Partida Rol por web

Si aquel muchacho quisiera saber qué había dentro, por seguro hubiera de tener que con un palo no removería más allá de un dedo bajo sus suelas. Empero, ¿qué diantres había de haber allí no siendo sino personas avenidas a la gracia de Dios? Había habido muertos en algún enfrentamiento entre aldeanos y mercenarios, como os digo el posadero Felipe. Quizá aquella tumba estuviera recién cavada en cuanto a éste tema, y en su interior estuviera un fallecido.
 

-Fablemos con don Diego, buen Lope, et veamos entonces qué facer. Gracias hemos de dar al Altísimo de haber salido de ahí con vida, que ya veíame con el pescuezo rebanado por aquesas bestias que se facen llamar omnes.

Y así puse rumbo a nuestro punto de partida, con más nerviosismo que otra cosa, pues el plan no iba en absoluto como había pensado...

- Debo convenir con vos, Alvar, en lo de que a alguien hay que dar gracias de non estar en el suelo sin respiración. Quizá a don Diego se le ocurra otra forma de desfacer este entuerto en el que hallámonos.

Dirigimos nuesas monturas en pos del castillo del de Aguaza, sin priesa pero sin pausa. Mas a mi mente volvió como un canto traído por el viento el nombre de Ruth. Quizá pudiese averiguar algo más de ella en el castillo.

Poco a poco una sonrisa comenzó a esbozarse en mi cara y hasta un pequeño, y muy desafinado, silbido salió de mi boca.

Saliste de allí como alma que lleva el Diablo.

El escalofrío que te recorrió el cuerpo lo aguantaste unos segundos, lo mismo que tardaste en apartar co las manos algo de la tierra de aquel cementerio, sin éxito alguno. Aquel era un cementerio normal, pobre... de gentes humildes et pobre, pardiez... Sin ir más lejos te encaminaste hacia el castillo, dispusto a reecontrarte con tus dos compañeros de viaje.

Fue en éstas que, saliendo al camino principal que comunicaba el castillo de don Diego con Piedralejo, Lope y Álvar, que iban juntos se encontraron con el pequeño Zorro. Con brevedad se contaron dónde habían estado: unos visitando a los mercenarios en su campamento improvisado, et otro en el camposanto del pueblo. Ahora era hora de descansar, pues el medio día llegaba y pronto sería la hora de comer. Nada más llegar, las puertas de la fortaleza se abrieron para vosotros, et entrásteis requieriendo la figura de don Diego.

Una vez habíais cruzado el patio de armas, os metísteis en el edificio, y esperásteis al anfitrión y señor de Piedralejo en el comedor que antes os recibiera. En cuestión de minutos bajó a veros.

¿Qué ha pasado, señores? Cotadme -inquirió don Diego-, ¿qué habéis averiguado?

-Aquesos mercenarios, como cabría esperar, non son más que bestias con poco seso -expliqué-, mas el suyo líder, el tal Alonso, dióme la impresión de ser más astuto. Aseguraron necesitar las mías armas, mas non credo que sea una necesidad primordial para ellos, si no más bien una forma de fortificarse. Aseguran que quedaránse por aquí hasta que las gentes del pueblo "cedan un poco", mas non han revelado nada más de quién pudiere ser el suyo contrator o cuáles son las suyas intenciones.

Me aclaré la garganta.

-Et exigen que regrese con el género, tantas espadas como pueda, que a buen seguro compraránlas.

Retorció sus labios a un lado ante la pedida de nuevas. Pocas había hallado por su cuenta et su propósito de averiguar si los judíos tenían algo que ver con los mercenarios, se le tornaba cuesta arriba con el considerable número de sefarditas que vivían por el pueblo.

