Partida Rol por web

─¿Qué demonios...?

Aquel alarido lo conocía, era de Lowenherz  e incluso la adormecida mente del enano pudo reaccionar rápidamente. Sus compañeros estaban en peligro. Sí, pero ¿qué peligro?

Sin haber podido reposar convenientemente ni estudiar su grimorio, Thorwyn contaba para este combate con muchos menos recursos que el anterior. Apenas nada salvo su ingenio y mala fe. Por lo visto unos draconianos habían tenido a bien venir a visitarles. Magnífico, el grupo les haría de estupendos anfitriones. Pero, primero lo primero, había que aprovechar la sorpresa todo lo posible. Lowen seguro que se sobreponía al ataque y pronto pondría en dificultades a aquellos seres reptilianos.

Echando mano a su ballesta, el enano salió silenciosamente de su tienda, sin encender luz alguna o hacer apenas ruido, desde luego mucho menos que el sonido reinante, el del alarido y subsiguiente combate. Agradeciendo a los dioses el ser un sigiloso theiwar y no uno de sus más patosos y pesados primos, Thorwyn se internó en la oscuridad, rodeando los carros con el objetivo de conseguir colocarse si no a la espalda, al menos sí a un flanco de los draconianos.

Sólo esperaba que Lowen aguantara hasta ese momento...

Me alegro de que nuestro invitado forzoso haya decidido colaborar con nosotros y contarnos cuanto sabe, aunque lo que sabe sea muy poco. Mantenerle atado y despojado de sus armas me parece lo más razonable del mundo, pero no tengo ningún interés en robarle el poco dinero que se ha ganado afrontando los peligros del viaje. No soy ninguna ladrona y necesitará esas monedas cuando le soltemos y consiga llegar a algún lugar civilizado para pagar una cama y algo de comer.

Durante un par de horas le mantengo estrechamente vigilado, mientras converso en susurros con Jiłhazhí y medito sobre los irracionales celos que me provoca el que Lowen y Enrielle estén durmiendo tan cerca el uno de la otra. Es este hecho más que el cansancio el que me lleva a despertarle cuando siento que empiezo a volverme loca. Yo nunca antes había sentido esta patológica sensación de pertenencia sobre nadie.

Siento la tentación de irme a dormir al interior de mi carro, donde estaría más segura. Pero finalmente decido quedarme sentada en mi tipi, contemplándole patrullar alrededor de nuestro campamento con ese aire tan marcial y varonil hasta que termino quedándome dormida.

Un grito me despierta poco después. No sé de dónde procede, ni quién lo ha emitido. A decir verdad, apenas sé siquiera dónde estoy y tardo unos segundos en ubicarme, aunque salgo a gatas de mi pequeña tienda de pieles con la lanza en la mano y me pongo en pie de un salto más como acto reflejo que meditado.

Es entonces cuando localizo a mi izquierda a Lowen enzarzado en combate con una figura que no reconozco pero que identifico con un draconiano por el brillo metálico que desprenden sus escamas al reflejar la luz de la hoguera moribunda.

Empuñando mi lanza con ambas manos, la levanto por encima de mi cabeza y clamo a la noche:

—¡Espíritus de nuestros ancestros, socorrednos!

Lowen se revolvió en medio de la noche, emitiendo un grito de dolor. Había estado barruntando la marcha de Kylian durante largo rato, pero al final se había resignado. Una vez más, se partía en dos el grupo, y la radicalización del de Gilean comenzaba a hacerse más patente. No tendrían con él más contacto, y, además, le habían desvelado sus planes. Si les vendía, lo haría con todas las de la ley.

Aquellos pensamientos quedaron apartados por el dolor repentino de dos heridas moderadamente superficiales, infligidas por un horrible draconiano. ¿De dónde había salido aquel bicho? En la oscuridad, tuvo la impresión de discernir otros dos. Echó mano de su mangual con rapidez, lanzando un golpe hacia la oscuridad, pero no logró nada, solo peinar aquel manto de sombras que le rodeaba.

- ¡Nos atacan! - gritó, para alertar a sus compañeros - ¡A las armas!

