Partida Rol por web

28 Argon 433 AC

Ha pasado una semana entera desde vuestro épico combate contra el dragón azul; una hembra según Jilhazhí. No puede decirse que el resto del viaje haya estado libre de sobresaltos, pero ninguno que no puediera ser espantado con un par de flechazos o una bola de fuego ocasional. En general, han sido días bastante tranquilos y atrás han quedado las montañas Astivar y los bosques de Lahue con sus tribus de caníbales.

Gracias a Klunurig y Lluvia Estelar el agua no ha escaseado y la bolsa mágica de Enrielle os ha permitido alimentaros una vez que se terminaron las últimas provisiones comestibles de la despensa hace cuatro días. Aun así, estáis cansados de comer insípidas aunque nutritivas raciones mágicas y os alegráis al descubrir las cúpulas púrpura y los pináculos dorados del castillo de Kalaman en la lejanía.

Habéis dedicado las últimas horas a buscar un lugar propicio para aterrizar vuestra fortaleza en las inmediaciones de la ciudad, pero todos tenían sus pegas. Unos en campo abierto, otros en zonas demasiado irregulares como para plantar la ciudadela sin riesgo para su estructura, otros en algún pequeño islote de la Bahía de Kalaman pero sin medios para llegar desde allí hasta el puerto...

No muy contentos con la ubicación escogida, termináis aterrizando en las afueras de la ciudad, conscientes de que hace tiempo que vuestra llamativa presencia ha sido detectada por los lugareños a juzgar por el asustado repicar de las campanas en toda la villa.

Tan pronto como habéis tomado tierra, una patrulla armada compuesta por cuatro caballeros y dos jinetes de grifo han abandonado a toda prisa la urbe para salir a vuestro encuentro. Desde las almenas de la barbacana aguardáis su llegada con creciente impaciencia.

—¡En el nombre del Imperio, exigimos que os identifiquéis de inmediato y deis cuenta de vuestra presencia en la muy noble ciudad de Kalaman! —solicita uno de los caballeros cuando finalmente llegan hasta la inutilizada puerta de entrada de vuestra fortaleza. A pesar de su aparente seguridad y del tono autoritario de su mensaje, podéis deducir por el temblor de su voz y los gallos involuntarios que la situación le tiene verdaderamente nervioso.

Sobre vuestras cabezas, la pareja de grifos describen círculos a vuestro alrededor como aves de carroña mientras sus jinetes os apuntan en silencio con sus largos arcos.

Días antes de su llegada a Kalaman, Klunurig había extraído un colmillo del dragón, envolviéndolo en un paño y entregándoselo a un pájaro previamente llamado mediante las bendiciones de Krik'k lettz. El bakali le indicó al pájaro cuál era su destino:

- Ve a Mohrlexctlán, y entrégale esto al inefable gusano negro. ¡Así conocerá el destino de su lacayo! ¡Humph! ¡Humph!

Sobre si el mensaje llegaría o no a su destino, Klunurig no sabía realmente nada. Pero para él estaba claro que lo haría, tanto como lo estaba que aquel gusano azul era un siervo del corruptor del pantano.

Después de aquello, el bakali se había encerrado en su torreón, y había continuado con sus invocaciones, hasta lograr que este quedase a su gusto. Se había tomado el trabajo de trasplantar varios helechos y plantas frutales de flores coloridas y venenosas, de las que esperaba poder extraer semillas y raíces que le sirvieran para sus preparaciones. Aquello le había ocupado mucho tiempo, aunque de cuando en cuando se reunía con el resto para repartir el agua que Krik'k lettz le enviaba, la cual sabía a barro y tierra, lo que le generaba a Klunurig una gran nostalgia.

El paisaje había cambiado rápidamente tras cruzar las montañas, y Klunurig se acercaba a veces al suelo en forma de gaviota, y contemplaba aquellas tierras extrañas en las que casi no había barro ni agua, y los árboles eran de colores apagados y cetrinos. Tras mucho observarlas, comprendió que no es que estuviesen enfermos, símplemente eran así. Aquel extraño paraje fascinaba y distraía al bakali, haciéndole preguntarse innumerables cosas.

También departía con los otros miembros del vendaval, que le hablaban de una cosa llamada ciudad, que debía de ser un esperpento, como la propia pústula en la que viajaban, un bosque de piedra y barro seco en el que los humanos se multiplicaban como cucarachas. A Klunurig le costaba creer que existiera algo así, hasta que lo vio con sus propios ojos. Se pasó un largo rato señalando la ciudad y gruñendo como solía hacer, con fuertes y sonoros ronquidos, y los ojos abiertos como platos.

- ¡Humph! ¡Huuuuuumph!

Más tarde, cuando al fin la fortaleza aterrizó, se plantaron frente a ellos unos tipos montados a lomos de bestias pelonas y ruidosas, vestidos con las ropas de hierro del enemigo. Klunurig estuvo a punto de desatar sobre ellos todo el poder de Krik'k lettz, pero sus compañeros del vendaval le hicieron entender que no eran enemigos. Al menos no todavía.

