Partida Rol por web

En éstas, el tal Honesto soltó el hombro derecho de Don Carlos y corrió hacia vosotros mientras sacaba a relucir una espada a medio oxidar.

Intentáis pasar desapercibidos pero el caso es que una mujer del grupo de aldeanos que rastrea los alrededores del pueblo siguiendo al ganado que acabáis de soltar os descubre y a lo lejos la véis hacer gestos en vuestra dirección. Varios paletos que empuñan palos corren hacia vosotros.

- Vizconde... ve a por el cura y jura por todo lo divino que lo partirás en dos. Yo me encargo de ese que viene y de los otros si no huyen despavoridos.

El Caballero, que ya empuñaba el filo del acero en su mano lo asió con furia y comenzó a enarbolarlo a la vez que apretaba el paso. 

- En el sagrado nombre del Apóstol Santiago... ¡muereee!

El hombre hace una de "pies para qué os quiero" y sale corriendo cual alma perseguida por el Diablo, esquivando las piedras y los agujeros del suelo y pasando entre los matorrales levantando una nube de polvo a su paso.

Parece que ni la amenaza de Samuel ha sido suficiente para contenter al hombre llegado el peligro. El buhonero es todo un valiente digno de la mejor de las Cortes u Obispados.

Malditos...-murmuró con los dientes apretados. Aquella locura tenía que acabar. Aquel hombre no era parte de los planes de Dios, el diablo lo había engañado para cometer aquellos crímenes y pagaría por su debilidad y por su falta de fe. Antón corrió hacia el cura para ensartarle con su acero y vengar la muerte de Roderigo, que le había salvado la vida. Era lo que menos podía hacer.

El tal Honesto con los ojos en blanco y con el yerro anaranjado en la diestra corrió hacia vosotros con una determinación tal, que rayaba en la locura. Era un hombre alto y delgado, fibroso pero sin llegar a ser musculoso aunque bien alimentado, nada que ver con los pobrecitos a los que os enfrentásteis en la cruz. Además había algo que denotaba que ese hombre era muy peligroso y sabía lo que hacía. Había que tener los cojones bien puestos para cargar contra dos hombres duchos en armas como vosotros, completamente equipados y determinados a liberar a su Mandante.

Mientras el hombre iba a vosotros, a Don Carlos lo llevaban ante el sacerdote.

Esta vez ya ni me preocupé por Teolfo, estaba claro que aprovecharía la mínima oportunidad para salir huyendo como la rata que era. Pero en esta ocasión casi tuve que agraderle su iniciativa, pues verle correr me dio una idea interesante que quizás pudiéramos aprovechar. A esa distancia bien podría abatir a los tres paletos antes siquiera de que llegaran a trabarse en combate con nosotros, sin embargo, no era mi deseo matarles a menos que fuese necesario y además teníamos un plan entre manos.

- Yejiel, vamos a aprovechar esto como distracción - le dije rápidamente al judío.- Daremos un rodeo y trataremos de perderles, sin perder de vista la hoguera... si lo conseguimos bien y si no tendremos que matarlos, no perdemos nada.

—Preferiría no hacerlo, pero si no queda más remedio... —comento a Samuel, a la vez que asiento a su plan. Sólo hay que esconderse un poco y correr. No puede ser muy difícil. Además, no estaría mal que nos saliese algo bien desde que hemos llegado a este condenado lugar.

En una hábil maniobra, Samuel se lanza a la carrera en diagonal de manera que no pueda ser visto por la turba que va detrás de los dos hombres y sin por ello perder la dirección al pueblo. Yejiel sigue tras sus pasos y a la carrera logra alejarse de la turba, poniendo bastante distancia de por medio. Pero cuando parece que ya los han esquivado, a lo lejos se escucha de nuevo a la misma mujer con su vocecita gritando. Os detenéis un segundo y miráis en la dirección de los gritos y allí está: La mujer y los tres hombres a muchísima distancia pero sin haberos perdido de vista.

Cuando parece que por fin lo hemos conseguido, me doy la vuelta para ver que no, que aunque seguimos a un buen trecho de ellos, saben donde estamos.

Así, encogiéndome de hombros, miro a Samuel con cara de "¿Qué hacemos?". El parece un experto en estas cosas, yo para correr y esconderme no valgo.

- Bueno, al menos ahora están más lejos - dije buscando a los paletos con la mirada.- Sigamos rodeando el pueblo y vayamos hacia el fuego, yo creo que les hemos entretenido un poco más, espero que sea suficiente...

Continué según la ruta que había improvisado, si esta vez se acercaban demasiado tendría que abatir a uno de ellos para tratar de disuadir el resto, aunque no estaba seguro de aquella estrategia, los paletos habían resultado ser unos fanáticos religiosos.