Enrielle despierta sobresaltada y rápidamente se pertrecha para entrar en la refriega, recuperando arco y espada en caso de que tenga que vérselas con los asaltantes en un indeseado cuerpo a cuerpo.

También Lluvia Estelar reacciona casi por instinto ante la incógnita amenaza y apela a la bendición de sus ancestros para hacer frente a los traicioneros enemigos que os atacan durante vuestro descanso.

Su líder, que permanece oculto al amparo de las sombras, comienza a entonar un cántico ronco e ininteligible que se produce en un relámpago incandescente que ilumina durante un parpadeo su rostro escamoso antes de dirigirse hacia la mística que-shu. Pero la buena fortuna o tal vez los espíritus protectores de ésta hacen que el rayo ardiente impacte contra la jaula del carromato y salten de barrote en barrote de forma muy efectista pero inofensiva hasta disiparse finalmente, sin hacer daño ni a Lluvia Estelar, ni al caballo de Lowen amarrado a la parte trasera del vehículo.

Con su espada goteando sangre, el draconiano que se mide con Lowenherz le acomete una vez más, atravesando de nuevo las defensas del aguerrido solámnico. Éste retrocede haciendo girar su mangual sin conseguir acertar a su atacante, mientras busca la proximidad de la luz y de sus compañeros. Es entonces cuando un tercer draconiano se abalanza sobre él acometiendo su costado derecho. Por fortuna, en un alarde de reflejos, Lowen consigue desviar la estocada con su propia arma y evitar así la cuchillada.

Entretanto, Thorwyn ha abandonado su tienda de campaña y avanza sigilosamente por detrás de ésta para rodear los carros y buscar el flanco desprotegido del caudillo draconiano.

Despertado de su sueño por los coloridos relámpagos que danzan por su jaula y escuchando el sonido de batalla, la cría de león abandona la seguridad de su refugio para lanzarse fieramente contra el draconiano de broncíneas escamas que ha disparado el rayo mágico. Sin embargo, en su ímpetu resbala en el barro y termina chocándose de cabeza contra las piernas de su objetivo. Solo la sorpresa que le causa este repentino e infructuoso ataque evita que el hechicero draconiano tenga ocasión de reaccionar apropiadamente a tan insignificante amenazada.

Medio a tientas, consigues encaramarte hasta el asiento del conductor y elevar una plegaria a tu dios para que te proteja de los voraces animales de la ciénaga.

No puedes ver al caimán pero el golpetazo que escuchas en la parte trasera de la carreta y la violenta sacudida te indican que el animal ha usado su poderosa cola para izar su pesado cuerpo hasta la zona de carga del vehículo semienterrado en lodo. Un indefenso e inconsciente Valev yace allí, ajeno a su desesperada situación.

El repentino fogonazo a mi izquierda me revela la presencia de un segundo draconiano al que todavía no había visto. En apenas una fracción de segundo es lo que tarda el relámpago en abandonar sus garras y volar hacia mí y no tengo tiempo ni siquiera de protegerme con los brazos. Pero la intervención de mis ancestros desvía el haz ardiente hacia la carreta.

—¡Jiłhazhí! —grito, horrorizada, temiendo que la descarga haya frito a mi pequeño.

No sé si son mis voces o el chisporroteo del rayo lo que hacen que él escape de su jaula y se precipite directamente contra mi atacante. Quizá de forma accidental o quizá movido por su deseo de salvarme.

—¡No, no, vuelve a tu jaula! —le suplico, dándome cuenta de que fuera corre mucho más peligro que dentro.

Miro alternativamente hacia el leoncito y hacia Lowen y veo que mi amigo entrañable no combate ya contra un draconiano, sino contra dos de ellos. Avanzo para situarme frente a él y le impongo mi mano izquierda en el pecho mientras sujeto la lanza con la izquierda.

—Oh, Gran Ayání, concédele tu fuerza a tu campeón para que pueda triunfar sobre los enemigos que le acechan.