La visión de Kalaman hizo sentir a Enrielle un sentimiento de calidez. Por fin regresaba. Cerró los ojos un momento y aspiró profundamente. El aire traía el familiar olor del mar. Pero el ceño se le fue frunciendo conforme se acercaban a las torres del espectacular castillo de Kalaman y las murallas de la ciudad. Su desasosiego se acrecentó cuando se vieron obligados a aterrizar en las afueras de la ciudad.

—¿Quién os envió a Robann a investigar, Lluvia Estelar? ¿Fue el Consejo? — preguntó a su amiga mientras observaba a los jinetes acercarse— Tal vez lo primero que deberíamos hacer es reunirnos con ellos, de lo contrario no nos dejarán en paz. — ​​​​​​ observó al caballero solámnico que habló y después miró a los demás compañeros. Kylian ahora era una goblin que asomaba su verde nariz entre las almenas y Klunurig era... Aún no lo tenía muy claro. Suspiró preocupada. — No tengo muy claro por dónde empezar, pero en fin...

Se pasó una mano por la frente, eliminando cualquier resto de barro con el que Klunurig se empeñaba en untarla cada vez que tenía ocasión.

—¡Os saludamos, caballeros de la noble ciudad de Kalaman! Venimos en paz. Mi nombre es Enrielle— hizo una pausa. Estuvo a punto de añadir "Flechamuerte", pero se contuvo—, una de los cinco propietarios de esta fortaleza que veis aquí. Deseamos hablar con el Consejo de los Caballeros de Solamnia. Traemos noticias muy importantes que deben escuchar de inmediato. Oíd, que un gran peligro acecha. — declaró alzando la voz por encima de las almenas.

Se sentía terriblemente incómoda. Siempre había adoptado un perfil bajo. Era todo más sencillo. Pero ahora habían traído un maldito castillo volador y compañeros que hablaban con una desagradable voz chillona o gruñían mientras se agarraban la entrepierna. Cuánto odiaba llamar la atención. Y cuánto echaba de menos a Lowen en aquel momento, en aquella ciudad de rígidos caballeros solámnicos.

Kylian se creía el más apropiado para hablar con las autoridades de Kalaman. Tras la muerte de Lowenherz y de lady Le Besco, él era por su cargo, quizás el más apto para la diplomacia y sin embargo, pronto recordó que su cuerpo había sido sustituido por el de una criatura menuda, de redondos senos y sin nada entre las piernas salvo un profundo agujero negro. 

- ¡Aishh...! - Resopló fastidiado. 

Por suerte Enrielle se adelantó y sus palabras fueron bastante certeras. Reunirse con la secta solámnica podía ser el mejor punto de partida. Lástima no poder hacerse con la piedra negra una vez abandonasen la fortaleza. Dejar el mecanismo que ponía en marcha aquella fortaleza voladora, en el lugar adecuado para hacerla despegar, era sin duda arriesgado. 

- Bien dicho. - Murmuró. - Y ahora, a ver qué dicen... - Negó con la cabeza. - Estúpidos burócratas... - Se lamentó.

Mi corazón se endurece al descubrir los estandartes de los solámnicos ondeando en la embajada que ha acudido a nuestro encuentro. A ellos más que a ningún otro culpo de la pérdida de Lowen y, al mismo tiempo, le veo a él en ellos; en estos individuos altaneros y orgullosos de sí mismos por ir a caballo y vestir determinados colores.

—Me temo que Thorwyn y yo no hablamos con ningún solámnico —le confieso a Enrielle en susurros, encogiéndome de hombros—. Quienes llegaron a un acuerdo con los caballeros fueron Briand, Lowen y... —miro de arriba abajo a Kylian— ella. Aunque dudo mucho que nadie pueda confirmar esto último.

Nos exigen. No doy crédito cuando les escucho dirigirse a nosotros de ese modo.

La gente como ellos siempre me trataron con desprecio solo por mi procedencia, pero ahora soy la señora de un castillo en las nubes y eso es algo a lo que no puede aspirar ninguno ni con todo el oro de la ciudad.

Escucho a mi compañera y asiento con la cabeza a todo lo que dice, pero no confío en los solámnicos más de lo que ellos confían en nosotros. Por eso, cuando ella termina de hablar, me asomo a las almenas para dejarme ver por quiénes nos hablan desde abajo.

—Yo soy Lluvia Estelar de los que-shu —me presento, con un tono mucho menos afable del que suelo emplear—. Como os ha dicho mi amiga Enrielle, traemos noticias importantes para los ciudadanos de Kalaman que vuestros superiores querrán escuchar. Decidles que invitamos a conferenciar en nuestro hogar a los cinco representantes que la ciudad escoja para reunirse aquí con nosotros. Sin escoltas armados, ni tretas. No abandonaremos esta fortaleza, ni la pondremos bajo la custodia de nadie. A cambio, solo solicitamos autorización para que algunos podamos entrar en la ciudad y comerciar libremente con sus gentes. Si no la obtenemos, nos iremos como llegamos: como amigos. Nos marcharemos y buscamos otros oídos dispuestos a escuchar lo que sabemos de los saqueos que han perpetrado los nerakanos y sus huestes goblins en la región; y la amenaza que se cierne sobre todo Ansalon y que está detrás de estos ataques.

