Partida Rol por web

Doña Agustina, sin descolgarse en ningún momento del gancho aquel, observó todo ese movimiento de la boa de plumas.

—Ay niña, qué raidita que estás ya, eh, habría que darte más de un remiendito —le comentó a la prenda, que se veía vieja y un poco maltratada. Le hacía falta una manita de señora gusana, no cabía duda.

Sin embargo, nuestra señora gusana enseguida prestó atención más bien a lo que podría estar queriendo decir aquella prenda con eso de señalar el suelo y el castillo. ¿Sería que había que saltar sobre el suelo blandito como si fuera un trampolín? Doña Agustina miró al suelo desde la altura del gancho y se empezó a dar impulso balanceándose un poco más, hasta que consideró que se había impulsado bastante y entonces saltó hacia el suelo, confiando en que quizás rebotaría y llegaría hasta el castillo de esa manera.

—¡Hop! —dijo mientras se lanzaba, como si de nuevo hubiera vuelto a sus años mozos y saltarines.

Blogz iba a seguir tirádonle cosas al tanfasma, pero se dio cuenta de que no era amezanador, más bien juguetón, como los peces que le morquisdeaban los pies cuando cruzaba el río y le hacían coquisllas.

¡Ay el río! ¡Cómo lo ebacha de nemos!

—Vale, vale, pónteme si quieres—le dijo a la ropa — Tener ropa jámica viviente suena bien, no suena pegriloso para nada.

En un nuevo adarle de atuscia, preguntó

—¿La reina te quitó a quien...te..uh...llebava? Ven comingo y te aduyaré. Eres una ropa genial. Un poco gandre, eso sí.

Contrenzado como estaba en sus cosa texlites ni se dio cuenta de las mabrionas abrocáticas de Doña Aparkourina. Poco a copo se estaba lonviendo una fresca de aupa.

Príncipe Bastian observaba la situación con una mezcla de sorpresa y asombro, que eran dos cosas que en quienes no eran Príncipes podrían ser parecidas, pero no tanto para él. Por ejemplo, su cara de sorpresa era con la boca bien abierta, mientras que la de asombro solo era abierta bien. Y en ese momento la tenía entre abierta bien y bien abierta, aunque no entreabierta. El chico nunca había visto algo así, aunque en el Laberinto había muchas cosas que no se habían visto antes. Por ejemplo, goblins caballeros castaños.

Al ver lo que hacía la ropa por un momento se preguntó si no querría estar con él también. Luego se dio cuenta de que aquella pregunta era absurda: claro que quería, pero probablemente lo regio de su porte le intimidaba. Aún así, ante aquella situación, se planteó qué le estaba diciendo. Cuando señalaba al castillo la entendía. Cuando señalaba hacia abajo... no tanto. Hasta que tuvo una idea.

—¿Y si cavamos? —preguntó.

Se habría puesto a cavar él directamente, claro. Pero eso no era de Príncipes. Por supuesto que no.

La boa flotaba en el aire y casi parecía que estuviera contemplando con expectación lo que hacía la gusana. Doña Agustina saltó y cayó en el suelo blandito, como quien cae sobre una esponja. No rebotó como ella quería, ni salió volando hacia el castillo como una mariposa, pero tampoco se hizo ningún daño. Ese suelo era blando de verdad. Casi ni parecía suelo.

El zapato se acomodó en el pie de Globz muy gustosamente, se notaba en su forma de amoldarse a los dedos y el empeine. Le quedaba un poco grande, ¡pero parecía tan contento ese zapato! Punta, talón, punta, hasta parecía que tuviera ganas de bailar claqué. 

Mientras tanto, el sombrero se le instaló en la cabeza al goblin, pero los pantalones y la chaqueta le dieron vueltas alrededor, como si estuvieran esperando con cierta impaciencia a que se desprendiera de su otra ropa antes de vestirse en él. 

Entonces se escuchó una risita amortiguada, una que era difícil de saber de dónde venía.

—Vale, vale, póntete — dijo, sin ver todavía ningún pegrilo en tener encima unas ropas entancadas.  Se quitó las pendras nesezarias para que la ropa vieja se amocodase.

—¿Eso ha sido una sirrita? —dio un brinco al oír la sirra.  Parecía que venía de debajo de algo mudillo, algo como un cholcón o una malhoada.

