Partida Rol por web

Tras unos minutos paseando por El Potro, un chiquillo te toca por detrás. Enseguida te tocas sobre la ropa para palpar si intentaba robarte, aunque realmente lo que estaba haciendo era avisarte.

El señor de la capucha, el del tenderete... -decía el jovenzuelo de ropas desaguisadas-. Dice que vayas a por esos garbanzos al mesón Dos Puertas en la penúltima habitación superior. Dice que los garbanzos que iba a darle no eran del todo buenos, que los hay mejores allí.

En cuestión de segundos, el chavalín se perdió entre la multitud de la pequeña plaza. Tu mirada entonces se desvió hacia el comerciante del pequeño tenderete, de nuevo, y comprobaste cómo te miraba desde la lejanía. En cuanto vio que le sorprendías con la vista, agachó su cabeza, esperando nuevos clientes. ¿Qué diantres había pasado?

Aleikum Salam -respondió el musulmán más como un trámite que por dar una bienvenida verdadera-. Pues... eh... -había más cliente atosigándoles mientras cogían con las propias manos sus productos y le pedían en perfecto árabe su precio-. Es fresca, aunque de aquí a mañana, si es por este calor, siéndole sincero, comenzaría a oler mal... -se refería al relleno de carne de ave-. Eso si, si lo degusta ahora verá que está riquísimo.

¡Damé una!, que hasta la noche algo hay que comer.- le contesté también en arabe.- Me gustaría preguntarle algo. Me he dado una vuelta por el mercado y todo son productos de primera calidad recien fabricados,- miré mis ropas como dando a entender que era pobre- demasiado caros para un pobre cazador.

¿Sabés de algún lugar donde comprar lo que la gente ya ha usado?

-Gracias zagal, Alá esté contigo, y no corras que te caerás. -le digo al chico.

Me encamino otra vez en la dirección que me ha dicho el chico mientras termino de revisar que no me falte nada, ato bien la mochila.

Camino hacia le mesón silbando una canción, y cuando llego al local, paro un momento para ver quienes son los parroquianos, Busco salidas de "emergencia" por si acaso para comenzar a subir.

Tira por Elocuencia (COM). (Un vendedor no te recomendará otro, intentará venderte lo suyo ante nada).

El Mesón dos Puertas tenía una entrada principal, muy concurrida, pues las gentes iban y venían al interior de la posada, y menor cantidad confluían a las habitaciones. Nada más cruzar el zaguán, vistis un enorme patio frente a ti, y a un lado y a otro, en el piso de abajo y el de arriba (había uno superior al que se accedía por escaleras que claramente veíais) había habitaciones y otros enseres (una cuadra, almacenes, habitaciones para paja y arreos, habitaciones a modo de posada, comedor al fondo con cocina y bullicio, etc.).

En el pequeño "pasillo-corredor" que comunicaba las habitaciones superiores entre sí (y que tenían barandilla para no caer en medio del patio interior) había algunos tipos, también enfrente; Y había dos de pie sobre la habitación que el muchacho te indicó.

Me encamino hacia la habitación que me habían indicado, y me paro un momento haciéndome el despistado y escuchando de lo que hablan un momento antes de picar a la puerta.

Me agacho a un metro y medio de ellos y comienzo a verificar la mochila que esté bien atada mientras espero un momento.

¿8 maravedies? - le pregunto extrañado, una cosa es regatear y otra que me costará lo mismo una empanada que cuatro gallinas-  ¿Me tomas por un noble? No puedo darte más de un maravedí por ella- Aunque, de todas formas, entro en el juego, regatear en un mercado y en mi propio idioma hace que me siente como en casa.

Dámelo pues... -le decía mientras le preparaba la ración para vendérsela-. Lo cierto e que el musulmán no necesitó regatear mucho, no era fácil "colársela" a un hijo de Alá tan avispado como parecía Abid.

Dí el maravedí al tendero y mientras le daba un bocado a la empanada volví a preguntarle por alguien que vendiera material usado.

Por la cara que puso decidí que era mejor acercarme hasta la fuente a refrescar la garganta y dejar el tema.

