Partida Rol por web

Cueva inundada

Diana aún un poco aturdida por el golpe no se planteó en ningún momento por que salida huir. Sencillamente si instinto actuó y su instinto actuó a causa de las palabras de Dorian. Quizás el hecho de pensar un segundo hubiera resultado mortal para ella, así que no se permitió perderlos.

Sin embargo dentro suyo sabía que estaba abandonando a su suerte a otro ser humano así que sumó sus gritos a los de Dorian. -¡Asis, por aqui! ¡Corre! Gritó mientras corría a la salida más cercana. Ya sabían a donde conducía pero quizás algo se les había pasado por alto. Aquel lugar seguro que guardaba más secretos de los que creían. Lo habían vivido en más de una ocasión en sus propias carnes.

No sabía cómo, pero estaba vivo, casi al límite de sus fuerzas y desangrándose por la mano, pero vivo. Había conseguido zafarse de las fuerzas invisibles e impulsarse hasta la orilla, y no gracias precisamente a los otros miembros del grupo. ¿A qué narices están jugando? pensó cuando oyó el plop del mechero cayendo al agua. Aún así, guardó silencio, no estaba el horno para bollos, Asis sólo quería salir de ahí de una maldita vez.

En un silencio solo interrumpido por sus gruñidos de dolor al aguantarse como podía el antebrazo contra el pecho, intentando no perder aún más sangre, siguió a Dorian y Diana por la misma entrada por la que había llegado en un principio. No le caían bien aquellos extranjeros pretenciosos, pero tampoco iba a ser tan idiota como para ponerse a explorar él solo aquellas cuevas en su estado. Además, con la suerte que estaba teniendo aquel día, probablemente hubiese muerto aplastado por alguno de esas piedras que se estaban desprendiendo.

Pozo de las Arenas - Pasillos

Con el corazón compungido, Samara salió corriendo, con las lágrimas resbalando por su rostro, sin mirar atrás. Solo deseó que fuera rápido, pero el grito que lanzó su viejo amigo la acompañaría todas las noches del resto de su vida. Un grito agónico y desesperado, el grito de alguien que luchaba inútilmente contra la muerte. Ella lo había abandonado. Otra víctima más que ella no pudo defender. El rostro de aquel fantasma que la había guiado hasta aquella trampa se dibujó en su mente. El grito continuaba, el aliento le faltaba, la boca la tenía pastosa. Una parte de ella deseaba que cesara, que esa agonía terminara. Y abruptamente, paró.

Y su corazón se hizo añicos. Cuando todo dejó de temblar y los gritos de la criatura se callaron, solo quedó frio, soledad y culpa.  No sabía dónde estaba o como saldría de ahí ¿Había realmente alguna posibilidad? ¿Quedaba alguien con vida en aquel horrible lugar? Una parte de ella deseaba creerlo, pero otra le decía que era imposible. Penosamente, siguió avanzando por los oscuros pasillos.

Pozo de las Arenas - Pasillos

Con el corazón compungido, Samara salió corriendo, con las lágrimas resbalando por su rostro, sin mirar atrás. Solo deseó que fuera rápido, pero el grito que lanzó su viejo amigo la acompañaría todas las noches del resto de su vida. Un grito agónico y desesperado, el grito de alguien que luchaba inútilmente contra la muerte. Ella lo había abandonado. Otra víctima más que ella no pudo defender. El rostro de aquel fantasma que la había guiado hasta aquella trampa se dibujó en su mente. El grito continuaba, el aliento le faltaba, la boca la tenía pastosa. Una parte de ella deseaba que cesara, que esa agonía terminara. Y abruptamente, paró.

Y su corazón se hizo añicos. Cuando todo dejó de temblar y los gritos de la criatura se callaron, solo quedó frio, soledad y culpa.  No sabía dónde estaba o como saldría de ahí ¿Había realmente alguna posibilidad? ¿Quedaba alguien con vida en aquel horrible lugar? Una parte de ella deseaba creerlo, pero otra le decía que era imposible. Penosamente, siguió avanzando por los oscuros pasillos.

Cueva - Sala de Grabados

Los tres compañeros corrieron y chapotearon intentando esquivar las rocas que caían a su alrededor, pero era una tarea titánica. Cuando finalmente veían el pedrusco caer, apenas tenían unos instantes para reaccionar, pero no sabían si por suerte o habilidad, consiguieron evitar las piedras.

