Partida Rol por web

Enrielle respondió a la reverencia con una sonrisa gélida. Las mejillas y nariz se le empezaban a enrojecer. Odiaba que Thorwyn tuviera maldita razón.

—Ya veo. Un caballero de renombre. Qué honor. — se ajustó el cinturón de su armadura de cuero con un gesto poco elegante — ¿Que qué quiere la Legión de Acero de este lugar, me preguntáis? No, es el oro robado lo que quiere. Lo que quiere es hacer justicia y proteger al débil. Ese botín, con el que además pagáis al dragón que gobierna estos páramos, no os pertenece. Como tampoco os pertenecían las vidas que vuestra orden ha arrebatado para conseguirlo. Y resulta que el camino de migas de pan nos ha traído hasta esta fortaleza, y ahora nosotros la queremos. Para mantenerla lejos de vuestras manos. —Ladeó la cabeza. —Pero tengo la sensación de que hará falta un poco más de sangre para conseguirla, ¿verdad, Sir Kragger?

Tal vez no os hayáis dado cuenta aún de que hacen falta muchos "hombres de verdad" para detenernos, así que permitidme que os insista. —dijo con forzada cortesía —Huid de aquí con vuestra piel intacta ahora que podéis y abandonad los páramos. Nosotros no vamos a rendirnos ni aquí, ni ahora.

—No puedo rendir la fortaleza. He dado mi palabra de honor de defenderla hasta las últimas consecuencias y si de verdad la queréis, decís bien al afirmar que se derramará más sangre, aunque yo puedo ofreceros un modo de evitar muertes innecesarias. Me ofrezco a medirme con cualquiera de vosotros en combate singular. Si yo gano, os juro por la Reina de los Dragones que dejaré marchar a los supervivientes. Y si yo muero, solo pido que dejéis irse a mis hombres sin causarles daño alguno.

Os mira a los demás, buscando entre vosotros a alguien lo suficiente valiente como para enfrentarse a él uno contra uno.

—¿Es eso lo que todos queréis? —alza ambas manos abarcando la fortaleza que os rodea— ¿Estáis decididos a matar y morir solo por un puñado de piedras en mitad de un cenagal?

Y con esas pocas palabras se cerraba el parlamento. Sir Kragger no iba a entrar en razón, no sin una muestra de fuerza, y no tenían a un paladín que pudiese medir armas con semejante caballero. Lowenherz había muerto hacía bien poco. En otro orden de cosas, hubiera estado muy bien lanzar una bola de fuego y aniquilar la resistencia, obligando una rendición, pero por suerte o por desgracia Thorwyn no era esa clase de mago. Sin embargo, adelantándose a la orden de atacar del caballero de Takhisis, el arcanista enano invocó todo lo discretamente que pudo el poder de un hechizo ya conocido por todos. Bueno, todos no, el "bakali" barbudo seguramente no lo conocía...

Lanzado con gran precisión en un punto aproximadamente central a las figuras que habían aparecido en el extremo nordoccidental del patio, el hechizo se expandió en todas direcciones, explotando en una maraña de hebras pegajosas y elásticas que se fijaron a las paredes circundantes. Una enorme telaraña había envuelto a los soldados a pie.

─La conversación estaba condenada desde antes de empezar. Veamos si podemos hacerle cambiar de idea... ─susurró para todos sus compañeros mágicamente Thorwyn.

Escuchando al orgulloso oficial de los caballeros de Neraka siento el impulso de decirle que lo que me mueve no es este miserable montón de ruinas, sino la justicia. Justicia para Belleria, para Ethani, para Briand y para tantos otros que murieron a manos de los nerakanos y sus secuaces trasgoides solo para que pudieran enriquecerse.

Pero una vez más, mis compañeros se me adelantan para echar por tierra cualquier parlamento y con él las esperanzas de poner fin a más muertes innecesarias. No por primera vez me pregunto si realmente somos nosotros quienes actuamos del lado de la justicia y del bien, o si lo hacemos del lado del engaño y la avaricia.

Hemos hecho salir a nuestros enemigos, no para pactar con ellos sino para emboscarlos como pretendían hacer con nosotros. ¿Son tan distintos nuestros métodos de los suyos?

