Partida Rol por web

-¿Y bien, capitán? Entonces el plan es ir hasta la isla de Kjwàjyarântan, entregar el cofre y ¿cobrar?-Azrûbel deja la pregunta en el aire, aunque se imagina la respuesta. El contramaestre nada sabe de hechicerías, pero mucho se teme que esos aviesos brujos no paguen con oro, ni con especias, ni con nada. 

Andrea escucha en silencio, impertérrito, como suele. Es uno de esos fulanos que no se altera  aunque tengan un temporal con la costa a sotavento y se estén yendo los palos por la borda. Y tampoco es excesivamente codicioso, raro en un corsario de Umbar. Lo cuál agradece el capitán, pues tanto la falta de oro como la abundancia de éste pueden ser un problema para la tripulación.

Una vez que todos han desaparecido por la entrada a la cámara del Manawnûl, bajo la toldilla, Roncillo se acerca a las dos féminas. 

-Ya he visto cómo os desprecia el capitán. Injustamente, debo decir además, porque pese a que sólo seas una mujer -murmura, dirigiéndose a Elhediel- eres lista y viva como una ardilla de los pinares. Lo sabe toda la tripulación, y siempre podrías aportar algo en ese tipo de reuniones... O tú -dice dirigiéndose ahora a Elenna- que eres el cómitre del Manawnûl, cargo importante donde los haya y que debería tenerse más en cuenta. Después, escupe por el colmillo, desabrido; más ofuscado -realmente- porque no cuente con él que porque no cuente con vosotras.

- No podrías haberlo dicho mejor, Azrubel. Esos son nuestros próximos pasos, esperemos poder cumplir con todos sin excepción. Ahora bien, si no tienen más preguntas que esas lo mejor será que volvamos todos a cubierta y pongamos manos a la obra para que esto termine lo antes posible y podamos emprender nuestro ansiado retorno a Umbar... - Propuso Cyryatan ante la vista de que nadie tenía previsto consultar nada en especial, y es que los detalles sobre la misión no abundaban como para deliberar un largo rato acerca de la misma.

Roncillo se acerca a las dos chicas, parecía enfuscado, más de lo normal. Elenna se cruza de brazos con una pose recta y escucha sus lamentaciones

-no te quejes tanto, aunque hay que admitir que últimamente está un poco fuera de sí…-hace una pequeña pausa- la última misión no le ha sentado bien, derramó  poca sangre enemiga… -dice entre una carcajada- yo también necesito notar ese cálido liquido carmesí entre mis manos…- piensa a la vez que agarra con fuerza su latigo.

Yazân había escuchado atentamente todo lo que habían dicho y expuesto los demás. El teniente haradan no era de hablar largo y tendido y siempre prefería observar y escuchar para tomar una mejor decisión y acertar bien en sus palabras.

- Entonces nadie sabe el contenido de este maldito cofre.. - concluyó Yazân expresando en voz alta sus pensamientos. Se mesaba la perilla en actitud pensativa.

- Al llegar a esa isla.. Kjwa.. - intentó decir el nombre - impronunciable.. - acabó desistiendo - habrá que tomar precauciones. Toda seguridad será poca pues no me fio un pelo de nadie a estas alturas. Todo este tema del cofre es algo escabroso.

El haradan se cruzó de brazos e inspeccionó la cámara, a ver si veía el dichoso cofre.

- Haremos todo lo posible para que ese cofre llegue a manos de los brujos. Luego de eso, nuestra parte habrá terminado y nos marcharemos tán raudos como el viento. Ahora bien, creo que nuestra junta ha terminado. Regresad a vuestros puestos, y dadle ánimo a la tripulación dentro de lo posible, que todavía hemos de navegar bastante antes de poner un pie en esa extraña isla... - Concluyó tajante el corsario numenoreano, dando por concluído el encuentro de oficiales del Manawnul. El mismo Cyryatan abandonó en último lugar su camarote para regresar a cubierta junto al resto de la tripulación, y desde allí ocupó su tiempo en recorrer la embarcación asegurándose de que las cosas estuvieran en su lugar y de que la moral se mantuviera estable entre sus hombres.

