Partida Rol por web

El criado se asustó cuando salió el tema de entrar por la fuerza, bastonazos y mojadas mediante. 

- Es su selensia mu gallardo, y gran señó.- Dice dirigiéndose a su amo.- Grasia a ló bueno hasere de su selensia del Puerto puee tené lonra y favó desa criadilla. Si é l'encargá de la ropa se pué poné entre ropa de la señora Motrico billetico pá ella donde se haga sita secreta.

Rememora, entonces, el trasiego de vinos de antes.

- Y se pué intentá volvé a hasé flor con ló vino y ese Gonsalillo pá vé si asín se pué conseguí evitá ló basto.

Rodrigo casi escupe todo el vino que estaba bebiendo cuando José María dice que Fadrique haga de doncella, por no hablar de que casi se atraganta con lo que no logró echar fuera. Limpiandose la barbilla con el dorso de la mano mira incrédulo al poeta.

-Se acabó el vino para tí hoy.-

Después miró a Raimundo cuando expresó su idea de empezar a sacar los aceros. Meneó la cabeza incrédulo y fue a beber pero tenía la jarra vacia.

-A ver. Haya paz Raimundo. Haya paz. Al menos de momento. No es menester empezar a usar la violencia, al menos tan pronto.
El plan de José María tiene su punto. Aunque no veo yo al bueno de Fadrique vestido haciendo de la bella Iritze. Creo que eso más bien la asustaría. Pero lo de hacer que la doncella traiga a su señora es una buena idea. Si es que nuestro poeta logra encandilar de verdad a Luciana. Que eso aún está por ver, no todas las mujeres les gusta de su parla como bien ya sabemos.
No obstante, si Iritze viene al Parnasillo, tenemos una oportunidad de oro de que os veáis. Será más fácil separarla de sus escoltas y que podáis tener un momento de privacidad en uno de los palcos.-

Rodrigo solía pecar de cauto, pero en esta ocasión estaba convencido que era necesario pensar bien las cosas antes de lanzarse al ruedo.

Raimundo vio como le quitaban el vino. Quizás en su cabeza eso hizo saltar alguna señal de advertencia y se detuvo a pensar más en lo que había propuesto su amigo escritor.

—¡Siempre he querido ser actor!— dijo evidenciando en su tono la ebriedad galopante —¡Y me podré batir en duelo ante ella para que me vea como soy! ¡Valiente y atrevido!

Al ver las caras de terror de sus compañeros de mesa intentó serenarse.

—Oh... con espadas de atrezzo... Vale... tendrá que valer igual.

Intentó alcanzar la botella aunque Rodrigo, con buen tiento, la mantuvo apartada. Se llevó la mano al pelo en un mal disimulado gesto para conservar la honra.

—¡Es un plan magnífico! ¿Podemos incluir un incendio en la trama? Para darle algo de color... ya sabéis...

Como era de esperar, los señores ignoraban las palabras juiciosas del criado. Además de la hidalguía también estaba todo el vino trasegado que taponaba sus oídos al juicio de Fadrique, por lo que soltó un resoplido de resignación.

Cuando su señor nombró lo del incendio en un primer momento sacudió la cabeza para dar cuenta de lo poco cabal que sonaba su amo, pero lo cierto es que una segunda lectura de su idea no era tan descabellada. Simular un fuego con un cubo grande lleno de hojarasca húmeda podía crear mucho humo pero poco fuego. Generar confusión y, en medio de ella, que don Raimundo rescatara a la bella Itziar. Nada de espadas y mucha gallardía. El vino podía inspirar, como decían los poetas.

- Mis señores, mis señores, me sorprende que aún no estén sus mercedes  acostumbrados a mis chanzas...- Suspira profundamente, es un poeta incomprendido- Mis señores lo de Fabrique es un claro disparate, siempre he dicho que tiene madera de actriz, digo de actor, pero su laviaaaa, digo su discion, dic-ción- Le cuesta pronunciar sus palabras, apenas ha dormido tres horas en las últimas tres jornadas, y no ha parado de tragar licores como si no hubiera un mañana.- No vale como dama, pero algún papel en esta gran obra le habré de encontrar.