Preocupada por que nuestro pequeño dragoncito corra hoy la misma suerte o peor que la que padeció ayer, trato de ver dónde se ha metido. Lo descubro entre mis pies, todavía doliéndose de sus heridas contra el Azul de Lizbet. Antes de que alguna flecha perdida lo alcance, ruego a Sahanahráy-iiná que le conceda algo de vigor a su frágil cuerpecito.

Thorwyn no debía perder el tiempo, debía actuar cuanto antes. Y sus compañeros, también. Era imperativo. Y él era el arcanista adecuado para ello: tenía a su disposición el hechizo de Acelerar, cuyos beneficios ya habían disfrutado sus compañeros en la anterior batalla. Lo que, por otro lado, no había evitado que dos de ellos hubieran pasado a mejor vida. Bueno, Kylian... no sabría decir.

Klunurig observó la conversación entre el hombre-de-hierro y la mujer arquera, emitiendo gruñidos contrariados cada vez que hablaba el primero, y negando con la cabeza cada vez que la segunda ofrecía a aquellos impíos la posibilidad de marchar con vida. Pero su manejo de la lengua del enemigo era demasiado tosco, y no encontró el momento ni las palabras adecuadas para interrumpir aquella conversación, de modo que la dejó fluir, seguro de que su destino pronto se precipitaría sobre ellos. Comenzó entonces a entonar un cántico furioso y lleno de gruñidos, bailando a saltos en una danza primitiva, mientras alternaba su peso sobre una y otra pierna, y cantaba en una lengua perdida que ni los más salvajes de los bakali pronunciaban. Sólo al final de aquella danza extraña, su voz tronó en la lengua de la gente alta, mientras él reía con el regocijo de un loco.

- ¡La ira de los cielos fulminará a los enemigos!

Rió de forma histérica, levantando el escudo de madera y dando un paso con su robusto cuerpo hacia sus enemigos.

Enrielle miró un momento a sus compañeros. Lowen se hubiera ofrecido con los ojos cerrados a ese combate singular contra otro caballero. Pero Lowen yacía muerto en una cama. Con el entrecejo fruncido volvió a observar a Sir Kragger, evaluándolo.

¿Podría ella, la sencilla Enrielle de Fair Meadows, aspirante aún a Legionaria de Acero, derrotar a aquel poderoso caballero de Takhisis en un combate singular con su arco, el tridente de Lizbet y su simple y llana agilidad? Quizás... quizás si encontraba las uniones de su armadura con el tridente mientras esquivaba las acometidas de aquel. Pero bien sabía que dar un paso en falso podría significar perder la cabeza. Literalmente.

Su mente funcionaba a toda velocidad, buscando alguna otra salida que no fuera enfrentarse ella sola a esa montaña de acero, pero no se le ocurría ninguna. Al parecer no le quedaba otro remedio, y a pesar de haber tanto en juego a punto estuvo de dar un paso al frente para ofrecerse como la "campeona" de su "pelotón".

Sin embargo no llegó a dar tal paso, pues la magia de Thorwyn seguida por sus palabras al oído y el baile furioso del otro enano-bakali interrumpieron su decisión. En seguida vio las familiares telarañas brotar del suelo justo detrás de Sir Kragger y, sabiendo truncada cualquier posibilidad de continuar la conversación, sus dedos ya buscaban en el carcaj la primera de las muchas flechas que iba a disparar esa mañana.

Kylian escuchó atentamente las negociaciones entre Enrielle y el caballero que iba a morir en pocos minutos. Sí, el espectro en el que Kylian se había convertido tenía muy claro que aquel parlamentario no les llevaría a ningún lugar que no fuera la violencia. 

Haber perdido al agente de la neutralidad Lowenherz a manos Lizbeth había sido un contratiempo para sus planes. Por suerte, su espíritu decidido y caótico en cierta manera, había invadido a la atractiva y determinanda Enrielle. Sumado a que Thorwyn también había parecido perder la cabeza en cierta manera, hacia que Kylian estuviera convencido de que todo estuviera siguiendo el curso necesario de acontecimientos. Si además sumaban a aquel extraño ser que se autodererminaba como un bakali, y no iba a ser él quien le dijera lo que tenía que ser, pronosticaba una nueva victoria épica. 

