anciano se le inyectan los ojos de sangre y se le hinchan las venas del cuello y la frente. Sus escasos dientes rechinan como si fueran una sierra. La mirada del viejo Barón se torna ausente, senil, delirante, como la primera vez que vio a Reinmar.

—Elsa está... ¿casada? ¿Con quién? ¿Con quién? Elsa ya... está... casada... Elsa... Elsa... Melisa... ¿Melisa ya está casada? ¡Me robaste a Melisa! ¡Perdí a Melisa! ¡Por tu culpa, Jakob! ¡POR TU CULPA!

Con una agilidad asombrosa para su edad, el Barón se zafa del agarre de Reinmar y aparta la pistola que lo encañona de un codazo. El viejo se abalanza sobre el cetrero como un animal furioso que ha salido de su jaula tras largos años de encierro. Ambos caen al suelo y Reinmar se da un golpe en la nuca [1]. Magnus está encima de él, los rostros frente a frente, a tan poca distancia que el aliento a caballo añejo del Barón contamina las narinas del cetrero.

—¡MATADLOS A TODOS! Poción del amor es la que me haré con tus vísceras, Jakob, bastardo —masculla el anciano.

Los soldados del Barón, tras un instante de confusión, reaccionan. No tienen las pistolas que les hubieran dado la ventaja, pero debajo de los capotes todavía van armados con espadas cortas semejantes a machetes. Pese a las advertencias de Gerdie, la carnicería se ha desatado una vez más. Un grupo de soldados va directo hacia tres los guardias de Wilda Metzger, aquellos que Reinmar trajo a la trifulca. Los guardias de Wilda demuestran ser unos patanes que a duras penas frenan los golpes. Uno de ellos es atravesado por un machete en la barriga [2]. Se desploma entre gritos agonizantes que, junto con el cling clang de los aceros, resuenan como una orquesta siniestra.

Sviatoslav no pudo dar ni quince pasos que el combate ya se reanudó. Al darse vuelta, tiene enfrente un soldado corriendo hacia él como desaforado, machete en mano. El mercenario evade un espadazo y frena otro con el mango de la francisca. Aparta a su enemigo de un cabezazo y, aprovechando que está aturdido, le rebana el cuello de un hachazo. La pérdida de sangre hace el resto [3].

Mientras tanto, uno de los hombres del Barón se ha fijado en Gerdie. Duda en si tiene que matarla o no, dado que hasta hace unos segundos su señor quería llevársela con vida. Sin embargo, Magnus está enajenado, sigue mascullando insultos y cosas como "matadlos a todos". El soldado, obediente, lanza dos tajos a Gerdie, pero la pelirroja tiene el buen cuidado de echarse hacia atrás y evitarlos [4].

Otro soldado se dirige hacia Magnus von Kaskel, dispuesto a ayudar a su señor, que está forcejeando con Reinmar en el suelo. A todas luces va a hundir la espada en el cetrero y terminar con esto de una vez por todas. Tan concentrado está en socorrer al Barón que no ve venir a Sviatoslav, quien se interpone en el camino y le entierra la francisca en el pecho [5]. Muere a diez metros del Barón, que nunca se enteró de que le iban a ayudar.

—Te tengo, Jakob de Wint, finalmente te tengo —dice Magnus von Kaskel mientras sus dedos buscan la garganta de Reinmar y se cierran sobre ella.

Aquello ya no tenía arreglo, la violencia se había desatado sin control alguno y solo cabía defenderse o morir.

Gerdie tenía un soldado intentado acabar con ella, en sus ojos veía la confusión pero también al lealtad hacia su señor, ambos sentimiento loables. No quería acabar con su vida pero algo tenía que hacer para que él no cumpliera la orden del Barón.

Solo se le ocurrió una salida para que los dos ganaran; dejarle inconsciente de alguna forma.

La bruja concentró entonces su poder e intentó meterse en al mente del soldado para provocarle el sueño, un sueño tan profundo que tardase horas en despertar, lo suficiente para que la reyerta con von Kaskel quedase saldada.

-Duerme, esto es solo una pesadilla...- susurró mientras dejaba que la magia fluyera hasta su adversario.

Sviatoslav no se lo podía creer, no tenía la intención de seguir luchando, pensaba que ya habían desescalado la escena, pero no, había vuelto a complicarse.

Agradeció a Gente haber conseguido desarmar a los guardias y pidió, de nuevo, algo de ayuda con la lucha, para terminarla de una vez. Agarró sus franciscas y cargó enloquecido hacia sus rivales.