El poeta no hace casos a las palabras de desconfianza, no estaba escuchando, había recibido de las musas ciertas visiones llenas de poesía: Un cristo curicificado, que bajaba de la cruz, ya no había Cristo. Había sido perdonado por Pilatos, todo cambia, Roma no cae, no hay crucadas, no hay moro que valga, todo cambia, no se habla en castellano en la hermosa ciudad de Madrid, se habla lengua extraña, el tiempo cambia, pájaros de metal ,gigantes, sobrevuelan los aires, ¿Es acaso el apocalipsis? Todo vuelve a la normalidad.

El dramaturgo se entusiasma con las palabras de su amigo, ¡Por fin alguien que comparte su entusiasmo por el arte!- ¡Un fuego! ¡Qué gran idea! Y también habrá un corro de angelitos, y un elefante ¡Qué digo, uno, no, sino miles! Traídos del más lejano oriente, ya lo veo, vaya que si lo veo...- Como un jarro de agua fría, los problemas "técnico-financieros" sacuden la mente del poeta, pero los aparta para más tarde, no puede permitirse el lujo de distrae ahora  sus fantasías.

-La obra se estrenará dentro de un mes exacto, nos da tiempo, para preparar el papel de cada uno, acabar de conquistar a la bella Luciana y asegurarnos que la joven noble esté,como mínimo interesada,  en tu persona,amigo mío. ¡Hoy mismo me ocuparé de acabar de escribir la primera carta que debe recibir la Motrico, y hoy mismo mismo, la bella Luciana rendirá su plaza, vaya que sí, ¡Voto a Dio.. Digo a Bríos, digo...- Está confundido y cansado.

-Pero antes...-Dice nuestro intrépido poeta, agarra al bueno de frabrique y le rodea con su brazo- Mi buen Raimundo, serías tan amable de prestarme a su buen y fiel sirviente, lo necesito para adquirir... Bueno ya sabes, el pasaje, el pago a Caronte, la llaves para las musas.- Habla de manera tímida.

—¡Con gusto os concedo la venia! Cuidad de mi compañero como si fuera yo mismo, buen Fadrique. Hoy habéis demostrado con creces vuestra valía y vive Dios que seguro que resolveréis cualquier cuita que tenga el buen Jose María.

Se levantó evidenciando un problema de gravidez, pero sonrió igualmente.

—¡Un mes!— dijo entonces —¡Demasiado largo me lo fiáis amigo! Digamos una semana y si las musas no vienen... ¡nosotros iremos a ellas! ¡Una semana! ¡Excelente!

Se iba convencido, sin consultar a nadie la idoneidad de los tiempos. Así era Raimundo, siempre pensando que el mundo giraba para darle la razón a él.

¡Habemus plan! Esa fue la sentencia con la que todos acabaron por alzar sus posaderas ya doloridas de estar sobre el leño del antro en el que habían improvisado su cuartel de campaña. Se había decidido toda la estrategia entre trasiegos de vino y viandas que la posada había tenido a bien de proveer por el precio de un Real de a dos. Tan sólo restaba el ir disponiendo de las piezas sobre el tablero para que la comedia tuviese lugar. Por supuesto tras una buena siesta para despejar cabezas pues llevaban desde buena mañana intentando paliar los efectos de la resaca del día anterior.

La primera de las piezas, se trataba de la obra de teatro que se iba a desarrollar aquella noche en el Parnasillo. Estaba más que escrita y venía a pelo para la visita que esperaban, por tanto aquella papeleta estaba más que resuelta: se trataba de una comedia de esquema clásico en la que los criados eran el alivio cómico de los problemas propios de nobles. En esta obra había optado José María por depositar toda la vis cómica en una pareja de actores, mozo y moza que se compenetraban a las mil maravillas y sacaban las más secretas confesiones de sus respectivos amos para disfrute del vulgo. Tal era la importancia de la joven criada que contaban con que la joven Luciana se viese reflejada en ella y acabase por ponerse a punto de caramelo para iniciar la siguiente parte del plan.

