Partida Rol por web

Anne levantó tímidamente la mano ante la pregunta de su compañera.

- Yo me defiendo. Aunque mi experiencia es con escopetas...

-Bueno...-murmuró el francés- hace mucho que no disparo pero puedo intentarlo. Aunque no se si servirá de algo, esa cosa no parece un lobo...

Por los semblantes de las dos mujeres, Robert podía comprender que lo que hubiera en la planta superior era lo bastante espantoso como para que a uno se le pusieran de corbata. Y no tenía muchas ganas de subir a averiguarlo, pese a que se había embarcado a realizar ese viaje en principio para investigar sobre ese asunto que cada vez le encajaba más con lo que fuese aquella criatura.

Ante el ofrecimiento del piloto para empuñar la pistola de bengalas, se negó casi por impulso a cargar con dicha responsabilidad. Si le temblaban las manos para sujetar la cruz... ¿Cómo iba a disparar él si no sería capaz de atinar hacia dónde apuntaba? Solo erraría con estrépito. Pero, no obstante, empezó a elucubrar, a sabiendas de que era una locura lanzarse hacia algo desconocido con semejante "arsenal".

—Si las leyendas son ciertas y teme la luz del sol, quizá deberíamos tratar de hacer alguna abertura en estos viejos ladrillos para que entren rayos de sol y así consigamos desorientarla —propuso, afanándose por llevar a cabo lo que comentaba. Toda ayuda sería poca en unos instantes.

Alex se adelantó a las dos mujeres y contempló horrorizado a esa criatura. La apuntó con la pistola de bengalas con la mano que le quedaba, temblorosa. THUMP. La bengala salió disparada y golpeo una de las paredes de piedra frente a la criatura, rebotando en ella y deslumbrando un instante a la bestia. Esta se giró rápidamente emitiendo una especie de bufido gutural mientras miraba con sus pequeños y brillantes ojos al piloto.

-Merde...-alcanzó a decir el piloto antes de que la criatura saltase sobre él desgarrando su garganta de un zarpazo y llevándoselo a hombros escalando por el muro para escapar de allí.

Enfrentarse cara a cara a aquella cosa parecía un disparate, más aún armados con palos.

—Retrocedan por dios santo, busquemos refugio en el sótano.

Estaba aterrado, y sostenía lo que debería ser una estaca con indecisión, mientras hablaba ya había dado dos pasos cobardes escaleras abajo sin perder de vista, entonces se detuvo, se preguntaba quien sería la primera victima que devoraba aquella cosa, ¿sería Sigmund? ¿había quedado algún resto que poder identificar?

Cuando el piloto falló su disparo y la criatura saltó sobre él, desgarrándolo y llevándoselo de allí, Anne retrocedió horrorizada. No obstante, no se permitió más de unos segundos de parálisis, pues de lo contrario podría suponer el mismo destino que el del piloto.

- Espera -le dijo a Marius, respirando bastante aceleradamente-. Se ha ido. Quizás podamos encontrar algo útil allí. Más gente habrá intentado venir a lo largo de los años... si han fallado, es posible que encontremos ¿algo? que esas personas dejasen atrás en su intento por... deshacerse de la cosa.

Volvió a subir unos escalones, y sin alejarse del todo de las escaleras, recorrió con la mirada el lugar, buscando cualquier cosa que pudiese servir de arma.

—Está bien, tiene usted razón, pero démonos prisa, no quiero estar aquí cuando esa cosa vuelva  su nido o lo que quiera que sea este lugar.

Terminó  de subir  al torre para hacer una inspección rápida en busca de algo útil. El miedo le hacía estar más enfocado y concentrado que nunca, seguramente por la adrenalina que invadía su cerebro.

Robert dibujó una expresión de horror en su rostro cuando la vida del piloto francés fue cercenada de cuajo, salpicándole algunas gotas de la sangre de aquel francés directamente a la cara. Atónito, necesitó unos segundos para recuperar la movilidad antes de mirar hacia la zona en la que se había escabullido la criatura, a la que se negaba a llamar vampiro. No era un vampiro. No sabía lo que era. Era un ser sacado de las mismísimas entrañas del infierno y estaban irrumpiendo en su hogar, por lo que todo se volvía negro a su alrededor en aquellos instantes. 

—Aquí no habrá nada que nos sirva para defendernos... Solo restos humanos y podredumbre —dijo, mirando a sus compañeros, quienes sí se mostraban interesados en investigar la zona mientras el ser no estaba presente.

Y entonces, vacilando, comenzó a retroceder de regreso a la planta inferior, valorando seriamente la opción de entrar en ese sótano tenebroso y quebradizo. Tal vez la respuesta a todos sus problemas estuviera allí abajo. Tal vez...