El grito de Lluvia puso en alerta a Lowen, que alcanzó a discernir la figura del dragoncillo escapando de su jaula y acometiendo contra el líder de los draconianos, que parecía ser, además, hechicero. El solámnico comprendió entonces que el dragoncillo corría un gran peligro, y eso terminó con sus intenciones de atraer lentamente a sus enemigos a la luz. Lo único que quería ahora era atraer sobre sí mismo la agresividad de sus enemigos, y al mismo tiempo destrozarlos cuanto antes.

- ¡SOLAMNIA! - gritó, con una potencia que se oyó en todo el pantano - ¡Sentid nuestro poder, engendros!

Blandió el mayal sobre su cabeza, haciéndolo voltear con un sonido zumbante antes de descargar su ira brutal contra la cabeza del draconiano. Lowen pudo oir el brutal crujido, uno que habría arrancado la cabeza de cuajo a un humano, aunque aquellas criaturas eran sin duda más duras.

Los draconianos habían comenzado a hacer lo que tan bien se les daba: acosar al grupo e intentar acabar con él. Por si no fuera suficiente su ya de por sí intimidante capacidad guerrera, en esta ocasión habían traído con ellos un hechicero. Escamoso como los otros dos, su presencia allí no parecía casual. De alguna manera sabían lo que iba a pasar, venían a reunirse con Tres Ombligos, tal vez mandados llamar por Abrena. Si sobrevivía alguno de ellos a este enfrentamiento pondrían a prueba su lealtad al ejército nerakano. Pero eso sería más adelante.

De momento Lowen aguantaba, Lluvia le ayudaba y Jiłhazhí, bueno, de momento sólo parecía un inofensivo leoncito fácil de ignorar. De su lado sólo faltaba la arquera legionaria, que por el bien de todos convenía que empezara a lanzar sus mortíferas flechas cuanto antes.

Thorwyn se esforzaba por maniobrar alrededor del campamento sin llamar la atención en un difícil equilibrio entre moverse rápido para poder ayudar a sus amigos e ir con suficiente cuidado para poder sorprender a sus enemigos.

Ya pertrechada para el combate, Enrielle salió de su refugio y vio la naturaleza de sus atacantes. ¡Draconianos! Y varios de ellos. Nunca había tenido trato con alguno, pero con buen motivo confirmaba tenerlos en mal concepto. Traicioneros como los matones mal alimentados que habían despachado horas antes, pero a la vista que eran más peligrosos.

Tanto que era evidente hasta con poca luz, y que uno de ellos debía de ser un hechicero, porque otra explicación no tenía ese relámpago que acababa de sacudir el carro-jaula.

Varios pasos lejos de su refugio, Enrielle se dispuso a auxiliar a Lowen disparando a aquel que lo hostigaba. Sin embargo, las sombras le jugaron una mala pasada y la flecha fue engullida por la negrura, lejos de su objetivo.

La exploradora de la Legión de Acero abandona la relativa seguridad de su improvisado refugio para internarse en las sombras en busca de un buen ángulo de tiro. Su puntería es infalible, pero las sombras le juegan una mala pasada a su vista humana y la flecha pasa rozando a su víctima sin causarle daño alguno.

El líder de los draconianos pronuncia entonces las palabras de un nuevo encantamiento a pesar del constante acoso al que Jilhazhí le somete con sus dentelladas al aire. Sus garras comienzan a brillar con un chispeante resplandor azulado y su menudo atacante decide entonces emprender la huida de regreso a su jaula, más por temor a esa luz sobrenatural que por obediencia a las indicaciones de Lluvia Estelar. Su pequeño tamaño y su agilidad le salvan de ser acanzado por la chisporroteante energía mágica pero en su loca carrera mirando hacia atrás, el pequeño leoncito acaba estrellándose contra una de las ruedas del carro y quedarno algo conmocionado por el impacto.

Por su parte, Lluvia Estelar hace uso de su magia espiritual para infundir nuevas fuerzas a su amor platónico. Aprovechando que la mística que-shu le da la espalda imprudentemente, el primer atacante draconiano se lanza sobre ella espada en mano abriendo una larga aunque superficial herida en la espalda de la joven.

