Partida Rol por web

Los soldados se pusieron en guardia de forma inmediata tras escuchar las ácidas palabras del conde Godofredo. No se movieron del sitio, pero si apuntaron al unísono con sus alabardas hacia el grupo recién llegado. Los otros dos hombres que se encontraban con el conde, también parecieron reaccionar mal a lo que acababan de escuchar y les miraron ofendidos y adoptando una postura corporal un tanto iracunda.

Aquellos dos hombres también vestían con ropas nobles, luciendo uno de ellos un uniforma militar de alto rango. Clavaron de inmediato sus miradas sobre el conde. En ellas se leía ira e incluso odio. Godofredo la había liado bien, era su especialidad y ni Ruff y Dwama se acababan de sorprender por ello. Se encontraban en inferioridad numérica, aunque tenían una extraña ventaja. Pese a haberles conducido hasta el lugar donde se encontraba el conde, no les habían retirado las armas.

De todos los presentes, tan solo una persona parecía conservar la calma. Ese era el propio conde Zanjofer, que pese a las feas palabras que acababan de dedicarle, no parecía ofendido, de hecho ni el rictus de su cara había cambiado un ápice. Todo lo contrario que sucedía con sus dos compañeros de reunión. 

- ¡Será posible, tamaña insolencia! - Alzó la voz el hombre que vestía de militar. Sus ojos saltones se clavaron sobre Godofredo y apretó los puños colérico. - ¡Como que me llamo Raphal y como que soy el mariscal de campo del ejército de esta nación, que esta ofensa no quedará en aguas de borraja!

- Tranquilo Raphal... - Intervino entonces el tercer hombre. - Toda ofensa debe ser cobrada. - Aquel hombre parecía mucho más calmado, pero su mirada inquisitiva era igualmente como dos dagas clavándose en los corazones de los recién llegados. - No se puede humillar así a quien te abre las puertas de su casa... - Miró hacia los soldados y entonces. - ¡Guardias, prendetlos!

En el momento en que los soldados dieron el primer paso, el conde alzó la mano plana y enseguida detuvieron su avance. El conde miró a Raphal y posó una mano sobre su hombre. La calma que transmitía su mirada hizo que aquel hombre se contuviera y hasta se sentó en el butacón, casi relajado. Entonces miró al otro hombre.

- Mi buen Corregidor... - Le dijo. - No será necesario arrestar a nadie hoy. - Le dijo con una voz dulce que era casi una melodía. - ¿Lo entiendes, verdad Phetrus? 

Aquel hombre asintió con la cabeza e imitando al mariscal se sentó en un butacón como imbuido en una calma absoluta. Los soldados dieron un paso atrás, de nuevo colocándose contra las paredes y apuntando con sus alabardas al techo. Entonces el conde se acercó a Godofredo despacio y mostrando las manos vacías en señal pacífica.

- Noble Godofredo... - Dijo entonces. - No es necesaria la hostilidad en este lugar. He abierto las puertas de mi casa a vuestras mercedes y también os he abierto mi corazón. - Suspiró apenado. - Si bien es cierto que creo en que vuestras palabras son ciertas, por favor... - Hizo una pausa dramática. - ...creedme que para nada es mi elección que el lugar en donde trato de poner el orden esté maldito. No es tampoco fácil para mi fracasar una y otra vez en pos de erradicar el caos y la maldad de estas tierras, pero no me rindo ni me rendiré. - Expuso bastante convincentemente. - Y ahora que creo que me he excusado... no creo que hayáis venido en visita de cortesía, en cuyo caso será un placer organizar un banquete en vuestro nombre, pero como he dicho, no creo que sea eso. - Alzó las cejas a la vez que mostraba las palmas de sus manos. - Por lo que me remito a mi primera pregunta. ¿A qué se debe tan inesperada visita? - Volvió a preguntar, esta vez mirando a todos, pues no parecía desear otro desaire por parte del noble y si una respuesta certera.

El señor del Condado de Miramonte achinó los ojos ante la extraña templanza de su interlocutor frente a los airados aspavientos de los dos subordinados, si bien apenas perdió de vista al Conde de Zanjofer

Aquella tierra sin lugar a dudas albergaba algún tipo de poderosa maldición, pero parecía que había gente que se situaba por encima de ella y no se veía afectada por la misma, o bien se veía afectada de forma diferente. EL Conde y sus subordinados, por ejemplo, no parecían estar carentes de alma humana. Aparente, razonaban e incluso mostraban cualidades de lo más humanas, lo que sin duda confundía en parte a Godofredo.

Echó un vistazo de reojo a aquellos que habían reclamado su cabeza. El de los ojos saltones parecía que viviese en constante estado de nerviosismo y la gente así era peligrosa sin duda. Pero más le preocupaba el otro, aquel villano de desagradable barba que hablaba con aparente calma. Esos solían ser los peores.