—Sii, eso es. Eres listímiso, zripince Tasbian Tenemos que cavar. Hacia ajabo, por donde ha dicho la porra. Ya lo hago yo.  Serugo que hay un....uh...atajo.

No sabía como hacerlo, pero lo intentó ilugamente. Tinoreando y setirando.

Al ver aquellas ropas tan bailongas poniéndose sobre Globz, Molsa dejó tranquila aquella bombilla y fue aplaudiendo. Plas punta, plas tacón, plas punta… Plas doña gusanita saltando.

— Diiiiveeeeertiiiiiiidooooo joooo, jooo, jooo…

Al escuchar a sus compañeros dobló la cabeza a un lado, luego hacia el otro, después la sacudió.

— ¿Cavaaaaaaaaaaar?

Se rascó el cuenquito y miró hacia abajo, ahí estaba su sombra que se marcaba por la bombilla sobre el suelo blandito y saltó varias veces.

— Caaaaaaaavaaaaaaar…

Así que allí, bajo la luz sacó la pala de sus pertenencias y se puso a cavar como le habían dicho.

—Ohhhh…

El goblin contemplaba impreniosado cómo la ropa se ponía sobre él. Sobre el otro él. El él que no era él. ¿O sí era él? A esas alturas ya no tenía claro dónde abacaba él y dónde empezaba el otro. Si es que era otro. Era muy dicífil diferenciar. El caso es que estaba impreniosado y hasta sentía algo de endivia por no tener él también porras mágicas, pero al mismo tiempo le daba algo de miedo tanta magia junta.

—¡A vacar! —exclamó cuando se vio a sí mismo empezando a tinorear del suelo—. Soy un gran vacador, ¿lo sabíais? Una vez vaqué un ajuguero que casi llega hasta el otro lado del Larebinto. ¡Grandímiso!

Así fue como los dos Blogzs y Molsa se pusieron manos a la obra, mientras Bastian y Doña Agustina miraban. La pala de la bestia cornuda chocó enseguida con algo, algo blandito, y entonces se dieron cuenta: ¡el suelo no era un suelo! ¡Era… era… una especie de cinta! Tenía toda la pinta de ser un artilugio sin fin, una trampa para mantenerlos atrapados en ese pasillo interminable y hacerles perder horas y horas. 

Del mismo modo que habían oído aquella risilla amortiguada, escucharon ahora unos murmullos alterados. Parecían venir de debajo del no-suelo, de debajo de esa cinta extraña. ¡Ahí había alguien!

—¡Los changos! Serugo que si setiramos de ellos se abre. ¡Pero tiene que tinorear alguien con fureza!...no... uh... alguien peñeco... uh...como yo. 

Ya más claro, auga. Tenía que ser Molsa quien dejase su llibrante pala y tinorear del chango.  

—Igual hay que halerzo con los dos alavez. Vamos, Glo...Blogz, vamos al otro chango. No sé si prodás "vacar" — la idea de que alguien quisiera vacar ahí era de risa. ¡Vacar! Éste Globz, vaya personaje —... mucho ahí.

Hinchó el pecho como hacía Sir Arthur y habló con voz llichona, señalando hacia el castillo.

—¡Innguna tampra prodrá deneternos! ¡Si solo turieva unas tirejas!

Después de caer en aquel suelo blandito, doña Agustina se quedó mirando cómo los dos Globz (¿o era uno solo?) y Molsa cavaban y estiraban. Sin embargo, lo único que consiguieron es que sonaran unas vocecillas, así que doña Agustina, incorporándose muy dignamente, frunció el ceño y les habló a esas vocecillas.

—¡Oye, frescos! ¡Salid de donde estéis y dad la cara! ¡Ni risillas ni risillos! Vamos, vamos —decía en tono de urgencia y de señora gusana muy mayor y muy autoritaria.

Sir Arthur el amarillo intentó amarrar las riendas de Tuberías con firmeza para no salir volando de su montura. Le costó pero lo consiguió, consiguió no caerse. Aunque le costó un par de intentos lograr llegar hasta una de las plataformas, confió en que una vez lo lograr sería más facil salir de allí. 

