Partida Rol por web

CARRETERA DE KELACK.  DIA 12 RAKKAN, ALREDEDOR DEL MEDIODÍA

No les había quedado más remedio que emprender el camino hacia Baratar. Habían sido contratados como guardianes de caravana en Keninga por un comerciante local que pretendía llegar a Baratar.  Por desgracia para ellos, al llegar a la aldea de Setenil, Cary Guthhelmcas, que así se llamaba su contratante, enfermó y tuvo que ser internado en un hospicio local. Habiéndose quedado sin empleo,  decidieron proseguir su camino hacia Baratar con la esperanza de encontrar algún trabajo con el que ganarse la vida de forma digna.

Embísteme, bella dama,

pero que sea en la cama.

Si prefieres darme con una rama

o tal vez quemarme con una llama,

que no quiero hacer yo de esto un drama,

elijo enamorarte, tal es mi fama.

Lasar iba amenizando el camino tocando el camino con su laúd, pero no se le ocurría cantar muy fuerte. Akta le había advertido que si volvía a hacerlo le metería el laúd por donde le cupiese y el bueno de Lasar no quería comprobar si aquella amenaza iba a en broma o por el contrario, muy en serio. Por ello, marchaba en última posición junto a la  dama a la que iba dedicada la canción, la tiefling Lerissa. Por delante avanzaban los dos siervos acorazados de Seyran, Crodos y Akta, quienes iban muy atentos al camino.

La carretera se había estrechado en aquel punto del camino. A ambos lados de la carretera crecían unos enormes robles de retorcidas cortezas, con unos nudos que se retorcían creando espirales. Quizás por ello, a aquel bosque lo denominaban,  "bosque de las espirales verdes". El canto de los pájaros acompañaba la marcha y casi se podía decir que iba en sintonía con las bellas canciones que entonaba el bardo, pero sólo casi.

Decían que en aquellos caminos, operaban varias bandas de asaltantes y que era en los bosques donde más peligro había de ser presa de una emboscada. Por suerte, aquel bosque o era demasiado frondoso, ni demasiado oscuro. Además, la arbolada tan solo se prolongaba durante algo más de un kilómetro, tras el cual la carretera volvía a discurrir a través de una despejada llanura. Quizás por ello, Akta y Crodos habían insistido tanto en ponerse al frente en aquella zona, por lo que pudiera pasar y la clérigo había hecho callar a Lasar, aunque no había tenido demasiado éxito, pues aquel hombro de gorro emplumado, no callaba nunca. Quizás fuera finalmente Lerissa quien le hiciera tragar el laúd si no dejaba de cantar cancioncillas sobre ella.

Habitualmente no trabajaba en grupo ni tampoco protegía caravanas. Consideraba aquella clase de trabajo, además de indigna, como un auténtico tostón porque siempre había alguien inaguantable, que no se callaba, que no dejaba de preguntar o simplemente, qué hacía lo que le daba la gana, poniéndose en peligro y por ende, haciendo no solo que mi trabajo fuese más complicado sino también, arriesgado.

Sí, definitivamente, odiaba trabajar en grupo.

Pero era lo que me había tocado después de varias semanas sin haber encontrado nada mejor y haber gastado hasta mi última moneda. Era el precio por poder escoger más adelante algo que mereciese más la pena… y fuese más solitario.

Por otro lado, los cánticos de aquel idiota me estaban enervando. No solo tenían que ver conmigo, sino que aunque no hubiese sido así, no había manera de que entendiese que aquello no era arte, sino ruido camuflado entre palabras que parecían sacadas de un niño de cinco años. No, mentira. Un niño de cinco años habría vomitado con semejantes rimas. Nosotros no teníamos tanta suerte, porque al menos habría algo que podríamos entregarle a cambio y parecíamos condenados a escucharle.

Si queríamos movernos en silencio, no íbamos a poder; si queríamos salvar nuestros oídos, tampoco; y si pretendía poner a prueba mi paciencia… estaba claro que yo había fracasado y que me tenía tan harta, que estaba dispuesta a casi cualquier cosa con tal de que se callara.