Deseoso de desembarazarse rápidamente de su atacante para socorrer a sus compañeros en peligro, Lowen blande con ferocidad su mangual y esta vez la pesada bola de acero sí consigue impactar con fuerza sobrenatural contra el duro cráneo del draconiano. Cualquier otro en su lugar se hubiera desplomado sin vida pero la criatura se limita a bizquear algo aturdida y trastabilla un paso hacia atrás antes de acometer con renovada rabia y hundir su arma en el cuerpo del malherido solámnico.

Mientras tanto, Thorwyn va ganando posiciones avanzando por la orilla de la isla tratando de encontrar un lugar privilegiado desde el que sorprender a los draconianos con sus disparos de ballesta.

Kylian se acercó agachado hasta donde se encontraba Valev. Todavía permanecía inconsciente y así hubiera seguido unas horas más hasta que estuvieran lo suficientemente alejados de Lowen y compañía. Realmente le había sorprendido su reacción. ¿No se suponía que confiaban los unos en los otros? Negó con la cabeza, no era momento para ese tipo de pensamientos, pues tenía otros problemas más urgentes.

- ¡Gilean, sana a este hombre, te lo ruego! - Dijo mirando al cielo e imponiendo las manos sobre aquel joven de bello rostro. 

De forma inmediata, las terribles heridas que presentaba empezaron a sanar y en cuanto Valev abrió los ojos, Kylian le sonrió. 

- ¡Valev, nos atacan! - Le alertó. - ¡Son bestias del pantano! ¡Cocodrilos creo...! 

Estaba convencido de que estaría muy confuso. Lo último que debía recordar era la traición de Thorwyn y como aquellas telarañas pegajosas se incendiaban a la vez que sentía un calor intenso en su piel y éste empezaba a ampollarse hasta que perdió el conocimiento.

Enrielle siguió reposocionándose. Había fallado por poco por culpa de la condenada oscuridad, y eso la enfadaba mucho. Pero no había tiempo de sacar su antorcha, porque esas bestias estaban castigando al caballero duramente.

Se preparó para, esa vez, disparar dos flechas. Entonces reparó en el que debía ser el draconiano brujo, y en que la mascota de Lluvia Estelar correteaba por allí.

Liberó la cuerda. Maldijo entre dientes cuando una de sus flechas volvió a perderse en la oscuridad, en busca de un enemigo que no existía allí. La otra en cambio sí que haría blanco, y deseó que fuera suficiente. Pero Enrielle sospechaba que eran duros de roer 

Lowen asestó un brutal mangualazo al draconiano, que aún resistía. Desde atrás, una certera flecha se clavó en la criatura. La batalla se volvía incierta, con Lluvia y el guerrero luchando codo con codo, los draconianos rugiendo, y Lowen peleando por abrirse paso a través de ellos para socorrer a Gilyasí. Sentía la sangre manando de sus heridas, el dolor en sus articulaciones, pero no cejó en su empeño de aplastar a las criaturas, invirtiendo cuanto tenía en el proceso.

- ¡Hay que abrirse paso! - gritaba - ¡Solamnia!

Sintió de nuevo el impacto de su mangual contra la dura carne, junto con el olor penetrante de la sangre.

Guiándote más por el tacto que por la vista, consigues saltar desde el pescante hasta la zona de carga de la carreta y, una vez allí, detectar el cuerpo tendido de Valev. Una rápida oración basta para que Gilean le devuelva la consciencia, aunque sea en un momento particularmente comprometido.

Algo desconcertado, manotea a su alrededor al escuchar tu aviso y sus manos se cierran sobre la clava que dejaste junto a él, blandiéndola torpemente de un lado a otro en un vano intento de alejar la amenaza que se cierne sobre él. El voraz caimán se lanza sobre su cuerpo tendido entre pieles y de una poderosa dentellada le arranca el brazo con que empuñaba su arma.

Con un alarido que te hiela la sangre, Valev vuelve a desmayarse a causa de la pérdida de sangre.

- ¡Valev! - Gritó Kylian terriblemente angustiado. - ¡Noooooo!

Aquello le dolió por partida doble. Por una parte perdia de su dulce amigo y por otra, por el hecho de haberle hecho sufrir una segunda muerte tan atroz. Pues para Kylian él ya estaba muerto. Había perdido el brazo y estaba entre las mandíbulas del caimán. Aún devolviéndole a la vida, lo haría entre las fauces de aquel monstruo. No pensaba hacerlo.