Asis y Diana salieron del agua mientas Dorian les hacía señas desde la entrada. Les apremiaba a que se dieran prisa. Arrastrándose a duras penas y poniéndose de pie al límite de sus fuerzas, se abalanzaron hacia la salida. Las rocas seguían cayendo, tuvieron que frenar en seco para no morir aplastados. Esquivaron la roca y aceleraron el paso, les faltaba el aire por el sobreesfuerzo. Finalmente saltaron hacia la entrada al tiempo que unas rocas se derrumbaban sobre la boca de acceso, impidiendo la entrada.

Se palparon y miraron los unos a los otros. Estaban a salvo. De pronto empezaron a reír y tras levantarse nuevamente, pusieron rumbo a la oscuridad, siguiendo las indicaciones de Asis que recordaba el otro camino que había visto cuando investigaba la zona.

A pesar de carecer de fuentes de luz externas, avanzaron penosamente por aquellos tenebrosos caminos, con aquellos fuegos fatuos iluminando la zona. ¿Se volverían a poner violentos esos espíritus. Por si acaso, mientras andaban, intentaban no tocarlos. Sin embargo, no podían evitar la sensación de que estaban siendo observados. Por el rabillo del ojo, siempre creían ver algún movimiento que los detenía al instante, pero solo eran sombras juguetonas.

De pronto, vieron una luz roja al fondo y aunque esto normalmente les alegraría, sintieron temor de ir hacia allí. ¿Qué encontrarían? Sin embargo, no había más caminos, si querían salir debían avanzar. Y así lo hicieron… y una enorme sala rectangular se abrió ante ellos.

La sala estaba conformada por cuatro paredes sujetas por cuatro columnas en el centro, un altar de Horus en el centro y unos dibujos representando distintas escenas en las paredes y en los extremos este y oeste, dos puertas que daban salida de este lugar. Las imágenes parecían representar algo. Una parecía unos sacerdotes haciendo un ritual. En otra se veía un extraño ser demoníaco dibujado en la arena. Una jaula llena de representación de personas. De pronto, Una voz resonó a su espalda.

Sala de Grabados

- Esta es la respuesta, podemos salir de aquí. –

Dieron un respingo pero al girarse vieron a Sarah Achenloft sentada contra una de las columnas, con el libro aun entre sus manos. Tenía las pupilas dilatadas y respiraba agitadamente. La imagen anterior de una mujer fuerte y decidida había sido sustituida por una pobre criatura acurrucada, temblorosa y desaliñada. El Libro de los muertos estaba abierto en su regazo.

- ¿No lo veis? Es la solución –

Lo dijo señalando a las paredes.

Pasillos - Cámara de Grabados

Samara siguió avanzando por los pasillos sin saber muy bien por donde iba y sobresaltándose por cualquier sonido que oyera. Odiaba cualquier ruido pero el silencio también la aterraba. Se sentía enloquecer allí dentro, no sabía si estaba ascendiendo o descendiendo o cuanto tiempo llevaba ahí dentro ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días? La oscuridad como única compañera y la presencia constante de la muerte que parecía acechar en cada rincón. Iba caminando, tomando cualquier desvío al azar.

Entonces vio al fondo de un pasillo como una luz rojiza parecía iluminar una habitación más adelante. Y de esa dirección le estaban llegando voces. Por un momento dudó si creer que aquello era siquiera posible o si sería otra trampa puesta por este lugar. Pero ¿Qué otra opción tenía? Avanzó.

Y Cuando accedió al lugar, se encontró en una sala rectangular, con grabados en las paredes, la jefa de la expedición tirada en el suelo y Dorian y Diana frente a ella escuchándola hablar. Finalmente vio a una cuarta persona que allí se encontraba. Era Asis. El grito de Hamid volvió a resonar en su cabeza.

- ¡Que alegría verla, señorita Achenloft! - Exclamó tremendamente aliviado.

Su alegría no era tanto por reencontrarse con Sarah, de todas las personas de la tierra no era precisamente con la que iría a tomar un café, pero si en cuanto a que sabiendo el idioma de los geroglificos igual podía intuir mejor la salida.

Cuando se fijó un poco más en la mujer, en su aspecto general, notó algo raro, parecía, o al menos le dio la impresión, que estaba algo perturbaba. Algo que por otra parte era normal tras todo lo que habían vivido. ¿Quién de todos ellos no lo estaba?

- Sarah... - Reclamóa atención de la doctora. - ¿Qué hace con ese libro viejo? ¡Busquemos la salida! ¿Bien?

Cámara de Grabados

Entró como una tromba, corriendo despavorida, llorosa, jadeando, mirando tanto delante como detrás de ella. Nunca nadie, absolutamente nadie, había visto antes a Samara tan aterrada.

