Partida Rol por web

El capellán os había pasado las riendas de los caballos: de color negro con viso rojizo el del clérigo y de color pardo el del paladín. Dóciles y de buena boca, aunque el de Aërengoll cargara algo a la derecha.

-El de vuestra merced- dice, refiriéndose al de Aërengoll- es andariego, pues no tiene costras en las ijadas ni llagas de espuela, y el de vuaced, maese paladín, no se queda atrás. Les he avispado las herraduras y catado silla y cincha... seguro que los encuentran muy a su gusto.

Erandil palmea el cuello de su caballo: cálido, tenso y fuerte. Y lo siente cabecear al contacto de su mano, complacido. El vaho cálido de sus ollares te humedece la palma: -¿Habéis puesto alforjas?

-Me he tomado esa libertad: queso, cecina y un pellejo con medio azumbre de vino-contesta el servicial fraile.

Comprobáis a tientas cabezada, brida, silla, cincha y estribos. La alforja con la comida y el vino colgaban del arzón. Estaba claro que aún se respeta a los Hombres de Fe. Aún así no es normal encontrar tan buena gente por los polvorientos caminos de Endor, así que le agradecéis una vez más su inestimable ayuda.

Os arrodilláis para calzaros las espuelas-Huelga decir que ni nos hemos visto, ni hemos compartido información-susurra el capellán mientras os abrochábais las hebillas. Montáis y conducís al caballo hasta el puente, la rienda floja para que el animal se guiara en la oscuridad.

"Muchas gracias por todo buen hombre, espero tener algun dia la opurtunidad de devolveros este favor, ahora debemos partir, ore por nosotros, y tranquilo tendremos las bocas bien cerradas."

Diciendo esto hizo una reverencia, y seguido se subio a su montura y espero a la partida.

Aúllan los perros a lo lejos, por el camino de Men-i-Hwesta. El resto del paisaje nocturno está en silencio. Cruzáis el puente y os detenéis un momento. El riachuelo resuena en la orilla, henchido por el agua de las última lluvias. La humedad cala vuestras capas cuando, tras comprobar que todo está en orden, os encamináis hacia los túmulos de los tres hijos del Duque de Niebla, del primer Duque de Niebla.
 

Aërengoll nunca ha sentido simpatía por los túmulos. Venerar a los ancestros por encima de los valar no le place nada. A su gusto, una fea costumbre de los dúnedain; demasiado irrespetuosos para con los dioses, herencia cultural de Númenor. Quizás sea una de las razones de los males que acechan ahora. Parece que no aprendieron gran cosa de la Tragedia de Númenor. Y los descendientes de los Fieles son el mismo perro pero con distinto collar. Así, el clérigo se detiene un momento a descansar frente al segundo de los Túmulos -impresionante por cierto: un promontorio que verdea, salpicado de delicadas flores y con una férrea puerta de piedra- moviendo la cabeza en signo de reprobación. Erandil, sin entender demasiado -lo suyo son los Voto a Ulmo y acuchillar hígados herejes- disfruta de la brisa que aún alcanza desde la costa.

El frío había arreciado antes de que clarease el cielo, como era de esperar, y agradecéis llevar puestas las pesadas túnicas de Religiosos que tanto molestan cuando el calor aprieta. Las primeras luces empiezan a perfilar el horizonte, agrisando las sombras, cuando por primera vez desmontáis para meter mano a las alforjas, y veis amanecer sentados sobre vuestras capas despachando el queso y el vino que el párroco -con mucho tino- había obsequiado a vuestras mercedes, mientras los caballos descansaban.

El clérigo se paró unos instantes para descansar un poco sus ahora pesadas piernas. El camino era largo y debían de hacerlo en el menor tiempo posible. Su investigación estaba algo atascada y esperaba encontrar respuestas con una mayor rapidez a partir de ese momento.

Miró los tumultos, los lugares de adoración a los muertos. Lo que Aërengoll opinaba de la muerte el resto de las personas no lo sabía. Lo que estaba claro era que el pensamiento de adoración a los muertos por encima de la ofrenda a los dioses por proteger las almas de los difuntos le parecía errónea por lo pagano del acto en sí.