Casi.

-Lasar, querido. Si te prometo lavarte los leotardos, ¿serás tan amable de dejar de cantar? –le pedí con una sonrisa forzada, mostrando mis puntiagudos dientes y mirándole como si quisiera arrancarle la nuez de un mordisco.

En aquel momento, debía haber estado preocupada porque el camino se estrechaba, convirtiéndose en un lugar idóneo para una emboscada, dado que sería mucho más fácil obstaculizar nuestro paso y dispondríamos de movimientos limitados.

Pero no, tenía que estar ocupada soportando el cante.

-De hecho, si prometes dejar de cantar, querido, hasta podría darte un regalito adicional –le dije, pasando una mano por su barbilla, acariciándola un breve instante, mientras mantenía la sonrisa con dientes puntiagudos y deseaba, en mi fuero interno, clavárselos. Estaba tan cerca de hacerlo que casi se me hacía la boca agua.

Habitualmente, mi resistencia era considerablemente mayor, pero Lasar había ido minándola a cada kilómetro con sus canciones y en aquellos instantes, un pájaro tenía mayor capacidad de aguante que yo.

La otra opción que tenía era agarrar su laud y partirlo en dos, pero a cambio estaba segura de que tendría que aguantar sus lloriqueos y ahí si que era capaz de lo peor. Así que quizás fuese peor el remedio de la enfermedad.

No sé por qué Akta y Crodos están allí delante mientras yo tengo que aguantar a este idiota, maldije en silencio, mientras todos mis huesos se estremecían con cada acorde y sentía mi cola moverse nerviosa.

La próxima vez iré yo delante y que se queden ellos con él.

Había sido una mala idea aceptar aquel trabajo y ahora todas las soluciones pasaban por aguantar lo que sucediese.

Crodos caminaba en vanguardia con a la acorazada Akta a su diestra, produciendo con cada paso que daban una cacofonía metálica por el roce de placas y mallas de acero. Se sentía algo desalentado por la pérdida del trabajo de Setenil. Podría haber sido una buena oportunidad para llenar un poco la bolsa, cada vez más vacía. Administrar justicia por el mundo tan carente de ella requería cierta financiación. La parte buena de esos trabajos era que, con un poco de suerte, podía surgir la ocasión de ajusticiar a alguno de tantos bandidos y malas gentes que plagaban bosques. Bosques como el que recorrían ahora mismo.

Al menos no iba solo. Aparte de Akta, a quien conocía como noble servidora de Seyran, les acompañaba un lenguaraz trovador y una inquietante tiefling. Aunque terriblemente osado, algo que compartían todos los bardos, Lasar amenizaba el camino con alegres tonadas. A juicio de Crodo, quien se tenía a sí mismo como buen apreciador de las artes musicales, tenía una voz fina como el piar de un jilguero y unos dedos hábiles con el laúd, y verdaderamente estaba disfrutando de la música, por lo que agradecía su compañía.

Ah, pero otra cosa era la tiefling. Lerissa decía llamarse. ¿Quién podía estar seguro de si decía la verdad? Era bien sabido que los tieflings tenían cierta tendencia al mal, producto de la sangre que corría por sus venas. Y prejuicios aparte, Crodos creía haber visto en esos ojos inhumanamente oscuros fugaces destellos de odio... Pero Seyran, que daba la vida a todos los seres, también se la había dado a esa tiefling que los acompañaba. Tal vez su Dios, en su infinita sabiduría, la había puesto en su camino para redimirse de su propio origen.

Crodos levantó la visera de su ornamentada celada con una mano enguantada en acero.

— Mi buen Lasar,  ¿por qué no dejáis descansar vuestros dedos y lengua unos minutos? — dijo con voz amable sin perder de vista los árboles nudosos — A pesar del atrevimiento de vuestros poemas creo que tenéis un gran talento, pero tal vez la dama desee descansar los oídos.

Caminaba pensando porque nos acompañaban el bardo pesado y la malvada tiefling. ¿No podían haber cogido otro camino cuando se nos fue el trabajo a la mierda? Sí, claro que sí pudieron, pero entonces el paladín, haciendo muestra de su bondad y generosidad optó por invitarles a acompañarnos. Así estarían más seguros, dijo.