Y del resto de piezas... Bueno aún quedaba por ver si tenía a bien la joven de pasarse por el corralillo pues si aquello fallaba nada había detrás, ni billetillo con palabras escritas por uno y firmadas por otro, ni nada que se le terciase a aquel asunto y todo acabaría antes de empezar.

Afortunadamente Luciana hizo acto de presencia vistiendo una cinta sobre su cabeza recogida en dos sendos moños a cada lado de su cabeza, más lo que destacaba de ella era su vestido de color verde oscuro, ceñido con la ayuda de un corsé que retiraba todo lo que hubiese en el ombligo para alzarlo dando esplendor a la figura de Eva. Se sentó en un lateral del nivel inferior y miró en derredor nerviosa esperando encontrar al dramaturgo o su amigo más nada vio. Pronto empezó la función y sus preocupaciones se alejaron por un tiempo.

Tal y como esperaban los tres amigos, la joven sirvienta de los Motrico acabó por llorar y reír a partes iguales al igual que todo el público asistente a la obra. Los tres advirtieron aquello más el humilde Fadrique que no siempre tenía oportunidad de asistir a magno evento y respondió como se espera de buen público y se despreocupó de las cuitas que tenían apesadumbrado a su señor. Más no todo fue negligencia pues aún pendía sobre el la amenaza de un rol femenino en una próxima obra cual espada de Damocles, así que a su manera tenía perdón por tener un papel que prepararse mirando a gentes más expertas que él en el arte de interpretar.

Por el momento todo había ido a las mil maravillas así que sólo restaba ir rematando el camino para el plan final: el enmoriscamiento mutuo de Doña Itziar y Don Raimundo. Estaba ya el sol bajo y el corralillo se estaba vaciando y apenas quedaban la mitad de las sillas ocupadas, Luciana miraba en derredor esperando encontrar una cara conocida con la inevitable señal de la esperanza oprimiéndole el pecho.

Rodrigo se alegró de que se calmaran los animos, aunque cuando escuchó que José María le decía que tendrían que esperar un mes sabía que su compadre no iba a aceptar. Él tampoco lo haría.

-Bueno. Pues tenemos una semana para organizarlo todo. Pero no tengo muy claro mi papel. -

Más que nada porque no le habían dado ninguno aparte de compañero de armas del dramaturgo. Claro que eso tampoco era tan malo. Pero esperaba alguna cosa más épica en la aventura que se habían encaminado.

Al llegar la noche y ver que Luciana había venido supo que todo iba viento en popa. Más como la joven estaba sola, prefirió acercarse a ella y hacerle compañia no fuera a ser que algún cantamañanas, otro aparte del de ellos, la rondara.

-Buenas noches mi señora. Veo que habéis podido venir. Disfrutaréis de la obra a buen seguro. Si no os importa os haré compañía hasta que la misma acabe, para que nada os pase.-

Rodrigo desplegó todo su encanto, que no era poco, para tratar de confortar a la joven y que se sintiera donfiada.

El criado se quedó todo intrigado cuando su señor lo cedió al extraño dramaturgo.

- No sé ná d'ese señó Caronte, y a fe mia que poco puedo pagá, pero si tié una' llave' que su selensia quiere, bien podemo dal·le una' puñada o con la garrota pa' que suelte sa llave.- Ofrece Fadrique, mientras se lo lleva el alucinado poeta.

Aquella noche disfrutó de una obra. Estaba encandilado con aquel mundillo. Disfraces, frases ingeniosas... Y el escenario. Sentirse importante y observado por todos. A Fadrique le pareció intimidante y excitante al mismo tiempo.

Observó el corral que ya se vaciaba y allí la vió. La criadica que iba con sus mejores galas. Parecía una señora con el vestido verde y las cintas... Y acompañada del señor Rodrigo, que parecía que ambos hidalgos competían por los favores de Luciana.

- A fe mía que o nos han cambiado la criadica o le han crecido las tetas.- Pensó.

Su primer impulso fue ir hacia ella y usar sus artes como seductor, mucho más cercano a las artes silvanas de Pan que las barrocas maneras apolíneas de José María. En cualquier caso, se detuvo a medio gesto. Sería corrido a puñadas por Rodrigo y además, con todo aquel doble juego de seducciones podía irse al garete el plan, así que se limitó a saludar primero a Rodrigo, como el hidalgo que era, en condición de acompañante de la señorita, y luego a la criada.