Tomó el odre de agua que llevaba en el saco y dio un largo trago. El contacto del agua con sus labios significaba quitarse esa plasticidad que ocasionaba la sequedad de la boca. Era también un impulso de energía a su cuerpo, que comenzaba a marchitarse por el paso de los años. Su mente iba mucho más rápido que su cuerpo, cada vez más oxidado e inútil.

Miró a su compañero antes de preguntar:

- ¿Qué piensa que encontraremos? No estamos sacando nada en claro, y pese a que soy consciente de que debe primar la paciencia comienzo a sentir un tanto de desesperanza.

El camino era cansado pero Erandil no se quejaba, la brisa marina de la que aun disfrutaban le llenaba de alegria, y asi todo camino era mas agradable. Esperaba siempre a que su señor decidiera la parada, y no daba a entender muestras de cansancio para que este no se viera forzado a parar antes de lo debido, un paladin solo debia descansar cuando le fuera ordenado. Asi siguieron el camino, los caballos con las provisiones y las armas y ellos a pie con los caballos cogidos por las riendas.

La mañana anunciada por el cantar de los pajaros llegaba, era el momento mas frio, pero el sol empezaba a aparecer, empezando asi a calentar los fatigados cuerpos, y llenandolos de nuevas energias. Erandil saco algunas provisiones y preparo un frugal desayuno en una de las cortas paradas. Mientras comian Arengoll pregunto a Erandil a lo cual este respondio:

"Siendole sincero, no se de que se puede tratar con ninguna certeza, pero viendo el miedo en los ojos del capellan no pueden ser vulgares piratas, varias posibilidades surgen en mi cabeza, si no fuera algun castigo divino, o alguna oscura y maligna criatura de los dias antiguos del mundo, debe haber alguien aprovechandose de la supersticion del pueblo, para asi poder cometer sus fechorias mas facilmente. Son solo ideas que han estado pasando por mi cabeza durante la marcha.¿Usted que cree?."

Erandil espero atento la respuesta de Arengoll mientras seguia con su desayuno.

Aërengoll escuchó las palabras y las másticó en su cabeza de modo parecido al que sus dientes hacían con la comida. Quizás tuviera razón, pero...

- Mi idea no está muy lejana a la de vos, paladín. Pero me decanto más por un ámbito semidivino. En mí sólo cabe pensamiento de que Ulmo tiene  poco que ver, aunque lo cierto es que entiendo que se quiera mantener al margen.

No se trata sino de "Gareys", al menos eso es lo que pienso de las pistas halladas hasta el momento.

La idea no le gustaba en absoluto. Era incapaz de enfrentarse a un ente semidivino, a un Maia ni más ni menos. A medida que pasaba el tiempo, el clérigo estaba más y más convencido de que lo que debían de hacer era encontrar a Uinen. Sólo con su ayuda podrían detener a "Gareys".

Tomo aire, dejando tras de sí un largo silencio, mientras meditaba en voz baja. El borde de la túnica rozaba el suelo, recogida para no mancharla con el barro de la superficie mojada. La capucha echada hacia atrás, permitía ver con claridad su larga coleta y su barba vistosa.

Tras un rato de descanso, Aërengoll se levantó.

- Debemos apremiarnos, el ocaso se acerca con rápidez y no nos conviene detenernos demasiado en un mismo tiempo.

Volvéis a poner el pie en el estribo, acomodando otra vez la silla, y continuáis en pos de vuestra sombra y la de vuestra montura, que los primeros rayos de luz rojiza alargan sobre el suelo. Pasado el arroyo por un vado os metéis en una arboleda, con una mano en el capuz para esquivar las ramas bajas de los árboles; salís a las colinas que hay al otro lado, dejando el rumor del río a la espalda, tras los bosquecillos que se espesan en la ribera. Allí, arrimáis espuelas y ponéis los caballos a trotecillo suelto, para llegar cuanto antes a vuestro destino.

El morcillo de Aërengoll, efectivamente, tiraba un poco más de la brida hacia la derecha y convenía rebajarlo un poco, pero era noble y de razonable buena boca. Por fortuna, pues Aërengoll no era gallardo jinete. Sabía de animales como todo el mundo, montaba mesurado y derecho sin descomponerse en el galope, pero de ahí a la destreza ecuestre mediaba un trecho. ¡Pero qué carajo, su arma era la Fe, no era un jodido eothráim!* Aunque todo hay que decir que en este caso, el viaje lo llevaba mucho mejor Erandil.

