Partida Rol por web

Asiente con la cabeza .- Este perro ha combatido conmigo en más de una ocasión y puedo juraros Samuel, que me aspen si no es más valiente que bastantes con lo que he combatido , ha sido un compañero fiel, pero al igual que su dueño. Ya no es lo que solía ser - comenta en tono melancólico.

El grupo cruza la frontera entre ambos reinos, de Aragón se interna en tierras Navarras, cruzar la frontera que se os antojaba complicado, os ha resultado un paseo pues la guerra no ha llegado tan al norte, y además estáis protegidos por vuestro estatus de comerciantes en unas ocasiones y de peregrinos las más de las veces. Don Carlos según os ha relatado, planea pernoctar en el Monasterio de Leire, para cruzar luego el río Salazar y recorrer el valle de Ibarrela, del que tanto le habló durante la guerra de los moros su amigo y viejo camarada de armas Álvaro Salazar.

Cuando llegáis a las inmediaciones del monasterio, os llama poderosamente la atención que las tierras adscritas al mismo, son poderosamente ricas, y están bien cuidadas para vuestra sorpresa. Los campesinos que véis en la ontananza y con los que os cruzáis son muy sumisos e inclinan la cabeza servilmente al ver pasar un grupo de señores a caballo. El ambiente es , en definitiva, de prosperidad y bonanza, muy alejado de la idea y/o realidad que tenéis de vuestros propios reinos, y más aún ahora con la incertidumbre de la guerra.

 Antón miraba desde la ventana de su carruaje. Observaba las tierras bien cuidadas y prosperas que alli había. Siempre le había hablado del verde norte, pero nunca se imagino algo como esto si pensaba en las guerras cercanas. Casi ningun reino podía permitirse tanta prosperidad en estos tiempos. Aun asi, sonrrió alegre pues no había habido percances en el transcurso de la jornada y, aunque aun quedaba un largo trecho hasta llegar a su destino, si todo el camino era por tierras tan prosperas y alegres daba por buen seguro que no tendrían muchas adversidades.

Por un momento pensó en el sueño de Don Carlos, pero como bien había dicho el judio, no tenia por que ser algo malo y rapidamente perdio su mente en el paisaje.

Las tierras Navarras eran exuberantes en toda su extensión. Los densos bosques flanqueaban majestuosos los caminos que recorrían con robles, olmos y demás flora frondosa y salvaje. Pero lo mejor estaba por llegar... en las lindes del Monasterio de Leire docenas de campos ricos en frutos y cosechas vibrantes se acumulaban bajo las atentas manos de campesinos y siervos varios. El abad era un hombre afortunado. Por allí no parecía qeu hubiese otro señor que atesorase la propiedad de aquellas riquezas por lo que, de pronto, el religioso se tornó altamente interesante para Kalev. 

Y no eran intenciones aviesas las que le movían... no era un villano ni un malhechor. Pero Kalev le gustaba codearse con miembros pudientes de la sociedad de cada lugar. Ése era su sitio. Y desde que mantuvo la conversación con el Señor de Mayoral así lo sentía. Kalev era un hombre orgulloso por lo que recibió de buen grado el halago de Don Carlos como el buen comerciante que recibe una propina por un trabajo bien hecho.

Finalmente llegáis al monasterio, el segundo en dos días. En esta ocasión los monjes os ofrecen hospedaje ( como no podía ser de otra manera viajando con un Vizconde ) pero con menos sinceridad y entusiasmo que sus hermanos de fe de San Juan de la Peña, seguramente obligados por la regla de la orden. Los monjes os acomodan en una gran sala común, fría y húmeda y por ende, indigna no ya del Vizconde sino del mismísimo hidalgo. La cámara donde os acomodan está precisamente habilitada para acomodar peregrinos, no sois los únicos en la sala. Hay otro grupo de cuatro peregrinos. Los lechos están formados por jergones de paja, y por única comida os reparten al anochecer unas escudillas de madera con verduras hervidas, un caldo insípido y un par de mendrugos de pan por barba.

Mientras da buena cuenta de su escudilla se acerca a Antón. - Mi señor sé que esto es inpropio de vos - dice en voz baja - pero lo mejor sería no quejarnos , no vaya a ser que llamemos la atención y menos en un reino ajeno.

 Antón ya había pensado presentarle al abad una queja pero reflexiono ante las palabras de Don Carlos. Aquel hombre le superaba en edad y por ende en experiencia y su consejo era bien recibido por Antón. Miro a su alrededor, incluyendo a aquellas personas y despues se giró hacia Don Carlos para susurrarle lo siguiente:

-Mi buen Don Carlos, tiene usted razón, es mejor ser discreto que tener una lapida ostentosa. Pero aun asi me gustaría una explicación del por que de este trato. ¿Acaso no son sus tierras lo suficientemente ricas como para darnos el trato que merecemos? Entiendo que ya haya sido suficientemente generoso el dejar entrar a un judio a pernoctar en el monasterio, pero aun asi...Ademas, no me gusta dormir con desconocidos. Es peligroso y usted lo sabe bien, será mejor que tengamos un ojo bien abierto-dijo mostrando preocupación.

