Partida Rol por web

Hostal Williams, Greenwood, 8:00 AM

Se separaron en dos grupos para cubrir dos líneas de investigación: Chief y Reba irían a la biblioteca mientras que Tony y Cliff buscarían si la pensión Williams y el viejo garito de Alphonse seguían en pie para echarles un vistazo.

El caso era que ni siquiera sabían como se llamaba en su época la cantina de Alphonse ni tampoco donde se podía ubicar, lo cual hizo que la pareja de investigadores decidiese primero encontrar la pensión Williams. Preguntando en la calle descubrieron que ahora era el Motel Williams, que se encontraba en la carretera Estatal 49 que bordeaba el pueblo. Así que dejaron a sus compañeros en la biblioteca y fueron en coche hasta allí.

El sitio había conocido épocas mejores, desde luego. El cartel que anunciaba el sitio había desaparecido dejando sólo una viga alzada al viento con unas luces al aire que ubicaban la situación de un conjunto de dos edificios de una planta con apartahoteles.

Los recién llegados dejaron el coche en un parking casi vacío en el que solo había un par de coches y una caravana y se dirigieron a recepción. Una chica de unos veinte años, con aspecto de haber dormido poco y vestida con una camiseta holgada, mascaba chicle mientras miraba una película en una pequeña tele de blanco y negro.

—Buenos días —dijo Cliff guardando su pipa en el abrigo—. Vaya... que cambiado está esto.

Cliff recorrió con la mirada aquella descuidada recepción. La puerta que habían dejado atrás estaba desvencijada y, si no hubieran tenido cuidado al abrirla, probablemente habría salido de sus goznes. El mostrador necesitaba una buena mano de barniz y la muchacha no parecía hacer demasiado para cuidar el ambiente. Una andrajosa cortinilla a medio correr permitía el paso a una habitación posterior donde probablemente se alojaran los dueños.

—¿Es usted la dueña? —preguntó con dudas—. Verá, hemos oído muchas cosas de este lugar y... como le explico... estoy, no, estamos escribiendo un libro sobre Robert Johnson, el famoso bluesman y muchas partes de nuestra investigación apuntan a este sitio. Aunque, si le soy sincero, apuntan a un sitio que se llamaba la Pensión Williams. Se que mis fuentes son un poco antiguas pero... Disculpe mis modales, mi nombre es Cliff Oswald.

Cliff tomó algo de aire mientras miraba la reacción de la muchacha.

—Sea como sea, ¿tienen habitaciones libres? —la respuesta era evidente pero Cliff hizo igualmente la pregunta.

La chiquilla apartó la mirada de la tele para mirar a Cliff como si le estuviera preguntando cual era la fórmula exacta para poner un satélite en órbita con marte.

—Tengo habitaciones libres.— dijo cogiendo una llave y tendiéndosela al recién llegado —Son 20 dólares la noche por habitación. Hace siglos esto era la pensión Williams, en los tiempos de mi abuela. Pero mi padre lo reformó en los 60 para hacer el motel. No sé quien es ese Johnson ¿es un cantante de rock de los 70? Dudo que si fuera famoso se alojase aquí.— la chica se encogió de hombros.

Luego señaló hacia fuera girando su dedo:

—De la vieja pensión sólo queda el edificio que hacía de almacén.

Cliff pensó en lo que le decía la chica. Si la pensión era de gente blanca —y la chica decía que era de su abuela— era muy posible que los negros se alojasen precisamente en el almacén. Por muy famoso que fuera Robert entre los suyos nunca fue una superestrella en vida. Y aunque lo fuera en su época la segregación no le iba a garantizar una habitación de blanco en una pensión.

Cliff dejó cincuenta dólares sobre la mesa y sonrió a la muchacha.

—¿Sería posible que nos dejaras echar un vistazo a ese almacén? Como le digo, estamos recopilando información para nuestro libro y, bueno, quizá la cosa más absurda nos de algún detalle aprovechable.

Tras un guiño del ojo deslizó los billetes sobre el mostrador, separando discretamente el billete extra de los demás.