Pasada la arboleda, trotáis la cuesta de polloPito arriba y luego aflojáis talones dejando que los caballos anden al paso por el camino, llano y con pocos árboles, que discurre entre las colinas. Pasadas las mismas llegáis a un nuevo arroyo, que nace en dichas colinas, y decidís seguirlo. Toda corriente de agua lleva al mar, que Melkor os lleve si eso no lo saben un clérigo y un paladín de Ulmo. Y desde el mar sólo restaría seguir la costa hasta N´Gruth.

A la altura de otro imponente túmulo de la antigua nobleza Dúnedain volvéis a coger el camino, esta vez para dirigiros hacia el norte, pese a que el Men-i-Hwesta continúa más allá, hasta morir en el mar, junto a una de las Torres Vigía que jalonan la costa de Belfalas. Y que sirven para alertar si se avistan navíos haradrim o númenóreanos, encendiendo una gran pira de gavilla seca. Y sería hermosa experiencia si se pudiera recorrer dicha costa a vista de gaviota sobre volando por encima de dichas Torres Vigía mientras se van encendiendo las piras para que el aviso llegue hasta Lond Ernil, pues raro es que los fieles soldados de Gondor se duerman o relajen en sus guardias, no sólo por todas las vidas inocentes que pueden verse afectadas si fallan, si no porque para un soldado gondoriano, su oficio era su honra.

Así, dejando a vuestra siniestra la Torre Vigía, coronada de gallardetes con el blasón de Dor-En-Ernil y del Cisne de Lond Ernil, continuáis hasta el Puente del Montero. Famoso por haber sido silencioso testigo de una famosa pero desigual lid donde dieron su vida cuatro de los mejores montaraces de Ithilien, que, pese a estar en una misión específica, y que no iba con ellos el asunto, fueron improvisados testigos de un saqueo en toda regla. Y no pudieron dejar de dar sus vidas por defender a un grupo de campesinos que trabajaban las tierras del castillo cercano; pues un jabeque númenóreano había arribado a las costas con la intención de saquear a los campesinos y quemar sus campos en las narices de Duque de Niebla -dueño del castillo- para más escarnio de la tierra de Belfalas.

No pudieron impedir el saqueo, pero junto a los campesinos -espoleados por la presencia de los gallardos montaraces- pusieron a los númenóreanos más trabas de las que jamás imaginaron. Los campesinos supervivientes sólo tuvieron buenas palabras para con los monteros, y más aún cuando descubrieron que todos eran Grandes de Anor e Ithilien, es decir, todos gentilehombres de la más alta nobleza gondoriana.

El propio Duque de Niebla pagó a los elfos de Edhellond para que construyeran un monolito de piedra e inscribieran en sindarín, y con el metal ithildin* un epitafio para que se recordara por Edades, y sirviera de ejemplo. Y que lo maldijeran con sus hechizos y sus artes para que todo aquel que osara profanarlo sufriera todos los horrores conocidos en los Infiernos de Mandos. Y cómo no, sus cadáveres fueron enterrados en un túmulo más al noreste, por ruego del Duque de Niebla a las familias, alegando que eran héroes en esa tierra que habían regado con su sangre, y que sería un honor y un privilegio para ellos que durmieran allí por el resto de la eternidad. La familia accedió gustosa, mas también se rumorea que el Duque tuvo que soltar una buena prebenda bajo mano.

Ya escribió a propósito del caso, Vendúnë de Edhellond, esos versos que dicen:
¿Veslos arder en púrpura, y sus manos
en diamantes y piedras diferentes?
Pues asco dentro son, tierra y gusanos

Cuando estáis ahí contempláis el monolito, que realmente sólo es un trozo de piedra negra. Os esperabais algo más. Pronto va a anochecer.

El clérigo comenzaba a odiar a los caballos. Le parecían criaturas nobles y bellísimas, pero subirse en una bestia de aquellas, por mucha rapidez que ganaras, nunca era mejor que ir a pie por los impresionantes senderos de la Tierra Media. Pasado un rato, comenzó a dolerle la espalda y las posaderas. El no saber montar a caballo, provocaba que se diera fuertes golpes cada vez que el caballo saltaba en el aire, y eso estaba generando mucho cansancio en el viejo cuerpo de Aërengoll.