- ¡Oh Gilean, haz que mis heridas sanen! - Oró. - Yo te lo imploro.

Noto el frío beso del acero en mi espalda, atravesando las anillas de mi camisote de acero y dejándome una larga cuchillada que me escuece horrores a causa del sudor.

Pero en lugar de darme la vuelta para encarar a mi atacante, lo que hago es acercarme todavía más a Lowen viendo que sus heridas son más graves que la mía.

—Sahanahráy-iiná, poderoso Espíritu de la Vida, anestesia el dolor de este bravo guerrero para que pueda seguir combatiendo a aquellos que solo nos desean la muerte —imploro en un susurro, imponiendo una vez más mi mano izquierda sobre mi amado.

Das gracias a tu dios porque la oscuridad te oculte el dantesco espectáculo que es la muerte de tu amigo entrañable entre las fauces del poderoso reptil. Aunque el crujido de sus huesos astillándose y el sonido de los tendones arrancados es más de lo que muchos podrían soportar.

Temiendo que pronto tengas que enfrentarte a un destino similar, apelas una vez más al poder divino de Gilean para aliviar el dolor de tu pierna herida y poder así combatir en plenas facultades físicas a tu sanguinario adversario.

No muy lejos, puedes escuchar los relinchos agónicos de la bestia de carga chapoteando en el lodo en su desigual batalla contra el segundo caimán.

Buscas entre tus pertenencias y recuperas del interior de la mochila tu lámpara de bronce y la rellenas de aceite tan deprisa como puedes. A continuación, rebuscas en tus bolsillos hasta encontrar tu único fósforo. No tienes ningún otro modo de encender un fuego así que yo fías todo a este pequeño palito de madera que sostienes entre tus dedos temblorosos. Lo rascas contra la madera del carro y una diminuta llamita azul comienza a chisporrotear frente a tus ojos.

La aplicas rápidamente a la lámpara y esta comienza a arder alegremente con su resplandor dorado mientras arrojas el palito ardiente a las aguas del pantano para no quemarte las yemas. Bajo su resplandor descubres la sangrienta escena que te rodea, con un caimán devorando a Valev y otro al caballo que tiraba del carro.

Atraído por la luz, el reptil más cercano levanta la cabeza y clava en ti sus verticales pupilas. Por un momento parece pensarse si atacarte o seguir disfrutando de su banquete pero finalmente opta por lo primero y se lanza contra ti.

Por fortuna ahora puedes verle con claridad y consigues apartarte de él a tiempo de evitar que sus poderosas mandíbulas se cierren sobre tu carne.

El otro, por ahora, parece preferir el sabor de la carne de caballo a la tuya.

- ¡Te voy a coser a bastonazos! - Amenazó Kylian a la bestia. 

Agarrando su bastón golpeó rápido, una vez con cada extremo sobre la escamosa criatura que amenazaba su vida. El sacerdote sintió como su bastón se hundía en la carne de Aquella bestia. Sin duda le iba a doler y eso esperaba, pues su alma clamaba venganza por el joven que se encontraba entre sus dientes, al menos gran partw de él. 

Te agachas ágilmente y dejas la lámpara sobre el suelo de la carreta para empuñar tu bastón con ambas manos.

Cuando el caimán se lanza a por ti de nuevo, estás más que preparado para hacerle frente y descargar sobre su hocico una lluvia de golpes.

Algo conmocionada, la criatura abre sus fauces mostrándote dos hileras de afilados colmillos.

Abajo, en el suelo, los sonidos de la refriega comienzan a atraer la atención del segundo caimán.

- Maldita sea... - Murmuró al ver que el segundo caimán se interesaba por lo que estaba sucediendo sobre el carruaje. 

Sin pensárselo demasiado, pues no vei más opción en ese momento, lanzó un nuevo palazo contra el caimán impactando contra la cabezota llena de dientes y notó como algo se rompía en el interior. Un nuevo palazo golpeó contra una de sus patas, pero no con demasiada fuerza.