Quizá gritaba, podría ser, ni siquiera era dueña de sus sentidos.

Se quedó quieta, temblando, en medio de la sala en la que acababa de acceder. En medio de los demás. Mirando a Asis con desesperación.

-Yo... ¡lo siento! Lo siento, Asis... Hamid... él no pudo...

Y negó con la cabeza. Derrumbándose en el suelo. Estaban juntos, sí, pero nada de lo que ocurriera, de lo que viera, de lo que le dijeran, podía darle el más mínimo alivio.

Cámara de Grabados

Diana avanzó ignorando a todos los demás hasta situarse delante de la profesora. Una mezcla entre rabia y pena la embargaban. Aquella mujer había intentado matarla. Aunque en si situación ¿Quien le decía a Diana que no hubiera hecho lo mismo? Además ahora se había convertido en algo patético. Una paraodia de lo que había sido. Sin dejar de lado que parte de su futuro, si es que existía, dependía de aquella mujer.

Dejó ir un largo suspiro. -Creo que la profesora nos será de poca ayuda señor Applesmith. Le puso la mano en el hombro y se giró al resto del equipo. Aún le hacía daño todo el cuerpo, su mente no acababa de aceptar la situación y estaba al borde de un ataque pero por el momento tenía que centrarse en el presente si quería que hubiera un mañana.

-No se que clase de infierno hemos vivido. Sus manos temblaban casi sin cesar. -De hecho aún dudo que todo esto no sea más que producto de mi mente. Miró a Samara y le tendió una mano para ayudarla a levantarse. -Pero si algo tengo en claro es que debemos cooperar para salir de este lugar maldito.

Dicho esto se mordió el labio, casi haciéndolo sangrar. La verdad es que no le gustaba nada hablar en público. De hecho nunca había sido una persona muy social. Las personas que más había tenido que querer habían sido las que más daño le habían hecho y las que mayores cicatrices le habían dejado.

Ayudado a Samara, Diana inspecciono con interés la paredes. Allí estaba la clave afirmaba la profesora, pero quizás era ese conocimiento la que la había dejado así. La verdad es que no tenía muchas más opciones. Además se sentía un poco más tranquila, Horus siempre había sido una figura positiva dentro de los Egipcios. Aquello tenia que contar para algo ¿no?

Cámara de Grabados

Asis entró en la cámara justo detrás de Dorian y la señorita Steelwater. A diferencia de esta última, que en seguida se puso a investigar el altar y los grabados que decoraban la estancia, Asis corrió al encuentro de Samara en cuanto sus miradas se cruzaron. La última vez que se habían visto (¿hacía unos minutos, unas horas?, Asis ya hacía un buen rato que había perdido la noción del tiempo), el joven había puesto la vida de Hamid literalmente en manos de la mercenaria.

-¿Y... y mi padre? -Ver a aquella mujer, que antes le había parecido tan fuerte y decidida, derrumbarse y sollozar fue toda la confirmación que necesitaba de lo peor. Sintió como dentro de él terminaba de quebrarse. El propió Asis se derrumbó hasta quedar de rodillas. Si le hubieran cortado la otra mano, le habría dolido menos. Tras la muerte de su madre, el joven creía que jamás volvería a sentir un dolor igual en su interior, pero ahí estaba otra vez, volvía todo de nuevo. Y esta vez estaba solo. Las palabras de Diana le entraron por un oído y le salieron por el otro. Física y psíquicamente, Asis estaba roto. Se sentó del todo, apoyado sobre una pared de aquel lugar maldito del que ahora estaba convencido de que no saldría con vida. Ninguno lo haría. Alzó algo el rostro y miró a aquella vieja bruja que acunaba su puto libro. Todo esto era culpa suya, pero Asis no se sentía con fuerzas ni para gritarle.

La mujer centró su mirada en Dorian y su expresión se tornó severa.

- Escucha pretencioso, este libro no solo es todo por lo que he luchado ¡Es la única manera de…! –

Sin embargo, no pudo terminar la frase ya que aquel hombre comenzó a gritarla. Instándola a dejarse de tonterías. Esto hizo que la mujer se pusiese de pie, temblando, con el puño de su mano libre temblando. Casi parecía que fueran a liarse a golpes allí mismo, pero entonces la profesora reparó en Diana que estaba mirando los grabados.

- Díselo tu querida. Dile a este ignorante que esta – levantó el libro - es la única forma que tenemos de salir de aquí. –

Y todos se giraron hacia Diana que, con expresión de horror, empezaba a comprender lo que había en las paredes.