- Gracias Gilean por rodearme de estas extraordinarias personas. - Le agradeció en silencio a su dios. 

La única pega quizás era que Lluvia Estelar parecía seguir siendo racional. Demasiado racional para su gusto... Posiblemente ella era quien aportaba equilibrio al grupo. 

- ¡Aaah, el equilibrio! - De nuevo hubiera sonreido de haber podido borrar la mueca de asfixia de su rostro. - ¡Todo lo que acontece abre la senda de la Neutralidad! ¡Tú obra es perfecta! - Pensó entonces, aunque ni él mismo sabía si con la experisión: "tú obra", hablaba a Gilean o lo hacía consigo mismo. 

Kylian había estado observando al enano que se autodefinía como enano, un enano cisgenero en toda regla. Estaba meneando sin darse cuenta la punta de su dedo de señalar. Algo tramaba y eso le gustaba al bibliotecario. Sabía que tarde o temprano no podría resistirlo e iniciaría las hostilidades. El subterfugio era un arma interesante, sobre todo cuando uno tenía el combate perdido y el enano aprovechó bien el momento. 

La telaraña surgió por todo envolviendo al caballero y a sus secuaces. Parecía un hombre de honor, que velaba por sus hombres. Por eso había propuesto un combate singular con unas razonables condiciones. ¿Podían creer en su palabra? Si hubiera sido Lowenherz el que hubiera pronunciado un trato semejantes, seguro que hubiera cumplido su palabra, pero... ¿Podían fiarse de ese hombre? 

- ¡Desde luego que no! - Se dijo a si mismo enfadado. 

- ¡Bien hecho Thorwyn! - Exclamó el espectro. 

Acto seguido el gileano dio un paso al frente mirando hacia los tejados donde los estúpidos ballesteros que había tratado de asaetarle momentos atrás, esperaban órdenes. El sacerdote difunto se concentró en una oración. 

- ¡Oh Gilean, envíame un león de celestial para que luche por tu causa! - Alzó la voz con fe y determinación. 

Enrielle hizo una mueca de desagrado al escuchar la acusación. No podía decir que Sir Kragger no tuviera razón, pues ni siquiera había obtenido una respuesta verbal. El honor frecuentemente era más una impedimenta que una herramienta, pero a pesar de todo, había algo en ella le decía que eso no estaba del todo bien.

Ella misma había sospechado que aquel parlamento podía ser una trampa, y finalmente ellos habían sido los emboscadores. Claro que ella había sido ajena a eso.

Resopló, una vez más, ya tensando el arco en apuntando al caballero Sir Kragger.

— Debo deciros que, desgraciadamente, de eso tenemos bastante poco. — le respondió irritada a la acusación, aunque no por ella en sí.

Puestos a entregarse al deshonor, al menos haría lo posible para facilitarse el trabajo de tomar la fortaleza, por indigno y traicionero que fuese. El cadáver de Lowen debía estar revolviéndose en la cama, mientras que Kylian... El condenado ahí estaba, felicitando a Thorwyn. La exploradora gruñó más enfadada aún, soltando la primera flecha de su arco, ahora mágico, en dirección al caballero.

Un enorme león celestial apareció sobre el tejado, junto a los ballesteros y de forma inmediata lanzó una serie de ataque rápidos contra los enemigos de la neutralidad. Con un poco de suerte acabaría con la amenaza y de no ser así, al menos les mantendría ocupados. 

- ¡Oh Gilean, dame un bastón con el que castigar a mis enemigos! - Alzó la voz y de inmediato un bastón fanstamal apareció junto al atrapado caballero.

Trató de golpearle sin demasiado éxito y el bibliotecario se sintió frustrado. Entonces recordó lo que ese hombre acababa de decir: "no tenéis honor". No, no lo tenían. El honor era algo que en muchas ocasiones se interponía en los caminos de la Neutralidad y era algo que Kylian había dejado atrás mucho tiempo atrás. 

Las flechas caen sobre nosotros pero eso me preocupa mucho menos que ver a Jiłhazhí lanzándose en solitario hacia el comandante de los caballeros de Neraka.