—Vuestras palabras sí que me suenan a amenaza —replica el banderizo que se ha dirigido a vosotros en primer lugar, envarándose en su silla de montar y sacando pecho—. Os conmino a que depongáis vuestras armas de inmediato y os entreguéis a la justicia del Consejo, quien juzgará vuestros hechos y vuestras palab...

Uno de sus compañeros de armas adelanta entonces su montura e interrumpe el discurso a medio pronunciar.

—¡¿Lluvia?! ¿De verdad eres tú? —se quita el yelmo y podéis descubrir sus agradables facciones—. ¡Paladine bendito! Casi no te reconoco. ¿Te acuerdas de mí? Soy Lyam, bueno ahora sir Lyam —se apresura a rectificar—. Sir Lyam uth Dinsmoor, de la Orden de la Corona. Tus amigos y tú me salvasteis de las garras de los goblins en su campamento de las Astivar y me devolvisteis a Belleria, ¿lo recuerdas?

»Yo no lo he olvidado y por eso llevaré vuestro mensaje a mis superiores —continúa monologando, con una sonrisa sincera—. Vuestras condiciones no son usuales, pero tampoco lo es que un castillo aparezca de la nada a las puertas de nuestra ciudad. No puedo prometer que el Consejo esté dispuesto a acudir a vuestra invitación, pero sin duda querrán conocer las nuevas que sir Lowenherz Bremer y lady Briand Le Besco les traen de su misión. A propósito, ¿dónde están? No los veo entre tus singulares compañeros.

Por un momento pienso que los solámnicos se atreverán a ordenar un ataque sobre nuestra fortaleza si no nos entregamos. Me pregunto si tendremos que matarlos también a ellos como hemos matado a todos los que se han enfrentado a nosotros o si nos someteremos solo porque teóricamente representan a las fuerzas de la Justicia y el Bien.

La intervención de Lyam solo pospone esa decisión, pero me temo que tendremos que tomarla más tarde o más temprano, cuando pretendan apoderarse de esta fortaleza que hemos pagado con sangre y con vidas.

—Sí, me acuerdo de ti —respondo, con el mismo gesto adusto con el que me he dirigido a su compañero—. Es agradable ver una cara amiga después de tanto tiempo aunque no sé si me alegro o me entristezco por tu nombramiento. Creo que ese fue el primer paso en una senda que llevó a mi Lowen a la muerte y espero de corazón que no te ocurra a ti lo mismo. Briand está muerta también y yo lo estaría de no ser por los valerosos héroes que ves en estas almenas y que han salvado mi vida más veces de las que puedo contar. Cuando regreses junto a tus superiores, diles esto, háblales del insoportable precio que hemos pagado para traerles la información que querían sobre el destino de los tesoros robados y las razones por las que lo atesoraban los cultistas. Y hemos hecho mucho más que traerles mera información, pero no lo sabrán si su soberbia les impide sentarse a nuestra mesa o si nos niegan la entrada a la ciudad para reabastecernos.

—Nos traes noticias muy tristes, Lluvia Estelar —responde el joven caballero tras unos segundos de silencio sepulcral—. Las llevaré ante el Consejo, como me pides, y estoy convencido de que toda la ciudad llorará sus muertes. Los Héroes de Belleria os habéis ganado un lugar especial en los corazones de todas las buenas gentes de Kalaman y tú y tus amigos siempre seréis bienvenidos aquí. Acompañadnos o quedaos si es lo que preferís. Ya conocéis nuestra hospitalidad y la exhuberancia de nuestros mercados. No puedo hablar en nombre del Consejo, ni prever si aceptarán o rechazarán vuestra amable invitación, pero sí puedo juraros por mi honor que nadie os impedirá entrar en la ciudad y comprar lo que necesitéis. Yo mismo pondré el dinero de mi propio bolsillo si os falta para comer, es lo menos que puedo hacer a cambio de lo que vosotros hicisteis por mí.

Klunurig observaba la conversación encaramado a las almenas de la fortaleza, siguiéndola malamente, pues se desarrollaba muy rápido y toda ella en la lengua del enemigo, que podía utilizar pero distaba de ser su lengua natal. En todo caso, las palabras le sonaban familiares: entregar, rendir, dejar las armas, deponer. ¡Bah! Apestosos humanos, con su apestosa lengua que solo servía para hablar de coger lo que no es suyo.

El bakali ya estaba empezando a enfadarse, y a punto estuvo de convocar el poder del pantano y las nubes, y desatarlo sobre aquellos patanes enlatados en forma de nube de rayos, cuando uno se adelantó y adoptó un tono más amable. Al parecer, ese hombre-enlatado y la mujer-mística se conocían, e incluso podía ser que fuesen amigos. Bien, así no tendría que freirlos a todos como a salamandras recién cazadas. Incluso parecía que el individuo se avenía a hablar con los jefes de su tribu, y a traerlos para que parlamentasen. Si no entraban en razones, siempre podían resolverlo como auténticos bakali: con una lucha a muerte entre sus líderes. Pero, por ahora, estaba bien así. Pese a ello, Klunurig no bajó la guardia, y siguió con la vista puesta en los caballeros y aquel extraño bosque pétreo que los enemigos llamaban ciudad.