—De todos modos, ¿es usted la dueña?

Tony miraba a la chica con esa sonrisa pícara tan reconocible ya por Cliff. Entrecerró los ojos un poco y se apoyó en el mostrador, tratando de ver qué era exactamente lo que estaba viendo la chica y escondiendo el dinero debajo de sus brazos, antes de que la chica se percatara.

—¿Has visto la peli antes? ¿Es de esas que acaban enamorados o no? Me encantan esas pelis... —preguntó mientras señalaba y procuraba esconder el dinero.

En un momento que la chica no miraba Tony le hizo un gesto a Cliff, indicando que no hacía falta dinero...

—Será el tío romántico que me posee a veces, ¿no? —seguía la cháchara— Bueno, y ¿cómo es que estás tan sola? ¿Dónde has dejado a tu novio? —preguntó con toda la intención de dejar clara la idea.

La chica sonrió. En boca de cualquier otro aquel piropo habría sonado manido y casi cursi, pero Tony tenía una manera de decir las cosas que las chicas encontraban irresistible. Y lo había vuelto a hacer. La chica no prestaba atención a la tele y se acercó más de lo decoroso en una relación laboral para contestarle al dandy:

—No tengo novio. No me gustan las ataduras ¿sabes? Me gusta divertirme, ya tendré tiempo de cagarla y atarme.— le guiñó un ojo —¿Queréis ver el almacén? Joder... No hay problema. No tienes pinta de ser de los que roban toallas. Si quieres te lo enseño yo misma.— se quedó mirando un momento a Cliff —Después, claro. Parece que tu colega tiene interés en saber si en esa pared hay una firma de vuestro Ben Johnson o algo así.

Parecía divertirse con la idea mientras le tiraba una llave que Tony pilló al vuelo. La otra, de la habitación, la dejó en el mostrador.

—Luego me traes la del almacén. Y si encontráis algo misterioso o importante espero una recompensa.— volvió a guiñarle un ojo a Steve.

Los dos hombres cogieron las llaves mientras Tony le lanzaba otra prometedora mirada a la chica. Incluso fuera conservaba esa sonrisa de medio lado mientras iban hacia el almacén.

El almacén era, efectivamente, un pequeño edificio con una planta baja y un primer piso. Algunas ventanas de la zona superior estaban rotas y las de la planta baja habían sido tapiadas. Una puerta de metal con una cadena de candado sustituía lo que probablemente en otro tiempo habría sido una entrada normal.

—En serio tío, ¿cómo cojones lo haces? —dijo casi ofendido ante la facilidad de Tony de "convencer" a las chicas—. Bueno, casi mejor que no me lo digas.

Cliff sonrió frente a la puerta a la vez que introducía la llave en la cerradura del candado.

—¿Cómo te imaginas este sitio? Si las paredes hablaran podrían contarnos tantas historias...

El candado quedó colgando de la cadena una vez Cliff había terminado de desenrollarla. Empujó la puerta que se quejó por el paso del tiempo. El interior estaba oscuro y Cliff buscó el interruptor de la luz, oculto entre una gruesa capa de telarañas.

—Vaya, parece que hiciera siglos que nadie pasa aquí dentro.

El interior estaba igual de estropeado que la parte externa. Cuando Cliff le dio al interruptor una bombilla amarillenta iluminó un pasillo repleto de desconchados y humedades. Había un agujero en una de las paredes como si alguien con una gran maza hubiera pensado en abrir un hueco para una nueva puerta pero se desanimase a mitad de la labor. Una rata se escurrió detrás de un par de enormes cajas que anunciaban papel higiénico barato en su superficie. El olor a polvo y las telarañas del techo indicaban, sin duda, que aquel sitio se usaba sólo para dejar cajas y recogerlas cuando era imprescindible. De hecho en cuanto se adentraron un poco y echaron un vistazo por los marcos —las puertas habían desaparecido— vieron que la mayor parte de las estancias de la primera planta estaban llenas de cascotes y en estado total de abandono.