-En el cementerio non ha ná. Ni cruces ni lápidas, ni piedras ni maderas que identifiquen a quienes removieron la tumba. El tabernero me fabló de los rumeros de brujería que nos contó a nuestra llegada vostra merced, pero es como tratar de buscar una aguja en un pajar. Como mucho renombró al médico del pueblo, que es hebreo, mas non he lograo saber nada. Lo que parece estar claro es que entre judios et mercenarios tiene que haber relación, ni aunque fuera por la muerte del campesino et la justicia cogía por los emás contra el mercenario muerto. ¿Alguna idea?...- Preguntó a sus compañeros.

Las palabras de Álvar y Zorro abrumaron un poco al baron de Villanache. Realmente no eran muy alagüeñas, aunque fuera lo que habían averiguado.

¿Espadas? ¿Comprar espadas? -se repitió-, ¿Para qué? ¿Para luchar contra mi castillo? ¡Maldición! -dijo en alto-, ¡tenemos pocos efectivos y piensan en guerrear. Efectivamente, el barón no disponía ahora de mucha mesnada en el pueblo-. Algunos aldeanos han venido a contarme en vuestra ausencia que esos tipos pedían dos mil maravedíes para efectuar su marcha..., aunque también han dicho que se irían en semanas o incluso meses: hasta que se aburran ... ¡Jamas daría yo semejante pago a esos granujas! ¡No pienso rebajarme! ¡Son mis tierras y nadie tiene derecho a desautorizarme!

Como era normal, lo suyo era suyo, et que por eso púsose d'esta guisa. Entonces escuchó la intervención de Zorro.

Si, en mi población viven judíos, mas no dan problemas, pues viven apartados. Y sí, el viejo Zacarías nos atiende; judío todo él, pero sabe curar bien heridas y males. Sea que quizá por él no los haya echado yo ya a todos de aquí... Los buenos cristianos separan las malas hierbas. Como ellos tengan algo que ver en esto, el castigo será ejemplar -se quedó pensando en eso de "brujerías" y la relación de judíos y mercenarios que el muchacho soltó por su boca-. Grrr... esto se complica, y mi familia anda asustada, pese a que intento tranquilizarlas. Descansad por hoy señores. Dormir podréis en mi castillo, mañana veremos cuál es la situación y qué haremos...

No cabía duda de que el asunto se empezaba a tornar escabroso, pues las cosas no estaban saliendo como tenían planeadas. Aquella de los judíos era una vieja historia, cuyas raíces parecían estar bien profundas, y no sería fácil desenterrarlas. Y, por otro lado, por mucha labia que tuviesen, era difícil hacer marchar a aquellos hombres de armas, sedientes de batalla según parecía, sólo con palabras.

Ni esta boca es mía se me había ocurrido decir desde que comenzó todo este lío. Si tenía claro que se estaba poniendo cada vez más feo el asunto. Y eso no me agradaba nada.

- ¿De cuantos hombres de armas dispone don Diego? Porque sepa vos que lo que tiene por enemigo no son rateros cualesquiera. Y en caso de tener que usar las armas van a ser necesarios unos cuantos.

Ya vos lo dije esta mañana: diez et vosotros ahora tres más... -el tipo se puso alicaído ante el panorama-. Empero lo importante es que protejan a la mia familia, no que luchen.

-Diez....- masculló el Zorró con gesto torcido. Miró a los suyos compañeros después negando. -Si todos son como aquella bestia que nos cruzamos en la taberna, como les de por atacar, non va a quedar ni la ratas para el recuerdo...¿Non tenedes familia en otra ciudad a la que poner la vostra familia en seguro? Burgos no queda lejos.

Todos notáis  que, de forma más o menos evidente, al barón le tiembla la voz cuando habla, está nervioso u oculta algo.

-Con todos los míos respetos, don Diego -dije, agachando levemente la cabeza al dirigirme al Barón-, ¿vos atormenta algo? Parescéis un manojo de nervios, et parecióme que vos tiembla la voz... -si sabía algo, más valía que lo soltase si quería que le ayudásemos. Quién sabe si nos estábamos jugando incluso la vida al tratar con aquella gente.