El piso era ruinoso, pero también parecía ser el lugar donde la criatura había guardado los tesoros que había coleccionado durante años. Tanto las ofrendas de los pueblerinos como objetos de montañeses que en alguna época tuvieron la desdicha de topar con tal execrable criatura. Había carteras, relojes, documentos personales emborronados, anillos y pulseras... pero también había una interesante colección de piolets y un revolver de finales del siglo XIX que, al revisarlo, vieron que le quedaban tres balas. Estaba en malas condiciones, oxidado y viejo, también había una hoz, un cuchillo grande de peletero, un martillo con algunas estacas y un arco en cuyo carcaj aún quedaban 4 flechas que no estuvieran rotas. Aquello era todo lo que encontraron que pudiera serles de utilidad, al menos con las intenciones que tenían. 

El piloto francés fue valiente... pero estúpido. Fallar el blanco contra algo que ni siquiera se movía y casi a quemarropa era merecedor de que te arrancaran la cabeza... Y así casi había sido. La criatura había huido y el cadáver era una masa tirada en el suelo. Tessa se acercó hacia los objetos evitando cuidadosamente pisar el cadáver. Había algo allí que le interesaba sobremanera: el martillo y las estacas.

Mirando todo lo que allí había, dudó. Realmente no tenía experiencia con nada de aquello, pero era mejor que ir con las manos prácticamente vacías, claro. Cogió el revolver, que si bien nunca había disparado uno, confiaba en que su experiencia con otro tipo de armas de fuego le sirviera de algo. También se hizo con un piolet, que haría daño y serviría para intentar mantener cierta distancia.

- Si nadie coge el arco, las flechas solas no nos vendrían mal. Podrían ser estacas improvisadas. -Dijo según se acercaba a sus compañeros y comenzaba a bajar las escaleras.
Todo aquello era surrealista. Era como si las acciones que estuviese haciendo fuesen automáticas. No quería pensar en lo que acababa de pasar, y tampoco quería pensar en lo que significaba que estuviesen haciéndose con armas. Lo sabía, claro que lo sabía, pero no quería darle vueltas porque entonces solo sería capaz de acurrucarse contra una esquina y nada más.

Robert estaba a punto de descender los viejos peldaños cuando los cuchicheos de sus compañeros de penurias le llamaron la atención y volvió sobre sus pasos para ver lo que habían descubierto. Se sorprendió de ver todos esos objetos allí apilados, pese a que por otra parte fuese una clara advertencia de la gente que había perecido presa de las garras de la extraña criatura. Aquellos eran sus trofeos y si no trataban de hacer algo pronto, alguna de sus pertenencias engrosarían la larga lista de posesiones desaparecidas.

El hombre recogió el cuchillo y el arco junto con las flechas. Menuda imagen debía ser la suya portando dichas armas en esos momentos —"La de un superviviente desesperado"—, pero al menos ahora todos podían defenderse en mayor o menor medida y quizá tuviesen una oportunidad de terminar con el mal que asolaba ese pequeño pueblo siniestro. 

—Adelante, bajemos antes de que regrese...

Tras pertrecharse con lo que pudieron encontrar de utilidad por si aquella cosa que había matado al piloto volvía el grupo se dirigió rápidamente hacia abajo. Por la parte superior de la torre no había salida alguna pero quizás en aquel sótano...

Lo primero que notaron al abrir la trampilla fue un olor tan desconocido como nauseabundo. En aquella austera habitación había restos y despojos de comida y excrementos por todas partes. Tarros abiertos llenos de larvas y un mobiliario infecto que consistía en una mesa con su silla, ambas podridas, y una estantería desvencijada llena de libros putrefactos y húmedos que daban la sensación de contagiar una enfermedad nada más tocarlos. No había rastro de cama alguna con la excepción de un nicho.

Tessa se dio cuenta de que los huesecillos esparcidos por doquier eran tanto de animalillos como de humanos, la mayoría de fetos y niños menores de dos años. Recordó entonces las caras de los niños que vieron asomarse por las ventanas de aquel orfanato en el pueblo.*

El contenido del sótano era aún más horrible que lo que habían descubierto en el piso de arriba. Las arcadas ante el olor nauseabundo que emanaba de aquel lugar la hicieron doblarse del asco nada más bajar las escaleras. Y después el remate final: todos aquellos huesos, evidenciando el tipo de alimentación que llevaba aquel horrible ser.

Tratando de sobreponerse. Tessa recorrió la estancia buscando algo que les pudiera dar una pista de cómo salir de allí vivos o de cómo lograr destruir a la criatura que dominaba aquel pueblucho perdido.

Cuando abrieron la trampilla aquel olor le impactó como si se tratase de una bofetada. Se tapó la nariz con el brazo, apretandola contra él todo lo que podía, aunque no parecía servir de mucho. Aquel olor era capaz de meterse igualmente en ella, haciendo que se le revolviese el estómago. Fueron varias las arcadas que tuvo antes de empezar a bajar por la trampilla siquiera.

