Partida Rol por web

Lo primero que notó al despertar era el dolor en las costillas. Alguien se las había vendado de emergencia pero seguía sintiendo ese dolor intenso. Abrió los ojos. Estaba en una enfermería. Una voz femenina llamó apremiante y al momento un policía se aproximó a la camilla en la que se encontraba.

—Buenos días señor Oswald.— dijo el hombre uniformado al que reconoció como el policía que lo interceptó en la calle —¿Se encuentra usted bien? Según la doctora ha sufrido diversas contusiones y todo parece indicar que le han dado una buena paliza. Pero no se han llevado ni su cartera ni su dinero.

El rostro del agente reflejaba preocupación y seriedad.

—¿Recuerda lo que le ha sucedido? ¿Está en condiciones de hablar señor Oswald?

Se incorporó rápidamente en la camilla. El pulso de aceleró de repente y si hubiera estado conectado a una máquina ésta habría empezado a pitar de manera apresurada.

—¿Dónde cojones estoy? —dijo apresuradamente—. No, no, este no era el plan. Las partituras... ¿dónde están las partituras?

Se levantó de la camilla aún incluso con la oposición de la enfermera. La venda que rodeaba su abdomen comenzó a tenirse de rojo pero Cliff no se detuvo.

—¿Qué ha ocurrido desde que me quedé inconsciente? ¿Dónde me encontraron? ¿Estaba solo? —las palabras salían apresuradas de la boca del buscador.

El policía retuvo a Cliff de manera amable pero firme. No parecía hacerlo porque le preocupase que escapase sino más bien que se hiciese daño, sobre todo por las indicaciones de la alarmada enfermera.

—Lo encontramos a usted solo en un callejón del centro. Parecía desorientado y se desmayó. Como le digo no parece que le hayan robado nada pero ¿partituras? ¿le han robado unas partituras?— el hombre parecía extrañado —No paraba de repetir un nombre: Lovecraft.

—Es un escritor de novelas de terror.— intervino la enfermera mientras ayudaba a poner la venda en su sitio.

—Ya veo...— el policía sonrió confundido —Llamamos a una ambulancia y lo trajimos aquí de inmediato. Lleva sólo un par de horas inconsciente. Quizás pueda explicarme que ha pasado, señor Oswald y así podamos ayudarle. ¿Le han robado unas partituras? ¿Vio quien lo hizo? ¿Ese tal Lovecraft?

Cliff meneó la cabeza y se miró el torso. Estaba sin su camisa. Miró alrededor buscándola mientras respondía al policía.

—No, usted no lo entendería. No me han robado nada pero tengo que volver a aquel callejón. ¿Dónde están mis cosas?

Seguía buscando desesperadamente su camisa y su abrigo y finalmente miró fijamente al policía.

—¿Exactamente en qué callejón me encontraron?

—Pues en la calle Pearl Street, en el Distrito Histórico, cerca de la Universidad Estatal.

Viendo que Cliff no tenía pensado quedarse quieto y que la enfermera había terminado de vendarle el policía meneó la cabeza dejando que se incorporase.

—Mire, yo si quiero lo acerco de nuevo allí pero en el callejón donde lo encontramos no vimos a nadie. Una señora dice que le vio salir de allí solo. Es posible que cuando lo agredieron lo dejasen allí tirado.  Pero le aconsejaría que se quedase un poco más en revisión. Según la doctora que lo atendió ha recibido una buena paliza y lo mejor sería descansar. Podemos llamar a algún familiar si lo desea. Si quiere presentar denuncia yo puedo tomarle declaración aquí mismo.

—Usted no lo entiende— farfulló Cliff dejándose caer de nuevo en la camilla—. Tengo que volver a ese sitio. Puede usted no haya visto nada pero eso no significa que no lo haya. No es una paliza, es... otra cosa.

Se miró la herida recién vendada y vio como la venda había quedado impregnada de sangre por el esfuerzo.

—¿Qué pinta tiene la herida, enfermera?

La enfermera le informó escuetamente de que necesitaba reposo, pero no era necesario observación. Así que Cliff cogió sus cosas. El policía, extrañado por las palabras del investigador, lo acompañó a la puerta del hospital mientras intentaba comprender lo que pasaba.

—A ver amigo, no sé de que va todo esto. Pero si no quiere poner denuncia... usted sabrá.

Ahora lo miraba con cierto recelo, como si sospechase que el otro estaba metido en algún lío que le impidiese pedir ayuda a la policía. Y puede que no estuviera demasiado desencaminado.

—Mire, yo le acerco hasta allí. Después de todo no está demasiado lejos.

Y efectivamente. El paseo en el coche policial no duró más de quince minutos tras los cuales el policía se detuvo a la entrada de un callejón que Cliff reconoció como el que vio al salir del sanatorio mental. Pero los edificios que lo flanqueaban era uno de oficinas y otro de apartamentos. Nada que ver con el lugar abandonado donde había escapado de una muerte segura.