Pues yo lo dudaba, sobre todo por el bardo. Ya le había avisado de donde acabaría su laúd si no se callaba, pero la tiefling sin duda sería más radical y le rebanaría el cuello en cuanto pudiese. Al menos ahora le molestaba a ella y no a los demás.

Tampoco entendía la extraña formación que llevábamos. Lerissa podía ir delante, en sigilo, buscando trampas y pasos, Crodos o yo detrás para cubrirla, el bardo el tercero y detrás nuevamente una armadura pesada, por si nos asaltaban por la espalda. Al menos llevaba mi detector de trampas manual, aquella vara larga que haría saltar cualquier tipo de trampa que se encontrase delante de nosotros sin peligro para nuestra integridad física.

- Si lo llego a saber, no hubiese dejado de lado el conjuro de detectar trampas tras rezar a Seyran. - Me quejé en silencio mientras seguía caminando.

- Lasar, no lo repetiré más veces. Yo no tengo la paciencia de Crodos ni su buen hacer. En cuanto lleguemos a zona civilizada, te quedarás allí... si es que alguien no te corta el cuello antes. - Cosa que no iba a impedir y menos aún si no lo veía. Yo solo daba ideas... la tiefling podría usarlas o no.

Y entonces guardé silencio, esperando que los demás hiciesen lo mismo. Mi vara seguía delante de mí, buscando posibles trampas al tiempo que mis dorados ojos y mis oídos, prestaban atención al camino y a lo que nos rodeaba.

Hacía un día precioso, ideal para pasear y disfrutar del camino. Después de quedarnos sin trabajo por la enfermedad de nuestro contratista, decidimos viajar juntos hasta Baratar. Viajar en grupo era mejor que hacerlo solo, dadas las circunstancias. Había oído que los ataques de los bandidos se habían incrementado por la zona y, aunque me las apañaba bien solo, no quería terminar muerto tirado en un lugar oscuro. Además, viajaba con dos preciosas mujeres a las que adular con mis cánticos.

Recorrer los caminos, conocer sitios distintos y lejanos, nuevas gentes con otra cultura y muchas mujeres que conocer. ¡Eso era vida, sí señor! Alegre como estaba, agarré mi laúd y empecé a recitar algunos versos. Iba en la retaguardia, detrás de los seguidores de Seyran, junto a la exótica tiefling. Era una mujer especial, hermosa y peligrosa, viendo el brillo de sus atrayentes ojos. Nunca había yacido con una tiefling y la verdad es que moría en deseos de hacerlo. Por eso, cada vez que podía, la dedicaba unos versos para atraer su atención. Akta, en cambio, aunque no estaba mal, era arisca y machorra, aspectos que no me atraían mucho. Se perdería el placer de conocerme en profundidad. El paladín, Crodos, parecía un tipo inteligente y agradable, me caía bien. Sabía que podía confiar en una persona tan recta y honorable.

"...elijo enamorarte, tal es mi fama."

Nada más terminar mi canción, observé a Lerissa, para ver qué le había parecido. Seguro que le había encantado la pequeña improvisación que había hecho para ella. Era dura de roer, pero sabía que acabaría cayendo bajo mi poderosa sensualidad y mi buen hacer.

-"Claro, querida. Me quedaré un rato en silencio para que tus finos oídos sigan rememorando la canción que acabo de interpretar para ti, hay que degustarla lentamente. Y si quieres encargarte de lavar mis finos ropajes, no voy a decir que no a eso."

Contesté con una amplia sonrisa cuando me acarició la barbilla. Tenía su atención y eso era un comienzo.

-"Gracias por tus palabras, mi buen Crodos. Siempre es agradable saber que aprecian el arte de uno. Mi música es como néctar para los oídos de cualquiera y estoy seguro que la bella Lerissa también sabe apreciarla."

Dije alegre y dicharachero, mirando a uno y a otro. Entonces la armonía del momento se rompió con la voz de Akta y sus palabras hacia mi. Estaba claro que no sentía devoción por la música, ni por mi.