Mientras Lluvia Estelar exponía las condiciones a los caballeros, Enrielle se giró para mirar a Kylian. Desde luego nadie del Consejo Solámnico se creería que realmente era él. Incluso ella misma, si no fuera por las horas que pasaba en la biblioteca y las tonterías acerca de la neutralidad que decía, realmente le parecería que le estaba tomando el pelo.

La respuesta del primer caballero hizo que se girara lentamente, empezando a enfadarse. ¡Ya empezaban con las estupideces que no llevarían más que a más problemas, con todo lo que tenían que hacer! Por suerte, el otro caballero era conocido, y no solo eso, debía su vida a Lluvia Estelar y a los difuntos Lowenherz y Lady Briand. Eso facilitaría considerablemente las cosas.

—Agradecemos tus palabras y disposición, sir Lyam uth Dinsmoor. — respondió con una inclinación de cabeza.— Esperaremos esperanzados la visita de los representantes del Consejo.

​​​​​​Se giró hacia sus amigos.

—Bien, tenemos libre acceso a la ciudad, que es mucho. Yo he de visitar el puerto para... informar de nuestros hallazgos. Por lo demás os acompañaré cuando entre todos decidamos cuándo salir. — miró a Klunurig y a Kylian con franca desesperanza. — Creo que deberíamos disfrazarlos, si van a venir con nosotros. Kylian podría pasar por una niña, o una kender... algo deforme y cabezona, eso es cierto. En cuanto a Klunurig... — se agachó para mirarlo a los ojos. Parecía tenso. Le agarró una mano y rascó ligeramente el barro de su rugosa piel — Amigo druanti. Estás cubierto de barro, las vestiduras del pantano. Pero no hay nada que temer. Si quieres venir con nosotros a conocer las calles de Kalaman podemos conseguir ropa con la que vestirte. Vestirte de ciudad, ¿de acuerdo? El pantano siempre estará contigo, erm, en tu interior.​​​​​

Klunurig observó con los ojos entrecerrados a Enrielle-flechamuerte, escuchando sus palabras como sin entender. ¿Vestirse de ciudad? ¿Para qué? Él ya estaba vestido. El barro de la ciénaga, que había traído ex-profeso y concentrado en una piscina junto a su torreón, era todo lo que necesitaba.

- Humph... no pretenderás que me ponga una de esas falsas pieles que lleváis... - dijo con desconfianza - ¡Humph! Yo no lo necesito, el pantano me viste por dentro y por fuera.

Se rascó la barba, dejando caer unas migajas de barro seco.

- Enseñaré a esos habitantes-del-bosque-de-piedra cómo se viste un bakali, sí. Así dejarán de perder el tiempo con sus falsas pieles.

Lo cierto es que Klunurig no tenía nada que hacer en la ciudad, pero sentía una gran curiosidad por verla. ¿Qué bestias habitarían en su interior? ¿Habría grandes estanques de lodo como en su tierra? Sospechaba que no, que aquel lugar sería un nido de corrupción. Pero necesitaba verlo.

Yo no tengo el menor interés en dejar nuestro hogar y exponer a mi pequeñín para visitar de nuevo Kalaman. Es evidente que necesitamos de ella algunas cosas pero confío en que mis amigos puedan conseguirlas sin mí. 

Elevaré la fortaleza en cuanto hayan salido quienes quieran hacerlo y la mantendré en el aire hasta su regreso.

Mi mayor prioridad es tener reparada la puerta de entrada para que nuestros potenciales invitados puedan acceder al interior sin necesidad de trepar por las murallas. Por eso me quito la joya encantada que adorna mi armadura y se la entrego a Thorwyn.

—Toma, véndela y con lo que saques por ella contrata a una cuadrilla de albañiles que vuelva a hacer operativa la puerta de la barbacana.

A continuación, dirigiéndome a Enrielle, añado:

—Si vas a ir al puerto, tal vez puedas hacerme un favor cuando termines de atender tus asuntos. Me gustaría que compraras un par de botes y cinco pares de remos, nunca se sabe si pueden hacernos falta y podemos guardarlos en el establo donde estaban los goblins. Y también nos vendría bien algo de pescado en salazón,  embutidos, quesos, frutos, secos, galletas y otros productos no perecederos que consigas encontrar. Para nuestros huéspedes y para nosotros.  No estoy segura de que seamos bienvenidos en todas partes, ni lo que tardaremos en poder reabastecernos. Compra una carrera para traerlo todo, seguro que nos es útil en el futuro, aunque sólo sea para sacar de aquí de una vez a ese pestilente dragón azul a medio descomponer que tenemos en el patio desde hace una semana. Si extraes un par de mulas de tu bolsa mágica para tirar de la carrera, no tendremos que preocuparnos de comprar animales de carga, ni de su manutención. 

Kylian se acercó a Thorwyn. Quizás él pudiera lograr que su aspecto fuera diferente y de esa manera pudiera moverse por la ciudad sin impedimentos y sin intentos constantes de ser asesinada o tener que soportar a gente gritando y huyendo despavorida. 