La planta inferior tenía pinta de haber sido la vieja recepción. Había un mostrador en uno de los laterales del pasillo y tras él, junto a un cuadro de llaves que colgaba de una esquina amenazando con caerse, se veía lo que parecía ser un pequeño despacho donde todavía se conservaban unos oxidados archivadores de metal con cajones. El resto de las estancias eran espacios vacíos que quizás en otro momento fueran habitaciones privadas o una sala para la dueña. Y al fondo se veían los restos de fontanería de un baño.

Unas escaleras cubiertas de basura y telarañas conducían a la planta superior.

Aquel sitio apestaba a humedad y a cerrado. Cliff se acercó al viejo archivador y lo abrió con dificultad. Dentro solo había restos de papel mohoso. Alguna factura amarillenta cuyo nombre costaba descrifrar y lo que parecía un viejo contrato a todas luces ilegibles. Levantó la cabeza para buscar a Tony.

—Joder, no quiero imaginarme como estarán las habitaciones. No parece que pase mucha gente por aquí y los dueños... —pasó los dedos por el viejo mostrador retirando la gruesa capa de polvo—. A los dueños les da igual. En fin, ¿has visto algo?

Tony entró junto a Cliff y se puso a buscar junto a él. Los archivadores no eran gran cosa así que se dedicó a mirar el resto de la estancia. Cualquier cosa que había le parecía que podía tener relación... 

—Tío, pues no es difícil si le pones ganas —le respondía a Cliff mientras miraba entre la fontanería—, las mujeres aprecian el interés y la seguridad con que hablas —añadió—. La próxima lo intentas tú.

Mientras hablaba, miraba minuciosamente cada parte de la estancia. No quería dejarse nada.

Cliff revisaba el archivador en busca de cualquier cosa que pudiera llamarle la atención. Dudaba mucho que aquellos registros llegasen hasta la época de Johnson pero algo podría haber. De primeras no vio nada pero entonces se fijó en una de las fichas de reserva. Morgan Willis. Era el mismo nombre y apellido del técnico de sonido cuya casa habían visitado en Dallas. El año era 1959. En la época de la desaparición del padre de Sugarman. Echó un vistazo a ver si encontraba más fichas. Entre 1959 y 1960 había estado allí seis veces alojado. Siempre en la misma habitación: la 104¹.

Tony por su parte revisaba el sitio. Buscar algo de Robert Johnson allí parecía absurdo. Pero cuando Cliff le comentó el descubrimiento de la ficha de Morgan se dio cuenta que igual había una relación más cercana en el tiempo. Entonces pensó en buscar el libro de visitas². ¿Vendría acompañado ese tipo? Removió un poco por el mostrador y ¡bingo! Allí, en medio de los escombros estaba el libro. Cotejó las fechas en las que figuraba el alojamiento de Willis. En la misma habitación 104 siempre. Cuatro veces con un acompañante, aunque no figuraba el nombre. Las dos últimas solo. Pero le llamó la atención una nota que se repetía en observaciones en cada visita: 'pago realizado por Hermanos del Secreto'. ¿Qué significaba aquello? ¿Sería una asociación? ¿Una empresa?

—¿Yo? ¿Y a cuántos kilómetros vas a estar tú? —sonrió mientras olfateaba el aire—. Puedo oler tus feromonas por encima de toda esta porquería.

En ese momento encontró algo en el archivo.

—Eh, mira. Un registro del tal Willis en este lugar. Y aquí hay otro... siempre la habitación 104. ¿No te parece curioso?

Miro hacia arriba sospechando que las habitaciones se encontraban allí y buscó la escalera con la mirada.

—Creo que es momento de echar un vistazo ahí arriba —dijo mientras trataba de estabilizarse sobre los cascotes para ir al piso superior.

Las escaleras, igual que el resto del mobiliario, estaban llenas de escombros y basura. Al llegar a la planta superior se encontraron un pasillo estrecho que la recorría desde las escaleras hasta el fondo, donde una ventana tapiada con tablones dejaba pasar la suficiente luz como para que todo estuviera en penumbra. Arriba no había bombillas en los casquillos que pendían del techo con cables de tela, por lo que aquella escasa luz era lo único que tenían.