Los dos tipos te vieron acercarte, justo cuando acabas de hacer algo. Cuando estuviste a su altura, te miraron y se llevaron sus manos a sus espadas. Parecían maleantes... quizá lo fueran, pues su aspecto no era muy bueno... claro que su aspecto no era mejor que el propio vendedor de la capucha del mercado... Con rostro serio pero tranquilo se quedaron mirándote, esperando que hablaras.

He supuesto que te quedas en recinto de alguaciles. Del chico no hay ni rastro, por ahora.

Después de beber la refrescante agua de la fuente y comerme la empanada. Decidí probar una cosa más. Siempre se me han dado los juegos malavares y la plaza del potro estaba llena de gente.

Busqué y recogí seis piedras de buen tamaño del suelo y me puse a lanzarlalas por el aire. Recorrí la plaza haciendo mi actuación esperando ganar unas monedas extras y alguien que se ofreciera a venderme unos brazales usados a buen precio.

¡Miren señores! ¡Observen señoras! El espectaculo es gratuito, observen como hay que lanzar sin caerse no tres ni cuatro ni cinco sino seis piedras. Actuación única y solo durante un rato- pregonaba mientras danzaba por la plaza. - ¡Ayuden a un soldado partirá mañana como explorador para ayudar al rey de aragón en Grecia a finarciarse unos brazales!

Al ver que no acaban de reaccionar de forma violenta, me dirijo hacia la puerta, y les digo:

-Saludos -sonrío amablemente- un zagal me indicó que querían proporcionarme unas legumbres mejores que las que he adquirido, y justo en esta habitación. ¿podéis dejarme pasar?

Espero a escuchar su respuesta mientras me giro un poco intentando ver si alguien se coloca en mi espalda o aun tengo la salida libre.

"¿Rey de Aragón?" -pensaban algunos-. Quizá no se Abid no se había dado cuenta en esos momentos, pero estaba en medio de una confluencia, una convergencia de culturas. Moros, cristianos,  judíos... de cualqueir parte peninsular. Todos ellos tenían sus creencias, sus advocaciones, sus pasiones, y es obvio que los musulmanes eran hijos de Alláh y los cristianos siervos de Dios... pero un moro apelando a un Dios cristiano... ¡Qué locura!

Muchos de los presentes te miraron, la mayoría por tu espectáculo brillante, que deslumbraba tus palabras, pero otros tantos atentos creían que te bufoneabas de aquellos cuyo sentimiento va con un dios provisto de la fe de Jesucristo... Si en esos momentos los alguaciles llegaban... Entonces te echaron unas monedas.

¿Legumbres...? -dijo el más "avispado"-. Entonces se miraron entre sí, te miraron de arriba a abajo y te obligaron a darles tus armas... todas. Decían que no podían dejarte entrar allí armado.

De lo contrario, ¡lárgate de aquí! -dijeron finalizando sus condiciones-.

Les miro detenidamente mientras les comento:

-Curioso que unos guerrero como vosotros temáis a que entre con un par de cuchillos. -meto las dos manos dentro de mi túnica, y los saco con dos dedos agarrándolos por las empuñaduras dejando que se giren hacia abajo con dos dedos y entregarlos por el mango. -no me los perdáis, los necesitaré, y realmente no tienen gran valor monetario.

Comenzaba a poner una mirada desconfiada hacia ellos, pero igualmente, piqué a la puerta antes de pasar, y lancé una fugaz mirada hacia atrás buscando una escapatoria...

Entregaste tus armas a esos tipos, quedando completamente desarmado (al menos tenáis tus armaduras). El otro, casi sin despeinarse ni moverse del sitio, extendió hacia atrás su brazó y tiró de la puerta para que accedieras. Con paso lento, una vez en el interior viste a un tipejo de aspecto delgaducho, pálido, con pintas de tercianas, el cual se encontraba rodeado de un montón de productos sobre una pequeña mesa. Aquella habitación parecía haber sido convertida en un refugio, pues te pareció que todo lo que había allí (alguna estantería, ciertos frascos y muchos papeles) no podía haberlos cargado hasta el lugar así como así.

El hombre, de una treintena y más bajito que tu, te miró de arriba a abajo, como si te conociera de toda la vida.

¿qué quieres? -te preguntó mientras dejaba de apuntar unas cuantas cosas en una hoja-.