Donde había abandonado a sus compañeros.

Cliff intentó concentrarse en ver a través de la Realidad, en alcanzar de nuevo aquel lugar infernal donde había abandonado a sus amigos. Pero resultaba inútil. Había oído hablar a gente que era capaz de crear, a partir de su mera voluntad, las mismas enzimas que se generan al consumir drogas. Pero eso requería un entrenamiento, voluntad y autocontrol del cual él estaba realmente lejos¹.

Nada sucedió. Solo el dolor intenso de sus costillas² le recordaba lo que había sucedido al otro lado. Necesitaría situarse en un estado alterado de percepción para intentarlo. Y eso significaba mucho alcohol o drogas fuertes. Aún así lo asaltaba una duda que resonaba en su alma ¿Qué esperaba ver si pasaba al otro lado? ¿De qué serviría regresar al lugar donde poco antes había abandonado a sus amigos?

Giró la cabeza un instante y vio que el policía lo seguía observando desde el coche. Tenía el ceño fruncido y, por alguna razón, aún no había arrancado el coche para marcharse. Cliff meneó la cabeza y desandó el camino hasta situarse en la ventanilla del conductor del coche de policía.

—Antes ha dicho que mencionaba a un tal Lovecraft, ¿no es así? —dijo cuando el policía bajó la ventanilla—. ¿Le suena el doctor Eugene Lovecraft? ¿Sabe cómo encontrarlo? ¿Quizá un número de teléfono?

Cliff se irguió y miró de nuevo el callejón esperando ver algo que le diera alguna pista... pero eso no sucedió. En la esquina contraría había un bar. Un cartel mugriento lo presentaba como el Roxy's Bar.

—¿Le apetece un café? —preguntó señalando con la cabeza al Roxy—, le invito.

El hombre parecía intentar sopesar que tipo de individuo era Oswald. Estaba claramente desconcertado. Pero finalmente preguntó por la radio:

—Margie. ¿Puedes mirarme los datos de un tal Eugene Lovecraft? Doctor.

Mientras esperaban desestimó la invitación del café. En ese momento la radio contestó con la dirección del doctor Eugene Lovecraft, psiquiatra:  3927 Estline Drive.

—Eso está a las afueras. Tiene una parada de autobús dos calles más abajo o si lo prefiere una parada de taxi ahí a la vuelta de la esquina. Cuídese amigo.

Estaba claro que el policía ya se había cansado del comportamiento de Cliff y había decidido seguir con su ronda.

Cliff dio un golpecito en la parte superior del coche y agradeció al agente su trabajo. Levantó la mirada hacia el Roxy y se encogió de hombros. Se tomaría un whisky sin dudarlo pero ahora que sabía esa dirección...

Meneó la cabeza y encendió nuevamente la pipa. Una vez prendida camino calle abajo hacia la parada del autobús.

Era hora de ver a ese doctor Lovecraft.

Cliff se subió al autobús. Sentía que las sienes le iban a estallar. El dolor de las costillas había derivado en una carga muscular que hacía que le estallase la cabeza. Tuvo que apoyarse en uno de los asientos cuando el autobús arrancó bruscamente.

—Los negros se sientan atrás.

Meneó la cabeza. ¿Quién había dicho eso? Se giró confundido.

—He dicho que los negros se sientan atrás.

Se volvió pero no vio a nadie en el autobús salvo el conductor que, con unos walkman puestos, parecía ignorar al único pasajero del autobús que era él mismo.

Meneó nuevamente la cabeza y avanzó por el pasillo del autobús justo cuando este empezó a moverse. No había nadie en el autobús y el conductor no parecía muy dispuesto a que nadie le hiciera preguntas así que se encogió de hombros y avanzó hasta sentarse detrás de la salida posterior del vehículo, en la segunda mitad del autobús.

Otra vez escuchó la voz. ¿Quién cojones estaba hablando? Apretó los ojos tratando de centrarse y dejar de lado su sugestión.

Cuando miró por la ventana tuvo la sensación de estar viendo un Jackson diferente. La gente vestía de forma anticuada y casi no veía coches aparcados. Entonces se fijó en las casas. Casi todas eran de madera. No era una sensación: aquel Jackson era distinto, podría bien ser una representación de la ciudad cercana a los años 20.

Hay muchas maneras de aprender a tocar pero sólo una de ser el mejor. Tienes que ir a un cruce de caminos a medianoche.

Nadie decía esas palabras. Resonaban en su mente. Una noche de alcohol alguien las dejó caer en su oído como quien deposita un veneno que va lentamente arrasando tu mente.

Cuando llegue alguien te ofrecerá un trato. Y si lo cierras puedes conseguir lo que quieras.

Estaba anocheciendo. ¿Se había quedado dormido? Miró por la ventanilla. Estaba muy oscuro. El autobus se detuvo y la puerta se abrió.