Había ocho umbrales que conducían a otras tantas habitaciones, cuatro a cada lado del pasillo. O mejor dicho: siete umbrales y una puerta. La única que permanecía en pie era la puerta que ostentaba una placa donde aún se leía el número 104. Era una puerta desvencijada, carcomida por la humedad y parecía que se iba a caer en cualquier momento. Una puerta de casa abandonada. Pero la única puerta que habían visto en aquel edificio.

Y ahora que se detenían en lo alto de la escalera pudieron escuchar un sonido en el interior de la habitación. Era el inconfundible crescendo de alguien que afinaba la sexta cuerda de una guitarra acústica.

Cliff miró hacia atrás, como esperando ver la cara de Tony detrás suyo confirmando lo que él parecía escuchar. Sacudió la cabeza y empujó lentamente la puerta que cedió ante la leve presión.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó con cierto temor.

¡PLANC!

Era el ruido que una cuerda hacía cuando la tensabas demasiado y se escuchó justo en el momento en que Cliff abrió la puerta. Simultáneamente se escuchó como la puerta al exterior, la del piso de abajo, se cerraba como un portazo y el estallido de una bombilla. La penumbra se volvió casi en oscuridad cuando la luz que entraba filtrada entre los tablones se atenuó, como si una nube tapase el sol exterior.

Cliff se esforzaba por ver en la oscuridad de la habitación 104. Lograba distinguir un camastro y un armario desvencijado, además de una ventana que había sido tapiada con ladrillos en lugar de meros tablones. Entonces notó el olor en el ambiente. Olía como la tierra mojada en una tumba abierta tras llover, un olor que reflejaba la mezcla de la descomposición de los cadáveres con la tierra mojada.

—No puedo afinar... el ruido... siempre el ruido.

Entonces Cliff se dio cuenta de que había una figura sentada en la cama. Había mirado un momento antes y no la había visto. Pero ahora, en la oscuridad, veía la silueta de un hombre sentado con una guitarra en sus manos. Vestía un traje raído y un sombrero que le tapaba el rostro mientras se esforzaba en enganchar el fragmento de cuerda al trastero de una guitarra acústica. No había luz para distinguir más que una sombra imprecisa pero al investigador le vino a la cabeza aquella famosa foto de un bluesman sonriendo a la cámara con un guitarra similar. Una de las dos fotos de Robert Johnson que todavía se conservaban. Pero aquella era imposible. ¿O no?

—No he tenido un momento de tranquilidad... no se puede afinar con ese ruido... No se puede...

Cliff retuvo un paso cuando el sonido de la cuerda le hizo detenerse y casi retroceder. Cuando vio la sombra de aquel tipo tuvo que contener su respiración para mantenerse calmado. ¿Cómo había entrado ese hombre ahí?

—¡Qué diablos! —exclamó. Miró hacia atrás para buscar a Tony y le hizo un gesto para que se acercara rápidamente—. ¿El ruido? ¿Qué ruido?

Miró alrededor para no observar nada más que el silencio de aquel lugar y frunció el ceño extrañado. Dio un paso para cruzar ligeramente el umbral de la puerta y tratar de encontrar una posición donde ver mejor a ese hombre.

—¿Quién es usted?

—¡Joder, qué susto! —exclamó Tony al coincidir el portazo con el estallido de la bombilla.

La primera reacción al ver la figura en la cama fue el recuerdo de aquella persona que Tony ve en ocasiones. Algo en esa silueta le recordaba a ese extraño. Quizá que no pudiera ver su rostro, o la forma en que se lo habían encontrado. Tan fuera de lo común y tan inesperado.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó con el ceño fruncido intentando ver con más claridad la figura— ¿Quieres que apague el ruido? —preguntó Tony en voz alta— ¿Podemos ayudarte?

