Capítulo 3: Tierra de antaño

El hedor era nauseabundo. Pero al menos las claustrofóbicas paredes del Laberinto quedaban tras ellos. En algún lugar a través de esta amplia extensión llena de cosas salvajes, la Ciudad de los Goblins les esperaba. Y más allá… el castillo.

El príncipe gorrión

El camino se detuvo en la base de un enorme árbol que se divisaba desde toda esta parte de la Tierra de Antaño. Ssu ramas gruesas y nudosas se retorcían hacia arriba, muy arriba, hasta el cielo. Por entre sus macizas y retorcidas raíces se canalizó una voz. 

—Decid, novatillos, ¿qué tal una pequeña… competición?

Quien así hablaba a los viajeros era un extraño hombrecillo parecido a un grillo con una nariz larga y puntiaguda que recordaba a un pico. 

—Una carrera hasta lo más alto del árbol. ¿Quién se atreve? —preguntó, mirándolos con ojillos astutos.

—¡Se acabaron los padasizos! — ahora podían moverse bajo las ramas de las espesas arboledas, buscar tesoros entre lo que otros — sobredoto esos enanos — llamaban basura inversible.

—Vamos por ahí — dijo, señalando con el paraguas roto en la primera dirección que se le ocurrió. Hinchó el pecho un poco a destiempo —¿A qué parezco un callabero?

Y así, andando, llegaron a un árbol. Y junto a él un tipo con cara de ser un poco malélovo.

—Vale — se adelantó. Quiso hacerse el valiente, pero pronto empezó a mostrarse cauletoso. —. Pero nada de apuestas.  Ni de trucos rarímisos.

¡Un árbol! Eso era lo que había frente a ellos tras haber atravesado todos aquellos terrenos cenagosos. Y donde hay un árbol hay ¡pájaros!

En cuanto doña Agustina alzó la cabeza hacia la voz, se hizo todavía más pequeñita y subió rápidamente por el cuerpo de Molsa hasta llegar hasta el cuenco-sombrero-casa y se encerró allí. Los pájaros, como ya hemos dicho anteriormente y como es bien sabido, se alimentan, entre otras cosas, de gusanillos, sabrosos gusanillos. ¡No! De sabrosos nada, diría doña Agustina; ella no era nada sabrosa, no no no. Eso sonaba muy fresco.

—¡Vete, señor pájaro! —gritó con una vocecilla chillona, pero temblorosa y llena de pánico, desde el interior del cuenco en la cabeza de Molsa—. ¡Aquí no hay gusanos! ¡No, no, ningún gusano, claro que no! ¡Nada de gusanos por aquí! ¡Sólo gente que quiere llegar al centro del laberinto!

A Molsa se la veía por completo feliz en cuanto el paisaje se volvió verde y boscoso. Hasta parecían sus líquenes de un color más vivo e intenso, y se le veían los colmillos asomar todo el tiempo pues no dejaba de sonreír observando todo. 

— ¿Caaaallaaabeeeerooooo? —Preguntó Molsa confusa, hasta que entendió la confusión.— Aaaaaaah caaaabaaaalleeeerooooo... Sí paaaareeeeeceeeeees.

 Le tuvo que dar la razón claro, porque lo habían nombrado caballero por algo. ¡Claro que parecía un caballero! Se toparon de pronto con un árbol gigantesco y Molsa abrió mucho los ojos mirándolo de abajo a arriba lentamente mientras Doña agustina se escondía en la casita.

— _¡OOOooooooooooo^ooooooooh!

Entonces se puso la mano de visera, mientras doña gritaba y gritaba, advirtiendo al pequeño ser que les hablaba.

— ¿Carreeeeeeraaaaa? ¡Hhhmph! ¿Cóoooooomooooo?

—¡¿Pero cómo que no?! —exclamó el hombrecillo, sorprendido por las palabras de Globz—. ¿Qué sería de una carrera sin una buena apuesta? 

Se rio, divertido por esa idea que le parecía tan alocada, y se quedó mirando la cabeza de Molsa, donde la gusana se había escondido. 

—Esto es lo que os propongo: un juego, una carrera. ¡Diversión! Soy el Príncipe Gorrión, el mejor escalador de árboles de toda la Tierra de Antaño. ¿Creéis que podéis ganarme? ¡Tendréis que demostrarlo!

»Si uno de vosotros llega a lo más alto del árbol antes que yo, le regalaré mi título y pasará a ser el nuevo Príncipe —se detuvo para hacer un gesto deferente hacia Molsa—, o Princesa, Gorrión. ¡Pero! —exclamó, alzando un dedo alargado y nudoso—. Si yo gano… ¡os caerá una maldición!

Dio un par de saltitos cambiando el peso de una pierna a la otra y los miró.

—¿Qué os parece? ¡Diversión!

Cuando escuchó a Globz que se echaba para adelante con la carrera, Sir Artur se enfurruñó un poco moviendo sus bigotitos porque él era el caballero experimentado pero había sido adelantado. 