Sin más explciaciones, Cyryatan dio la reunión por acabada. O el capitán no conocía tampoco las respuestas, o desde luego no iba a compartirlas más de lo que ya lo había hecho. Afortunadamente, el día transcurre sin mayor contratiempo: el viento en la jarcia, el rumor del agua bajo la quilla, marineros cabizbajos en sus labores -debido al sigilo que exigía la misión, estaba prohibido ningún tipo de alboroto a bordo-, y más de uno echando de menos a la traviesa Huraiva en la cofa oteando el horizonte.

Algún ocasional aviso de velas pero nada alarmante. En una ocasión os veis obligados a virar, en las inmediaciones de Haz Annûn por temor a que fuera un  Cairuils* gondoriano, pero amén de algún leve susto nada destacable.

Afortunadamente, el día transcurre sin mayor contratiempo: el viento en la jarcia, el rumor del agua bajo la quilla, marineros cabizbajos en sus labores -debido al sigilo que exigía la misión, estaba prohibido ningún tipo de alboroto a bordo-, y más de uno echando de menos a la traviesa Huraiva en la cofa oteando el horizonte.

Algún ocasional aviso de velas pero nada alarmante. En una ocasión os veis obligados a virar, en las inmediaciones de Haz Annûn por temor a que fuera un  Cairuils* gondoriano, pero amén de algún leve susto nada destacable.

El haradan salió de los camarotes seguido del capitán, Andrea y Azrubel. Yazân por su parte, volvió a su sitio, cerca de unas barandillas de popa, controlando a sus hombres. Avistó a lo lejos, atento a cualquier signo de peligro, pues en cualquier momento se podían topar con velas enemigas. Aunque sabía que en ese caso, el vigía lo vería antes que él, aunque no podía evitar estar atento y en tensión al navegar por peligrosas aguas.

Aprovechó para ver como la cómitre hacía su trabajo, y fijarse en Elhediel, quien parecía no haberse tomado muy bien lo de aquella reunión con el capitán. En pensar en la corsaria pelirroja le vino a la cabeza aquellos extraños pergaminos que le había enseñado hacía ya días. Sabía o más bien, intuía que algo importante tenían que decir pero no era capaz de descifrarlos él mismo.

Estabais todos en vuestras cosas cuando de repente, un destemplado grito rompe la monotonía del Manawnûl. Parece provenir de los camarotes principales.

- ¿¡ Pero qué... ? - Atinó a decir sorprendido Cyryatan antes de reconocer aquél ruido perturbador como un alarido proveniente de los camarotes. Temió entonces por la vida de su camarada astrólogo, sin saber siquiera que cosa pudiera estar amenazándole. Fue así que sin agregar más que lo dicho, echó mano a su venerado alfanje y se precipitó con suma celeridad hacia la inexacta fuente de aquél amargo quejido.

Yazân también oyó ese grito espantoso se quedó atónito por un momento.

Al cabo de unos pocos segundos reaccionó con la mayor celeridad posible, se dirigió corriendo hacía los camarotes, desde donde le había parecido oír el grito, viendo también como el capitán se dirigía hacía allá. Corría lo mas rápido que podía esquivando cabos, maderas y barriles, y de paso manteniendo el equilibrio pues el navío aún iba algo escorado a causa de las maniobras para acoplar bien el viento.

Al pasar cerca de sus hombres señalo mientras avanzaba a dos corsarios que estaban mirando perplejos la agitación.

- ¡Vosotros dos, venid conmigo! - ordenó en voz alta el teniente haradan y luego añadió - ¡Los demás seguid a vuestros puestos! ¡Que nadie se alarme!

Sin esperar respuesta, siguió en pos de los camarotes. Si no le fallaban los cálculos, el único que estaba ahí dentro era el viejo Kreontas, el astrólogo de su tierra.

Cyryatan acude presto al camarote de Kreontas. La puerta, cerrada para no ser molestado, aguanta un único envite del fornido capitán. Ya habrá tiempo de arreglarla.

Kreontas yace en el suelo en su camarote; un hilillo de sangre serpentea desde su nariz, perdiéndose por su cuello. El cofre está volcado en el suelo, a unos cinco pies del astrólogo. Cerrado a cal y canto, por supuesto.