 Este viaje solo había augurado malos presagios, y eso solo hacía que ponerme más inquieto, primero el tener que llevar uno de esos perros, aunque afortunadamente no me había atacado, después ese extraño sueño y ahora un trato inhóspito . Desde luego todo indicaba a que hacer ese viaje no había sido una buena idea. De todas formas, tenía sustento y eso era más de lo que había tenido antes de ese viaje, así que tampoco podía quejarme demasiado.

Tenía ganas de compartir mis sentimientos con alguien, pero no quería que pensaran que era un paranoico, así que simplemente dije:

-Espero que este viaje nos depare un buen final al llegar a Santiago.-Dije con un tono un poco apesadumbrado.

Aunque ese "final" podía llegar antes...

 Roderigo se extraña ante caras tan taciturnas por parte de los monjes. No es que le extrañara ese trato hacia el, pero...coño! para que le estaba sirviendo viajar con un vizconde. Deberían tener algo mejor. No obstante, algo es mejor que nada, y quizá por la noche pudiese "comprar" alguna pertenencia nueva. Si algo salía mal, siempre podía echarle la culpa al judío, al fin y al cabo, era judío en un mundo cristiano. Dio buena cuenta a su escudilla, y luego educadamente se disculpó y se fue a ver un poco por dentro el monasterio.

- Si me disculpan - dijo en tono para que solo oyeran sus compañeros- voy dar una vuelta y a ver si saco algo de información del por qué de este recibimiento con caras tan largas.

El judío se quedó observando cómo se alejaba Roderigo. Sin mucho ánimo en ocultar sus palabras o en evitar que el sonido le llegase a este profirió un despectivo bufido...

- Me juego un maravedí a que ese idiota nos mete en problemas... 

No entendía bien por que razón se quejaban todos tanto, aquellos pobres monjes nos ofrecían lo poco que tenían y así se lo ibamos a pagar...

- Mi señor - le dije en voz baja a Don Antón, suficiente para que el resto lo escuchara pero no los monjes o los demás viajeros- estos monjes nos están dando todo lo que tienen, es su deber con Dios. Si le han dado una celda fría y húmeda será porque no tienen otra cosa, no veo a esta gente ocultando habitaciones calientes y asados de carne, aunque si es cierto que se les nota un poco tristes... puede que les haya ocurrido algo malo, quizá deberíamos interesarnos, mi señor.

Los tipos que se alojan con vosotros no son tan discretos, y podéis escuchar como se quejan abiertamente del trato y de la comida. " Pardiez que se comía mejor en las mazmorras del corregidor! " oís como comenta uno de ellos, un tal Imanol. Por el acento de esos hombres estáis casi seguros de que son vascos y fiando vuestra mirada en ellos os percatáis de que a uno de ellos le falta una mano y a otro de ellos le falta una oreja.

Dándote una vuelta por el monasterio , aparte de poder admirar las impresionantes gárgolas labradas en la piedra de la portada principal de la iglesia, te das cuenta de que reina en el patio del monasterio una actividad inusual: Los criados de los monjes están en un extremo del patio cargando una reata de mulas con una serie de bultos.

Primeramente, desde lejos, Roderigo intenta avistar que puede ir dentro de los bultos. Luego camina despreocupadamente hacia los mozos, y acariciando una mula dice:

-Buen animal, tiene buenos cuartos y muy mansa, parece que pronto dais dar buen uso de este magnifico ejemplar. Quizá pueda ayudaros a cargar, los bultos, os veo atareados, y que mejor manera de corresponder por la hospitalidad del monasterio.

Dice al mismo tiempo que se acerca hacia los bultos para "terminar de amarrarlos" y echar un ojo dentro de paso.

 ¿Mazmorras?Pensó Antón. Aquellas personas no le inspiraban la mas minima confiaza. Parecían ser bandidos...bueno bandidos que habían pasado una temporada en las mazmorras de las que se jactaban y habían sufrido su merecido. Aquello no auguraba ningun descanso para su grupo, ya que Antón no pensaba descansar tranquilamente y dejar su cuello a merced de esa gentuza. Aun asi, se abstuvo de decir nada todavía aunque no les quitó los ojos de encima.

 Según parecía la hipocresía cristiana hacía más o menos común el hecho de que personas que viajaban de acá para allá con motivaciones diversas utilizasen la mascarada de los peregrinos para andurrear los campos impunemente. Era curioso... más aquellos rostros...

No le sonaban al judío en absoluto.

Con mucho disimulo y la habilidad que te caracteriza, examinas los bultos y descubres que se trata de vino, víveres, ropa y equipo diverso. Lo que perfectamente podrían ser pertrechos para un ejército.

Uno de los mozos te contesta:

- "ta" mula es mu mansa pero no la cabalgo yo, sino unos tipejos que se las llevan toas las noches y las traen de vuelta por la mañana vacías. Son para el ejército del Abad.- te comenta en voz muy baja, luego añade en voz alta - No necesitamo ayuda gracias.

Recuerdas que el castigo por ser un bandido es la pérdida de una mano, mientras que el contrabando se castiga con la pérdida de una oreja. Los tipos que se hacen pasar por peregrinos no son más que unos delincuentes de la peor calaña.