Partida Rol por web

Don Carlos apenas puede reaccionar antes de que la multitud se abalance sobre él, véis como lo único que tiene tiempo es de desenvainar antes de ser rodeado por la multitud de hombres y mujeres que por cierto, sólo portan piedras como armas. Samuel que está junto a él no reacciona aún, el que sí reacciona y de qué manera es Teolfo, el buhonero echa a correr ladera abajo en sentido contrario (dejando la cruz a su espalda).

¡Blasfemos! -grité mientras iba hacia don Carlos-, ¡dejad a ese hombre en paz!

Roderigo avanza hasta don Carlos y una vez allí, se apea del caballo.

En un acto sorprendente que le honra, Roderigo se interna en la masa de pueblerinos y aunque no llega hasta Don Carlos, queda cerca.

El Caballero no se lo pensó dos veces... azuzó al caballo y desenvainó la espada a la vez. Aquello era una maltida locura.

Aleixo carga contra la masa enfurecida de hombres y mujeres que ni siquiera pueden apartarse dado el aglutinamiento de gentes, el santiaguista irrumpe con fuerza chocando contra una pared de enemigos derribando a dos de ellos y arrancando el brazo derecho de una mujer de cuajo, la cual cae al suelo y se pierde entre la multitud. La turba entonces empieza a gritar y aunque su objetivo es Don Carlos, algunos se dirigen hacia vosotros. ¿Podrán nuestros héroes mermar a los suficientes para que escapen?

En cuestión de segundos casi estábamos rodeados por aquella turba enfurecida, sólo llevarían piedras y palos pero por Dios que serían capaces de abrirle la cabeza al hidalgo. Me sentí un poco avergonzado al ver que mis deseos se habían hecho realidad, pero no como yo habría querido, claro.

"Dios me castiga por mis malos pensamientos..." -pensé.

Pero no había tiempo que perder, allí todos eran muy valientes al principio pero lo más sentato era sin duda salir de allí lo más rápido posible. Siguiendo la estela del Caballero de Santiago me lancé con la montura empujando al que se puso en medio, hasta llegar lo más cerca que pude de Don Carlos.

- ¡Rápido, Don Carlos! ¡Subid a mi caballo! - le grité apremiándole a subir.- ¡Son demasiados, no podemos luchar contra ellos!

Samuel al igual que Don Carlos estaba casi rodeado cuando intentó la carga, Don Carlos sí estaba completamente rodeado y ante la proximidad de los que rodeaban a Don Carlos con Samuel,era imposible disponer del espacio suficiente para lanzar la carga, de manera que Samuel lo único que consiguió fue hacer retroceder a varios harapientos que se apretaron con los de detrás.

Samuel abrió un hueco mínimo y se acercó a Don Carlos, pero la turba era incontenible.

El noble se acercó a caballo hasta donde estaba Samuel, con la espada al viento dispuesto a defenderlo mientras trataba de protegerle mientras socorría a Don Carlos. Luchar contra aquella turba era una locura, no podía matar a simples campesinos pero tampoco podía dejar que a Don Carlos le ocurriese nada.

-¡Deteneos infames! ¡Parad os digo!-gritaba una y otra vez mientras trataba de controlar el caballo que no parecía querer acercarse a esa gente.

Don Antón se internó en la masa de fanáticos pero no se llegó si quiera a la altura de Samuel y mucho menos a la de Don Carlos.

La cosa se estaba poniendo muy fea. Sabía como podía acabar esto, y no me gustaba. Pero no todo estaba perdido. Tal vez podríamos llegar a algo sin tener que pelear. No obstante, mi idea se ve frustrada cuando veo volar un brazo arrancado.

Tendré que intentar otras cosas. Rápidamente, miro a mi alrededor. Tengo que buscar un sitio desde el que no ser visto si quiero llevar a cabo una treta que engañe a estas gentes.

No hay árboles o arbustos en los alrededores en los que esconderse, el único sitio propicio para ello que se te ocurre es en la otra cara de la montaña donde está la cruz.

Sin pensármelo dos veces, corro hacia el otro lado de la montañita. Con suerte, nadie se dará cuenta de mi treta, y podré actuar antes de que los pueblerinos tengan en sus garras al buen hombre que incluso me ha dado su caballo cuando lo he necesitado.

Sólo necesito llegar a tiempo, para pillarles por sorpresa después.

El de Mayoral describe un arco con su espada y hace un barrido atacando a todos los harapientos que le rodean, pero su barrido sólo logra impactar a dos aldeanos, rajando el brazo derecho de uno y el brazo izquierdo de otro, pasando por encima del siguiente adversario pero rajando al cuarto y al quinto harapientos que le rodean. Hiriendo al cuarto en el pecho y al quinto en el brazo izquierdo.

Pese a la escabechina organizada por Don Carlos entre los pueblerinos más próximos, la turba se echa sobre él y véis como le engulle y le muelen a palos.

Don Carlos desaparece debajo de la masa de aldeanos, a los que sólo podéis ver golpeando bajo ellos. El Caballo de Don Carlos intenta abrirse camino a través de la turba pero es derribado y cae al suelo, desapareciendo entre la gente.

La multitud empieza a lanzar piedras contra todos vosotros de manera indiscriminada, no todos tiran piedras, pero todos los que lanzan tienen tiempo de lanzaros dos piedras antes de que podáis hacer algo.

Las piedras alcanzan al de Santiago por todo el cuerpo, una de ellas se estrella contra su cabeza, pero afortunadamente el bacinete detiene el golpe que de otra manera le habría hecho   un agujero en la sien. El caballero. El resto de piedras que arrojan contra él se estrellan contra su armadura abollándola en infinidad de puntos.

Don Antón tiene mucha más suerte, pues al llevar bacinete, las tres piedras de considerables dimensiones que se estrellan contra su casco son detenidas por éste sin daño para el Vizconde. De igual modo ocurre con su Coracina, la cual detiene las pedradas que se estrellan por toda ella.