Cuando había empezado a mirar aquellos grabados, Diana lo había hecho más como vía de escape para no recordar el horror de lo vivido hasta ahora. Pero según iba traduciendo lo que tenía e interpretaba los dibujos, su expresión fue cambiando de estupefacción a horror. Entonces se giró y vio que todos la miraban y Sarah la instaba a decirles que había en aquellas paredes. Intentando que no se quebrara su voz, comenzó a traducir. Primero señaló una imagen en la que se podía ver un hombre seguido de otros más pequeños y el ojo de Ra sobre él.

- Durante el imperio antiguo, cuando la gloria de Egipto era aún grande pero las sombras del tiempo comenzaban a devorar la civilización por otras extranjeras, existió un poderoso hechicero, el último de una estirpe que había cuidado de los grandes faraones y protegido sus almas con magia entregada por los Dioses en forma de libro. El Libro de los Muertos” –

Entonces se movió y señaló otro gráfico en el que se veía un extraño ser aparentemente diabólico y al mismo sacerdote. Junto a ambos, una tumba.

- Sabiendo que todo estaba perdido y que la gloria de los antiguos había desaparecido, el hechicero supo que su prioridad era proteger ese poder que había estado empuñando para evitar que cayese en malas manos o peor, en manos extranjeras servidoras de Dioses extraños. Y por ello, usando los conocimientos de aquel libro, diseñó un templo vivo que guardaría el tesoro para siempre. – Se detuvo un momento y señaló a donde se encontraban explicando así por qué el templo parecía moverse y temblar - Pero no era suficiente pues era buen conocedor de la tenacidad humana. Ni todas las trampas del mundo podrían detener a una persona tenaz. Por eso buscó un guardián, un protector que vigilaría su templo escondido en las arenas. Y por ello, hizo un pacto con un espíritu de la Arena. –

Se movió unos pasos y se aproximó a otra imagen. En esta se veía aquel espíritu rodeado de tesoros y al hechicro ofreciendo una esfera multicolor.

- Pero el espíritu no era bondadoso y exigió un pago por sus servicios. Le ofrecieron tesoros miles, pero eso no le bastó a la criatura. Exigió un pago en almas y el hechicero le mostró la esfera que las guardaría. Le ofrecieron las almas de toda la orden de hechiceros y sacerdotes–

Entonces se aproximó a una escena donde se veía un altar, con el sacerdote tumbado en él, varios sacerdotes alrededor, el espíritu sobre él y la esfera en medio.

- Pero el hechicero, sabiendo de la maldad del espíritu, le engañó. Aun con gran necesidad de proteger aquel tesoro, no estaba dispuesto a jugar con las almas de inocentes por lo que, convenció al espíritu de empezar con su alma y así, hicieron un ritual en el templo por el cual atarían al espíritu a su cuerpo. El espíritu, creyendo que así poseería el alma más poderosa del reino de Egipto, aceptó. Pero el ritual había sido preparado especialmente y cuando se completó y el cuerpo del espíritu entró dentro del cuerpo del hechicero, el alma de este se quemó y encerró en aquella carcasa al espíritu atando su cuerpo a él. Este ritual modificó el pacto, haciendo Tabula Rasa en las almas ofrecidas y todos los pagos fueron anulados. –

Finalmente, se acercó a la última imagen, donde se veía a la criatura encerrada en el sacerdote, una representación del laberinto y en el fondo, la esfera.

- Pero el hechicero cumplió en cierto modo su palabra. Todo aquel que entrara y pereciera en la tumba, serviría como el pago de 1000 almas que exigió el espíritu y sería este mismo el encargado de cobrárselo. Y así, se garantizaba que cumpliría su cometido pues solo una vez saciado el pago, sería el espíritu libre de las ataduras que ahora le ataban al lugar. –

Los ojos de Sarah casi se salían de sus órbitas mientras sonreía asintiendo efusivamente. Entonces se giró hacia todos y hacia Dorian especialmente.

- ¿Ves idiota? Podemos salir de aquí. Solo hay que repetir el ritual y haremos Tabula Rasa. El espíritu guardián no podrá hacernos nada. – Volvió a levantar el libro – He estado estudiando el ritual. ¡Podemos hacerlo! Solo hay que encontrar el altar del ritual – Y señaló a la representación de la tumba en el último dibujo – Y tenemos el mapa. –

Al fijarse todos mejor, pudieron ver que aquella representación era demasiado intrincada, con líneas complicadas y cuadrados más anchos que se iban uniendo por las líneas. Entonces lo entendieron, aquella representación, era un mapa del lugar.