Cuando finalmente vio lo que había allí, su reacción no fue mejor. Las heces, las larvas, los huesos... Tuvo varias arcadas más hasta que logró controlar su respiración y comenzó a hacerla a través de la boca. El olor seguía ahí, pero parecía ligeramente más llevadero. Al menos lo suficiente para aguantar las arcadas.

Señaló entonces al nicho.
- ¿Hay... -tragó saliva y calló durante un segundo, aguantandose otra arcada- alguna consecuencia de destrozarle el nicho? A parte de su furia, claro. -Terminó, casi de carrerilla.

Marius se había quedado rezagado absorto por todas aquellas reliquias, ninguna de esas armas le había servido de nada a sus portadores, y ahora era lo único que ellos tenían. Eso fue un golpe a su moral, y la desesperanza le invadió, nunca saldrían de aquel pueblo maldito, nunca.

Los pensamientos de Marius comenzaban ser un bucle de terror y desdicha, cuando finalmente se vio solo allí arriba, cogió con prisa la hoz y el viejo revolver, y se apresuro para unirse a sus compañeros, en el sótano.

Aquello era vomitivo, no había nada digno en su terrible enemigo, solo era una alimaña putrefacta que, aun así, podría partirles a todos ellos en trazos y devorarles. Dejando allí sus huesos dónde nadie los encontraría jamás.

—¿De que serviría destruir su nicho? Es de día y parece que campa a sus anchas, no sabemos que demonios es, peor desde luego no es el protagonista de una novela romántica.

—Si hubiera alguna forma de descubrir cuando descansa y sepultarlo bajo la torre, pero, que estupidez, ¿cómo podríamos hacer eso?

El corazón del profesor se aceleró a medida que bajaron los peldaños hasta acceder al sótano; era como un aviso de su sistema nervioso de que a cada paso que daban, más se acercaban al origen del mal en ese lugar. Al igual que los demás, se vio azotado por el hedor de la estancia y se mareó, apoyando su mano sobre uno de los escalones para no perder el equilibrio. Trató de recomponerse, inspeccionando la zona con aire pensativo. Su mirada se centró en el nicho, aunque abarcaba todo lo que sus ojos eran capaces de observar.

—Para sepultarlo necesitaríamos alguna clase de explosivo y por desgracia no disponemos de ninguno... —comentó, en respuesta a la sugerencia de Marius—. Además, para ello deberíamos aguardar escondidos en algún lugar y aquí no hay nada que sirva para escondernos hasta que decida descansar... —apuntaló—. La única solución es acabar con ese ser para que deje de matar a gente inocente. Tal vez así este pueblo deje de vivir atemorizado... —concluyó, sosteniendo su improvisada cruz con más fuerza mientras con la otra mano sujetaba el cuchillo que recogió arriba con firmeza. Era ahora o nunca.

Robert tosió varias veces, caminando varios pasos hasta el centro del sótano. De repente, se dio media vuelta, mirando en dirección a las escaleras y gritó con todas sus fuerzas.

—¡EHHH! ¡BAJA AQUÍ, CRIATURA DEL DEMONIO! 

Alea jacta est.

Se encogió de hombros ante la pregunta del fotógrafo.

- Quizás formen una especie de vínculo con el nicho que les debilite o algo extraño. No sé.

Sabía que era una idea un poco estúpida, pero no sabía por dónde seguir. Por suerte o por desgracia, Robert ya se ocupó de dar el siguiente paso llamando a aquella cosa.
Nada mejor que el pánico puro para olvidarse de los olores nauseabundos. Agarró con más fuerza aún el piolet con una mano y preparó el revólver con la otra. No sabía dónde colocarse, pero optó por separarse de la trampilla y quedarse observándola, apuntando hacia ella con el arma de fuego.

Tessa estaba mirando los libros. Había uno que le llamaba la atención y estaba a punto de tocarlo cuando Robert comenzó a gritar tratando de atraer a aquella criatura. Pero lo que llegó es un frío aún más paralizante que el que habían sentido hasta ahora, como si estuvieran directamente bajo un manto de agua helada. Les costaba mover las estremidades y la consciencia les quedaba envuelta por un sueño atroz. Pero su estado de consciencia, alterado, se vio de pronto golpeado por un fuerte olor precedido de una risa estridente que encogió sus corazones. El sentido de la vista fue el siguiente en ser sacudido: los mantos raidos parecían bailar en el aire, como si una brisa inexsistente los levantara, y bajo una capucha un rostro ahusado y demoníaco mostraba la cara de la muerte, con el tipico color girsaceo de la piel que se pega al hueso de los cadáveres. De su boca emanaba un liquido negro y viscoso, parecido a la carroña que comen algunas aves, mientras que sus ojos estaban endidos y grises. Se clavaron en Tessa, quien estaba cerca de sus libros y la joven sintó un escalofrio terrible como si la atravesara con la mirada.