Si no le mataban las manos del barón o sus hombres, lo haría sin duda su aliento nauseabundo. Fuera cual fuera el final de aquella pequeña aventura, esperaba que nadie jamás recordara que un viejucho débil había conseguido derribarlo. Pero, como mucho más triste todavía sería encontrar la muerte en sus añejos dedos, se agitó como una anguila y flexionó una pierna para interponerla entre el barón y él, empujando con todas sus fuerzas para crear distancia entre ambos y librarse de su agarre.

—¿Que me tienes? ¡Quita de encima, jodido viejo bastardo! 

Coló el brazo entre los dos. Había caído al suelo, sí, pero no había soltado la pistola. ¿Y quién podía fallar a esa distancia? Apretó el gatillo, sin pensárselo dos veces, apuntando directamente a su abdomen con intención de atravesar sus tripas, y después buscó empujarlo para apartarlo, con un gruñido. Que hubiera apuntado ahí no carecía de cierto significado poético por sus últimas palabras.

Desde esa posición no podía realmente ver cómo iba el resto de la refriega, pero en lo que se refería a él... ¿Quién podría culparlo por salvar su propio pellejo?

Gerdie se concentra en el soldado que la ataca. El hombre alza el machete y está a punto de descargar un golpe sobre la pelirroja cuando de pronto siente como si se sumergiera en agua tibia [1]. Sus músculos se adormecen y un sueño profundo le cierra los ojos. Se desmaya y se rompería la cabeza en la caída si no fuera porque Gerdie lo atrapa y lo deposita suavemente en el suelo.

Sviatoslav no tiene tanta sutileza. Carga contra los hombres que luchan contra los guardias de Wilda Metzger y sus franciscas se mueven como si tuvieran vida propia. Los soldados del Barón no le ven venir. Cuando se dan vuelta ya es demasiado tarde: el mercenario se ha abalanzado sobre ellos [2]. Las hachas hienden la carne y arrojan hilillos de sangre que brillan negros ante la luz de la luna. Cuando todo termina, los dos soldados yacen en el empedrado; a uno le falta una mano y tiene el pecho abierto en canal. El otro ha recibido tantos cortes en la carne y el torso que su figura es irreconocible.

Magnus von Kaskel ignora que cuatro de sus seis hombres han muerto y uno está desmayado. Está muy ocupado cerrando sus dedos nudosos sobre la garganta de Reinmar. En su mente senil y fragmentada danzan restos de memorias añejas. Ve a Jakob de Wint, su rival de hace tantas décadas, la persona que más odia, el hombre que le robó a la mujer que amaba. Ve a Melisa, la esposa que nunca tuvo. Se ha pasado la vida pensando en la venganza y ahora es su oportunidad de concretarla. Solo tiene que apretar, estrangular, apretar, estrangular.

—Nunca más me quitarás lo que es mío, Jakob, nunca más, nunca, nunca...

Pero Reinmar le arranca la venganza de las manos. Flexiona una pierna y luego la estira para interponerla entre ambos. Ahora tiene la distancia suficiente para usar la pistola. Apunta al abdomen del anciano y dispara. La bala le atraviesa las tripas, perfora su cuerpo y sale hacia el otro lado. El cetrero empuja a Magnus, quien cae a un lado. El Barón balbucea mientras la vida se le escapa por el agujero en la tripa. La sangre le baña la ropa y forma un charco a su alrededor.

—Jakob... esto... no... puede... ser... yo... devuélveme... a... Melisa... Me... li...

Muere con la vista clavada en el cetrero [3]. Jamás comprendió que Jakob de Wint lleva décadas bajo tierra y que quien le ha matado es su bisnieto.

—¡Basta! ¡Suficiente! —dice el único soldado que sigue en pie, que está frente a Sviatoslav y los guardias de Wilda Metzger, aunque no tira la espada al suelo; está histérico y en shock—. Le habéis matado... ¡Habéis matado a un noble! ¡No podéis matarme si me rindo! Esto se sabrá. Todo el reino sabrá que matasteis al Barón Magnus. El Rey os juzgará.

Mientras habla, el soldado da pasitos hacia atrás, tímidos, alejándose de Sviatoslav todo lo posible y viendo hacia dónde puede huir. Sus ojos aterrorizados no se mueven de las franciscas ensangrentadas del mercenario.

Sviatoslav suspiró de incredulidad...cuando le dejó la custodia del Barón a Reinmar, lo hacía por que sabía que él no lo dejaría ir. Era su mejor baza en aquel momento, ya que Gerdie se iría con él, y eso la ponía en riesgo a ella y la misión.