Al poco, acude Yazân con un par de hombres.

Y ahí estoy, apoyada en la regala, como si se hubiese detenido el tiempo. Con la mirada perdida en el horizonte, tan aislada en estos momentos del resto de la tripulación...que apenas soy consciente de las idas y venidas y del murmullo a mi alrededor.

El aire esta ligeramente perfumado de neblina húmeda, un olor muy característico en esta época del año. Tal vez llueva

De repente un extraño presentimiento se apodera de mi, sacándome bruscamente de la total tranquilidad que me invadia. Algo está pasando, lo se...lo presiento. Mi rostro se torna serio...si, estoy segura, algo no marcha bien. Como llevada por Morgoth cruzo la cubierta bajando las escaleras en dirección a mi lúgubre camarote.

Elenna está sentada en un viejo barril situado en la popa, inclinada hacia delante y apoyando los codos en sus rodillas. Estaba esperando que el capitán saliera de su camarote para recibir nuevas órdenes o al menos que le informara  de la situación.

Levanta la vista al percatarse que salen del camarote pero al momento se escucha un grito, haciendo que la joven corsaria se levante de un brinco volcando el barril y haciéndolo rodar. Yazan y Cyryatan bajan rápidamente hacia los camarotes principales seguidos por Elenna.

- ¡¡Eski!! - exclamó Yazân sorprendido ante la escena. Usó una palabra del lenguaje haradaico que se usaba para nombrar a alguien mayor y viejo, pero a la vez sabio y respetable. No era la primera vez que oíais al teniente nombrar así al astrólogo de su misma tierra, al parecer le profesaba un profundo respeto y admiración.

Se arrodilló cerca de la cabeza donde yacía Kreontas y lo zarandeo con cierta agitación pero intentando no ser demasiado brusco.

- ¡¡Despierta!! - dijo intentando incorporarlo, a ver si reaccionaba. Luego miró atónito a los que estaban e iban llegando al camarote.

- ¿Qué demonios ha passs...aa..do? - su voz se iba ralentizando a medida que su vista bajaba hacia el cofre que reposaba en el suelo del camarote. Su rostro ensombreció de golpe, como si todas sus sospechas y malos presentimientos que había estado intentando deshechar, se hubieran confirmado de golpe.

- Intentó abrirlo, viejo testarudo. Pero el poder que lo proteje ha sido demasiado, incluso para él...- Murmuró el capitán mientras levantaba el cofre y lo ponía sobre una mesa, acomodándolo para luego cubrirlo con una manta que encontró al alcance en la habitación. Una vez hecho eso se acercó a Yazán, quién se encontraba arrodillado tratando de reanimar al astrólogo luego del accidente. La situación no parecía alentadora, y para colmo de males Kreontas era el mejor hombre medicina del barco...

- ¿Ustedes que carajo hacen ahí parados como idiotas? ¡Traigan a alguién que tenga alguna noción sobre sanación, ahora! - Vociferó finalmente irritado Cyryatan al resto de los marineros que atisborraban el lugar como si aquella fuera una escena propicia para curiosear sin más reparos.

Kreontas, en los brazos de Yazân, no responde.

Y cuando Cyryatan reacciona, los dos hombres que acompañaban a Yazân correr a buscar al galeno del Manawnûl.

Lleváis casi media hora esperando nerviosos en cubierta. Paseando de proa a popa con las manos a la espalda entre quejidos del tablazón. Estaban cayendo una gotas, pero la grímpola permanecía igual, gualdrapeando a veces, aunque sin visibles cambios.

Pronto salió el galeno; el matasanos, como decía Roncillo, pues era nervioso e inexperto, y poco más que ayudar a Kreontas -que ni siquiera era curandero- hacía. Un individuo menudo, de rostro cetrino, que ahora salía secándose el sudor, crispado el rostro en un rictus de preocupación. No sabéis si por la salud del astrólogo o porque maldita la idea que tenía de qué le pasaba.

-Kreontas debe descansar-dice por fin en un hilo de voz-... para ver cómo evoluciona. Está como catatónico, aunque ha recuperado el pulso y respira normalmente...