¿Qué diantres era todo aquello? ¿Acaso estaba yendo en la dirección correcta? Su intuición de caballero de antaño le decía que sí pero... empezaba a sospechar que se había perdido. ¡Pero nadie debía saberlo nunca! ¡Mucho menos la raposa!

Al darse cuenta de que el suelo no era suelo, Prínicpe Bastian abrió mucho los ojos y levantó las cejas. La principesca idea de cavar había sido tan buena como la de que lo hicieran otros, estaba claro. Pero al entender que se trataba de una cinta que se movía tuvo una certeza: necesitaba más ideas.

—¡Vamos a hacer una cosa! —exclamó.

Y hasta ahí, porque aún no se le había ocurrido qué cosa era. Pero el primer paso siempre era decir algo como eso, claro. Con un movimiento de Príncipe se bajó del caballo. Si no podían cavar, y no tenían martillos neumáticos... Un momento, ¿qué era un martillo neumático? Bueno, daba igual, porque no lo tenían. Algo tenían que hacer.

—Xerxes —le llamó—. Si levanto el lateral, ¿crees que puedes morderlo mucho? ¿Morder y tirar, como para ver qué hay debajo?

Ya había tenido la idea de la cosa que podían hacer, y esa idea era prácticamente un plan. Lo sería si salía bien. Si no, sería lo que iba antes del plan, claro. Así funcionaban las cosas.

Con el primer intento Sir Arthur cayó encima de un adoquín, indignando a su habitante, que lo mandó de vuelta a la entrada de una patada mientras lo insultaba a gritos en ese idioma extraño. 

El enano aún no había avanzado nada, por el momento parecía dispuesto a contemplar lo que hacía el caballero para imitarlo si le salía bien, y simplemente esperaba con los brazos cruzados, observando con atención. 

¡Pero Sir Arthur era un caballero de antaño con un objetivo y una misión! Aunque ya no estuviera del todo claro si quería recuperar a un niño o encontrar a una zorra. Pero en todo caso, no estaba dispuesto a quedarse ahí atrapado y en cuanto pudo ponerse en pie volvió a subirse a Tuberías y el ave zancuda aleteó hacia una de las plataformas, esa en la que había un cráter humeante. Y en el fondo, en medio de la explosión, Sir Arthur vio una espada de metal oscuro clavada al suelo. No estaba nada bien afilada, pero parecía tener algo especial.

Molsa se rascó la cabeza muy confusa con aquella... ¿Cinta? Y volvió a guardarse la pala echándola a su espalda. 

— Freeeeescooooooos, a laaaaa caaaaraaaa —repitió dándole total importancia a las palabras de doña Agustina—. ¿Chaaaangooooo?

No sabía muy bien a qué se refería Globz, o Blogz, pero siguió con la vista lo que señalaba. Aunque no supo bien si señalaba el gancho, el castillo o a Blogz, fue a agarrar el que tenía delante.

— Moooooolsaaaaa gaaaaanchaaaaaaaar... Y tiiiiiraaaaar cooooomoooooo Xeeeeeerxeeeeeees sí...

Así que tiró del gancho para desengancharlo de su enganche y enganchar su extremo ganchudo en la enganchosa cinta. Dichosa, dichosa cinta. Tal vez si lo hacía así, ella y Xerxes pudieran levantarla para ver qué había debajo como sugería el príncipe.

Entre unos y otros lograron levantar esa especie de cinta, para destapar todo un artilugio debajo del no-suelo. Ahí había dos goblins bien frescos que pedaleaban haciendo que la cinta se moviese cuando ellos caminaban, para darles la sensación de que avanzaban por ese pasillo cuando, en realidad, no lo hacían. ¡Vaya frescura la de esos dos! 

Se les abrieron mucho los ojos por el susto al verse descubiertos y se enredaron el uno con el otro al tratar de escaparse de nuestros viajeros. Los muy pillos tenían ahí mismo una trampilla por la que se sumergieron rápido rápido en los túneles que poblaban la ciudad de los goblins por debajo. 

Y una vez que los habían ahuyentado, se dieron cuenta de que podían perder el tiempo persiguiéndolos por los subterráneos de la ciudad de los goblins… o podían seguir su camino ahora que nadie estaba haciendo funcionar aquella maquinaria. El castillo estaba ya a su alcance y sin obstáculos solo tendrían que avanzar unos cuantos metros para llegar a él. 