-"Creo, acólita de Seyran, que los caminos son libres de transitar y YO no debo pleitesía a nadie, por lo que YO decidiré DÓNDE quedarme o DÓNDE me llevarán mis pasos. Tal es la elección del libre albedrío y así es la vida de un bardo itinerante. En cuanto a que alguien me rebane la garganta, sería una pena desperdiciar mi hermosa voz y mi talento." Dije riendo.

No me tomaba las palabras de Akta en serio. Si la pobre mujer estaba enfurruñada siempre, terminaría con la cara llena de arrugas muy joven. Saqué mi pellejo de agua y eché un sorbo, para aclarar mi garganta. Como decía, hacía un día precioso y el bosque era todo un estallido de vida. Animalillos, aves y plantas crecían exuberantes por doquier, sin que la mano destructora del hombre lo mancillara. Me quedé observando y escuchando los alrededores mientras avanzábamos, intentando captar la belleza del lugar para futuras composiciones.

Fue cuando el camino llegó a la altura de un río franqueado por un puente, cuando Lasar se percató de algo, hacía un día precioso, si. El bosque era todo un estallido de vida, también. Pero no sólo animalillos, aves y plantas crecían exuberantes por doquier, sin que la mano destructora del hombre lo mancillar, también unas extrañas criaturas parecían aguardarles en las orillas de aquel río. 

No sólo fue Lasar quien se percató de tal presencia. Todos los miembros de la expedición los vieron. Eran cinco seres algo más bajos que un humano medio. Sus redondeados cuerpos estaban cubiertos de finas escamas de un color verduzco, escamas que daban la apariencia de que estuvieran gordos o hinchados. Sus brazos y piernas eran delgadas y esbeltas, terminados en unas manos anchas y membranosas. La cabeza era redonda y parecida a la de un pez. Sus enormes ojos saltones eran oscuros como  el firmamento nocturno y con cierto matiz plateado. Sus bocas eran anchas y llenas de afilados dientes como agujas.

Era evidente  que les estaban esperando para emboscarles, aunque su plan no había salido como esperaban, pues habían sido detectados de buenas a primeras. Uno de ellos, el que estaba más alejado, alzó los brazos y bociferó algo en un extraño idioma, que sonaba como si alguien estuviera hablando debajo del agua.

- ¡Blooop  booo blop! - Dijo. Sonaba a un grito de comabte o de alarma.

Los gritos del estúpido bardo no me dejaban concentrarme ni escuchar con atención. Además, me distrajeron por completo pensando en una y mil maneras de deshacerme de él sin matarle. Iba a responderle cuando su cara de payaso cambió a una de alerta. Miré hacia todos lados, soltando la vara que llevaba en mis manos y sacando el espadón me preparé para lo que viniese. Algo que no tardó en asomarse saliendo de las aguas que alimentaban el bosque.

Apreté mis manos con fuerza sobre mi espadón al tiempo que conjuraba unas palabras.*

Al menos aquellas viles criaturas servirían para descargar la rabia contenida hacia el baboso del bardo. Esperaba que un puñado de monedas sirviesen para emborracharle y pagarle un puta y poder marcharnos al alba, mientras él seguía durmiendo la mona. Pero para eso teníamos que sobrevivir a aquel combate.

- Ahora si puedes cantar, bardo. Con suerte los espantarás con tu alaridos. - Le dije al hombre divertida pensando en ello y en como le quitaban el laud y se lo rompían en la cabeza.

Parecía que a pesar de nuestras diferencias, de lo poco que teníamos en común todos, al menos sí que coincidíamos en algo. Lasar era insoportable; su música no solo nos hacía pensar en las diferentes maneras en que podíamos acabar con él, sino que nos impulsaba a acabar el viaje lo antes posible; y si misteriosamente el laud desaparecía una noche, nadie lo echaría de menos.

Afortunadamente, tuvo la delicadeza de callarse durante un tiempo, coincidiendo con nuestra llegada a un puente. La obligación de cruzar por un lugar todavía más estrecho que aquel camino, hizo que pusiera todos mis sentidos, porque de preparar una trampa, aquel era, sin lugar a dudas, el mejor lugar para hacerlo.