Escuchó con atención todo lo que dijo el pájaro y no dijo nada hasta que terminó.

—Queremos llegar al centro del laberinto cuanto antes, esta carrera nos entorpecerá el camino.—dijo sacando él también valor y contradiciendo lo que Globz había dicho previamente.

Al escuchar la apuesta del hombre pájaro, doña Agustina exclamó desde el cuenco:

—¡Pues menuda apuesta más fresca! Nosotros sólo ganaríamos un titulo inútil, pero corremos el riesgo de una maldición si perdemos. ¡Ni se os ocurra participar, niños! Ya bastante tenemos con lo nuestro. Como ha dicho Sir Arthur, tenemos que llegar al centro del laberinto cuanto antes. Tener un título estúpido no nos servirá de nada, pero tener una maldición seguro que nos lo impide. ¡Dejaos de juegos frescos!

—Shi, eso, lo que queremos llegar al centro del larebinto cuanto antes, esta carrera nos entorceperá el camino —dijo, como un reflejo muchímiso menos gatuno que el minino. —Uh.. espera. ¿Eso es que nos vamos? —Globz sabía que no tenía nada que hacer trepando, pero se la había ocurrido que igual podía ir botando de rama en rama. ¡Era casi como trepar!

—Es que tenemos prisa, principe gorrón, pero cuando vuelva por aquí nos divertimeros un montón — soltó una risilla muy goblin —¡Me salio un emparedado!

Molsa movió la cabeza torciéndola hacia un lado y hacia otro, moviendo las orejitas y frunciendo el ceño verdoso. Escuchaba a sus compañeros, que parecía que al final no les apetecía trepar. A Molsa tampoco se le daba muy bien trepar porque era leeeeeentaaaaa y pesaaaaadaaaaa... Y aquel árbol era antiguo y enorme. 

— Hmphhh... —Emitió un soniquete de pena y se acercó al árbol despacito, poniendo una de sus manos sobre el tronco mientras cerraba los ojos.— Aaaaadioooooooooos aaaaaamiiiiiigoooo...

El hombrecillo no disimuló su decepción al ver que el grupo de viajeros rechazaba la carrera y la diversión. Se le quedaron las orejas gachas y suspiró, encogiendo los hombros con resignación.

—Qué lástima. Habría sido muy divertido —le oyeron decir mientras se alejaban.

Gusanobate

Siguieron avanzando por el camino que buenamente les pareció más apropiado y pronto notaron algo extraño, el sendero que surcaba los bosques se iba estrechando y estrechando, hasta culminar en un arbusto desde el que les llegó el murmullo de una conversación. Al fijarse mejor vieron un grupo de gusanos que se habían reunido en una hoja grande y que estaban manteniendo un vigoroso debate. 

Tres de ellos parecían tener algún tipo de importancia, mientras que otros eran simples observadores. En esa hoja habían colocado un pequeño estrado de piedra para el orador, el resto se esparcía alrededor. 

En ese momento una gusana rosada tenía la palabra en el estrado y parecía estar a mitad de su discurso. Ninguno de los gusanos parecía haber percibido la presencia del grupo de viajeros, tan enfrascadísimos que estaban en su debate en miniatura.

—Por lo que he oído llevan un goblin con ellos —decía en ese momento, a todas luces muy espantada—. Y dicen que han engullido a la mayoría de enemigos con los que se han cruzado en su viaje. Mi recomendación para esta ilustre reunión es que esparzamos pasteles deliciosos alrededor del Laberinto. Así se marcharán y estaremos a salvo de su glotonería. 

Con esas palabras la gusana terminó su intervención. Todos los gusanos que la rodeaban aplaudieron y, tras ella, otro gusano trepó hasta el estrado. 

—Queridos vecinos y amigos gusanos del Laberinto —empezó, con muchos aires y mucha formalidad—. Soy Alfred y vengo desde tierras lejanas en los muros de piedra para representar a mi comunidad ante este problema que se nos ha presentado.

»Como bien ha dicho Minnie, hay un grupo de viajeros creando estragos por todo el Laberinto. Pero no creo que su intención sea devorarnos a todos, por mucho que hayan engullido a unos cuantos habitantes.

»¡Estoy seguro de que su intención es deponer a la Reina de los Goblins! ¡Harán nuevas leyes para el Laberinto! Leyes que, tal vez, serán beneficiosas para nuestra comunidad. —Hizo una pomposa pausa dramática—. Pienso que deberíamos apoyarles en este golpe de estado que pretenden dar. Así nos tendrán en cuenta si toman el trono.

Su intervención generó no pocos murmullos entre los gusanos del público, sin que ninguno de ellos prestase por el momento mayor atención a nuestro grupo de buscadores.

Globz contempló con cierta lástima como el príncipe Gorrión se fue haciendo más y más pequeño (a causa de la distancia, no de una piltrafillarización), hasta que ya no se le vio más.

¡Ser caballero era durímiso!

Pero había que encontrar el río, el té y puede que a Nilocansín, así que siguieron caminando y canimando hasta que llegaron a un arbusto.