Fue al ver el agua del río, cuando sintió renovadas fuerzas. Pese a lo malparado que iba a salir de aquel viaje, el vislumbrar el fin del mismo, le llenaba de satisfacción. Siguieron el cauce hasta su desembocadura, y una vez allí viraron en post de la ciudad que buscaban.

El sol caía ya tras las últimas colinas que accedían a la vista. El cuerpo de Aërengoll pedía un descanso desde hacía mucho, pero la Fe de éste, y la insistencia de la lógica aplastante de posibilidad de una emboscada, impedían que su cuerpo gobernara sobre su mente. Tras un largo trecho, decidieron acampar cerca del monolito del Duque de Niebla.

La noche les había caído encima como un manto oscuro y ahora sólo la luz de las estrellas iluminaba el camino. Era más seguro detenerse, pasar la noche y tratar de llegar al día siguiente al pueblo de N´Gruth.

En completo silencio, el clérigo sacó de su bolsa algo de comer y trató de reponer fuerzas. La silla de montar no permitía que estuviese de mejor humor, y quería dormir cuanto antes.

Paráis a comer si descansar cerca del monolito mandado por el Duque de Niebla. Cuando el último rayo de Arien se esconde en el mar, de la oscuridad que os rodea empieza a surgir un cisne y unos símbolos en rutilante luz plateada. Aërengoll pronto reconoce los símbolos como tengwar: ‘Quien resiste gana’ bajo el cisne de Belfalas. Es la inscripción de la negra roca -que de noche apenas se perfila-, y pareciera que surgen en el aire: -¡Es Ithildin, la aleación de mithril que sólo se ve cuando es bañado por la luz de las estrellas!-comenta Aërengoll en voz alta con el brillo reflejado en sus ojos, asombrado*.

También disfrutáis de la fulgente luz de la Torre Vigía de Lond Ernil, y no podéis evitar contemplar el conjunto; verdaderamente, un conjunto un espectáculo asombroso. Os fascina que se pueda ver desde tan lejos el faro, pero las construcciones de los Eldar -su construcción la comenzó Galadriel- siempre han sido majestuosas. Al menos para los afortunados que las han podido presenciar.

El camino estaba acabando con las fuerzas del paladin, aunque era bastante buen jinete, cabalgar tanto tiempo seguido estaba moliendole los huesos, pero intentaba no pensar en ello, sabia que tenian que llegar rapidamente a su destino y resolver lo que habian venido a resolver. Por lo demas el camino estaba siendo tranquilo, no se habian encontrado con bandidos ni con ningun otro tipo de problema, por si fuera poco el camino que llevaban iba cercano a la costa, la brisa marina seguia haciendole el paso mas agradable y el paisaje era de su agrado.

Cuando ante ellos aparecieron Ithildiny la torre vigia de Lond Ernil, Erandil se quedo mudo, si ya por separado eran preciosas, juntas dejaron sin habla al paladin. Alli se quedaron un rato contemplando aquella vista y el paladin aprovecho la pausa para hablar al sacerdote.

"¿Donde crees que deberiamos pasar la noche?, si dormiremos al raso habra que buscar algun sitio seguro."

Aërengoll quedó fascinado por aquello que solo había leído en los libros. Ver con sus propios ojos el Ithildin, ver cómo se iluminaba con los primeros reflejos de la luz de las estrellas.

Quedó contenmplándolo durante unos instantes. Admirando tanto la artesanía que pudo llevar aquello a cabo, como la belleza de la imagen en sí. Entonces su compañero se dirigió a él.

- No creo que suponga nada peor con respecto a algunos sitios en los que hemos pasado la noche - dijo claramente refiriéndose a los tumultos y lo incómodo que la había parecido dormir junto a semejante construcción. Sin embargo, Aërengoll levantaba la vista en busca de algún lugar cubierto, dónde fuera más seguro guarecerse, tanto de las criaturas salvajes como del propio frío, que comenzaba a colarse por debajo de su túnica.