—Fin de trayecto amigo.— dijo el conductor sin volverse.

Un calor pegajoso entraba por la puerta que tenía abierta a su lado. El autobús era el mismo en el que se había subido pero el exterior estaba oscuro, se encontraban en las afueras de la ciudad. Era imposible que se hubiera dormido tanto tiempo ni que hubieran tardado tanto en alcanzar las afueras de Jackson.

Cliff estaba desconcertado pero no tanto como la primera vez que sufrió este cambio de realidad. Se levantó del asiento y se dirigió a la puerta. Pensó en preguntar al conductor pero pronto cambió de opinión. Si esto ya no era Jackson, no había razón para pensar que el conductor fuera a ayudarle.

Caminó durante unos minutos por la calle con el abrigo colgado del brazo, sufriendo el terrible calor de aquella noche. Su cabeza no paraba de darle vueltas a esa indicación: el cruce de caminos.

Empezó a entender que esta era otra de sus desconexiones y que cuando volviera a tomar consciencia con la verdadera realidad estaría de nuevo en la consulta de algún médico haciéndole preguntas incómodas acerca de su ausencia.

Pensó en el cruce de caminos y deseo llegar a él.

—Quiero aprender a tocar como el mejor —pensaba repetidamente.

El autobús giró a sus espaldas. Cliff siguió andando por el camino de tierra donde le había dejado, a las afueras de un Jackson perdido en la memoria de las viejas fotos. Los árboles deshojados y escasos parecían cadáveres que levantasen sus manos furiosas hacia el cielo. Vio una luz a lo lejos y apuró el paso hacia ella.

Era, efectivamente, un cruce de caminos. Cuatro senderos de tierra que confluían en un punto central al abrigo de una vieja farola que, por algún motivo, alguien había considero adecuado dejar allí en medio de la nada. Los cruces de caminos se consideran importantes en casi todas las mitologías: puntos de intersección donde a veces los vivos se encuentran con los muertos, donde la membrana de la realidad es más flexible.

Cliff escuchó el ruido de un motor que se aproximaba por el sendero de su izquierda. Vio las luces del vehículo aproximándose lentamente. Al principio lo deslumbraron sus faros y tuvo que apartarse a un lado cuando el vehículo llegó a su vera. Entonces vio que era un coche antiguo, un Ford-T de los años 20, de color negro brillante, excelentemente cuidado. Salvo por el polvo del camino que se pegaba a su carrocería parecía totalmente nuevo. La ventanilla del conductor estaba bajada.

El conductor era un tipo negro vestido con un impecable traje de mezclilla y tocado con un sombrero a juego. Debía tener poco más de veinte años y lucía una cuidada barba que le daba aspecto de dandy. Miró a Cliff luciendo una amplia sonrisa que tenía poco de amistosa. Lo observaba como si le resultase divertido encontrarse a alguien allí, en medio de la noche, solo.

—Pero ¿qué tenemos aquí? ¿Te has perdido amigo? Pareces un poco confuso.

Mientras esperaba la respuesta el chófer sacó un puro de su bolsillo y lo encendió con un mechero plateado que iluminó levemente su rostro. Cliff se dio cuenta de que en la parte trasera del coche había alguien más. Alguien que permanecía en las sombras y se mantenía inmóvil, silencioso.

Cliff se acercó al coche y agachó la cabeza para hablar con el conductor mientras echaba un vistazo al asiento de atrás.

—La verdad es que sí, estoy un poco perdido amigo. ¿Qué es este lugar?

Frunció el ceño enfocando la mirada para descubrir quién era ese que estaba en el asiento de atrás, sin preocuparse de disimular.

—Vaya amigo, sí que estás realmente perdido. Estas en un cruce de caminos, amigo.

El conductor lanzó el humo del puro directamente a la cara de Cliff, provocando que éste tosiese y se apartase de la ventanilla. Antes de apartarse el investigador había intentado echar un vistazo en la parte posterior y pudo vislumbrar la figura que se sentaba en la parte trasera. Aunque no pudo verle la cara que estaba entre las sombras vio un traje caro y vistoso, de color azul, y una mano negra que jugueteaba con un vaso de whisky con hielo que se había servido del mueble bar.

—¿Quieres algo amigo? Porque todo el mundo quiere algo en esta vida o en las siguientes. ¿Qué es lo que quieres tú?

El chofer miraba ahora fijamente a Cliff mientras le daba una calada a su puro.

¿Qué es lo que quieres?

Esto es verdadero hoodoo, magia verdadera, la que nuestras madres trajeron en los barcos.

Las voces resonaban en la cabeza de Cliff. Miró alrededor, al coche, al conductor, intuyó la figura que estaba en la parte trasera del coche meneando los hielos en un vaso de whisky. Nuevamente la sensación de deja vû.

—¿Qué es lo que quieres?— insistió el conductor como si fuera un eco de su propia cabeza.