Desde luego, el tono conciliador no era su tono habitual en estos casos... Parece que Chief estaba haciendo mella en él. Tony quería acercarse y ayudar, o descubrir quién era. Quizá eso podía ayudarle en su particular caso. Durante un momento, casi se olvidó de que Cliff estaba con él, y que todo esto trataba de la búsqueda de los discos de Robert Johnson.

Cliff seguía sin ser capaz de distinguir los rasgos del desconocido en la oscuridad, cosa que le estaba empezando a agobiar. ¡No estaba tan oscuro después de todo! Ambos le hablaron y entonces levantó la cabeza. La reacción a esto fue dispar.

Cliff se esforzaba para distinguir la cara de la sombra. Se veía que era un hombre de color joven, pero por algún motivo la luz escasa parecía huir de su rostro y sus manos. Sólo distinguía un viejo traje pasado de moda. La sensación de que era el mismo traje que Johnson llevaba en aquella foto volvió a metérsele en la cabeza con fuerza aunque pareciera imposible.

Tony, por su parte, reaccionó de forma más expresiva. Aunque su intención era hablar con esa sombra que ya le resultaba conocida —aunque nunca la había tenido tan cerca— retrocedió dos pasos asustado porque él sí que podía ver su rostro sin problemas. Y era el de un cadáver que había pasado mucho tiempo bajo tierra. Su piel se había acuartillado como la de una momia, haciendo que los pómulos huesudos y unos dientes negruzcos manchados con tierra sobresalieran de forma tétrica. Un gusano negro se deslizaba desde el hueco donde antes estuviera el ojo derecho bajando por la mejilla.

—Tanto ruido... no me puede concentrar... Tú tienes la melodía ¿verdad? ¡Me las robado!

El individuo de la cama parecía enfadado pero no se decidía a levantarse. Aferraba la guitarra con fuerza, casi con furia.

—¡Necesito las canciones para salir de aquí! ¡Me han engañado!

Entonces hasta Clive se dio cuenta de lo que pasaba. La habitación se estaba deshaciendo con ellos dentro. Las paredes perdían consistencia de forma silenciosa, como si se estuviera cayendo su recubrimiento, mientras que de entre los huecos de la madera bajo sus pies se asomaban una miríada de insectos hambrientos.

—¡Las necesito!— gritó de nuevo la figura abriendo la boca de tal manera que hasta Clive se dio cuenta de lo irreal de aquella presencia.

Cliff enrudeció el gesto y sujetó a Tony que pugnaba por pasar sobre él a la habitación.

—Tiene que ser Robert Johnson, Tony... busca las canciones que nosotros buscamos. Quizá pueda ayudarnos —la respiración de Cliff era acelerada pero, por alguna extraña razón, mantenía el tipo naturalizando aquella extraña situación—. Buscamos lo mismo que tú. Tus canciones. Te las devolveremos si podemos encontrarlas. Pero dinos, ¿cómo podemos hacerlo? ¿Dónde hemos de buscarlas, Robert?

Caminó un par de pasos hacia el interior de la habitación manteniendo sujeto a Tony por la cintura.

Tony mantenía la mirada fija sobre aquel rostro. ¿Era la muerte? ¿Era siempre el mismo tipo? 

—Vale, vale... —respondió en susurros mientras tanteaba con los dedos el brazo de su compañero para asegurarse de que seguía a su lado.

Durante un momento Tony pasó a mirar la habitación y a fijarse más en todos los cambios que estaba sufriendo. Y notó la intención de Cliff de entrar más.

—¿Pero qué haces? —dijo en voz alta y con clara preocupación— Tío, tío, no entres ahí —añadió tirando levemente del brazo—, que de ahí no sales, mira las putas paredes— añadió señalando con el brazo.

La mirada de Tony volvió a posarse en aquel hombre y las palabras de Cliff funcionaron como un interruptor. Si ese era Robert Johnson, entonces...

—Tío, tararea la canción esa. Esa que tú te sabes, la que llevas medio canturreando desde que cogiste la guitarra —le dijo en voz baja— ¡Eh amigo! Mira, que te vamos a dar un poco pie, ¿vale? —le gritó a la figura de la cama— Así verás como te sale la canción a la primera.