Y no me equivoqué, aunque tampoco es que estuvieran escondidos.

Eran cinco, más parecidos a sapos con manos y piernas, y casi al mismo tiempo que los vimos, ellos también se dieron cuenta de que lo habíamos hecho. Era el preludio de un combate que sin lugar a dudas no podíamos esquivar, pero que podíamos escoger en dónde llevarlo a cabo.

A pesar de todo, al estar dispuesta en la parte de atrás, no tenía demasiada capacidad de reacción. Sí que pude oír el comentario de Akta, que se ajustaba a lo que realmente todos pensábamos, pero no había tiempo que perder.

-¡ESPERAD A QUÉ ATAQUEN! ¡QUÉDEMONOS EN ESTE LADO DEL RÍO! ¡SOLO PODRÁN ATACARNOS DE UNO EN UNO A TRAVÉS DEL PUENTE O EN DESVENTAJA SI CRUZAN EL RÍO! –grité, preparando mi arco para no tener que esperar a que estuvieran justo delante de nosotros.

Estaba acostumbrada a actuar al amparo de las sombras, envuelta en la noche y sola, pero allí estaba, rodeada de compañeros y expuesta, porque no siempre se podía escoger las batallas en las cuales luchábamos; solo, la manera en la que nos lanzábamos a por ella.

Y yo, había escogido.

Intentaría, por el momento, y desde la parte de atrás, diezmar a nuestros enemigos, mejorar las posibilidades para la lucha cuerpo a cuerpo de los demás, y cuando llegase el momento, atacar como cualquier otro, porque tarde o temprano, todos teníamos que enfrentarnos a la muerte. Sabía hacía ya mucho tiempo, que con mi vida, algún día encontraría a alguien que me viese antes de que yo pudiera actuar, que fuese más rápido que yo o simplemente, más certero. Sabía que en alguno de mis trabajos, una flecha acabaría conmigo en un suspiro, o una espada cercenaría mi cabeza, provocando el placer en mis enemigos.

Así que lo único que me quedaban eran dos cosas: mi honor, y el sabor de la lucha cuando esta se produjese, y en aquellos momentos, estaba preparada para defender lo primero y degustar lo segundo.

Y si llegaba el caso de que se producía una situación desesperada, siempre podía jugar otra carta, pensé, divertida, considerando durante un instante si incluso debía decirlo en voz alta.

En caso extremo, podía usar a Lasar como escudo y después contraatacar.

Pero me conformé con dejar que una sonrisa aflorara en mi rostro.

Crodos estaba a punto de replicar a Akta para decirle que nadie le iba a cortar el cuello, y que no había necesidad de separarse tan pronto, pero unos gritos ahogados interrumpieron.

Al principio creyó que era alguna buena gente que necesitaba auxilio por estar ahogándose en el río, pero pronto vio de qué se trataba.

Arrugó el entrecejo. ¡Esos demonios acuáticos les habían tendido una pobre emboscada! Un atrevimiento, sin duda alguna, cometido por la creencia de que el factor sorpresa y una ligera superioridad numérica, según veía.

Afortunadamente, habían sido ellos quienes se habían topado con esos monstruos. Habría sido terrible que hubieran caído en la emboscada un grupo de ancianas o una expedición de niños que iban a pescar. Claramente, debían ser erradicados de la existencia si quería preservar la vida de buenas y nobles gentes locales.

— ¡Monstruos de las profundidades! ¡Preparaos para volver a las, uh... profundidades de las que habéis salido!

Mientras vociferaba con su voz retumbante se bajó la visera de la celada y descolgó su mangual pesado, el cual llevaba colgado con una correa. Con ambas manos empezó a mover el asta haciendo girar sobre su cabeza la pesada bola con púas, esperando la llegada del primero de esos seres malignos.

La emboscada no había salido como aquellas bestias acuáticas habían planeado. No sólo habían sido descubiertos de buenas a primeras, sino que además, serían los primeros en recibir sus los ataques de sus adversarios. Lerissa ya estaba preparada con el arco para lanzar un flechazo al primero que se moviera.