- Oye... - Le dijo tirando de su túnica con una de sus verdes manos de afiladas garras. - ¿Podrías alterar mi aspecto para que pudiera pasar por un humano? - Le preguntó casi como súplica. 

Tampoco le apetecía hablar con las autoridades de Kalaman y mucho menos tener que explicar los pormenores de todo lo que habían descubierto. A esas alturas consideraba que todos y cuántos tenían cargos de relevancia en aquel lugar, eran unos completos incompetentes que nadaban en bastos océanos de burocracia. Nada de lo que Kalaman pudiera hacer, iba a contribuir al éxito en la senda de la Neutralidad que estaban recorriendo.

Lo que si quería hacer en aquella estúpida ciudad, no era otra cosa que abastecerse y adquirir un nuevo equipamiento acordé a su nuevo tamaño. También necesitaban suministros como bien había indicado Lluvia, pero todo eso no iba a ser posible si seguía conservando aquella absurda apariencia de goblin. 

- Cuanto antes nos larguemos de aquí, antes podremos seguir con la misión. Debemos liberar al pueblo bakali y destruir a los nerakanos. Sólo así se recobrará el equilibrio... - Suspiró.

Thorwyn siguió los días ocupado, escribiendo y estudiando, creando listas de hechizos en combinaciones para todas las vicisitudes posibles. Después de días de estudio, llegó a la conclusión que lo que necesitaba era tener la cabeza despejada, astucia y saber adaptarse a lo que quisiera que el destino les deparase. Y para enfrentarse a ese destino incierto, el cerebro de Thorwyn bullía con ideas de objetos mágicos a los que dar poder con sus artes arcanas. Tantas cosas que hacer, tan poco tiempo y recursos...

Sin duda la venta del botín conseguido con la conquista de la fortaleza añadiría algo de fuerza a sus limitados recursos, pero desde luego no tanta como para todo lo que deseaba hacer. Si por él fuera se pondría a fabricar una ligerísima tela de cota de mallas de buen mithril, la encantaría y le daría poderes, o le fabricaría objetos de maravillosas capacidades a Klunurig, Lluvia e incluso a Kylian. Y se reservaría las más poderosas creaciones mágicas para sí mismo, con el beneplácito de Reorx, el forjador.

El día en que Klunurig extrajo un colmillo del cadáver del dragón azul, Thorwyn hizo lo propio. Haría un amuleto con él. Para él. De protección. Inscribiría runas de poder en él y le convencería que ese amuleto le protegería, como, de hecho, haría. No esperaba reconocimiento por ello, sólo recompensar sus esfuerzos. Era un nuevo compañero, alguien aparentemente destinado a convertirse en nuevo amigo del arcanista, pese a su extraña cultura, pese a su extraña magia. Quien sabe, tal vez algún día acabara teniendo una apariencia más enanil y menos bakali. Aunque, ¿sería eso justo para Klunurig? ¿Le haría *a él* más feliz? Además, siempre estaban los hechizos de disfraz...

La aparición de Kalaman en el horizonte, obviamente, no sorprendió al enano mago. Pero sí le llenó de incertidumbre. El problema de dónde descender con la fortaleza supuso un desafío y un largo debate entre el grupo, finalmente decidiéndose por la opción más sencilla pero también menos segura.

No fue de extrañar que tuvieran un comité de recepción con cara de pocos amigos esperándoles.

Y contra todo pronóstico, la situación la salvó una vez más Lluvia. Lluvia y su capacidad infinita de salvar vidas y ayudar a los demás, que, agradecidos, le devolvían multiplicada la ayuda que ella había prestado. Sir Lyam uth Dinsmoor, vaya. Pues bien, fuera quiern fuera, ahora tenían granjeada la entrada a la ciudad. Y necesitaba sus suministros. Y por el encargo de Lluvia, sus artesanos. Y a eso habría que añadirle al menos un barril de cerveza (para instruir en el elevado arte de la destilación alcohólica a su enano-bakali), otro de vino y algún otro vacío para tener una reserva de agua de lluvia, por si alguna vez tenían necesidad y no depender de hechizos.

Thorwyn aguardó pacientemente a que los hombres de Kalaman se fueran, observándoles intensamente bajo aquella molesta luz solar¹.

─Sí, Kylian, podría. Y podría hacerlo ahora mismo, he memorizado ese hechizo esta misma jornada, por si lo necesitaba... pero sólo dura una hora. ¿Seguro que quieres que te lo lance ahora? Además, puedo cambiarte el aspecto, pero escasamente la estatura. Podrías pasar por una *niña* humana. O un niño, tanto da mientras no te toquen. ¿No crees que sería mejor que te trasformara... en un gnomo? Al menos te tratarían como a un adulto y no llamarías negativamente la atención. Por otro lado, siempre podría fabricarte un sombrero como el que lleva Jilhazí y así el efecto sería continuo. ¿Crees que sería conveniente? ─sugirió el mago.

Por supuesto que sería conveniente. Para todos. Y confortable para él, en especial. Al menos podría interactuar sin recibir puntapies a simple vista, lo que sería una considerable mejora respecto de lo que pasaría con ella en esos momentos si se decidía a adentrase en Kalaman con ese aspecto verdoso suyo.