-Por suerte o por desgracia, señor Conde, nos no estamos aquí para lidiar con aquesta maldición que ha hecho presa de esta tierra.-acabó por decir Godofredo, tras pensar unos segundos.

-Perdimos la pista de una buena amiga en el linde de vuestras tierras y veníamos a indagar a cerca de ese asunto. Ella acompañaba una caravana mercante y tanto la caravana como ella mesma se esfumaron sin dejar rastro....- se lamentó

-¿Habéis escuchado algo al respecto, acaso?

Sin que se note demasiado.... respiro aliviado.... ya nos veía luchando por salir del castillo y por evitar el olor a aliento de ajo.

... Pero ciertamente, curiosa la situación... al margen de creer a este hombre o no, una maldición es lo que debe haber, para que los muertos no alcancen descanso eterno... no estaría de más saber algo más...

-... y como parte de la búsqueda de nuestra amiga, tal vez sería conveniente saber que mal, y por qué, ataca a estas tierras...

El conde escuchó atentamente las palabras de Godofredo. El halo de tranquilidad que desprendía el gobernador local, parecía que había apaciguado los ánimos del conde de Miramonte. Y es que Godofredo no podía avasallar a una persona que se mostraba tan gentil y educada. No al menos mientras no pudiera demostrar que fuera el responsable de las fechorías que las malas lenguas le atribuían.

- Pues verá, sir Godofredo. Me apena enormemente... - Respondió y tomó una larga bocanada de aire. - ¿Quieren un poco de vino? ¿Algo que llevarse a la boca? - Miró a su mayordomo y éste se puso en marcha de inmediato.

Aquel hombre de afanó en acercarse a la mesa y empezar a servir vino rosado, del mismo que estaban degustando las tres autoridades de la comarca y en acercárselas a los invitados del Conde.

- ¿Vino, señores? - Les preguntó aquel hombre de desagradable apariencia y le entregó una copa a cada uno sin esperar contestación. - ¿Un aperitivo? - Les mostró un pincho de carne que cogió con sus propias manos sucias. - ¿Algo de fruta? - Preguntó.

- ¡Morty...! - Llamó la atención del mayordomo. - Es tan difícil encontrar servicio adecuado en esta región... - Meneó la cabeza decepcionado. - Bueno, a lo que íbamos. Me sabe mal ambas cosas, que no vengan aquí a erradicar el mal que nos asola y bueno... Por supuesto lo de la chica de la que hablan. - Tomó un sorbo de aquel vino. - No he oído nada acerca de comerciantes. De eso estoy seguro. No vienen muchos por aquí. ¿Saben? La reputación es mala. Pero si se dónde pueden buscar. - Dijo entonces e hizo una pausa que creo expectación. - En las montañas hay un monasterio donde acaban muchas mujeres. Si su amiga se hubiera perdido y alguien la hubiera encontrado vagando sola, sin duda la habrían llevado allí. Costumbres locales que nunca llegaré a entender... - Resopló hastiado.

Me vuelvo hacia mis compañeros; buena o mala, es la única pista que tenemos en estos momentos...
-El tiempo apremia; si existe la posibilidad de que esté allí, deberíamos partir cuanto antes. No tenemos más pistas.
Y me vuelvo hacia el Conde...
-Si, si no fuese por que tenemos este asunto urgente, doy fé de que les ayudaríamos, si bien es cierto que somos de actuar por nuestra cuenta. En todo caso, si encontramos en nuestro camino algo que les pueda servir en su lucha, obraremos como es debido, no lo dude.
... A fuerza de ir mundo arriba, mundo abajo, con el Conde y compañía... se te termina metiendo en el cuerpo cierto sentido del deber que, en otras circunstancias.... vamos, que ni de coña iba yi a meterme en líos con no-muertos; al primer rumor, me encuentras ya camino del otro lado del mundo, y que otros se apañen... pero ahora... maldita sea la manía de meterse a solucionar los problemas del mundo...

Hasta ahora había permanecido callado pues los temas de la corte nunca habían sido mi fuerte. Si es verdad que me sorprendieron las maneras de Godofredo y casi temí por nuestra vida cuando reclamaron sangre los nobles. Pero finalmente si pareciera que el conde no era el monstruo que nos habían dicho. Casi me dolía no poder ayudar a esta pobre gente. Sin embargo, teníamos una prioridad y debíamos atenderla. A pesar de eso…

- Mi señor Conde, yo If Hassim, como fiel servidor de Tempus, le prometo por mi honor que cuando nuestra empresa termine, pondré mi espada a su disposición para limpiar el veneno de esta tierra. –

Me planté frente a él y golpeé mi pecho con el puño al tiempo que hacía una reverencia con la cabeza.