Sé que convencerle de lo contrario es imposible. Nuestro pequeñín es un espíritu libre y es tan difícil persuadirle de que haga algo como lo es con cualquiera de los demás. Lo único que puedo hacer es aceptarlo y hacer cuanto esté en mi mano para evitar que muera nadie más.

Moviéndome a toda velocidad gracias a algún encantamiento de Thorwyn, corro tras el dragoncito de Latón, tratando de imponerle mis manos con ademán protector. Un ademán que me recuerda a mi propia madre echándome un chal sobre los hombros en una noche fría cuando yo era niña.

Klunurig no entendía muy bien a qué se debían aquellos gritos sobre algo llamado ¿hodor? No estaba seguro. Pero no le importaba, pues su cántico le mantenía absorto, y ni siquiera la flecha que se clavó en su cuerpo a través del barro y las protecciones del pantano le interrumpió. Cuando por fin concluyó, alzó los brazos al cielo despejado y señaló a uno de aquellos tiradores.

- ¡Bazú! - gritó con un graznido salvaje, atrayendo sobre él la furia de la tormenta.*

Después de aquello, avanzó hacia el frente al tiempo que maldecía a aquellos infelices y echaba mano de los dardos que había recogido, arrojando uno de ellos contra el arquero.** El proyectil voló con fuerza hacia su pecho, y Klunurig pensó que la muerte viajaba con él.

Honor ─pensó Thorwyn para sí─ Sí, he visto mucho de eso entre los míos, pero bien que se apuñalan por la espalda con mil excusas de pactos rotos y honores traicionados en un ciclo sin fin. ¡Hipócritas! Prefiero ser un enano sin honor que uno muerto. Y él no es quien para hablar de honor, sirviendo a una diosa malvada a la que intentan revivir con ayuda de saqueos y contrabando. ¿Acaso hay honor en eso, eh?

La mente del enano trabajaba a toda velocidad, absorbiendo la información y tratando de dejar a un lado los sentimientos, pero en el fondo sabía que lo que había hecho no era honorable, el caballero tenía razón. Por otro lado, tampoco había dado su palabra de nada. ¿Era poco honorable el ser el primero en romper un parlamento que estaba condenado a fracasar desde el primer momento? Tal vez sí. Tal vez su hechizo les salvara a todos la vida. Y el fondo era que estaban intentando hacer algo bueno: detener los saqueos de gentes inocentes en Solamnia. Si lograban desarticular sus operaciones en Nordmaar cesarían los ataques y sus estructuras militares se desmoronarían como un castillo de naipes al que se había dado un manotazo.

Y mientras Thorwyn pensaba en el nuevo hechizo a lanzar, intervino su intrépido, audaz y un tanto descerebrado dragoncillo latonado.

─¡No, Jilhazhí, no, las llamas se extienden por la telaraña, pero también libera a los que estaban presos por ellas! ─exclamó mentalmente el arcanista enano, reprimiendo el gesto de llevarse las manos a su calva cabeza así como el vocalizar las palabras. Tendría una conversación con el dracónido, pero sería más adelante.

Aquella simple acción debilitaría a sus enemigos, puede que incluso incapacitara a los más débiles, pero colocaba en una situación más inestable, si cabía, al grupo. En cuanto se liberase el caballero del Lirio tendrían problemas para contenerlo. Les faltaba un Lowenherz en su vida. Por desgracia había perdido la vida...

Así las cosas, el arcanista debía estar preparado, en cuanto Kragger se liberase y avanzase contra ellos debía ser capaz de pararle los pies. Tenía, tal vez, los medios para hacerlo, pero debía asegurarse que su hechizo de evocación impactase en su víctima o por muy potente que fuese no lograría nada al errar el disparo. El siguiente paso, por tanto, era invocar un hechizo de adivinación: Impacto Verdadero. Era mucho más sencillo acertar a las cosas, aunque estuvieran en movimiento, si uno sabía dónde iban a estar en un futuro cercano...