- Disimule su mersé. Debéi sé la dama de don José María. Si queréi ó pueo compañá 'ta onde 'ta é. L'hará lusión vel·la, ya creo que sí. Debe 'ta en... en.... en donde se cambian lo actore.- Y hace gesto como para que le siga.- No hase má c'hablá d'usté. Que si Lusiana et-to, que si Lusiana aquello... Como'n palomo namorao, pobresico.

No ganaba nada en todo aquello. Nada que no fuera ganarse el favor de su señor.

José María está encantado del éxito de la noche, las risas y las lágrimas todo la alegría y olores que indican el triunfo en los teatros inundaban su ser. Vio a la bella Luciana, y tras de dar las últimas órdenes a los trabajadores del corralillo responder a algunas admiradoras, se dirige a ella. Ignora a su amigo y al sirviente, ahora es un titan que camina junto a los mortales. Hace una exagerada reverencia a la dama, le coge una mano y se la besa. Levanta ligeramente la cabeza y habla: - Oh, mi señora, veo que habéis acudido a mi pequeña actuación. -Se levanta y agarra a la sirvienta y se la lleva a su despacho.

-Sin duda mi señora, hoy h triunfado la poesía, ha sido un gran éxito, y todo se debe a su persona, sin duda alguna. Su fragancia a inundado todo el lugar, y cuando los actores se olvidaban alguna de sus lineas o su actuacion peligraba, la pasión poetica que su ser desprendía era capaz de reanimar cual quier cosa.- Dejas que las pasión dulcifique cada una de sus oraciones, hace pausas drámaticas, se para y todo para mejorar su discurso. -Ahora estoy seguro, mi señora, es el destino que ha dedicido de juntarnos, usted es mi amuleto de la suerte, eres mi estrella fugaz, eres mi angel de la guarda...

José maría sigue soltando sus alabanzas y su discurso hasta que lleguen a su despacho para celebrarlo.

Pese a su afán de protagonismo Raimundo sabía que, en aquel capítulo, le tocaba nuevamente el papel de secundario. Se mantuvo cerca del grupo por si acaso algo se torcía pero dejó que sus amigos le allanasen el camino hacia la gloria. En su cabeza ya se veía, aparte de abrazando el amor de la bella Itziar, disfrutando de las mieles del éxito en el teatro. Nunca se le había ocurrido que con su planta podría ser un excelente galán. ¡El destino se veía lleno de aplausos y favores femeninos que, sin duda, rechazaría para demostrar lo puro de su amor a su dama!¹

—Sá pasao con mi importancia Don José María —Contestó riéndose mientras se iba fijando en lo que sucedía entre bambalinas pues aquellos eran los caminos por los que la estaban llevando. Su curiosidad miraba en derredor sin intención de perder detalle

—Me estimas en demasía más no voy a rechazar sus halagos, que una no es de piedra —vio entonces la puerta y el rubor la sobrevino a unas mejillas ya bastante ensanchadas—. Y bueno... ¿Qué queréis decirme?

Aún latía en su memoria el reciente recuerdo de las palabras del criado quién le había anticipado buenas nuevas. De pronto advirtió que el buen dramaturgo, fiel a su estilo, empezaba a crear suspense llevándose la mano al pecho para al poco acabar por extraer un pequeño billetito en el que unas palabras estaban escritas de manera pulcra.

Era todo curiosidad hasta que le explicaron su misión, aquello cayó como jarro de agua fría encima de la joven más enseguida supo el Hidalgo del Puerto de Oro levantarla el ánimo con la promesa de retomar sus negocios en cuanto tuviera a bien dejarlos resueltos a los que se debía por la palabra dada.

Aquello fue coser y cantar, pues bien sabido es que si bien el dinero no da la felicidad, bien acerca a la misma.