- No obstante, que ahora no podamos limpiar el mal que asola su tierra, tal como ha dicho mi compañero – digo señalando a Ruff – es probable que si nos topemos con él y debamos enfrentarnos. Si pudiera facilitarnos cualquier información nos sería de gran ayuda. –

Y de un paso, volví a situarme junto a mis compañeros.

- ¿Ya e van? - Preguntó extrañado el conde. - Ni han probado el vi... - Alzó las cejas. - Bueno... entiendo sus prisas. Si lo que dicen es cierto, su amiga puede estar en peligro. 

En ese momento el conde se acercó a la mesa y agarró un trozo de pergamino y pluma. La mojó en la tinta y empezó a redactar algo. Acto seguido acercó un vela roja prendida y la inclinó ligeramente sobre el pergamino. Unas cuantas gotas de cera se desprendieron goteando sobre el pergamino y entonces agarró un sello y lo impuso sobre la cera.

- Mi único consejo es que viajen rápido, evitando caminos secundarios y no se detengan nunca. Eviten viajar de noche y bueno... - Se acercó al conde. - He redactado este documento. Es para las autoridades del monasterio. Les conmino en mi nombre a que liberen a su amiga de haber sido mantenida presa tras los muros de ese lugar. - Miró entonces a If Hassim. - Si regresáis, seréis bien recibido. Este lugar necesita gente cuerda y gente valiente.

-Sea pues.dijo tomando aquel papiro manuscrito.

-Conde Zanjofer, vuestro condado sin duda está enfermo por el veneno de alguna maldición, más no puedo sinó rogar que lo que me habéis contado sea cierto y sólo seáis un rehen de la misma...-se mesó la barba

-Consultaré con el altísimo castigador y de considerarlo oportuno, yo mesmo iniciaré una santa cruzada con tal de expulsar la podredumbre de aquestas tierras.

- Y yo aceptaré gustoso también su ayuda... - Le dijo al conde realizando una leve reverencia con la cabeza. - Mas este mundo no se nutre de buenas intenciones. Muchos son los que han pasado por estas tierras baldías con palabras similares y no han regresado nunca. - Aclaró el conde Zanjofer. - Y desde luego que no se lo reprocho. Yo tampoco lo haría de tener unos buenos cincuenta años menos. - Soltó una leve carcajada. 

- No somos de esa clase de personas que habla por hablar, señor conde. - Intervino Dwama, quien se había mantenido en silencio todo ese tiempo. - Eso se lo puedo asegurar. Y creo que nuestra fama nos precede, aunque puede ser que no haya llegado a estas tierras extrañas y cargadas de maldad. - Tras aquellas palabras dio un paso atrás y volvió a guardar silencio. Lo cierto era que la enana no se sentía demasiado cómoda en aquel lugar y en presencia de aquellas gentes.

- Eso espero dama enana. - Asintió el conde. - Que buenas gentes, con mejores intenciones persigan todavía el objetivo imposible de cambiar Gea, pues aunque nunca se alcance tal destino, lo importante dicen... - Sonrió. - ...es el camino. - Dio una palmada. - Entonces... si no quieren comer nada, ni beber nada y ya no requieren de nuestra presencia, ni hacer pregunta más alguna... - Hizo una breve pausa. - ...les ruego que se marchen. O pueden quedarse, pero mi mayordomo les indicará unas estancias donde podrán descansar, comer... - Sonrió de nuevo. - ...o lo que ustedes deseen hacer...

Las palabras de los presentes me hicieron hacer un ademán de coger el arco, pero el Conde Zanjofer sono tan calmado que me hizo dudar. Esperaba a alguien que se enfureciera tras las acusaciones de Godofredo, no alguien compresivo y paciente. ¿Era todo aquello una fachada o realmente aquel hombre era como el Abad había descrito? No podía decirlo con seguridad, pero sin duda alguna aquel hombre era muy diferente de como aparecía en mis pesadillas.

Me quedé callado en la retaguardia mientras mis compañeros explicaban la situación. En la conversación nos indicaron nuestro próximo destino, y aunque no teníamos ningún indicio de que aquel lugar de las montañas nos diera alguna pista, lo cierto era que no teníamos otra opción.

El fin de la reunión me calmó un poco, y de forma más o menos cortes el Conde nos despidió. Aun asi no pude evitar notar algo extraño. ¿Cuántas veces nos había ofrecido comer y beber aquel hombre? ¿Estaba mi lado paranoico tomando de nuevo el control y el Conde solo estaba siendo un buen anfitrión o... Podía ser otra cosa?

Lentamente me acerque a la mesa con las copas y la comida y me acerque el vino a la nariz. Moje los dedos en la copa y pobre un poco de aquel líquido. Luego hice lo mismo con la comida.

Si había algún veneno extraño en el, confiaba en poder detectarlo.