Lanzado el hechizo desde el umbral de la puerta de la torre, al arcanista le quedaba un largo trecho que recorrer para colocarse a una distancia y un ángulo adecuados para sus planes más cercanos. Con paso decidido asistido por la potencia del hechizo de Acelerar que también le afectaba a él, el theiwar avanzó hasta colocarse en el extremo suroccidental del árbol situado junto a la torre. De esa manera no sólo quedaba más cerca de Kragger, sino también en un ángulo difícil para los ballesteros, por si éstos se decidían a tratar de herirle.

─¡Intentemos acabar con el caballero, eso desmoralizará al resto! ─exclamó en mágicos susurros el arcanista.

Mientras todo sucedía de forma extraordinariamente rápida, Kylian, quien creía tener todo el tiempo del mundo, mantenía su posición junto al torreón, viendo pasar a su lado al temeroso dragoncito latonado. 

- La has vuelto a liar, pequeño... - Pensó al verle asustado. 

Fue entonces cuando el león celestial lanzó un nuevo zarpazo contra el ballestero que había decidido combatirle a espada. Era un hombre rápido, pues logró esquivar un segundo zarpazo y un terrible mordisco.

- ¡Oh Gilean, enviame un bastón espíritual para que destruya a tus blasfemos enemigos! - Kylian elevó una nueva oración y un segundo bastón apareció junto al caballero. 

Ambos trataron de golpearle, pero su recia armadura impedía que fuera dañado. 

Al huir Jiłhazhí me doy cuenta de que he quedado expuesta en mitad del patio. No me preocupa estar tan cerca del caballero de Neraka y sus hombres de armas porque todos ellos están atrapados, pero las flechas que caen sobre mí desde la retaguardia me indican que o bien estoy recibiendo fuego amigo o bien...

—Hay más arqueros allí —señalo a mis compañeros al reparar en las tres figuras encaramadas al tejado contiguo a nuestro torreón. Nuestro torreón, qué extraño me parece haber pensado eso.

Giro sobre mí misma como una peonza, tratando de hacerme una idea mental de todo lo que sucede a mi alrededor. Tormentas en un cielo despejado, leones misteriosamente encaramados al techado de la fortaleza que nos brindan su auxilio... Todos ellos, grandes prodigios que jamás hubiera esperado ver con mis propios ojos.

Los nerakanos deben estar aterrados ante semejante despliegue pero no tengo la sensación de que sir Kragger lo esté. Se mantiene firme incluso con el fuego tan cerca. De algún modo, me recuerda a Lowenherz y siento compasión por él. Va a morir defendiendo este lugar porque ha jurado hacerlo. Seguramente ni él, ni ninguno de sus hombres participaran en el asalto a Belleria y los estamos ajusticiando por crímenes que no han cometido. Por cumplir órdenes y defender lo que se les entrega. ¿Estamos actuando bien?

Siento la tentación de pedirle que se rinda, que se entregue y salve la vida, pero no puedo prometerle tal cosa como tampoco se la pude prometer a Lizbet. Yo solo hablo en mi nombre, pero temo que ninguno de los otros mostrará la misma piedad. No, definitivamente, esto no está bien. Nada bien.

Me vuelvo hacia mis amigos para hacer lo que los nerakanos no harán: suplicar por su vida. Y entonces reparo en la fatal herida que Enrielle presenta en el pecho. Sin dudarlo un instante, corro hacia ella para contener la hemorragia antes de que se nos muera. No podemos perderla a ella también, su corazón es el más bondadoso de todos nosotros.

Riendo como un loco, Klunurig se quedó clavado un instante, viendo caer fulminado a uno de los arqueros. La furia de los grandes páramos venía de la mano del druanti, y se concentraba por fin en aquel lugar, dispuesta a expulsar a los invasores para siempre.

- ¡El pueblo del pantano será liberado! - gritó en la lengua del enemigo.

Aunque escuchaba una extraña vocecilla en su cabeza (aquello sucedía a menudo, pero nunca le hablaba en la lengua del enemigo) el druanti no hizo caso de ella: miró al otro ballestero con sus profundos y terribles ojos, y, señalándole con el dedo, entonó otra vez la palabra de poder.

- ¡Bazú!

Un débil relámpago se desprendió del cielo para golpear al infeliz, impactando con cierto estruendo. ¿Qué pasaba? ¿Porqué los espíritus no le acompañaban en todo su ímpetu?