No sabía que podía pasar ahora, sabría como arreglarlo con menos testigos, no era la primera vez que se veía en la situación, pero el guardia de los Metzger lo complicaba todo. Lo que estaba claro es que el guardia de von Kaskel era un problema. Un problema que solo tenía una solución. El mercenario tiró una de sus hachas sin mediar palabra, apuntando a aquel guardia. No teniendo que estar pendiente de tanta variante en cuanto a posibles ataques, no falló, pues su experiencia era mucha.

Tan pronto como el soldado fue al suelo inerte, recogió su francisca, limpió ambas contra la ropa del aún caliente cadáver y se dirigió a los demás.

-Bueno, tenemos un buen lío entre manos. Vaya por delante de que no deseaba este resultado. Mi intención inicial fue defender a los hermanos y salvar la propia vida. Cuando llegasteis el Barón había disparado contra mi, contra Rufus y había amenazado con torturarnos hasta la muerte, Lukas y Adelaide pueden dar fé de ello. Lo demás...lo habéis visto.

Suspiró de nuevo, con pesadez, mientras se frotaba la frente, como si le doliese, mientras miraba los cadáveres, quedando su mirada clavada en el del Barón.

-Está claro que a nadie nos conviene alardear y mucho menos contar lo que ha pasado aquí - dijo mirando al guardia vivo de los Metzger-. No tengo ninguna idea de lo que hacer exactamente, pero creo que deshacerse de los cadáveres es una buena idea. Ir a por Rufus, antes de que sea imposible localizarlo, también era buena idea, ahora mismo el rastro de sangre que habrá dejado no pinta difícil de seguir.¿Que pensáis vosotros? - dijo preguntando a todos, pero mirando, de nuevo, al guardia Metzger.

Gerdie estaba mirando a Sviatoslav como si fuera un asesino sanguinario, no muy lejos de lo que era Rufus. Acababa de matar a un hombre que se había rendido a sangre fría.

La joven miró entonces al guardia del Barón von Kaskel que quedaba con vida. El que ella había dejado dormido en el suelo. Se puso de forma protectora defendiendo el cuerpo del hombre.

- ¡Basta de muertes! ¿Por qué no os vais a encargar de Rufus que es el verdadero enemigo?-

Con el dedo todavía apretado sobre el gatillo, Reinmar se quedó mirando a Magnus mientras escupía sus últimas palabras, su vida escapándose de su cuerpo tan rápido que apenas fue capaz de entenderlo hasta que ya no quedaba nada de esta. Estaba muerto. El cuerpo que tenía frente a él pertenecía a la sombra que había hundido a su familia, y para hacer aquella merecida venganza más dulce, había pensado hasta el último momento que él era Jakob de Wint.

—No espero que una alimaña como tú vaya a encontrarse jamás de nuevo con mi abuela. Ni en este mundo, ni en otro.

Se arrastró hacia atrás. Una pregunta pendía sobre él en ese momento: Había muerto, sí. ¿Pero hasta dónde llegaba su alcance? Giró la cabeza, clavando su mirada sobre el superviviente. Una idea cruzó su cabeza, y no fue el único que la tuvo. Sviatoslav actuó antes de que lo hiciera él, y aunque aquello podía ser considerado frío o cruento, supo que es lo que había que hacer.

Terminó de levantarse con dificultad y carraspeó mientras escuchaba a sus compañeros.

—Nosotros mismos experimentamos que los caminos no son muy seguros ahora mismo —convino Reinmar—. Agotados por la carnicería que pretendían iniciar aquí... ¿Quién sabe qué podría ocurrir?

Miró los cadáveres, y después giró la cabeza en dirección al lugar donde sabía que había habido un fuego.

—Pero tenemos poco tiempo —Habló entonces a Gerdie—. Muy poco. Chica, entiendo tus reparos, pero ahora hablamos de evitar un mal mayor. Si ese hombre cuenta lo que ha pasado aquí... ¿Qué crees que ocurrirá? Y no creas que salvo únicamente mi propio pellejo. No nos libraríamos ninguno. Según su cólera, quizá no se libraría ninguno de este puebllo. Aun así...

Suspiró, mirando el rastro que había mentado Sviatoslav.

—Cierto es que la sabandija de Rufus es un peligro también. Lo conocemos demasiado bien. Alguien debería buscarlo, mientras el resto nos libramos de parte de los cuerpos. ¿Estamos todos en la misma página?

Él también miró al guardia de los Metzger al decir eso.

Sviatoslav asintió a las palabras de Reinmar, por fin algo coherente. No entendía los reparos de Gerdie, que defendía a aquellos que habían intentado matar a sus dos compañeros de viaje, y le habían quitado un ojo a su señor.