─Bueno, yo acompañaré a Enrielle al puerto y conseguiré ese carro con los suministros que pides. Y cuando vuelva me llevaré el botín de la fortaleza a vender a Kalaman. Y trataré de cerrar un trato con los artesanos de la ciudad para que nos reparen las puertas. No sé si eso será muy fácil o muy difícil, la verdad, tal vez haya algún taller de carpintería que necesite el trabajo, ya veremos. Y necesitamos materiales para encantamiento, tengo algunas ideas en mente... Toma, Lluvia, por si necesitas contactar con nosotros ─finalizó, entregándole la piedra de recado cuya otra mitad estaba en posesión de Enrielle²

Enrielle se giró para observar con admiración a Lluvia Estelar. A la exploradora le resultaba agotador y aburrido pensar en cantidad de reparaciones y tareas de mantenimiento que requería la fortaleza. Se había convertido en su nuevo hogar, algo que jamás hubiera alcanzado a imaginar. Y no dudaba en que era útil y fascinante, pero en cierto modo una parte de ella no se sentía cómoda. Ella prefería viajar ligero y sin despertar sospechas. Y el castillo era de todo menos sutil.

En cambio Lluvia Estelar parecía encantada. La "salvaje" que-shu convertida en una verdadera señora de un castillo, encargándose de toda su gestión. Y lo hacía muy bien. Sonrió.

—Bien pensado, Lluvia. Lo primero será hacer que venga la cuadrilla que repare nuestro portón. Tal vez lo tengan solucionado para la tarde. Iremos todos juntos, y para entonces habremos dejado todo apalabrado y estaremos de regreso. De cualquier forma tendré que volver al puerto. Dejaré el mensaje hoy, pero he de volver para saber dónde será la reunión con mi contacto. Es muy cuidadoso en este sentido, como podrás imaginar... Confío en que no se demore muchos días.

Luego observó a Klunurig y no pudo sino suspirar. Comprendía que no quisiera vestirse de ciudad igual que ella se resistía a vestirse de pantano. Pero claro, en el pantano no había un alma y no le había importado, pero Klunurig en medio de un mercado, danzando y señalando y haciendo ese movimiento de pelvis... Se sacudió con un escalofrío. Había sido mala idea.

—De acuerdo, señor del pantano, pero no te separes de nosotros. Verás mucha gente por todas partes. No son enemigos, ¿de acuerdo? No te harán daño. Son sólo personas que viven en esta ciudad. Como las ranas y los pajarillos de tu ciénaga, que viven en él, buscan comida... todo eso, pero algo diferente. Si tienes alguna duda o ves algo raro pregúntame antes de hacer nada, ¿vale?  —terminó su discurso alzando una ceja. No se fiaba del druida loco. En absoluto.

Por suerte iría con Thorwyn, y confiaba en él especialmente para mantener atado en corto a su extravagante congénere.

- Bien... - Dijo la goblin pensativa. - Creo que tardaremos más de una hora en ir a venir de la ciudad. No me gustaría que mi aspecto causará problemas. - Afirmó con rotundidad. - Y no quiero acabar colgado en la plaza o empalada... - Se encogió de hombros. - ¿Podrías hacer ese sombrero para mí? ¿Cuánto tardarías? - Le preguntó esperando que su respuesta fuera: "en un par de horas". Aunque sospecha que tardaría algo más. - Me quedaré en el castillo con Lluvia. - Sacó entonces una bolsa que portaba en la mochila. - Tengo gemas por unas mil piezas de acero. - Le desveló al maestro enano. - Con eso y con lo que me toque de la venta del tesoro... ¿Crees que bastaría? Me gustaría comprar además una coraza, encantada de ser posible y una capa de resistencia la llaman. - Le comentó al enano. - ¿Sabes a qué tipo de capa me refiero? 

Su reencarnación había mejorado su situación. Al menos estaba vivo y tenía cuerpo, que ya era mucho, pero seguía añorando su apariencia original. El sombrero de disfraz no iba a devolverle su cuerpo, no iba a volver a ser Kylian, pero al menos no le lanzarían piedras por la calle. Quizás hubiera alguna posibilidad de recuperar su cuerpo, aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo. Quizás con un milagro... Gilian proveería cuando finalmente le recompensara por sus servicios. Debía andar la senda y concluir su misión. 

- Si, eso és. Gilean me premiará si realmente soy merecedor de ello. - Pensó para sus adentros.

3 Sirrimont 433 AC

Han pasado tres días desde que os instalasteis a las afueras de Kalaman. Jornadas frenéticas y muy productivas, con la cuadrilla de albañiles, carpinteros y herreros contratados por Thorwyn trabajando a destajo para reparar la inutilizada entrada de la fortaleza. Los portones de madera carcomida han sido reemplazadas y los refuerzos de las antiguas, reutilizados para abaratar costes. El mecanismo de apertura del rastrillo ha sido arreglado también y las secciones oxidadas en la reja de metal, cambiadas por otras nuevas. Todo bajo la supervisión experta de la instruida Kylian.¹

Por lo que respecta a la venta de los artículos de la fortaleza que habíais catalogado como valiosos pero prescindibles, las transacciones han sido todavía más lucrativas de lo que inicialmente habíais supuesto.²

Eso le ha permitido adquirir a Thorwyn una auténtica fortuna en componentes para encantamientos y tintas especiales para la transcripción de conjuros, en la tienda de su viejo amigo gnomo Ducil. Suficientes para satisfacer no solo los propios fines del arcanista theiwar, sino también las solicitudes de algunos de vosotros.³

También intenta adquirir unas lentes que le protejan de los molestos rayos del sol de la superficie, pero no encuentra nada que pueda servirle en la ciudad.⁴ Lo que sí consigue es una buena armadura para las nuevas medidas de Kylian y un cetro encantado para que Klunurig pueda aumentar la duración de sus sortilegios.