—¡Frescos, que sois unos frescos! —exclamó doña Agustina a los goblins pedaleantes mientras escapaban—. ¡Buena azotaina os daría yo! ¡Ay si tuviera unos añitos menos, ya veríais cómo os sacudía con la zapatilla!

Refunfuñó un poco, completamente indignada por aquello, pero al ver lo cerca que estaban del castillo, rápidamente se olvidó de aquello.

—Vamos, vamos, jovencitos, vamos. El té nos espera. Ya veréis —dijo mientras empezaba a subirse de nuevo a la casa-cuenco en la cabeza de Molsa—, vamos a poder tener de nuevo nuestras charlas del té. ¿No es fantástico, Nicolasín? —preguntó mirando al Príncipe. La pobre gusana era una señora mayor con muy mala memoria y, al pensar en sus charlas del té, de pronto se acordó de Nicolasín; claro que no se acordaba de que también había sido secuestrado, así que al ver a un humano allí, pensó que debía ser Nicolasín. ¿Que no se parecía? Para una señora gusana, todos los humanos son iguales.

En cuanto Príncipe Bastian vio a aquellos goblins se sintió satisfecho e inteligente. Su plan, su elaboradísimo plan, había funcionado. Descendiente de una larga estirpe de linaje real y planeadora, en ocasiones tenía ideas geniales. ¡Y a veces hasta se daba cuenta!

Al ver a esos goblin huir sonrió satisfecho mirando hacia abajo, y luego mirando a la gusana. Por un momento le había recordado a una madre, o a una abuela, una de esas que todo el mundo tiene. Todo el mundo. Bueno, todos menos él, claro, porque a un Prínicpe no le amenazan con la zapatilla. Porque no le amenazan con ella, ¿no?

—Bien hecho —dijo, a la gusana y a todos, antes de que ella le hablase directamente a él.

Príncipe Bastian no se sintió molesto porque ella le llamase de otra forma. Entendió que sería una manera que tenían los gusanos para referirse a la realeza, aunque ya le sonaba haberlo oído antes. Quizá tenían más amigos Príncipes. Eso debía ser, claro.

—Por supuesto, doña Agustina —le dijo con una sonrisa mientras alzaba las cejas—. El castillo ya está cerca. ¿Habéis pensado qué le diréis a la Reina de los Goblin?

El grupo se puso en marcha una vez que aquel artilugio estuvo parado y los que lo accionaban hubieron huido. Ahí iba Molsa, con Doña Agustina hablándole de té desde lo alto de la cabeza. Y a su lado iba el príncipe subido a su corcel.

Y ahí estaban Globz y Globz… Ah, no. Espera. Ahora solo había un Globz, el caballero castaño de helarte, que correteaba entre las piernas del caballo con su ropa mágica, a la que parecía que le gustaba bailar. ¿Y el otro Globz? Imposible saberlo, tal vez se había ido por la trampilla persiguiendo a esos goblins tan frescos. 

En aquel momento hubo quien sintió una punzada de añoranza por Sir Arthur. ¿Dónde estarían él y Tuberías? ¿Habrían encontrado a la raposa que le había robado al caballero el pensamiento y el corazón? ¿Habrían llegado al castillo antes que ellos y ahora un gatete gobernaría a los goblins? Como fuese, no había tiempo para esperar por nadie, ni para especular. Habían llegado a su destino y un cosquilleo de expectación recorrió todos los estómagos al acercarse al castillo. 

¡Sir Arthur el amarillo estaba contento! Había conseguido llegar a la plataforma y había conseguido ver algo bonito. Aunque por otro lado aquello bonito lo entretenía en su camino hacia salir de aquel embrollo. Estuvo tentado de ignorarlo y seguir su camino pero la espada podía ser perfecta para regalársela a la raposa. O tal vez podría ser perfecta para ayudarle a conseguir su objetivo. O como día Globz, su obzjetivo.

Se acercó a aquella espada con toda la intención de sacarla de donde estuviera clavada y adoptarla como su arma principal, como su espada. Aunque solo hasta que volviera con la raposa, pues se lo regalaría. Seguramente. La verdad era que no tenía todavía muy claro qué era lo que quería, pero sí sabía lo que no quería. No quería quedarse ahí atrapado y en realidad si sabía que quería... al menos la espada.