-Como bien dice Reinmar, es una situación delicada. Lo intentamos por las buenas, con un dueño honorable que se saldó con un ojo de nuestro señor y la casi muerte de un compañero. Ganamos el duelo. Debían respetar el resultado y por lo contrario pretendían matar a dos inocentes para cambiar el resultado con trampas.

Hizo una pausa.

Al llegar aquí, intentaron matarme a mi, cuando venía a avisar a los pelirrojos de que huyesen. Amenazaron con torturas indecibles, y iniciaron ellos mismos el ataque, viniendo a por mí al interior de la casa.

Fue el barón quien dijo "matadlos a todos" no nosotros. Y aún así los defiendes Gerdie.

Hizo otra pausa.

-Hubiera preferido otro resultado, pero esto es lo que ha pasado, y no pienso arriesgar ni la misión, ni la familia Hart, ni mi vida por unos mentirosos y traidores que nos hubieran matado sin dudarlo, pese a haber resuelto la disputa previamente según las condiciones de un duelo.

Ese hombre que sostienes con tus brazos iba a matarte, pese a todo lo que intercediste por la diplomacia, y aún así lo defiendes. Si sale vivo de esta, colgaremos en una hora antes que nos dé tiempo a buscar otra vida. Debe morir, y lo sabes. Todos aquí lo sabemos.

Se giró hacia el guardia Metzger.
-Tu también lo sabes, y si tu señora se entera de algo, será parte.

Como bien dijo Reinmar ¿Estamos todos en esto? Ahora me iré a por Rufus sin saber que vamos a hacer con esta escena, volveré tan pronto como pueda. Ya que vive Fenre que Rufus hará lo posible por complicarnos la existencia. Y no pienso permitir que alguien que nos ha traicionado lo haga una segunda vez.

Miró, antes de ir tras el rastro de Rufus al cetrero.

-Si os movéis, quizás puedas mandarme un mensaje a través de tu lechuza.

No espero respuesta, cogió el gran hacha del suelo y salió tras Rufus.

-¡Estos hombres solo obedecían las órdenes del barón!- gritó desesperada viendo que la vida de los soldados no valía nada para sus compañeros- ¿Es que ahora se castiga con la pena de muerte el ser fiel su señor? Entonces cuando atrapéis a Rufus ¿Qué haréis, le daréis un premio? A no, también le querréis matar.

Yo digo que dejemos la justicia en manos de Lady Metzger, ya que estas son sus tierras.- Todos tenía derecho a una segunda oportunidad y a un juicio justo, en opinión de la pelirroja.

El hacha de Sviatoslav vuela hacia el último soldado consciente del Barón. No ha tenido tiempo a cambiar su rostro de desesperación animal: muere con la misma faz, pues el hacha se incrusta en su pecho. Tose un poco de sangre antes de desplomarse sin vida. Queda un solo soldado vivo, desmayado, pero protegido por Gerdie, que es la única que vota por dejarle vivir.

Los dos guardias de Wilda Metzger que quedan con vida miran la escena dubitativos. Sviatoslav les pide su opinión.

—Nosotros… verás, amigo, nosotros no queremos perder nuestro trabajo —dice uno de ellos—. Nuestra señora fue clara, no quería que el viejo muera, dijo que si eso pasaba los Metzger estaban en graves problemas. Y vais y matáis al viejo. Bueno, problemas para los Metzger son problemas para nosotros, así que yo digo que nos deshagamos de los cuerpos. Sé cómo hacerlo...

Adelaide y su hermano Lukas abren los restos de la puerta destruida y vienen hacia vosotros. Se los ve exhaustos. Mientras, Sviatoslav parte en busca de Rufus.

—Gerdie, Reinmar… gracias. No tenemos cómo agradeceros. Si no fuera por vosotros, estaríamos muertos. O peor. Oh, por Fenre, todo esto parece una pesadilla. He escuchado lo que decíais. Si alguien os acusara de algo, podéis contar con nuestro testimonio. Diremos todo lo que queráis que digamos. Es lo menos que podemos hacer.

Los guardias de Wilda han amontonado los cuerpos. Uno de ellos dice que puede conseguir una carreta prestada de un amigo, poner los cadáveres allí, llevarlos fuera de la aldea y arrojarlos a un lago. A pesar de que este hombre fue un inútil en el combate y no os ayudó para nada, tiene cierta cara de criminal y de que sabe lo que hace.

Queda, sin embargo, el asunto del soldado desmayado.

--¿Qué haréis con él? –pregunta Adelaide. Entretanto, pasan los minutos, y Sviatoslav no regresa.