Pero Diana no prestaba atención a la profesora pues en una esquina, vio unos símbolos casi borrados que parecían algún tipo de mensaje. Pero el paso del tiempo lo había vuelto parcialmente ilegible. Volvió a leer en alto.

- …castigo… ladrones… morir…. Inocentes… N… poder salir. –

¿Significaba acaso que los inocentes podrían salir? Faltaba parte del mensaje. Además ¿Los dejaría salir igualmente el espíritu?

Dorian se apoyó un momento en la pared y notó algo que le pesaba en el bolsillo. Al llevarse la mano a él, notó el frio metal del brazalete de oro que llevaba en el bolsillo. Con tanto lío lo había olvidado, pero entonces recordó cuando se encontraban en la cámara del tesoro, como al ver tanta riqueza, sintió la imperiosa necesidad de coger algo para si mismo. Al fin y al cabo, había riquezas de sobra para su empresa.

- Muy bien... muy bien... - Dijo entonces el señor Applesmith al escuchar las sandeces que acababa de formular la doctora. - Todo eso esta muy bien... - Tomó aire cerró los ojos y cuando los volvió a abrir explotó lleno de ira. - ¡Está usted totalmente loca, profesora... doctora... demente! ¡Es usted una demente, señora Achenloft! ¡Cómo diablos nos va a ayudar toda esa mierda que está diciendo! - Dorian comenzó a caminar de un lado para otro gesticulando y mientras escupía por la boca todas aquellas palabras y maldiciones. - ¡Rituales, momias, hechiceros! - Miró a Sarah. - ¡Esto no es el baldur's gate! - Soltó de golpe. - ¡No señora, no lo es! - Miró a Samara entonces y luego a Diana. A Asis ya lo daba por perdido, no parecía con muchas ganas de salir de allí. - ¿Podemos dejarnos de tonterías y buscar una puta salida? - Les preguntó a las señoritas.

Samara no estaba en condiciones de aguantar ni a Sarah y sus delirios ni a Dorian y sus sandeces. Los ojos fijos aún en Asis, ni siquiera se había molestado en mirar esas paredes que contenían las claves de su encierro.

-¡¿Puta salida?! ¡Estamos atrapados en un maldito templo vivo, que nos observa, que nos ha engullido al igual que hará esa momia con cada una de nuestras almas!

Parpadeó, impotente, vencida, abrumada por la pena y la culpa. Debería haber muerto ella, o intentar sacar al viejo de la boca de esa cosa...

Pero unas palabras habían quedado en el fondo de su mente, unas que casi ni había oído, las últimas que Diana había leído a trompicones. Se giró hacia ella, con una mínima esperanza. Mínima.

-¿Puedes leer más? ¿Alguien puede? Castigo, bien. Ladrones... esos somos nosotros. Morir... vale, no hace falta explicarlo. Pero, ¡Inocentes! Y, ¿No poder salir, o No. Poder salir...?

A Diana le dolía la cabeza. La verdad es que leer aquellos jeroglíficos había sido más difícil de lo que creía. Dejando de lado que llevaba horas encerrada y bajo una presión casi constante.
Se giró hacia Samara y la miró con pens, tanto hacia Samara como hacia ella misma.
-Lo siento, es todo lo que puedo leer. Se mordió el labio fuertemente. -Está prácticamente borrado. Lo siento mucho, no puedo hacer nada más. Diana bajó la cabeza y miró fijamente el suelo.
No deseaba en ese mismo momento discutir así que dejó que Samara y Dorian se saltaran a la yugular. Ella por su parte se acercó a Asis. Aquella herida tenía mala pinta. -Creo que primero deberiamos ayudar a Asis.

De pronto, Asis levantó la cabeza. Su rostro daba lástima, su mirada estaba vacía y su expresión era la de un hombre desesperado. -¿Decís... decís... que hay una forma de vengarnos de esas cosas? -preguntó, le estaba costando seguir el hilo de lo que Diana iba explicando. Torpemente, intentó ponerse en pie. Si alguno de los presentes se acercó para ofrecerle ayuda, el joven porteador la rechazó. -Esto... -murmuró, mirando su herida y luego a la señorita Steelwater. -Creo que todavía puedo aguantar un poco... -dijo, entre muecas de dolor que claramente contradecían esta afirmación. -Decidme hacia donde hay que ir... yo iré delante... -Asis se tambaleaba, visiblemente exhausto. -Quiero ver a esa momia con mis propios ojos.