En la carta firmada por Don Raimundo el mensaje implícito entre todas las palabras que mostraban afecto, estima a la par que resaltaba por supuesto el cáracter venusiano de Doña Itzíar de Motrico; estaba la promesa de desafiar la prohibición de su padre el señor Conde, personándose la noche siguiente bajo el balcón. Tan sólo pedía el firmante con el mismo donaire que si tenía curiosidad y deseaba corresponder a tamaña gallardía, ella respondiese haciendo acto de aparición sobre el mismo para conocer a quién la pretendía.

Dios y el amor se encargaría de todo lo demás.

Hasta que tuvieran ambos a bien actuar, las ganas debían ponerlas los hombres, por ello la noche marcada se dirigieron sin falta al palacio que rondaron el día anterior. Raimundo debía dar fe de si tenía cabida en los sentimientos de su Dama y los otros tres debían oficiar como testigos de tal gesta o de compañeros de fatigas si el asunto no acababa en amor correspondido recayendo en ellos el deber de alzar el ánimo entre buenas mancebas de ubres generosas y damajuanas de espirituoso vino.

Llevaban esperando unos cuantos minutos y la noche se antojaba larga, entonces cayeron en que tal vez entre tantas fruslerías escritas... Se les había olvidado el ser mas finos en la descripción del momento en que la joven debería mostrarse para descubrir a su amado.

—¡Vaya despiste! ¡Tanta prosa y tanto amor y algo tan mundano como lo que marcará el tiempo de encuentro se nos ha olvidado!

Raimundo andaba más nervioso de lo que cabía esperar. No estaba seguro de que podría dolerle más en caso de que la moza ni se dignase a asomarse: si el que le doliera el corazón por sentirse despechado o la vergüenza por el rechazo. Contaba con sus buenos amigos y sabía que aquello terminaría en alguna taberna: se bebe para olvidar o para celebrar, pero el español viejo sabe que a todo evento le espera un buen vino.

—Creo que aquella será la ventana de la joven.

Lo dijo mientras lanzaba una piedrecita con cierta fuerza para hacer sonar el cristal pero con suficiente tranquilidad para no reventar el vidrio.

O al menos tal era su intención.

Pues finalmente la cosa fue más rápida de lo que pensaba Rodrigo, y además la Luciana se avino a lo que habían planeado. Aunque estaba seguro que José María había tenido que darle muy buen uso a su parla y a su lengua para conseguirlo.

De todas formas el plan no acababa de verlo del todo claro. Ya que rondar la casa después de lo que sabían de los criados con garrotes no le hacía mucha gracia a Rodrigo. Pero desde luego no iba a dejar solo a su amigo. Eso estaba fuera de toda duda. Aún así estaba nervioso y miraba a todos lados, pensando cómo proceder en caso de que alguno de los vigilantes que tenía Don Motrizco les avistara.
En eso estaba cuando Raimundo lanzó la piedra a la ventana, un gesto de asombro (y, aunque lo negaría siempre, de terror) asomó a su rostro. Al menos hasta que escuchó, o no escuchó mejor dicho, ningún sonido de cristal romperse.

-Voto a brios que estáis mal de la cabeza Raimundo. Y yo aún más por ayudaros. Más espero que tengáis bien preparado lo que vais a decirle a la moza para encandilarla. Que después de lo que nos jugamos más vale que merezca la pena.-

Aún así, el desasosiego de Rodrigo se compensaba con la esperanza de que a su buen amigo le saliese todo bien. Sobretodo porque si no podría hacer alguna locura aún mayor que aquella y tendría que seguirle. Por lo que para despejar sus dudas y tranquilizarse un poco se dispuso a seguir vigilando.

José maría está molesto, no le han dado más que prisas para arreglar la función y las musas parecen que están tomando una siesta. Está pensativo,barajando ideas y versos, solo desea poder regresar al parnasillo para continuar su trabajao. Al ver que Raimundo lanza una piedra a la ventana de la moza, se alegra, al menos habrá algo de acción.

Tardo unos momentos en acordarse, y revisa entre sus ropajes una carta que había escrito para dicho momento. No es tarea sencilla debido a toda la porquería que lleva simepre con él. Algunas monedas caen, algunos pétalos de rosa, pañuelos extraviados de alguna mozuela, patas de gallo, una herradura, etc. Finalmente saca la carta y se la entrega a su compañero.