Los diarios sobre el proceso de creación de los draconianos son un tesoro único. Haría falta mucho tiempo para encontrar un comprador adecuado y más aún para garantizar que no fuera a usarlo para el mal. En las tiendas mágicas en las que Thorwyn ha insinuado que podría conocer el paradero de dichos diarios, sus propietarios le han mirado con incredulidad cuando no con abierto recelo. La modesta biblioteca de la ciudad sí estaría dispuesta a aceptar los tomos originales a modo de donativo, pero no tiene fondos para pagar por ellos. Y algunos comentarios apuntan hacia que los draconianos de Teyr podrían estar muy interesados en adquirirlos si son los auténticos.⁵

La visita de Enrielle al puerto el día de vuestra llegada a la ciudad ha sido bastante productiva para ella. En primer lugar porque pudo dejar recado al dueño de la taberna "La Barca Errante" para reunirse con el representante del Círculo de la Legión de Acero en Kalaman. Y en segundo y más importante lugar, porque pudo recuperar a Nudillos. El halcón amaestrado ha estado bajo el cuidado del tabernero desde que le entregó el mensaje de su dueña hace ya más de una semana.

La arquera ha estado frecuentando la discreta tasca con la esperanza de recibir una respuesta a su petición y la ha conseguido esta misma tarde. Según el tabernero, Sombrasilente se reunirá con ella en la fortaleza esta noche como parte de la delegación de la ciudad.

En ausencia de Enrielle, los demás habéis recibido la visita de una delegación solámnica encabezada por sir Liam en la que se os informa que el Lord Comandante de Kalaman en persona ha aceptado vuestra invitación y accedido a cenar con vosotros en vuestros dominios. Lo que no revela vuestro amigable contacto por desconocimiento es si su superior acudirá solo o con qué compañía.⁶

Thorwyn estuvo muy ocupado aquellos días, trajinando de aquí para allá y como último recado, pasó por una bodega y compró un vino añejo, fuerte y con cuerpo, para tener el placer de brindar con él cuando se diera la oportunidad. Por ejemplo, cuando consiguiera su túnica roja. Si la conseguía. Aquel pensamiento no se le iba de la cabeza. La botella tal vez acabara sirviendo para emborracharse antes de enfrentarse a la prueba, quien sabe...¹

Había también un último "pequeño" detalle organizativo: el banquete. Desde que el enano se enteró que la plana mayor de Kalaman, o al menos la plana mayor solámnica de Kalaman, iban a venir a la fortaleza, el theiwar se puso nervioso. Era muy reacio a la idea de ser malos anfitriones y no invitarles a cenar algo decente le resultaba impensable. Eso no sólo sería considerado descortés, sino que haría que él mismo se sintiera traicionando las leyes de la educación básica enana. Tal cosa no sucedería, no en "su" fortaleza. Se le pasó por la cabeza traer viandas para que las prepararan en las cocinas, pero había demasiadas posibilidades de que algo saliera mal. No, era mejor que una buena posada se encargara de prepararles un pequeño banquete para una docena de personas y que lo trajeran y montaran la misma tarde-noche del evento. Y eso hizo, contratar los servicios de la cocina de una buena posada, pagar por la inmediatez, pagar por la calidad, pagar por el transporte y pagar por las mesas y por el servicio, que debía incluir discreción y eficiencia. Él mismo vigilaría de cerca que no fallase nada. Y advertiría que en las torres había un cocodrilo enorme y un león, ambos con hambre de camareros "extraviados".²

Pero una vez acabados los encargos más mundanos por fin pudo dedicarse a temas más importantes. O más interesantes. Y, desde luego, mucho más caros. El arcanista mantuvo largas conversaciones con Ducil, su viejo amigo gnomo de Kalaman, regente de una tienda de suministros mágicos. Cargado con un considerable botín (y mayor de lo inicialmente tasado, para regocijo del theiwar) reconvertido a piedras preciosas, el gnomo pudo hacer buenos negocios con el enano. Y el enano, pese al gran estipendio, disfrutó de lo lindo³.

Tras su primera incursión por Kalaman, Klunurig había acabado por volver a la fortaleza, encerrándose allí.

Su visita por la ciudad había resultado cualquier cosa menos satisfactoria. Pese a las palabras de Enrielle-flechamuerte, el bakali no paraba de sobresaltarse cada vez que escuchaba el estruendo metálico de la guardia de la ciudad, girándose y gruñendo con tono amenazante. Aquello, junto con su llamativo aspecto, había provocado que los viandantes se quedaran mirándole por todas partes, y que la guardia hiciese amago de querer arrestarle un par de veces. Al final, la intercesión de sus amigos lo había impedido, pero todos habían estado de acuerdo en que era mejor que se alejase de las calles principales.