Sin detenerme a pensármelo demasiado, agarré una de las flechas de mi carcaj, la coloqué en mi arco y empecé a tensar la cuerda, mientras escogía a mi blanco. Durante un breve instante tuve la tentación de girarme y dispararle a Lasar, pero no, no era tan cruel, al menos todavía. Su música aún no había acabado con mis tímpanos y a lo mejor podía disfrutar un poco a su costa en el camino.

En lugar de eso, me escoré ligeramente a mi izquierda para tener el objetivo mucho más claro, una de aquellas bestias que en aquel momento se encontraba en la orilla que estaba en nuestro lado.

Mientras tensaba la cuerda cada vez más, me concentraba para no errar el disparo. Aún estaba a tiempo para intentarlo otra vez porque dudaba por su aspecto que pudieran moverse con rapidez en tierra, pero tampoco debía perder más tiempo.

Mi disparo dio en el blanco, pero por desgracia, no tanto como yo esperaba, saliendo rebotado sin apenas haber causado daño a la bestia.

Maldita sea, mascullé, mientras cogía otra flecha para volver a disparar, esperando causar más daño en la siguiente ocasión.

Enseguida me di cuenta de que más adelante había un puente sobre un río y a los lados de este, unas criaturas vípedas con forma de pez. Con un ligero silbido y moviendo la cabeza en esa dirección, indiqué a los demás la aparición de un quinteto que se nos unía en nuestro caminar, no con muy buenas intenciones. Por lo que escuché, no tenían buen timbre para acompañarme en uno de mis cantares.

Rápidamente, mis compañeros reaccionaron, esgrimiendo las poderosas, afiladas e infalibles armas que portaban. Dentro de poco, esas viles criaturas yacerían espatarradas por el campo circundante. ¡Y eso se merecía una canción! Así que agarré con delicadeza y decisión mi laúd, y empecé a sacarle alguna nota musical. Debía darle un toque dramático a la escena, a la vez que apasionado y heroico. Mis compañeros hablaban y gritaban con ímpetu, comentando las mejores acciones para el combate o profiriendo amenazas al rival. Pero yo estaba concentrado en afinar el DO mayor, que no terminaba de gustarme cómo sonaba.

-"Laaa lo lalalaaaaaa, lelaooo loaaaailaaaaaaa."

Parecía que ya le iba encontrando el punto que quería darle.

Levanté la vista y contemplé el campo de batalla.

A mi lado, la bella Lerissa, apuntabaaaaa.

Como los héroes de antaño que nos encandilaban,

los dos seguidores de Seyran al frente esperaban.

Poderosas armas portaban, diestros con ellas eran,

y con gran VALOR y MAESTRÍA,

derrotarían a las malvadas criaturas.

La balada sonaba espectacular, tal era mi notoria maestría. No pocas veces me habían dicho que era música creada por los mismos ángeles. Acompañaba los versos con una alegre tonada melodramática.

-"Ahora puedes sacar tu fiera hoja y atacar con ella, Akta. Que no se diga que una mujer no empuña un mandoble igual o mejor que un hombre. Jajajajaja."

Seguí tocando el laúd, intentando sacar esa nota o frase para el recuerdo, digna para cantar en el salón de un rey. Miré de soslayo a Lerissa para ver qué le había parecido mi composición.

Crodos seguía agitando el mangual en círculos sobre su cabeza con paciencia, observando a los enemigos a través del visor de su excelente yelmo tan finamente labrado. Dio un paso a su izquierda¹ sin dejar de hacer girar el mangual, ya que por un momento pensó que tal maniobra circular tan cerca de Akta podía acabar dándole un buen porrazo en la cabeza y abollarle el casco. Pero lo peor sin duda no era eso, sino que sería la cólera que desataría sobre él, tal que ni Seyran le salvaría.

Una vez se desplazó prudencialmente pudo ver mejor las desagradables criaturas gorgoteantes junto a la ribera. Una mueca de disgusto se dibujó en su rostro mientras evaluaba las cualidades marciales del ser más cercano². Insuficientes, en el mejor de los casos, a juzgar por como se movían.