Globz dio unos botecitos ansiosos, cambiando el peso de una pierna a otra, tirando del musguito de las patas de Molsa.—¡GUSANOS! — susurró bastante fuerte, casi gritó —¡DOÑA AGUSANITA, SON COMO USTED! —. Globz no había visto nunca otros gusanos, excepto los de helarte, y estaba super emoniozado.

Con los ojos y las orejas bien abiertos, escuchó lo que decían y, del susto, se metió tras las piernas de la bestia cornuda

—¡Ay! ¡qué desgracia! Un grupo de rebeldes relovucionantes! ¡Con un goblin malimiso entre ellos! Seguro que nos toca encontrarnos, ¡qué mal! Y yo no quiero más Jummmmmmm Jummmmmmms, ni menos aún fliss flissss, ni, por supuesto, clonc cloncs

El grupo tomó la decisión sensata. ¡Por una vez! Y doña Agustina estaba muy orgullosa de sus compañeros, algo que les hizo saber mientras seguían caminando.

—Os habéis portado todos muy bien, jovencitos, muy bien, sí sí. Estoy muy orgullosa de vosotras, nada de frescuras ni pájaros, muy bien, muy bien.

Con estas y otras palabras los recompensaba la señora gusana, cuando llegaron a toda una convención gusanil que parecía conversar sobre una conspiración que estaba teniendo lugar en el laberinto. Doña Agustina salió de la casa-cuenco-sombrero y, desde allí, se asomó y gritó a la convención de gusanos.

—¡Buenos días, buenos días, queridos congéneres! ¡Buenos días! Qué alegría encontrar tan agradable compañía en este lugar. Mi nombre es doña Agustina Froilana Jesusa de las Santas Merceditas, pero me pueden llamar doña Agustina. Esta bestiecita jovencita con sus cuernecitos se llama Molsa y es una chiquilla divina —dijo mientras le daba unas palmaditas en la cabeza—. Y estos dos pillastres jovenzuelos son Ser Arthur el Amarillo, caballero de antaño y el más amarillo de los amarillos, y Globz, un goblin un poquito alocado y tarambana, pero de buen corazón, que ahora también es un caballero de esos.

»Hemos caminado mucho por este laberinto y estamos buscando el centro, pues he perdido mi té. Ustedes bien saben lo dramático que es esto. ¡Perder té! ¿No tendrán ustedes un tecito para compartir con nosotros mientras conversamos de esos jóvenes frescos y rebeldes de los que hablan?

Tras decir esto, se bajó a su ritmo de la cabeza de Molsa y subió a la hoja donde estaban el resto de gusanos, sin esperar invitación. Ella ya era una señora mayor como para tener que esperar que la invitaran.

—Con permiso, con permiso, con permiso —decía mientras se hacía un hueco en la hoja y buscaba una tacita de té para servirse.

Por un momento se le pasó a Sir Arthur por la cabeza que estuvieran hablando de ellos. Llevaban un goblin y habían causado estragos por el laberinto por lo que pensar que podían ser ellos era algo lógico pero también era verdad que había muchos grupos haciendo estragos por el laberinto y técnicamente ellos solo estaban caminando hacia el centro para conseguir recuperar el té, el río y a Nicolasín.

Montado en Tuberías como estaba, se acercó despacio para no molestar a quienes estaban con semejante cháchara y escuchó después con cierta admiración a Doña Agustina, ¡cómo se notaban los años y la experiencia de aquella milenaria señora! ¡qué bien hablaba!

Se mantuvo a la espera, haciendo una reverencia cuando la gusana le presentó y acarició a Tuberías para que estuviera tranquilo y no quisiera comerse a todos aquellos gusanos que tenían delante.

Molsa andaba feliz escuchando las felicitaciones de la gusana, movía sus orejitas y su pelito musgoso bailaba al ritmo de la brisa mientras canturreaba con aquel soniquete extraño.

— Muuuuy bieeeeen.

Estuvo de acuerdo claro, al llegar a aquel paso angosto y quedar frente al arbusto, Molsa miró a todos lados, no sabía de donde venían aquellas vocecillas. Al menos hasta que Globz tiró de su pelito y se pudo fijar en aquella hoja, llena de los más ilustres representantes gusano.

— Ooooooooh, gusaaaaaaanooooooooos... Bueeeeenooooooos díaaaaaas... —Saludó como era costumbre y Doña Agustina les había enseñado para no ser unos frescos. Sonrió al sentir las cosquillitas de las palmaditas de la Doña y la ayudó a llegar a la hoja, tendiendo su brazo sin causar estragos ni nada parecido.— ¿Maaaaaaloooooos? —Se rascó la cabeza confusa, tampoco percatándose de que a lo mejor hablaban de ellos.— Noooosoooootrooooos té, ríoooooooo y Niiiiicooooolaaaaasín... Sí... Aguuuustiiiinaaaaa buuuuuuuscaaaa...

Miró a Sir Arthur mientras acariciaba a su montura, conforme de que no se los quisiera comer a los vecinos de Doña Agustina.