Enrielle, habituada a reyertas tabernarias y a los insultos más soeces, se encogió, sobrecogida por aquellas duras palabras del caballero. Sintió su estómago anudarse con una fuerza insoportable, y el convencimiento de que no merecía pertenecer a una orden de caballería como era la Legión de Acero, por mucho que ésta se valiese de la subrepción y la sutileza para sus cometidos.

Sintiéndose sucia e indigna, la exploradora miraba en todas direcciones como un animalillo asustado, tratando de esquivar las flechas que no paraban de llover.

Rozaba con dedos vacilantes la siguiente flecha que iba a disparar cuando la alcanzaron en el pecho. Fue tan violento que la empujó hacia atrás, golpeando su espalda contra la puerta abierta. Boqueando como un pez fuera del agua, su mano temblorosa buscó agarrarse astil, y con una mueca de dolor, lo partió. La flecha sobresaliendo le dificultaría disparar su arco para terminar lo que había empezado.

Porque no era lo que quería, pero entonces era cuanto debía hacer. Si ese oficial escapaba podría reorganizarse, sanar sus heridas, hacerse fuerte en algún lugar de la fortaleza y, posiblemente, matarla a ella o a sus amigos. Su misión fracasaría. Los inocentes seguirían siendo asesinados, y los valientes que habían plantado cara y muerto por ello lo habrían hecho para nada.

Con un dolor terrible, la exploradora cogió aire con un sonido sibilante y levantó de nuevo el arco, acelerada pero temblorosa. Su vista empezaba a desenfocarse. No vio a Jilhazhí pasar corriendo junto a ella a esconderse, ni al león celestial de Kylian rugiendo en el tejado. Lluvia Estelar era apenas un borrón que se acercaba. Sólo podía ver con cierta nitidez a Sir Kragger.

Si el precio a pagar por todo aquello era la indignidad y la deshonra, así lo pagaría por mucho que le doliese, y que los dioses la perdonasen. La primera flecha ya volaba cuando la siguiente ya estaba colocada y presta para dispararse, sentenciando al caballero y su propio honor.

El caos, una vez más, se había desatado en torno al grupo de héroes. Flechas, llamas, armas místicas y bestias feroces aparecían y hacían estragos cada una a su manera. Daba igual si el que se enfrentaba a esos peligros era amigo o enemigo, honorable o traicionero, aquel soleado día era un día de muerte, muerte abundante y sangrienta. No era un buen día para Thorwyn, pero había hecho cosas peores. Nunca había sido el mejor de los enanos, pero al menos ahora trabata de hacer justicia, hacer que pesara más la ley que la tiranía, que las riquezas obtenidas con los saqueos de los pueblos como Belleria no acabasen engrosando un mal mayor. Porque ese era el tema, había un mal mayor y el grupo luchaba a su vez por conseguir un bien mayor. O, como diría su fenecido clérigo de Gilean, estaba equilibrando las cosas...

Lluvia descubrió la presencia de nuevos arqueros a la espalda del enano, pero el arcanista del grupo se obcecó en su objetivo: acabar con el líder de los soldados de la fortaleza. Sin él para azuzarles a sus soldados éstos, probablemente, verían minada su moral y pronto huirían. No formarían una nueva línea de defensa, simplemente desaparecerían de la fortaleza para siempre, llevándose lo que pudieran con ellos. Eso era exactamente lo que necesitaban.

Enrielle actuaba en esa misma línea de pensamiento, sus movimientos acelerados incrementando su ya de por sí considerable cadencia de tiro. Dos flechas volaron hacia Kragger mientras el enano se acercaba hacia el caballero nerakano y todavía dos más atravesaron el patio en su dirección mientras el theiwar convocaba su más poderoso hechizo de evocación: Rayo abrasador. Un torrente de llamas impactó casi infalible al caballero, guiado por la mano de alguien que sabía dónde estaría al instante siguiente. Aquella combinación de hechizos, Impacto verdadero y Rayo abrasador, se demostraba devastadora. Sir Kragger, hirviendo en el interior de su propia armadura, bien lo podía atestiguar...