Sin mucho que hacer por la ciudad, Klunurig se había dedicado a buscar animalejos en la zona con los que conversar. Se había pasado un largo rato hablando con las gaviotas del puerto, y había entrado en las cloacas de la ciudad para departir con las ratas. Lo que aquellos animales le contaban de la ciudad, sin embargo, no hacía sino acrecentar su menosprecio por ella. Allí casi no había animales, comparado con el pantano, y los árboles eran escasos. Las bestias que vivían en aquel lugar habían renunciado a sus instintos y se habían mimetizado con el ambiente, alimentándose de los detritos de la actividad del enemigo. Por más que Klunurig había querido convencerles, no parecían dispuestas a alzarse y conquistar aquel nido de pestilencia antinatural, inundando las calles cual plaga y devorando a los humanos para recobrar lo que sin duda debía pertenecer a la tierra. No, aquel no era su pantano, donde la naturaleza vibraba y luchaba a diario. Aún dominado por el gusano corruptor Mohrlex, su hogar aún conservaba su esencia, latía vivo. Aquellas tierras domesticadas no tenían salvación posible.

Aburrido de los asuntos mundanos, Klunurig había vuelto a centrarse en su torreón, revisando el estado de las plantas, regándolas y observando el crecimiento de las flores, que pronto darían interesantes frutos con los que podría fabricar nuevos extractos. En aquel lugar ajeno y hostil, necesitaría mimetizarse y valerse de las más sutiles herramientas para poder prosperar.

Enrielle, en contraste con las semanas anteriores que había estado malhumorada y tensa, ahora se encontraba de un humor excelente. Estar de vuelta y enredarse en el bullicio de la ciudad le sentaba bien. Pero lo mejor había sido reecontrarse con Nudillos. No había pasado una noche sin dedicarle unos pensamientos a su fiel halconcillo, que había conseguido regresar pese a los peligros y cumplir su misión. Enrielle estaba muy orgullosa de él y no quería separarse de él un momento, y lo llamaba frecuentemente simplemente para levarlo a su hombro o en el puño enguantado.

El primer día de visita a Kalaman, sin embargo, sí había sido bastante estresante. Klunurig, tal y como había previsto, se había pasado todo el recorrido gruñendo a todo lo que veía. Llegó a temer que llamara al pantano para que hiciera caer un relámpago a los guardias cuando tuvieron el pequeño encuentro. Por suerte, pudo resolverse por la vía civilizada y no por la vía bakali, pero un instante después, Klunurig había desaparecido. Hubo que buscar un buen rato hasta que Thorwyn y ella dieron con él en las cloacas, tratando de hablar con las ratas. Tuvieron que tirar de él para sacarlo de allí, sólo para escuchar más gruñidos y protestas acerca de lo mal que le parecía la ciudad.

— Te dije que te vistieras de ciudad, enano-bakali testarudo. — protestó entre dientes a su vez, agarrándole de un brazo.

Afortunadamente, la experiencia fue igualmente mala para Klunurig y decidió no regresar a la ciudad, por lo que Thorwyn y Enrielle pudieron visitar la ciudad y el mercado con toda la calma. La exploradora pudo adquirir ropa nueva para sustituir la suya, chamuscada y con numerosos cortes y desgarrones aquí. Ahora lucía sus botas nuevas, unos resistentes pantalones de cuero oscuro, una camisa y chaqueta limpia, una amplia capa con numerosos bolsillos en su interior y un sombrero de ala ancha, de los mismos tonos oscuros, rematado con una pluma azul. Bajo la chaqueta se veía el camisote de mallas de mitrhil que Thorwyn había sugerido y encontrado por ella, y por el que Enrielle estaba muy agradecida.

Y es que acudir a la ciudad en compañía de su amigo enano había sido muy gratificante y agradable para ella. Acompañarle durante las compras y observar el regateo con el gnomo había sido incluso divertido. Desde luego, parecían de todo menos viejos amigos. Sin embargo, Enrielle, que ya conocía a Thorwyn, creyó ver la satisfacción en el rostro ceñudo de su amigo cuando salieron de la tienda.

—Parece que tienes mucho trabajo por delante, amigo mío. — comentó a Thorwyn con una sonrisa mientras acomodaba en la carreta los valiosísimos ingredientes mágicos en los que se habían gastado una fortuna. Las sugerencias que el enano le había dado mientras se desplazaban por la ciudad en la carreta le habían parecido excelentes. — Confío en que ese Ducil no nos habrá timado, ¿eh? — le guiñó un ojo. Por supuesto estaba convencida de que no les había timado. Enrielle no creía que nadie fuera capaz de timar a Thorwyn. 

Miró al cielo. No tardaría en atardecer y aún quedaba mucho por hacer. Sacó la piedra mágica de recado, dispuesta a mandar un mensaje a los compañeros de la fortaleza.

—Si ya estamos listos avisaré a Lluvia de que vamos a volver. Hay mucho que preparar aún.