En esas estaba cuando escuchó a sus espaldas a Lasar afinar su laúd para ponerse a entonar una canción. ¡Oh, nada mejor que una bella canción para exaltar los corazones al comienzo de una gloriosa batalla! La mueca de disgusto dio paso a una expresión de determinación mientras la bola de púas giraba y giraba deseando ser descargada sobre blanda carne maligna.³

Después de lograr conjurar Bendición sobre mí y mis compañeros, escuché la voz del bardo a mi espalda. Esta vez no desentonaba tanto pero aún así, hablaba demasiado. Recordé que tenía un pergamino de silencio y podría usarlo contra él, pero entonces me fijé que eran 5 criaturas contra 4... bueno, tres dispuestos a pelear. El bardo con cantar y no callar parecía hacer bastante.

Me manuve en mi posición, invocando a un arma espiritual, regalo de mi Dios. Era tentador hacer que ese arma rompiese el laud del bardo, pero mejor era que entretuviese a una de esas cosas. - ¡Cierra lo boca o probaré el primer golpe contigo! - Le repliqué a Lasar al finalizar mi conjuración y centrándome en mi presa. No tenía intención de dejar ninguna de esas cosas con la cabeza en su sitio.

Sonreí bajo mi casco. No había nada mejor que sentir la adrenalina dispararse por tu cuerpo en medio de una batalla.

Los Kuo-ta, saltaron del río utilizando sus poderosas patas traseras y en unos instantes se plantaron junto a Akta y a Crodos. Portaban unos extraños bastones ganchudos y enseguida empezaron a tratar de golpearlos con ellos. Crodos se defendió bien usando su mangual para alejar a las criaturas, pese a que eran dos los seres que le hostigaban, no lograron alcanzarle, es más, la bola de Cordos golpeó con dureza a uno de ellos y aunque le dejo malherido, no lo mató.

Pero suerte sufrió Akta. Pudo evitar uno de los ataques, sin embargo, el segundo si le golpeó y notó también como aquel extraño gancho se cerraba con fuerza sobre su brazo. Si no se liberaba, podía quedar inmovilizada.

Sólo uno de los seres con aspecto de pez, permaneció en el agua y empezó a conjurar algún hechizo. Un aura dorada recubrió a sus deformes compañeros.

— ¡Atrás, viles seres de las profundidades! — exclamó al descargar la bola de púas sobre el primer anfibio que se atrevió a acercarse, pensando que a buen seguro le había roto algún hueso, si es que tenían de eso en su interior.

La música entonces empezó a sonar, y el corazón de Crodos empezó a latir con fuerza, sintiendo las bellas y poderosas palabras que salían por la boca del bardo. Tal fuerza infundieron los cánticos en el interior del esplendoroso paladín que sus ojos se humedecieron amenazando con derramar lágrimas de pura emoción. Agarró el asta de su mangual con más fuerza aún si cabía y, aprovechando la inercia del último golpe, realizó un giró y trató de descargar la pesada bola sobre la cabeza de aquel ser, sin duda malévolo.

Estaba murmurando el conjuro cuando sentí que algo me apresaba y visto y no visto, dos criaturas se plantaban sobre mí. Traté de liberarme pero no había manera. Se había quedado bien sujeto a la armadura y no quería soltar mi espadón para liberarme de aquella presa. Miré a las criaturas, podía seguir conjurando el arma mágica o prepararme para los golpes que sin duda iba a recibir.

Opté por la segunda vía.

Mis palabras fueron hacia Seyran y esperé que fuesen escuchadas, aumentando mi defensa, mientras intentaba aún sin éxito soltarme de aquella cosa. Si golpeaban, al menos que me hiriesen lo menos posible. Había renunciado a las curas por algo y no quería tener que usarlas conmigo misma.

Al tiempo, veía como un aura dorada protegía a sus aliados. - ¡Lerissa! ¡Busca al mago! - Exclamé mientras seguía haciendo fuerza para liberarme de esa cosa.