Raimundo se encogió de hombros:

—¿Que quería vuestra merced que hiciera? ¡Se me está congelando la honra de esperar aquí fuera como un vulgar bellaco!

Tomó la nota que le pasaba Jose María, releyó los versos un par de veces, tosió un poco y se preparó para que la ventana se abriese para mostrar a la bella.

—Sois el mejor poeta de la Villa compañero.— le dijo a su amigo —Confieso que no entiendo ni papa de lo que aquí habéis puesto más confío plenamente en vuestras dotes.

Se apoyaba en un pie y en otro, a la espera. ¿Por qué no aparecía la luz de sus sueños?

El criado esperaba una semana de ensayos y sacar ventaja de aquel trance para poder sacar tajada si podía saber con antelación de una función donde asistiría gente principal como los Motrico, pero parecía que el ladino poeta había arreglado un entremés antes de la obra, haciendo de donjuanes bajo la ventana de la dama. Bueno, de don Juan, que para nada iba con él aquello, así que mientras su señor tiraba piedrecillas él se mantuvo algo apartado, dejando la acción en manos de los señores hidalgos. En su lugar, él vigilaba que no apareciera Gonzalillo el lerdo y sus amigos de la garrota. Asintió desde las sombras a las quejas del señor Rodrigo, pues lo que decía era muy cabal, y su señor pensaba con el badajo más que con los sesos, pero era capricho que se podía permitir su señor.

Fadrique apretó con fuerza su garrote, pero con pocas ganas de usarlo, por lo que lo llevaba oculto debajo de la capa, como si en realidad se cubriera con ella para protegerse del fresco nocturno de la Villa.

Para sus adentros deseó que la dama se molestara con su enésimo rondador y le lanzara el contenido de su vacinilla como prueba de amor, al regalarle sus más íntimos humores.

El simplón criado se rió por lo bajo al imaginarse la escena.

La piedra voló por el aire suavemente y con gracilidad hasta que acabó por impactar en una de las ventanas despertando un sonido suave que se prolongó en el tiempo como si fuese el inicio de una serenata bajo la luz de la luna. Tan suave era que apenas resultaba audible para aquel que no lo quisiera escuchar y menos aún para los brutos criados de los Motrico quiénes aunque sí entendían de palos, no lo hacían de melodías.

Afortunadamente el suave tintineo no pasó desapercibido para su destinataria, la ocupante de aquella habitación pues enseguida empezó a insinuarse movimiento al otro lado de las cortinas en forma de unas sombras que anticipaban buena y lozana figura. Apareció entonces la más blanca y delicada mano asomando entre los cortinajes antes de apartarlos un par de palmos dejando entrever una mirada curiosa.

Aquella era la señal para que Don Raimundo empezase a declamar palabras de amor exponiéndose a la mala bilis de Patxi y su cuadrilla de pulgosos (apoyándose por supuesto por la cobertura de sus buenos aliados) cuando de pronto empezó a escucharse a un grupo bullicioso y jaranero que estaban a punto de doblar la esquina aguando la fiesta. No tardó el grupo en hacer acto de presencia sin ninguna discreción jaleando a un forastero vestido con un traje lujoso al que no le faltaba detalle entre adornos y borlas y un laúd en las manos lo daba poco lugar de dudas al respecto de las intenciones del susodicho...

La presencia del cuarteto les pilló desprevenidos pues no parecían estar esperando compañía alguna.

—Cagoendió Niccola, que se te han adelantado y te la van a levantar. —Murmuró el que parecía haber estado antes riéndose más. Tenía el pelo castaño con algunos atisbos rubios y la tez tan clara como los que tenían alergia al trabajo. Su otrora sonrisa dibujada en sus labios se le había congelado en un rictus, al igual que a sus amigotes. Todos un grupo que tampoco pasaban de cuatro personas.

—Vive Dios que el honor lo exige... —Contestó otro de los del grupo, en este caso un joven de pelo oscuro con pelusilla por bigote que pretendía disimular el labio superior que asomaba descaradamente. Pegó entonces un codazo al interfecto al que habían llamado Niccola.

Por el nombre parecía de algún lugar de italia, tal vez de Sicilia, Nápoles o el Ducado de Milán.