Esperó el Zorro a que el Barón respondiera su pregunta al tiempo que éste balbuceaba nervioso. Comenzó a preguntarse si realmente había fecho bien en meterse en estos berenjenales et escuchó las palabras del mercader. Buscó en el comedor si hubiera algo de comer, como de costumbre, et esperó a que contestara, comenzando a sentir como su ceja escéptica se levantaba a todo lo que comenzaba a ver por alrededor.

Yo también me había percatado del recelo con el que nos hablaba el barón y aquel asunto era demasiado peligroso para andarse con medias verdades o directamente con mentiras.

- Más bien me parece a mí que los nervios que al barón delatan son más bien fruto de alguna razón que se le ha quedado dentro y ahora parece luchar por salir de él. Mejor será que nos lo cuente pronto pues es bien sabido que esas cosas dentro de uno acaban por crecerse y son tendentes a explotarle a uno cuando menos falta le hace. - Dije con toda la tranquilidad del mundo mientras apoyaba mi trasero en el borde de la mesa y cruzaba los brazos en mi pecho.

El barón se mojaba los labios resecos con la lengua, et miraba, además, un poco al suelo, algo vendido. Paseó de acá para allá unos instantes, y luego os respondió. No era su mejor día, sin duda alguna.

Es sólo que... -don Diego se miró las uñas con el gesto fruncido, como si éstas mismas le dolieran-, estoy más preocupado que por estos simples mercenarios. Ya os he dicho que no tengo hueste suficiente para expulsar a esos almogávares. No me atrevo siquiera a dividir las fuerzas y salir del castillo, donde incluso no me siento seguro. Aparte... no tengo caudales ya. Mi amigo el Conde -se refería a Miguel Maldonado, conde de Valdivielso- no lo sabe, pero mis arcas están llenas de deudas. Gestioné este castillo malamente, ¡despilfarré! Sólo mi mujer tiene cuenta d'aquesto, et os pido que non digáis nada. Si tan siquiera hubiera menos población en Piedralejo, los impuestos no llegarían ni para pagar el servicio o la soldada... -os dísteis cuenta, entonces, cuan cobarde et incompetente parecía don Diego-. Os diré más... -recapacitó, volviendo a andar por la sala et mirando por la ventana-. Non sois muchos, empero que si creéis que la única manera es luchar, hasta cuatro de mis mejores hombre puedo darvos para batallar contra esa calaña...

Don Diego resopló.

Malas noticias eran aquellas para mi bolsillo, y por tanto, para mi persona. Si no había dinero, ¿qué demonios hacía yo allí? Mi tiempo era oro, y si bien en un principio aquello me había parecido un negocio redondo, cada vez me lo parecía menos.

Reflexioné en silencio, et pensé que, a fin de cuentas, don Diego tendría contactos en la nobleza como para pedir otro préstamo, y, si no, al menos podría como pago recomendarme a alguna casa nobiliaria amiga.

-Credo que non conseguiremos otra cosa que morir inútilmente en un enfrentamiento armado -aseveré, sin poder proponer otra alternativa, muy a mi pesar. Lo único que se me ocurría era seguir con aquella patraña de las armas, y tampoco me parecía buena idea en absoluto, visto lo visto: en cuanto exijiera un precio exhorbitado por aquellos filos, no tardarían en exigirme que lo rebajare o me despellejarían vivo. De hecho, bien podían hacerlo sin pagar un maravedí y ensartarme con el propio acero de don Diego nada más acercarme allí de nuevo.

Apoyado en la mesa, escuché con consternación las palabras del barón. No tenía dineros, ni soldados y además estaba muerto de miedo.

- Si las cuentas non me fallan, cuatro de tus soldados y nosotros tres, que ni entre los tres haríamos otro soldado, siete seríamos. Quizá con un poco de suerte duraríamos unos minutos antes de ir a visitar a Nuestro Señor, o al infierno según se terciase. - Le dije con franqueza al barón. - Mas, ¿non hay nadie que le deba algún favor o que le pueda prestar dineros o soldados, en una situación como esta? Claro está, olvidándonos del conde de Valdivieso.